miércoles, abril 08, 2009

Entrar en el misterio de tu entrega, cada mañana. Descubrir una vez más que lo único que tenés para ofrecer, es amor. Dejar que tu ternura me vaya haciendo pan para los otros. Que transformes mi puño cerrado en mano abierta.

Eso te pido para estos días. Ahora sé que sacrificio no es lo que pensaba. Que es alianza, acción de gracias y amor hasta el extremo.

Como decía otro orante, entonces, dame todo eso que no puedo pedirme a mí mismo, porque sólo puedo recibirlo de vos. Sólo puedo quedarme al pie de la cruz, y esperar que de esa fuente surja un amor nuevo para mí y para todos.

Durante mucho tiempo no entendí el sentido del bocado que Jesús le ofrece a Judas durante la última cena. Recientemente, leyendo un comentario del P. Maloney al Evangelio de Juan, se me hizo claro. Es un gesto de comunión.

Aún en el borde de la pasión, cuando la traición es evidente y el rechazo manifiesto para Jesús, su único gesto es ofrecer amor.

Realmente, esto es amor hasta el extremo. Amor loco, como decía Catalina de Siena. Necedad y debilidad de Dios, en palabras de Pablo.

Pero acá es donde se juega todo. Este es el amor que sostiene al mundo, el que se revela pobre y humilde en un pan ofrecido. Es la fuerza de unidad que permite que nuestras divisiones no destruyan todo.

Ahora entiendo un poco mejor porque el documento de Aparecida, con una inspiración genial, dice que la Eucaristía es el centro vital del universo. Sólo un amor así puede salvarnos. Sólo el amor vulnerable puede generar lazos de unidad. A pesar de todo. La eucaristía es ese pan ofrecido, como el que Jesús dio a Judas. La comunión regalada a todos.