domingo, octubre 30, 2005

Una parábola de la vida

Ciertas situaciones se vuelven para uno parábolas, relatos simbólicos mediante los cuales accedemos a una nueva comprensión de nosotros mismo, de los demás, de la vida o de Dios. Como si la vida comentara el Evangelio, en una especie de círculo de interpretación y profundización constante.

Creo que todos tenemos la experiencia de algún encuentro, algún acontecimiento que adquiere una densidad especial, como si el hecho mismo fuera el trampolín para zambullirse en aguas más profundas.

Esta historia es una de esas parábolas.

Hace dos años acompañaba a un grupo de chicos de Catequesis de Confirmación a una convivencia en Luján. Después de las actividades hicimos el obligatorio paso por la basílica y los infinitos puestos de regalos y recuerdos en torno a ella.

Yo caminaba tranquilo. Conmigo venían una catequista y una de las chicas asistentes a la convivencia, que nos contaba de su vida. Inmigrante, venía con una historia muy difícil desde su país de origen. Sin embargo, se la veía serena, con esa madurez precoz que tienen los chicos que han sufrido mucho.

Cuando llegamos a los puestos, ella frenó en uno donde vendían unas imágenes muy chiquitas de la Virgen. Quería comprar una para la mamá. "¿Cuánto cuestan?", preguntó. "Tres pesos", respondió la vendedora. "Ah", dijo un poco frustrada "¿y esas más chiquitas?" "Uno". Sacó su billetera, contó las monedas y, compró tres, quedándose sin nada en el bolsillo. Tomó las imágenes contentísima y nos dijo "Bueno, esta para mamá" y guardó una en el bolsillo "y estas para ustedes" y nos dio las otras dos a la catequista y a mí.

En seguida vino a mi mente el relato de la viuda del Evangelio, que puso sus dos moneditas en la ofrenda. Dio de su pobreza. Esta chica había compartido de lo poco que tenía para tener un gesto de afecto para con su catequista y conmigo. ¡Y me había conocido ese mismo día!

Guardo esa imagen como un sacramento, una invitación constante a la generosidad con lo que uno tiene y uno es, con la propia pobreza. Nuestras manos, nuestra capacidad de obrar, siempre es limitada en su alcance. Pero si vivimos esos gestos con amor, cobran una intensidad inesperada. Como el regalo de mi Virgencita.


viernes, octubre 28, 2005

Otros poemas

Como últimamente me encontré con bloggers que están muy enganchados con la poesía, mientras voy elaborando un nuevo "elogio" (se viene Miguel Hernández, o Juan Gelman... o alguien), quería poner tres: uno sobre el amor, otro sobre la vida y otro sobre la muerte. El primero es "Oración" de Jorge Olmos. Es una plegaria a la amada. En el fondo, toda experiencia de amor es una experiencia de misterio, puede ser un encuentro místico, un desborde que nos supera, al descubrir la íntima unión y a la vez la máxima diferencia con el otro. Y el lenguaje de la pasión toma prestado el ropaje de la plegaria. El otro es una "Elegía" de Miguel Hernández a su amigo muerto. El último, un poema sobre un nuevo hijo de Juan Gelman. ¡Que les aproveche!

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Oración

He aquí que vengo
en secreto pronuncio tu nombre.
De tu boca el zumo de la vida
agua dulce, miel en mis labios.
Anda, recita sin demora la oración
que arranque de la inmundicia nuestros cuerpos
los hunda en la luz del día
en la tela de la noche los recame.
Muéstrame la fe, la desnudez en el amor
dime cómo deshago este nudo cómo
desencajo el tiempo y te hurto.
Quiero pertenecer a tu misterio
y aún estoy aquí
pronunciando en secreto tu nombre.
Jorge Olmos

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Elegía

En Orihuela, su pueblo y el mío,
se me ha muerto como del rayo Ramón Sijé,
con quien tanto quería.

Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.

Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento
a las desalentadas amapolas
daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.
Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.
No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.

Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.

Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.

Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.

Volverás a mi huerto y a mi higuera;
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera
de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.

Alegrarás la sombra de mis cejas,
y en tu sangre se irán a cada lado
disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.

A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata le requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.
Miguel Hernández

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Tal vez el mundo cabe en la cocina
donde hablamos del hijo.
El futuro es un rostro, un dulce nombre,
una sangre en camino a este camino.

Amor se dice de un extraño modo:
cuna, pañal, la bata.
Estas cosas comunes.
Esas palabras blancas.

El amor ha crecido.
La primavera canta en mi pañuelo.

Juan Gelman

martes, octubre 25, 2005

Un poema de Robert Frost

Quería compartirlo...


The Road Not Taken


TWO roads diverged in a yellow wood,

And sorry I could not travel both

And be one traveler, long I stood

And looked down one as far as I could

To where it bent in the undergrowth;


Then took the other, as just as fair,

And having perhaps the better claim,

Because it was grassy and wanted wear;

Though as for that the passing there

Had worn them really about the same,


And both that morning equally lay

In leaves no step had trodden black.

Oh, I kept the first for another day!

Yet knowing how way leads on to way,

I doubted if I should ever come back.


I shall be telling this with a sigh

Somewhere ages and ages hence:

Two roads diverged in a wood, and I—

I took the one less traveled by,

And that has made all the difference.
Robert Frost (1874-1963), en Winter Interval