martes, marzo 24, 2009

Delante del misterio de la cruz, todo se quiebra.

En el silencio del calvario, nuestras pretensiones de tener siempre razón cesan: Dios ha elegido otro lenguaje y otro modo de expresarse.

Las manos clavadas recuerdan que hasta la acción más pura puede tener su deseo de imponerse y aplastar: el amor en algún momento se detiene y se entrega sin forzar.

La desnudez herida muestra que el camino del amor se despoja inclusive de la propia piel para acercarse al otro.

Y el costado abierto es el lugar de la revelación, es la máxima paradoja: la herida vivificante, el hueco que se convierte en hogar, la muerte hecha vida para todos. Para mí. Para vos.

Romano Guardini decía que el primer movimiento del amor es bajar los brazos. Es la condición indispensable para el encuentro: permitirse la vulnerabilidad, bajar las defensas… renunciar a todo intento de aferrar y retener. Es uno de los mayores riesgos, pero es también el único modo de vivir una vida verdadera.

No es fácil, ciertamente, por eso muchas veces nos conformamos con los sucedáneos del amor: el control, la obsesión, la sobreprotección. Supongo que en general, lo que nos pasa es que no aceptamos un amor puro: lo mezclamos con un poco de estos reemplazos.

Pero si el amor es verdadero, lleva dentro de sí la semilla de su resurrección… y va de a poco despejando todo hasta emerger plenamente en nosotros. Es la hora de la luz y de la alegría, cuando el abrazo es verdadera libertad, es estrechar los brazos pero a la vez hacer espacio al otro.

jueves, marzo 19, 2009

El camino se hace borroso a partir de ahora.

Las huellas de los otros  viajeros ya no son parte de mi ruta.

Llega la hora de horadar senderos nuevos.

¿Y cómo saber hacia dónde ir? Muchas cosas han ido quedando atrás, para aligerar la marcha.

Pero el norte sigue siendo el mismo.

Y el horizonte que llevo dentro sigue teniendo tus ojos.

martes, marzo 17, 2009

San Sergio de Radonezh confiaba en que “por la contemplación de la Santa Trinidad venzan el odio desgarrador del mundo” todos aquellos que se sumerjan en el misterio de Dios. Frente a la bronca, la competitividad, el deseo de vencer a toda costa y de aplastar al otro; frente a la indiferencia y la injusticia que agrandan los abismos; frente al egoísmo y el pecado… entrar en el misterio de amor ofrecido, del don constante de sí mismo que uno descubre en el corazón de Dios.

Pienso que el cristiano de hoy tiene que ser especialmente consciente de su raíz trinitaria si quiere aportar algo a este mundo roto y cansado. En la Eucaristía, contemplar y participar de este misterio que es salvación para nosotros, que se nos revela especialmente diáfano en la Pascua que renovamos cada día.

viernes, marzo 13, 2009

Dondequiera que estés, no tengas miedo de empezar de nuevo. Cada momento tiene dentro de sí una semilla de misericordia y esperanza que Dios depositó para vos. Cada instante puede ser una renovación, si te abrís a su amor.

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¿No lo ves? En las cenizas de tu dolor y tu arrepentimiento ya está naciendo un fuego nuevo. Es el Espíritu Santo, que trae hasta nuestras oscuridades la llama de la resurrección. Él es el resucitador, el que trae a nuestro mundo avejentado la novedad eterna de Dios, que es su Pascua. Es entrar con comunión con Cristo también ahora, especialmente ahora.

Viernes de la segunda semana de Cuaresma

Dios no deja de buscarnos ni de esperar fruto de nosotros. Esta parábola es una síntesis de la historia de salvación. Frente al rechazo, Dios lo único que hace es redoblar la apuesta, ofrecer más posibilidades. Es llamativo que aunque la gente dice que el dueño eliminará a los viñadores homicidas, para Jesús el final queda más abierto. Los viñadores perderán su viña, pero no habrá castigo, o mejor dicho: se perderá la viña, castigo peor que ninguno. Pero sobre todo lo llamativo es que el rechazo aquí se vuelve oportunidad para que Dios revele más hondamente su amor.

jueves, marzo 12, 2009

Jueves de la Segunda Semana de Cuaresma

Un texto decía que el abismo entre Lázaro y el rico Epulón se había construido con cada paso que el rico no dio hacia Lázaro en vida. Aún en la muerte, Epulón no habla con Lázaro, y lo considera un inferior, un siervo. El abismo del egoísmo y la mezquindad es realmente desesperante.

Lazarus and the Rich Man, 1865

Sólo Jesús puede franquear este abismo, rompiendo nuestra miseria en mil pedazos, esa miseria que nos hace acumular y aislarnos, para entrar en el círculo del don y la compartida. Sólo el fuego nos puede llevar al camino de la ofrenda y el don de sí. Jesús es realmente el puente, no sólo entre nosotros y Dios, sino también entre nosotros y los hermanos. 

Vivir el servicio, para el cristiano, es mucho más que una actitud o un gesto. Es descubrir que la pascua se hace carne justamente en cada iniciativa, en cada oportunidad de darse al otro, de poner al otro en el centro, como lo hace Jesús. Servir y dar la vida… servicio y cruz, misión y Pascua…

Es también, redescubrir la paradoja de perder la vida para encontrarla. En esta cultura que guarda tanto su vida por miedo a quemarla para terminar desfogándola en cualquier cosa, entrar en esta paradoja nos puede, literalmente, salvar. Nos hace entregar aquello que más preciamos para recuperarlo al ciento por uno.

En el servicio me pierdo para encontrar mi yo más sincero, mi verdad más profunda. Sólo el que tiende la mano puede encontrar su misterio, que casi siempre está escondido en el corazón de los otros, que necesita de la voz de los hermanos para salir a la luz.

domingo, marzo 08, 2009

No todos los dolores son malos, ni indeseables. Hay heridas que hablan de los anhelos profundos que llevamos dentro, y hay que tener cuidado de no cerrarlas, por lo menos no a las apuradas. Si hay voces internas que nos arrastran y nos absorben, hay otras que nos impulsan hacia adelante, que se convierten en oración y servicio, en preguntas fecundas. Hay llagas que uno no quiere curar porque intuye que de algún modo son espacios abiertos por donde la gracia se abrirá paso. Quizás algunas veces se trate de eso, no de buscar inútilmente cerrar esas heridas (llevados en alguna oportunidad por un deseo de omnipotencia e invulnerabilidad), sino de descubrir que ellas se pueden transfigurar, que pueden ser manantiales de amor, como las llagas serenas del Señor Resucitado.

Tocar las puertas del misterio, el fleco del manto, la orilla de la luz...
para que se disipen todas las minucias, el ruido que no deja ver...
sólo te pido tocar, por un instante, el fleco de tu manto.

jueves, marzo 05, 2009

Bendecidos y rengueando…

… como Jacob el patriarca. Así salimos de cada encuentro con Dios. Con una certeza más arraigada de nuestra vocación y nuestra identidad, del amor que Él siente por nosotros. Salimos renacidos.

Pero al mismo tiempo, tenemos que atravesar la noche y la pelea. Dar golpes contra las sombras hasta que en un abrazo trabado encontremos al Señor. Es un combate que no podemos ganar, o mejor, que se gana al rendirse. Hay que tener valor para permanecer en esa brecha y decir “No te soltaré si antes no me bendices”.

Salimos entonces de ese round, más breve o más extenso, tambaleando. ¡Somos tan frágiles, y no nos habíamos dado cuenta! Pero ahora sí, nuestras rengueras se nos hacen más evidentes, nuestros moretones están a la vista de todos. En el fondo, como el encuentro con Dios nos hace más humanos, nuestra paradoja se revela con más intensidad después de estas experiencias: esa mezcla de barro y fuego, de bendición y combate, de flaqueza y gloria que es cada uno de nosotros.

lunes, marzo 02, 2009

Un texto para meditar

En estos días, estoy releyendo (y terminando de leer) un libro maravilloso de Olivier Clément, “Sobre el hombre”. Del primer ensayo del libro extraigo esta cita que me ha dejado rumiando un buen tiempo. ¡Que la disfruten!

“No puede accederse a la comprensión del hombre en Cristo más que por la penitencia y la oración. Quizá, entonces, hablaremos, pero a través de un cierto silencio que es adoración y atención de una capacidad de descubrir en el otro, tanto en el destino de una persona, cuanto en la historia de los hombres, la promesa de vida, la posibilidad de belleza. Las palabras que salen de un corazón purificado pueden sembrar en otro corazón. Así como Moisés, en el Sinaí, no puede a ver a Dios “más que de espaldas”, así también las palabras se convierten en el revés del silencio, en el revés de la paz. Y esta paz, desde las apariciones del Resucitado a los discípulos - “La paz sea con vosotros” – hasta las celebracioens litúrgicas de hoy en día  - “En paz roguemos al Señor” – testimonia la presencia del Resucitado. La dulzura de los fuertes convierte al hombre en un árbol de paz - “es como un árbol plantado cerca de un curso de agua… y sus hojas no se secan nunca (Sal 1, 3) –. Hemos sacrificado los árboles con el pretexto que no servían para nada. Y nos damos cuenta hoy de que, sin árboles, la tierra ya no es fecunda. Esta época necesita hombres que sean como árboles, cargados de una paz silenciosa, arraigada a la vez en plena tierra y en pleno cielo.” Clément, Olivier, Sobre el hombre, Madrid, Encuentro, p.31.