martes, junio 24, 2008

Sobre la contemplación

Dios vio todo... y vio que era bueno. Dios ve, con una mirada profunda, que transmite su belleza al objeto de su visión. La mirada de Dios crea belleza. Nadie mira como mira Dios. No es el ojo escrutador que a veces imaginamos. Es la ternura hecha visión, es esa mirada que afirma y crea.

Nunca nadie miró así... hasta que los ojos de Jesús miraron a María y por primera vez alguien contemplaba el mundo con ojos humanos y mirada de Dios. Es la mirada que ama cuando descubre la potencialidad oculta en el joven rico; la que puede ver la fe en el corazón de los amigos del paralítico; la que puede ver dos moneditas de cobre que esconden la vida ofrendada de la viuda... la mirada que suscita el arrepentimiento de Pedro y la confianza del leproso.

Nosotros tenemos la mirada oscurecida, velada... algo nos impide descubrir la presencia de Jesús a nuestro lado. Pero él nos explica las Escrituras y hace que nos arda el corazón. La Palabra de Jesús, justamente, despierta en nosotros la fe, y, como dice Pablo, al que se convierte al Señor, se le cae el velo.

La fe, entonces, nos regala una mirada nueva sobre la realidad... el que cree puede contemplar, descubrir en cada cosa la presencia escondida de Dios. Contemplar, para el cristiano, es descubrir la belleza del Creador en cada aspecto de su obra. Pero también es reconocer la huella de su amor que permanece imborrable aún en la persona más miserable... es descubrir su mano compañera en los momentos de dolor... es mirar hacia atrás en nuestra historia y poder percibir el hilo de su misericordia. Más aún: el contemplativo puede descubrir en el pobre y el sufriente el grito de Jesús crucificado. Puede percibir el paso resucitador del Dios de la vida en medio de la muerte.

Esto sólo se aprende en la intimidad con el Maestro y en el ejercicio constante de mirar nuestra realidad. Hay que pedirle al Espíritu Santo que realice en nosotros ese doble movimiento: llevarnos a la intimidad con Jesús e introducirnos en una experiencia cada vez más honda de la realidad. Para poder mirar las cosas desde el corazón de Dios. Para poder percibir la luz de Dios brillando en todo y en todos...

Lectura recomendada

Estoy disfrutando muchísimo del libro de Ronald Rolheiser "En busca de espiritualidad". Tiene una doble virtud: es sencillo y profundo a la vez. Sobre todo, es un libro que tiende puentes: conecta la riqueza de la tradición espiritual cristiana con lo mejor de la percepción contemporánea del mundo. Ya postearé algo más sobre lo que el libro me sugiere. Mientras, recomiendo ampliamente su lectura.

lunes, junio 23, 2008

Encontrar nuestra verdad

Empezamos una escuela misionera en nuestra parroquia. La idea es que los jóvenes de la comunidad que se quieran preparar para ir a misionar en el verano hagan un camino comunitario de oración y aprendizaje. Parte de la propuesta es que en cada encuentro escuchen un testimonio misionero.

Un chico de la comunidad que tiene una larga experiencia en esto compartió, sencilla y cálidamente, lo que había vivido en las misiones. Y en un momento dijo una frase que me impactó: "En la misión soy el que quiero ser".

Ese es uno de los frutos más gozosos de la misión: empezar a descubrir la alegría de ser un don para los demás. Y vivir la paradoja, tan evangélica, de encontrarse en el mismo momento en que uno se olvida de sí.

Recordé un texto de Thomas Merton en sus Pensamientos en Soledad donde él dice que uno empieza a vivir su vocación en el momento en que deja de preguntarse si la está viviendo. Es decir, en ese momento en donde el propio corazón, sin fisuras ni desvíos, se entrega de lleno al momento presente.

Ojalá que la misión sirva para que muchas más encuentren, en el servicio y la oración, ese momento sublime donde nuestra luz interior sale al encuentro de los demás. Es la hora de la revelación y el amor, del llamado y la respuesta. La hora de la misión.

viernes, junio 20, 2008

A veces es necesario
convertirse en oración
consumirse
en el grito
hasta que todo
es grito
ni siquiera palabra
vacío de palabra
vacío de todo
salvo
del deseo
puro hueco
puro grito
pura oración

Un hallazgo

Estoy disfrutando todas las noches un poco de la "Antología rota" de León Felipe. Había leído poemas sueltos suyos en diversas antologías pero nunca hasta ahora tuve le oportunidad de leer su obra de modo más completo y sistemático. Me gusta mucho, salvo cuando se pone muy modernista y medio recargado... pero si no, tiene una fuerza enorme en sus palabras. Ya iré poniendo más cosas sobre él.



EL POETA Y EL FILÓSOFO

Yo no soy el filósofo.
El filósofo dice: Pienso… luego existo.
Yo digo: Lloro, grito, aúllo, blasfemo… luego existo.
Creo que la Filosofía arranca del primer juicio. La poesía, del primer lamento. No sé cuál fue la palabra primera que dijo el primer filósofo del mundo. La que dijo el primer poeta fue: ¡Ay!
¡Ay!
Éste es el verso más antiguo que conocemos. La peregrinación de este ¡Ay! por todas las vicisitudes de la historia, ha sido hasta hoy la Poesía. Un día este ¡Ay! se organiza y santifica. Entonces nace el salmo. Del salmo nace el templo. Y a la sombra del salmo ha estado viviendo el hombre muchos siglos.
Ahora todo se ha roto en el mundo. Todo. Hasta las herramientas del filósofo. Y el salmo ha enloquecido: se ha hecho llanto, grito, aullido, blasfemia… y se ha arrojado de cabeza en el infierno. Aquí están ahora los poetas. Aquí estoy yo por lo menos.
Éste es el itinerario de la Poesía por todos los caminos de la Tierra. Creo que no es el mismo que el de la Filosofía. Por lo cual no podrá decirse nunca: éste es un poeta filosófico.
Porque la diferencia esencial entre el poeta y el filósofo no está, como se ha creído hasta ahora, en que el poeta hable con verbo rítmico, cristalino y musical, y el filósofo con palabras abstrusas, opacas y doctorales, sino en que el filósofo cree en la razón y el poeta en la locura.

El filósofo dice:
Para encontrar la verdad hay que organizar el cerebro.
Y el poeta:
Para encontrar la verdad hay que reventar el cerebro, hay que hacerlo explotar. La verdad está más allá de la caja de música y del gran fichero filosófico.

Cuando sentimos que se rompe el cerebro y se quiebra en grito el salmo en la garganta, comenzamos a comprender. Un día averiguamos que en nuestra casa no hay ventanas. Entonces abrimos un gran boquete en la pared y nos escapamos a buscar la luz desnudos, locos y mudos, sin discurso y sin canción.
Además, los poetas sabemos muy poco. Somos muy malos estudiantes, no somos inteligentes, somos holgazanes, nos gusta mucho dormir y creemos que hay un atajo escondido para llegar al saber.

Y en vez de meditar como el filósofo o de investigar como los sabios, ponemos nuestros grandes problemas en el altar de los oráculos o dejamos que los resuelva aleatoriamente una moneda de diez centavos.
Y decimos, por ejemplo: Puesto que no sé quién soy… que lo decida la suerte.
¿Cara o cruz?