lunes, septiembre 28, 2009

A las andadas con San Juan de la Cruz

Un compañero de lujo de este año ha sido (y es) San Juan de la Cruz. Ya escribí algo sobre él en un post anterior. A través de una biografía excelente de José María Javierre y de algunos prestigiosos sanjuanistas, busco acercarme al santo. Una de las más agradables sorpresas es encontrarme a alguien profundamente humano y cálido, justamente porque está tomado por la gracia. Sin el carisma y la simpatía de Teresa: más parco y sobrio, pero quizás por eso más accesible en alguna cosa que La Grande.
Además de retomar mi lectura del cántico, estuve leyendo hoy sus "Dichos espirituales". Y entre ellos encontré este que me llamó la atención, la "oración del alma enamorada":


¡Señor Dios, amado mío! Si todavía te acuerdas de mis pecados para no hacer lo que te ando pidiendo, haz en ellos, Dios mío, tu voluntad, que es lo que yo más quiero, y ejercita tu bondad y misericordia y serás conocido en ellos. Y si es que esperas a mis obras para por ese medio concederme mi ruego, dámelas tú y óbramelas, y las penas que tú quisieras aceptar, y hágase. Y si a las obras mías no esperas, ¿qué esperas, clementísimo Señor mío?; ¿por qué te tardas? Porque si, en fin, ha de ser gracia y misericordia la que en tu Hijo te pido, toma mi cornadillo , pues le quieres, y dame este bien, pues que tú también lo quieres.

¿Quién se podrá librar de los modos y términos bajos si no le levantas tú a ti en pureza de amor, Dios mío?

¿Cómo se levantará a ti el hombre, engendrado y criado en bajezas, si no le levantas tú, Señor, con la mano que le hiciste?

No me quitarás, Dios mío, lo que una vez me diste en tu único Hijo Jesucristo, en que me diste todo lo que quiero. Por eso me holgaré que no te tardarás si yo espero.

¿Con qué dilaciones esperas, pues desde luego puedes amar a Dios en tu corazón?

¡Qué lejos está San Juan del rigorismo y el desprendimiento a rajatabla que algunos le achacan! Yo no soy un experto en su doctrina, pero de lo poco que he visto, abundan textos como este donde el corazón de Juan de la Cruz se revela profundamente abierto al don, enamorado, apasionado. Pocos que vibren con la intensidad de este místico. Pocos, porque pocos se animan a dejarse prender fuego por la llama de amor viva.

martes, septiembre 22, 2009

Cada tanto vale la pena tener un gesto loco de amor.
No pensarlo tanto. No medir. No calcular. Y lanzarse.
Tal vez nos demos algún topetazo...
pero estamos tan enfermos de estadísticas,
miedos y probabilidades,
que prefiero una herida real
a cualquier paz de sepulcro que me vendan.

lunes, septiembre 21, 2009

Oración para poder compartir, hablar y escuchar

Me pidieron una oración-meditación en torno al hablar y compartir para un grupo que está preparando un retiro. ¡Ahí va!


Jesús, vos nos dijiste en tu Evangelio “Donde dos o más se reúnen en mi nombre, yo estoy en medio de ellos”. La certeza de tu presencia entre los hermanos es lo que nos impulsa a reunirnos. Sabemos que en cada uno de nosotros tu amor brilla con luz propia. Pero cuando nos encontramos para compartir la fe, para abrir el corazón, esa luz cobra una intensidad única e irrepetible.

Sabemos que muchas veces no es fácil encontrarnos y compartir. Hay muchos miedos en el corazón, muchas trabas que nos impiden ser auténticos, que nos privan de revelar tu presencia escondida dentro nuestro o reconocer la que late en el corazón del hermano.
Nuestros prejuicios, la preocupación por el qué dirán o la inquietud de querer responder antes de terminar de escuchar.

Sin embargo, queremos hoy repetir el milagro del encuentro que se dio por primera vez en aquel Cenáculo, donde tus discípulos se reunieron junto con María para orar. Queremos abrirnos a la presencia de tu Espíritu Santo. Él es el fuego que derrite nuestras muros; es el agua vive que disuelve nuestras dudas y máscaras. Es el lazo que nos une con ese amor que brota del corazón mismo de Dios.

Jesús, envianos ese Espíritu de compartida y encuentro, esa fuente de gracia que nos abre los ojos para que podamos descubrir el regalo de tener hermanos con quienes compartir nuestra fe, nuestro camino, nuestras búsquedas. Que podamos experimentar así este misterio de las realidades del corazón: que la alegría compartida se hace aún más grande y el dolor comunicado se hace aún más pequeño.

Que ese Espíritu nos abra los ojos y los oídos para contemplar y escuchar al otro como vos lo hacés: llenos de admiración y de aprecio, de amor y estima porque el otro es una historia sagrada que de golpe se me comparte, porque el otro es una herida que pide compasión y consuelo; el otro es el consejo que estaba esperando, la palabra que necesitaba para seguir mi camino.

Ayudanos a descubrir que somos aprendices y maestros los unos de los otros, porque en cada uno estás hablando vos, susurrando palabras de amor detrás de nuestras torpes palabras humanas.

Sólo entonces podremos vivir como hermanos, porque podremos compartir de corazón a corazón, y así crecer en ese misterio de unidad que es tu Iglesia, tu comunidad. Sabemos que esto no es poco. Que si vivimos en el amor de hermanos, ese amor mutuo que lleva tu sello inconfundible, el mundo sabrá que somos tuyos, que somos tus discípulos y misioneros.

Como en el día de la resurrección, te pedimos que te hagas presente en medio nuestro. Que podamos escuchar tus palabras de paz, de alegría y perdón. Y así como vos nos compartís tus palabras, nosotros podamos hacer lo mismo con los demás.

Confiamos en la intercesión de María, señora de la Escucha y la palabra, que supo escuchar y hablar, preguntar y alabar. Que ella, que te llevó a vos, Palabra de encuentro y vida, en su vientre, nos ayude ahora a llevar a los demás palabras de amor y a recibir las suyas para que así siga creyendo su comunidad, su Iglesia. Amén.

viernes, septiembre 18, 2009

Ser parte de algo nuevo



Todos tenemos la posibilidad de evangelizar en cada momento y situación de nuestras vidas. Pero cuando uno tiene la oportunidad de comenzar algo, de abrir las puertas de la Iglesia y del corazón de Jesús por primera vez a alguien o a un grupo, esa es una verdadera gracia, un verdadero regalo. Porque uno puede experimentar al mismo tiempo lo frágiles y chiquitos que somos (y eso nos hace más humildes) y lo grande que es Dios. Es necesario tener fe, sin embargo. Fe y esperanza para confiar en la obra de Jesús y para adivinar lo grande que Dios está gestando en este principio humilde.
Jesús “no vino a ser servido sino a servir, y a dar su vida en rescate por una multitud” (Mc 10, 45). El camino de Jesús pasa por poner al otro en el centro: el plan del Padre y las necesidades de los hermanos; la voluntad de Dios y el dolor de los pobres. Toda la vida pública de Jesús es un gesto constante de servicio. Al leer las páginas del Evangelio nos encontramos con alguien que se vuelca totalmente y sin reservas hacia aquellos que lo requieren. 

Y esto no se da de un modo genérico, indistinto. ¡Al contrario! En Jesús se combinan un amor apasionado y compasivo para con todos y una adaptación a las necesidades y situación de cada persona. Para cada uno, un gesto y una palabra distintos; para todos, un amor incondicional y sin límites. 

Más aún: Jesús relaciona el servicio con su entrega pascual. El gesto de amor máximo es el que realiza en la cruz, donde todo se pone a disposición nuestra. Lava nuestros pies con el agua y la sangre de su costado. Toma sobre sí lo que nos pesa para cargarlo y liberarnos. 

Al mismo tiempo, nosotros vivimos nuestra entrega pascual en el día a día del servicio. Es allí donde nos asimilamos a Cristo, donde él nos transfigura para hacernos un reflejo más fiel de su presencia. Es en el día a día del servicio donde hacemos la experiencia de la muerte y la resurrección: morir a nuestro egoísmo, a nuestras mil pequeñas mezquindades para resucitar a una existencia nueva, donde es el otro el que ocupa el foco de nuestras energías y preocupaciones. Jesús nos ha mostrado que el servicio es, para el discípulo, el camino de la plenitud: “Ustedes serán felices si, sabiendo estas cosas, las practican”. 
Ayer me pidieron una meditación para un momento de adoración. Salió esto. ¡Espero que les guste!




Estamos aquí para dejarnos amar por Jesús.

Estamos reunidos porque queremos, porque necesitamos que Él nos mire. Porque sólo su mirada recrea. Sólo su mirada transforma.

Desde el principio, Dios “Dios miró todo lo que había hecho, y vio que era muy bueno. “ Así sigue siendo hoy. Nos mira, a cada uno de nosotros, y nos dice “Qué bueno es que existas”. No dice “tenés que ser bueno”; nos dice que “somos buenos”, que es bueno que nosotros seamos. Y punto. El desafío, entonces, es encontrar esta mirada de amor, que vive en lo más profundo de nuestro corazón.

Esto no es fácil, pues vivimos sujetos a distintas miradas. Desde el principio, cuando la mirada de nuestra madre nos fue ayudando a sentirnos una persona, alguien amado, deseado y cuidado. La mirada de quienes nos aman nos va haciendo alguien: alguien con un lugar, con una manera, con un modo de ser y de obrar. No todas las miradas son iguales: algunas nos afirman y nos liberan. Otras, en cambio, nos detienen en el camino; nos hieren y nos llenan de temor e inseguridad.
Esas miradas, tanto las que nos hacen crecer como las que lastiman y llenan el corazón de inquietud se vuelven parte nuestra y tiñen nuestro propio mirar: nuestra perspectiva, nuestro punto de vista esta profundamente influido por ese amasijo de miradas que han marcado nuestro camino.

Cuando las heridas gritan fuerte, cuando nos sentimos frágiles y dudamos del amor es cuando el pecado entra en nuestra vida: nos enceguecemos y ya no podemos ver. Así quedamos muchas veces a oscuras. La luz se vuelve una desconocida y el amor deja de alumbrarnos los pasos. Nos vamos quedando al borde del camino.





Por suerte, cada tanto, alguien vuelve a hablarnos de Jesús. Nos animamos a acercarnos a él, a pedirle que podamos volver a ver. Y entonces nuestros ojos se abren a su mirada: esa mirada que no juzga, que no condena, y que llega hasta lo más profundo... la mirada de Jesús, que despierta todo lo que hay de bueno, de noble y de puro en el corazón del ser humano. La mirada que nos libera y nos resucita. Esa mirada creadora, que nos dice “qué bueno es que existas”.

Esa mirada que, sorprendentemente, tiene sed de nuestra mirada, de nuestro amor. Jesús quiere que lo miremos, que tengamos los ojos fijos en Él. Porque sabe que sólo en sus ojos está el secreto de nuestra vida; sólo si lo miramos fijo podemos mantenernos en este caminar sobre las olas que es nuestra existencia. 

jueves, septiembre 10, 2009

Sobre la Iglesia (IV)

El misterio de Jesús es un misterio de unidad: “murió el sólo para no ser más él sólo”, dijo San Agustín. Él se entregó para que nosotros, divididos por nuestros pecados y miserias, podamos ser uno. Ese es su mayor deseo, su oración al Padre: “que todos sean uno… para que al verlos, el mundo crea”. La unidad (que no es uniformidad, sino comunión de amor y de misión), nace del corazón orante de Jesús, de su intercesión constante al Padre por nosotros. Por eso no se puede ser cristiano sino en comunión con otros, en Iglesia.

Nosotros también nos sabemos parte de ese sueño de Jesús y del Padre que se realiza por la acción del Espíritu. Y sabemos también que vivir cada día más unidos es nuestro anhelo, pero es además una lucha. No siempre es fácil vivir juntos, ni encontrar los caminos para fortalecer nuestra fraternidad. Vivir en comunión implica muchas veces renuncia, sacrificio y en todo momento un esfuerzo constante por crecer en el amor. Además, podemos más de una vez quedarnos en sentimientos y buenos deseos y olvidar darle cauce concreto a nuestro trabajo por la unidad. Pero si la Iglesia de Jesús es un misterio al mismo tiempo visible e invisible, sabemos que la gracia que hemos recibido tiene que tomar también una dimensión estructural.





La preparación no atenta contra la espontaneidad o la calidez. Cuando vemos a un gimnasta saltar con gracia entre trapecios, o a un músico ejecutar una pieza con maestría, nos parece que lo que está haciendo es fácil por la naturalidad y soltura con la que encara su tarea. Pero el artista sabe la enorme cantidad de trabajo y empeño que hay detrás de esa ductilidad. 

Esto no es querer ocupar el lugar de la providencia. Paradójicamente, cuanto más uno se dedica y se entrega, más crece la certeza de que es Dios quien finalmente hace todo. Y al mismo tiempo dicha certeza nos permite entregarnos más de lleno a lo nuestro: yo no tengo que hacer todo, ni encargarme de todo, sino vivir lo mejor posible aquello que se me confía.

miércoles, septiembre 09, 2009

"... ustedes han resucitado con Cristo..." (Col 3, 1)

Hay algo de cielo en nuestra existencia, algo irrevocable e indestructible, inocente y frágil, un núcleo de paraíso recuperado o de parusía anticipada que nada ni nadie nos puede quitar. Es cuestión de buscarlo, o mejor, de darse cuenta que ya está allí, en nuestro interior, esperándonos.

lunes, septiembre 07, 2009

Lecciones de Sushi: dejar los palillos

Un gran amigo tiene un restaurant de sushi. Comer sushi es una experiencia sumamente entretenida porque no sólo es muy sabroso y original, sino que además mantiene una carga de ritualidad que lamentablemente nuestras comidas occidentales han perdido.
Entre otras cosas, algo interesante es que es de mala educación tener los palillos en la mano mientras se come. Es necesario dejarlos en la mesa (en un pequeño plato pensado para eso), terminar la pieza y sólo entonces volver a tomarlos. Además, se recomienda comer un poco de las hierbas que adornan el plato para limpiar la lengua y prepararla para saborear la próxima pieza, o maki. Así la comida se disfruta más y también se prolonga el tiempo del encuentro.
Me quedé pensando en como del mismo modo hay muchas realidades de la vida que no pueden (bajo riesgo de indigestión o peor) apresurarse en su asimilación. Es necesario tomarse su tiempo. Dejar los palillos en la mesa y detenerse en el sabor de lo que uno está viviendo para incorporarlo más plenamente y así también poder percibir los matices de cada instante. El que no sabe saborear tampoco puede distinguir, y así cada momento pierde su gracia y su particularidad.
Dejar los palillos es el símbolo de una actitud distinta: frente a los demás, frente a la naturaleza, frente a la Presencia que pide recogimiento y lentitud de pasos y gestos... para poder percibir mejor el sabor de cada cosa y hacerlo propio.


domingo, septiembre 06, 2009

Todo lo has hecho bien, Señor.

En tus manos está la fuerza del Reino,

la semilla del principio inalterado.

Cuando la fe se abre como surco,

tu fuerza siembra vida nueva

y nos abrimos a la escucha

de un amor más profundo

que sólo permanece oculto

para quien no quiere oír.

guerison_par_Jesus

Nunquam deformata

Imagen004 Vengo de estar esta semana en unos sencillos y ricos días de retiro en un lugar lindísimo de mi diócesis llamado Santa María del Encuentro. En la ermita donde recé y descansé estos días tenía una imagen de San Bruno, fundador de los cartujos, que me acompañaba cuando oraba delante del Santísimo.

Cual sería mi sorpresa cuando al llegar a la parroquia y pasar hoy por la santería parroquial encontré, recién llegada ¡la misma imagen! En un tamaño menor, pero idéntica. La tengo a préstamo por unos días y me mira mientras escribo este post. ¿Será una invitación al silencio?

En todo caso, verla me da mucha paz. Es un pequeño sacramento de estos días de intimidad.