viernes, septiembre 09, 2005

Elogio de Neruda

Nueva sección, "Elogios". De a poquito voy a ir sacando algunas semblanzas de autores que admiro. Empiezo con el primer poeta que conocí...

Yo tomo la palabra y la recorro
como si fuera sólo forma humana,
me embelesan sus líneas y navego
en cada resonancia del idioma:
pronuncio y soy y sin hablar me acerca
al fin de las palabras al silencio.
La Palabra

Tenía 16 años cuando compré mi primer libro de poesía. Era una edición de "Veinte poemas de amor y una canción desesperada, de Pablo Neruda, que incluía una antología poética de varios de sus libros.

Ese año habíamos empezado a leer poesía en nuestro curso de literatura. Entre los poemas estudiados estaba "Oda al niño de la liebre", que me hizo adquirir una percepción distinta de lo que era la poesía. Meses después, entraba tímidamente en una librería para comprar el libro, que fue mi puerta al mundo de Neruda y su vasta obra.

Creo que a Neruda le cabe perfecto esa de denominación de Teilhard de Chardin, la de "hijo de la tierra". Sus versos están enamorados de lo terreno, desde el amor, las mujeres y el sexo hasta lo más trivial y cotidiano, como la cebolla y las naranjas... o un chiquito que intenta vender su liebre muerta al costado de la ruta. Quiso cantar a todos y a todo. Recorrió América y su historia con su "Canto General", transitó por el poema de amor regalándonos joyas como el último de los "Veinte poemas de amor" y tantos otros.

Muchos le reprochan que ha escrito demasiado. Pero creo que él hubiera dicho que escribió poco, poquísimo. Que no le alcanzó la vida y la tinta - aunque le alcanzaba y le sobraba el corazón, como a todos los poetas, que tienen un corazón demasiado grande y unas manos tan humanamente pequeñas - para escribir todo lo que hubiera querido.

Murió en 1973, de amor y de tristeza por Chile.

Quizás ahora sea, más que nunca, el poeta que quiso ser: invisible, recibiendo la vida de la gente para hacerla canto, desparramada su alma inmensa por todo el mundo.

Dadme para mi vida
todas las vidas,
dadme todo el dolor
de todo el mundo,
yo voy a transformarlo
en esperanza.
Dadme
todas las alegrías,
aún las más secretas,
porque si así no fuera,
¿cómo van a saberse?
Yo tengo que cantarlas,
Dadme
la lucha
de cada día
porque ellas son mi canto,
y así andaremos juntos,
codo a codo,
todos los hombres,
mi canto los reúne:
el canto del hombre invisible
que canta con todos los hombres.