sábado, diciembre 11, 2010

Desilusionarse (Sobre el 3° Domingo de Adviento)

"¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?" ¡Qué cruda la pregunta de Juan el Bautista! No tanto para Jesús, pero sí para él mismo. Hay que animarse a preguntar algo que puede romper con nuestras esperanzas y previsiones. Al decir esto se juega el todo por el todo. 

A Juan le pasa lo que a varios de nosotros en distintos momentos de nuestra vida: hemos creído que Jesús es Dios, que es el Mesías, pero no terminamos de creer o de aceptar su manera de serlo. Tenemos que vivir una "segunda vuelta" de nuestra fe, que muchas veces la vivimos cuando un dolor o una crisis entra en nuestra vida. Más allá de las diferentes cosas que uno vive y escucha frente a la dimensión crítica de nuestro camino, hay algo que es cierto. Toda crisis implica una cierta desilusión. Una pretensión nuestra, una expectativa se quiebra, un sueño se esfuma. Pocas experiencias son tan dolorosas como esta, cuando algo que anhelábamos se nos deshace y nos deja con las manos vacías de futuro. 

Pero en estas desilusiones está muchas veces la semilla de un camino nuevo, más profundo y real. Es ahora cuando podemos empezar a vivir desde la autenticidad, cuando el otro y yo mismo podemos mirarnos desde lo que somos y elegirnos desde nuestra verdad, y no a partir de nuestras fantásticas idealizaciones. En muchas de nuestras expectativas hay una omnipotencia y un narcisismo escondido que gracias a Dios quedan heridos de muerte al vivir estas crisis. 

En mi primer año de seminario, uno de mis formadores me hablaba de esto, y me dijo algo que se grabó profundamente en mi memoria: "Cuando nos desilusionamos, no perdemos nada, porque simplemente se ha esfumado eso: una ilusión. No la realidad". 

Juan el Bautista encontró en las palabras de Jesús los signos de un mesianismo diferente pero mucho más profundo y fiel a la Palabra de Dios que el que él se había imaginado. Su ilusión tenía que deshacerse para despertarse a algo más luminoso y grande que Dios le ofrecía. Tal vez tengamos que protestar menos cuando algún proyecto se nos cae de la manos, porque probablemente el Señor nos esté preparando algo mejor. O por lo menos, más real. 

viernes, diciembre 10, 2010

Miedo de amar II

Nos retobamos, escapamos, ponemos excusas para no ser invitados a la fiesta (probablemente porque intuimos que no estamos a la altura de la participación), o tememos el momento del encuentro... pero cuando nos entregamos, nos damos cuenta que era lo mejor que nos podía pasar en la vida.

martes, diciembre 07, 2010

Sobre los miedos

Vengo pensando mucho sobre los miedos últimamente. Los propios y los ajenos. Es notable como el miedo es una fuerza conductora de muchísimas opciones y estilos de vida, a veces sutilmente escondido detrás de la racionalidad, la prudencia y el buen tino. 
¿De dónde viene el miedo? En la Biblia la primera vez que aparece es cuando el hombre se da cuenta de que está desnudo al comer del árbol del conocimiento del bien y del mal, cuando quiere erigirse en su propio Dios. Pareciera entonces que hay una relación entre el miedo y la individualidad a toda costa, el querer erigirse como sostén y controlador de todo y percibir al mismo tiempo que esto es imposible. ¿Será que el miedo brota cuando percibimos esa fragilidad y no nos animamos a manifestarla? Y así nos escondemos mientras Dios pregunta "¿dónde estás?".

Pero también es cierto que hay un miedo a dejar que lo más propio salga a la luz. Cuando nos dejamos llevar por la corriente, cuando elegimos lo fácil frente a lo conflictivo en aras de una falsa paz de cadáveres, cuando nuestros sueños se ahogan antes de empezar a nadar. Es el miedo de la promesa, el miedo a la desilusión del amor. El que hace que no digamos quiénes somos y que no nos juguemos porque tal vez no seamos suficiente para el otro, o para el lazo, o para la comunidad, o para la misión... El miedo que hace que Pedro diga "Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador". Ese miedo que nos hace más de una vez empujar lejos de nosotros a los que nos quieren y por eso mismo son una amenaza (como decía tan bien Borges en su poema citado recientemente). 

El camino, creo, pasa por el amor y la confianza. Abrirse al otro y la promesa que trae consigo, porque es así como se disipan las ilusiones de pesadilla generadas por el miedo. Sólo un amor más grande que nuestros temores puede llevarnos más allá. Nadie lo dijo mejor que esa frase fabulosa de la primera carta de Juan:

En el amor no hay lugar para el temor: al contrario, el amor perfecto elimina el temor, porque el temor supone un castigo, y el que teme no ha llegado a la plenitud del amor. (1 Juan, 4, 18)