viernes, julio 31, 2009

Sobre la Iglesia (III)


En mi lecho, durante la noche,
busqué al amado de mi alma.
¡Lo busqué y no lo encontré!
Me levantaré y recorreré la ciudad;
por las calles y las plazas,
buscaré al amado de mi alma.
¡Lo busqué y no lo encontré!
Me encontraron los centinelas
que hacen la ronda por la ciudad:
"¿Han visto al amado de mi alma?".
(Cantar de los cantares, 3, 1-3)

Este texto muchas veces me hace pensar en la Iglesia. Ella también es la amada que busca ardientemente a su Amado. Es quien busca en la noche al Señor. Es la que busca escuchar su voz en medio de la oscuridad. En medio de la ciudad, busca despertar los corazones, compartir su deseo, aquello que la saca siempre de la comodidad y el quietismo: al Señor resucitado.
También me recuerda que la Iglesia camina siempre entre la certeza de la fe y la búsqueda a la que esta certeza nos lanza. Saberse amada y sostenida no la libera de buscar a Jesús, pues no tiene las respuestas para cada cuestión puntual (cf. Gaudium et Spes 33). Como dirá Pablo, "Esto no quiere decir que haya alcanzado la meta ni logrado la perfección, pero sigo mi carrera con la esperanza de alcanzarla, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús. Hermanos, yo no pretendo haberlo alcanzado. Digo solamente esto: olvidándome del camino recorrido, me lanzo hacia adelante y corro en dirección a la meta, para alcanzar el premio del llamado celestial que Dios me ha hecho en Cristo Jesús." (Fil 3, 12-14)

Sobre la Iglesia (II)

El post anterior hizo una primera aproximación al misterio de la Iglesia desde la imagen de Adán y de Cristo, nuevo Adán crucificado-resucitado. Como toda imagen simbólica, ayuda a plasmar un sueño y orientar el amor. Pero es necesario recordar que toda imagen es limitada, que ninguna de las numerosas imágenes de la Iglesia agota su misterio y que además, la Iglesia será siempre una búsqueda de concretar históricamente lo que el Señor piensa para ella.

Dicho esto, otro paso en esta reflexión "al paso" (valga la redundancia) es recordar que nosotros sentimos en lo más profundo de nuestros huesos el "no es bueno que el hombre esté solo". Aún en el corazón más enfermo y tortuoso hay un anhelo de comunión, la esperanza de un encuentro. El deseo de vivir vínculos verdaderos, sentidos, sólidos. En este sentido, la Iglesia no es sólo un don de Dios. También es un deseo humano que se plasma en una comunidad concreta.

Quizás parte de la dificultad de hoy para vivir la experiencia eclesial es que este deseo, humano, profundo y real, tiene que vivir, como todo deseo, una purificación. Todos anhelamos amar y ser amados; todos queremos ser plenos; todos deseamos algún tipo de vida en comunidad. Pero tenemos que darnos cuenta que esos deseos atraviesan por crisis, por verdaderas pascuas que dan muerte a falsas expectativas, a idealismos ilusos que muchas veces manifiesta la inmadurez de nuestro amor.

Cuando nos damos cuenta que nuestra comunidad no es perfecta, que la Iglesia es pecadora, que aquellos que nos anuncian el Evangelio también tienen sus miserias y sus pecados tropezamos y muchas veces no nos volvemos a levantar. Es entonces cuando se presenta la crisis. Y también, por eso mismo, la oportunidad.

Lamentablemente nuestro tiempo parece estar poco equipado para vivir esta frustración que es necesaria si queremos llegar a un amor más verdadero. Como dice el proverbio inglés, tiramos al bebé junto con el agua sucia de la bañadera.

Tal vez podamos encontrar, aún en medio de las heridas, que el mismo tropiezo que experimentamos cuando la Iglesia deja de reflejar la luz de Jesús es el que nos muestra que en ella intuimos algo más, algo que no se pierde, aún en esos momentos oscuros...


Escuchando a Sonicflood

Sonicflood es una banda de rock cristiano de Estados Unidos. El año pasado sacaron su último disco "A Heart Like Yours" (un corazón como el tuyo). De casualidad escuché uno de sus temas, "Psalm 91" , que toma elementos del Salmo 91 (el que recitamos en las completas de los domingos). A quienes quieran escucharlo, pasen por su página. Dejo aquí la letra:

You are the defender of the weak
You are near to those in need
Oh, You are the peace to those who grieve
My God, You are so many things


You are my refuge and strength
You are my hiding place
You hear my voice when I call,
before I say anything at all
In desperate need I cry, only to realize
the hand that heals the sick has my name written on it

You are the forgiver of my past
You are the pure and spotless lamb
Oh, You are the One that heals the wounds I have
Oh God, You are so many things

I will not fear the sickness in the dark or the terror that comes in the night
I will not fear arrows of fire though a thousand may fall at my side
I will rest in your unfailing love, this love that saved my life
I will live forever in the secret place among the sky
(Adonai, Elohim, Yeshua, Messiah)


miércoles, julio 29, 2009

Sobre la Iglesia (I)

Milkus, uno de los bloggers que hace más tiempo conozco, y con quien me unen la fe, la blogósfera y una serie de deudas contraídas (y aún impagas) por mi persona en el ámbito de las visitas, me sugirió escribir algo sobre la Iglesia, tan golpeada, tan poco defendida. Así que irán apareciendo distintos posts referidos a ella. Con todo, la intención no es que sean polémicos (aunque quizás a varios les haga ruido lo que lean), sino reflexivos y experienciales. Para superar un conflicto en general hay que ir más allá de él, o mejor, más allá de lo que emerge, para entrar en sus raíces y desde allí, desde la raíz, caminar hacia la luz... si es posible.

Sobre la Iglesia hay mucho y muy bien escrito. En particular, a modo de "justificación" de la Iglesia me parece muy valioso el capítulo que escribe Rolheiser en su "En busca de espiritualidad". Hay mucho en el plano teológico: recomiendo a Pié-Ninot y su "Introducción a la eclesiología" para encontrar un planteo sintético y completo. Nombro a estos dos por poner dos aportes más recientes.

Pero si yo tuviera que presentar la Iglesia... creo que empezaría por el Génesis, cuando Dios dijo "no es bueno que el hombre esté solo". Y del costado de Adán durmiente extrajo carne, de la cual haría su "ayuda adecuada".

Es importante señalar que esta "ayuda" no es una ayuda subordinada al hombre. Casi pareciera al contrario: la palabra que traducimos por ayuda es la que muchas veces se aplica a Dios cuando se lo nombra como auxilio, como protector. Eva será para Adán un signo de la protección del Señor. Será quien le permita reconocerse como varón, porque sólo al entrar en comunión su identidad podrá realmente encontrar su figura. En la unión con Eva el varón podrá encontrar su nombre, su misión (la fecundidad) y su descanso.

Pasó el tiempo, y la historia (de salvación). Hasta que descubrimos que ese primer Adán era la sombra del verdadero, que se durmió en la cruz (como muy bien ha descrito en una oración el monje del Athos), para que de él nazca una nueva Eva, la Iglesia. Y ella sería (ella es) la madre de todos los vivientes.



Ella sí que es carne de su carne y hueso de sus huesos.
Ella es también la ayuda necesaria para todo hombre, para todos los hombres.
Ella está al servicio de la vida,
y en ella encontramos lo necesario para seguir esperando.
Ella es ese lugar donde recibimos nuestro nombre verdadero,
donde se nos dan los lazos de la fe y el amor:
los únicos que pueden descifrar nuestro misterio.
Ella es lo que el corazón de Cristo soñó desde el principio.
Ella es la Iglesia.



lunes, julio 27, 2009

Todo vínculo es un regalo, una ofrenda que tiene a Dios detrás, un misterio que nos deslumbra y al mismo tiempo nos hace sentir en casa, porque descubrimos en ese lazo que nos anuda a otros con un amor verdadero y profundo el sentido de la existencia.

Por eso cada tanto debiéramos recuperar nuestro asombro frente a la familia, los amigos, los compañeros de camino: ¿no es sorprendente que haya alguien y no nadie? ¿No es deslumbrante mirar hacia atrás y ver que sin darnos cuenta un entramado de abrazos, silencios y encuentros nos marca el paso?

Por eso debiéramos postrarnos en el santuario del alma para agradecer por todos aquellos que pasan por él y dejan en nosotros su huella. Sí, aún cuando esta huella nos haya lastimado: el grito de las heridas también nos recuerda que hemos sido hechos para el amor.

Al mismo tiempo, no podemos pretender abalanzarnos sobre nuestros lazos. Hacerlo sería destruirlos. Tal vez por eso decía un sabio que el primer movimiento del amor es bajar los brazos. Dejar al otro el espacio necesario, condición fundamental para el encuentro.

Y así, seguir caminando, de vínculo en vínculo, llevando en nuestro santuario un sinnúmero creciente de nombres y de historias que nos preparan para el Encuentro definitivo. Para ese lazo que se anticipa y se pregusta en cada amor del sendero.

Sobre el ministerio sacerdotal

Desde el principio, una certeza acompañó mis primeras (y limitadas) intuiciones sobre el sacerdocio, cuando todo era apenas un balbuceo y un empezar. Era la convicción de qu e el sacerdote era alguien profundamente comprometido con la unidad, que trabaja por ella y está a su servicio. No podría especificar de dónde venía esta certeza. Pero allí estaba.

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Nada, sin embargo, podría haberme preparado para la experiencia de estos años, breves pero intensos. Descubro que mucho de mis alegrías y tristezas pasan por acá: por el servicio a la unidad, o mejor, a la comunión.

Si tuviera que decir hoy cuál es el hilo conductor del sacerdocio, el núcleo del cual nacen todas las iniciativas, tendría que decir que este: el generar lazos, el despertar a otros a la comunión. Pero no cualquier lazo, sino aquel que nace del corazón de Dios y a él lleva. Lazos profundos, de esos que sólo la artesanía del Espíritu puede crear.

Creo que entender el ministerio desde allí ayuda a integrar y realzar cada una de las múltiples iniciativas y actividades que el sacerdote debe realizar, porque brota del ser mismo de Dios y atraviesa el corazón del hombre, creado a imagen de la Trinidad.

miércoles, julio 22, 2009

Esa pequeña oración se me ocurrió releyendo "El Ángel", de Borges: Aquí lo dejo, para quien guste.

El Ángel

Que el hombre no sea indigno del Ángel
cuya espada lo guarda
desde que lo engendró aquel Amor
que mueve el sol y las estrellas
hasta el Último Día en que retumbe
el trueno en la trompeta.
Que no lo arrastre a rojos lupanares
ni a los palacios que erigió la soberbia
ni a las tabernas insensatas.
Que no se rebaje a la súplica
ni al oprobio del llanto
ni a la fabulosa esperanza
ni a las pequeñas magias del miedo
ni al simulacro del histrión;
el Otro lo mira.
Que recuerde que nunca estará solo.
En el público día o en la sombra
el incesante espero lo atestigua;
que no macule su cristal una lágrima.
Señor, que al cabo de mis días en la Tierra
yo no deshonre al Ángel

A mi ángel de la guarda

Ya somos sólo la noche, la música, y yo.
Como de niño,
vengo a pedirte que cuides mi jardín.
Ya sé que sólo no puedo.
Custodio de lo más mío
guardián de mi esperanza
atento de mis pasos
vigilá la promesa
del enemigo
de mis apuros
de mis desvíos.

Mi custodio, mi guardián
centinela de la piedra blanca
que el Señor me reservó
poné fuego y espada
en torno a mi jardín.

Variaciones sobre la luz y la sal

Cada tanto la Palabra te muestra otra vez que es una fuente inagotable: esto en realidad no se da tanto ni tan sólo porque de ella uno extrae múltiples enseñanzas, sino sobre todo porque está imbuida del amor de Dios y el amor no cansa sino que renueva por su dinamismo interno.

Pero de todos modos viene bien cada tanto descubrir que hasta de las imágenes más sencillas uno no deja de sacar luces para el camino.

LUZ

Por lo pronto, la imagen de la luz y la sal en este tiempo se me va haciendo cada vez más llamativa por la genialidad de Jesús para entrelazar dos realidades complementarias que brillan más todavía al combinarlas.

La luz y la sal son de por sí dos imágenes sumamente evocativas: hacen referencia a lo cotidiano, a lo que todo el mundo experimenta y al mismo tiempo están cargadas de simbolismo. Me gusta ver que Jesús no dice “sean sal” o “sean luz” sino “ustedes son la sal y la luz”. Quiere hacernos tomar conciencia de lo que ya somos, del don que hemos recibido.

Pero lo interesante es ver que su combinación permite profundizar en la dimensión paradojal, o si se quiere, en la tensión de cruz que tiene la vida del cristiano, nunca atrapada en una sola dimensión.

La sal y la luz hacen referencia a la dimensión oculta y pública de nuestra fe: el cristiano tiene que meterse en medio de las realidades, con un amor muchas veces escondido, pero también dar testimonio público con la parresía que corre de generación en generación por el corazón de la Iglesia.

También puede ayudarnos a entender la tensión Iglesia-mundo: la Iglesia no puede perder su sabor, su identidad, bajo riesgo de perder su sentido; pero no puede dejar de manifestarse y de buscar insertarse en la sociedad y la historia, sin temor a que su luz se diluya. Si pierde su gusto deja de ser Iglesia; si se esconde, se convierte en gueto o en secta (y de ambas tentaciones y ambas caídas conocemos).

La luz y la sal nos pueden servir para entender el amor de Jesús, que da un sabor distinto a la vida sin que a veces lo terminemos de percibir (hasta que nos falta o lo descuidamos) y que otorga un sentido nuevo a nuestra existencia, iluminando toda nuestra vida, toda nuestra casa.

Elogio de lo escondido

Nuestro tiempo cultiva un gusto morboso por la paranoia, las sociedades secretas y las mil conspiraciones que sucesivamente reciben la acusación de dirigir los destinos del mundo. Pareciera que el mal elige esconderse para perpetrar sus designios, para mantener arrinconada y amenazada la vida de mil maneras, a cada cual más sutil.

Sin embargo, el mal tarde o temprano muestra la hilacha. Como los villanos desenmascarados  en las películas, la trama conspiratoria sale a la luz, la sangre se cuela por debajo de la puerta y el escándalo explota a medio día en un estallido de notoriedad. El mal puede servirse del ocultamiento; tarde o temprano, sin embargo, se manifiesta por su propio peso. El mal es ruidoso, molesto y atropellador. Por eso no puede esconderse para siempre, sea porque lo encuentran, sea porque él mismo quiere vanagloriarse de su tarea. 

Por el contrario el bien parece elegir lo oculto como su modus operandi habitual (y algo de esto he podido ver en distintos momentos). Corriendo por las acequias escondidas del mundo están pasando mil gestos de amor desconocidos: esas pequeñas reconciliaciones que nadie conoce sino el que las celebra en su corazón; los “sí” que hacen que la historia siga adelante; los sacrificios de miles de personas; la oración de viejos y de chicos, simples y por eso mismo lanzadas directamente al corazón de Dios; los abrazos…

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Cuesta entender la lógica del amor oculto (por lo menos a mí me cuesta). Pero cuando uno logra adentrarse en esa corriente secreta, cuando podemos por un momento olvidarnos de nosotros mismos e imitar la generosidad del sol, del aire, de los justos escondidos en los resquicios de la historia… se encuentra una alegría indescriptible, un gozo escondido como el tesoro enterrado de la parábola.

lunes, julio 20, 2009

Sobre la primera lectura de hoy (Lunes de la XVI semana del Tiempo Ordinario)

¡Déjanos tranquilos! Queremos servir a los egipcios,
porque más vale estar al servicio de ellos que morir en el desierto

Vivimos extrañando las cebollas de Egipto, con ganas de malgastar la herencia porque tenemos terror a la libertad, miedo de la promesa, horror a la desilusión. Me pregunto si mucho del pecado original no se manifestará en esta dificultad para la confianza en la promesa, si nuestra herida primordial no será la pertinaz resistencia a mirar hacia delante. O tal vez es simplemente el dolor de nuestro tiempo. Tal vez estemos enfermos de desesperanza. Pero también por eso mismo, creo que este es el kairós de la esperanza. Es la hora de los pobres, los contemplativos, los de la noche... la hora de los amantes.

viernes, julio 17, 2009

Buscando imágenes de almendros, me reencontré con esta joyita de J.L. Borges. A veces me pregunto si que haya sido tan buen cuentista y ensayista nos hace desperdiciar al poeta, el Borges que a mí más me gusta:

PARA UNA VERSIÓN DEL I CHING
El porvenir es tan irrevocable como el rígido ayer.
No hay una cosa que no sea una letra silenciosa
de la eterna escritura indescifrable
cuyo libro es el tiempo. Quien se aleja
de su casa ya ha vuelto. Nuestra vida es la senda futura y recorrida.
Nada nos dice adiós. Nada nos deja.
No te rindas. La ergástula es oscura,
la firme trama de incesante hierro,
pero en algún recodo de tu encierro
puede haber una luz, una hendidura.
El camino es fatal como la flecha.
Pero en las grietas, está Dios que acecha.

Frente a la fatalidad, la certeza de que está siempre la posibilidad del kairós, de la gracia, que como tal, suele ser inesperada.... saber que las grietas son el camino que muchas veces elige Dios para manifestarse..

Señor, quiero ser como el almendro:
despertar a tu presencia,
florecer a tu primavera el primero de todos.
Estallar en alegría
cuando todavía parece cernirse la muerte,
ayudar a los otros a despertar:
"¡Ya llega la luz!
¿No la sienten, trepando desde sus raíces?"
Quiero ser como el almendro,
que tiene flores hechas de la espera atenta,
de vigilancia y de noches.
Quiero ser el que renace, el que renace...
y que ayuda a seguir esperando.

miércoles, julio 15, 2009

En la fiesta de San Buenaventura

En un blog que tiene el fuego como leitmotiv, con un autor que admira y venera al Seráfico Doctor, no podía faltar la cita del Oficio de Lectura de hoy. Que Buenaventura interceda para que nunca falten en la Iglesia personas que busquen a Dios, de palabras encendidas que guían y al mismo tiempo dan calor. De las que hacen, como decía Guardini de San Agustín, que la verdad sea cálida y el valor sea lúcido.

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Cristo es el camino y la puerta. Cristo es la escalera y el vehículo, él, que es el propiciatorio colocado sobre el arca de Dios y el misterio oculto desde los siglos. El que mira plenamente de cara este propiciatorio y lo contempla suspendido en la cruz, con fe, con esperanza y caridad, con devoción, admiración, alegría, reconocimiento, alabanza y júbilo, este tal realiza con él la pascua, esto es, el paso, ya que, sirviéndose del bastón de la cruz, atraviesa el mar Rojo, sale de Egipto y penetra en el desierto, donde saborea el maná escondido, y descansa con Cristo en el sepulcro, como muerto en lo exterior, pero sintiendo, en cuanto es posible en el presente estado de viadores, lo que dijo Cristo al ladrón que estaba crucificado a su lado: Hoy estarás conmigo en el paraíso.
Para que este paso sea perfecto, hay que abandonar toda especulación de orden intelectual y concentrar en Dios la totalidad de nuestras aspiraciones. Esto es algo misterioso y secretísimo, que sólo puede conocer aquel que lo recibe, y nadie lo recibe sino el que lo desea, y no lo desea sino aquel a quien inflama en lo más íntimo el fuego del Espíritu Santo, que Cristo envió a la tierra. Por esto dice el Apóstol que esta sabiduría misteriosa es revelada por el Espíritu Santo.
Si quieres saber cómo se realizan estas cosas, pregunta a la gracia, no al saber humano; pregunta al deseo, no al entendimiento; pregunta al gemido expresado en la oración, no al estudio y la .lectura; pregunta al Esposo, no al Maestro; pregunta a Dios, no al hombre; pregunta a la oscuridad, no a la claridad; no a la luz, sino al fuego que abrasa totalmente y que transporta hacia Dios con unción suavísima v ardentísimos afectos. Este fuego es Dios, cuyo horno, como dice el profeta, esta en Jerusalén, y Cristo es quien lo enciende con el fervor de su ardentísima pasión, fervor que sólo puede comprender el que es capaz de decir: Preferiría morir asfixiado, preferiría la muerte. El que de tal modo ama la muerte puede ver a Dios, ya que está fuera de duda aquella afirmación de la Escritura: Nadie puede ver mi rostro y seguir viviendo. Muramos, pues, y entremos en la oscuridad, impongamos silencio a nuestras preocupaciones, deseos e imaginaciones; pasemos con Cristo crucificado de este mundo al Padre, y así, una vez que nos haya mostrado. al Padre, podremos decir con Felipe: Eso nos basta; oigamos aquellas palabras dirigidas a Pablo: Te basta mi gracia; alegrémonos con David, diciendo: Se consumen mi corazón y mi carne por Dios, mi herencia eterna. Bendito el Señor por siempre, y todo el pueblo diga: «¡Amén!»

martes, julio 07, 2009

Una imagen de esperanza

Era día de Preparación, es decir, víspera de sábado. Por eso, al atardecer, José de Arimatea -miembro notable del Sanedrín, que también esperaba el Reino de Dios- tuvo la audacia de presentarse ante Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús.
Pilato se asombró de que ya hubiera muerto; hizo llamar al centurión y le preguntó si hacía mucho que había muerto. Informado por el centurión, entregó el cadáver a José. Este compró una sábana, bajó el cuerpo de Jesús, lo envolvió en ella y lo depositó en un sepulcro cavado en la roca. Después, hizo rodar una piedra a la entrada del sepulcro. (Mc 15, 42-46)

 

Hace un tiempo ya que al meditar la pasión me detengo en la figura de José de Arimatea, sobre todo en el contexto del Evangelio.

Todo el Evangelio de Marcos muestra la dificultad de los discípulos para entender y seguir a Jesús. El miedo se apodera de ellos fácilmente. En el momento de la pasión y la cruz se desbandan. ¡Es el fracaso total del discipulado, como quizás no lo muestre ningún otro Evangelio!

En ese momento de silencio vacío, de ausencia… aparece una figura hasta ahora desconocida, la de José. Cuando todos los nombres que hasta ahora recorrían el camino de Jesús se han desvanecido, alguien se hace presente para realizar un gesto de discípulo. En el peor de los momentos, cuando la muerte parece haber tenido la última palabra, alguien ha elegido el amor.

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La audacia de José es quizás el primer signo de la resurrección. La fuerza transformadora de la Pascua manifiesta un primer fruto en este acto. No está todo perdido: alguien ha querido seguir adelante.

Podríamos pedirle a José que interceda entonces para que nosotros también podamos seguir amando en esos instantes de muerte, perplejidad y desazón.

Acercarse al fuego

lleno de sed, hecho jirones el anhelo

capitular los proyectos

hacerse ofrenda

en la hoguera silenciosa

de cada día

donde el amor sacrifica

donde se está gestando

tu vida y tu promesa

Un tiempo favorable

Los griegos tenían dos palabras para describir el tiempo. Una es cronos, que es el tiempo normal, que transcurre de un momento a otro. La otra es kairós. Quiere decir “tiempo favorable”, “momento oportuno”. Cuando Dios se hace presente comienza un verdadero kairós. Se abre una oportunidad, una ventana que da al tiempo (y a todo lo que se vive en este tiempo) una densidad nueva, distinta y profunda.

Cada tanto uno percibe que está en un kairós. Como un destello en el horizonte, o un impulso de generosidad dentro de uno. Creo que sobre todo lo percibimos porque se mezcla dentro nuestro una rara combinación de miedo y audacia, de entusiasmos y perplejidad… pero supongo que así es siempre que el misterio irrumpe en nuestra vida.

Hay que estar atentos a esos espacios de kairós. Y no dejarlos pasar.