miércoles, noviembre 07, 2012

Preparando la homilía: Domingo XXXII del tiempo durante el año, Ciclo B, 2012

Algunas ideas sueltas para pensar la predicación:

1. El leccionario da dos opciones: tomar el texto con la admonición de Jesús sobre los escribas y la ofrenda de la viuda o centrarse solamente en este último episodio. La primera posibilidad puede ser interesante para hacer una contraposición, dada por el fuerte contraste entre los escribas, que gustan de ser saludados y ocupar los primeros lugares y la viuda pobre, a quien nadie ve ni escucha salvo Jesús, que saca a la luz su testimonio de ofrenda. Es interesante para una reflexión sobre la profundidad de nuestro actuar y las raíces que lo condicionan. ¿Qué mueve a este mujer a este acto de tan profunda libertad y entrega confiada? ¿Cómo se hace para vivir en esta fe entregada y ejemplar, para dar todo sin tener miedo de perderse? ¿Cómo se supera nuestra tendencia natural a movernos por la reacción de los demás, a buscar imponernos y ser reconocidos? Se puede establecer un contraluz que ayude a pensar en esto.
2. La primera lectura está sin embargo más relacionada con el segundo episodio del Evangelio de hoy. El hombre de Dios es una mediación para que la viuda de Sarepta dé un salto de fe y guste del amor providencial de Yahvé.

En el Evangelio la viuda es en cambio quien da ejemplo de confianza. No sabemos nada de ella. Pero su actitud capaz de dar todo, de dar desde la pobreza todo lo que tenía para vivir, es signo de una fe profunda y sincera. La mirada de Jesús rescata este gesto para todos nosotros.
No deja de ser interesante pensar en que esta viuda realiza un gesto de entrega total cuando Jesús se aproxima a la hora de su propia ofrenda. ¿Qué sentiría el Señor al ver a esta mujer que daba todo: su futuro, su presente, su seguridad? ¿Habrá escuchado la voz del Padre invitándolo a esa misma entrega? ¿Habrá pensado en María, viuda pobre también ella, que quedaba ahora como esta mujer, sin ninguna seguridad si perdía a su único hijo?
3. Dar todo de sí, sólo es posible si sabemos que un amor nos lleva y nos contiene. Si tenemos la certeza de que una mano nos lleva y acompaña a lo largo del camino. En general todos vivimos en medio de esta tensión: ¿hasta dónde me entrego? ¿y si sale mal? ¿Y si me lastimo, me frustro, me pierdo, fracaso? ¿Si yo no me ocupo de mí mismo, quién se va a ocupar? Si no tenemos al menos un poco de esta experiencia de cuidado, como la viuda de la primera lectura (y como seguramente tenía la del Evangelio), es imposible entregarse. Si no tengo en el corazón la certeza de un amor, no puedo dar un paso que me libere del impulso natural a defenderme y protegerme. Me lleno de temores. Necesito guardarme, preservarme de aquello que puede robarme lo más mío, de los demás, de Dios mismo que se me puede presentar exigente y amenazador.
En ese sentido como creyentes podemos hacer la experiencia sanadora del cuidado de Dios, de una providencia que nos sale al encuentro en las horas más difíciles, como en la primera lectura. Cuando uno guarda en el corazón esos pasos de Dios por la propia vida, comienza el largo aprendizaje de la confianza.
3. La eucaristía puede ser un lugar para recibir esa confianza. En ella Jesús se entrega por completo al Padre y a nosotros. Recibimos un amor que es pura entrega, pura donación de sí mismo. Es el Cristo muerto y resucitado, el Señor que dio desde su pobreza y que en la pobreza de los signos sacramentales nos abraza y acompaña. Al celebrar la eucaristía tenemos la oportunidad de entrar en comunión con ese amor. Dar cada domingo un paso más hacia esa confianza que es el corazón de la Pascua de Jesús y la fuente de nuestra fe.
Una propuesta aparejada a esta puede ser la de hacer memoria de las personas que han tenido gestos de entrega confiada con nosotros. Personas que nos han amado y nos han enseñado el camino. Para Jesús, no me cabe duda, esta mujer fue un impulso, un signo del amor de su Abbà, su papá. ¿Hemos tenido alguna persona así en nuestra vida? ¿Alguna vez hemos visto un gesto que nos lleve a entregarnos, a tener más confianza?
4. Me es imposible no hacer una lectura más comunitaria y eclesial de este Evangelio. Recuerdo cuando el Documento de Puebla invitaba a una generosidad "desde nuestra pobreza" para la misión en el extranjero. Hoy esta pobreza se agrava: pobreza de medios, de dinero, y sobre todo, de gente. Sentimos como nunca que somos pocos y poco frente a tantos desafíos. ¿No será quizás momento de abrazar esta pobreza, en vez de nostalgiar épocas pasadas? Quizás en esta conciencia de pobreza esté la oportunidad para una sorpresa de Dios, para la irrupción de algo nuevo. Así fue con la entrega de Jesús. Cuando nos entregamos en la confianza pobre abrimos el surco para que Dios siembre vida nueva en nuestra historia. Tal vez esta conciencia de límite que tenemos hoy sea un verdadero tiempo favorable para vivir algo así.

martes, octubre 23, 2012

Blog a la Carta I: La Soberbia

Pedí a amigos y conocidos temas para tratar en el blog. Salió primero que nada un pedido sobre la soberbia. Como todo lo que va aquí, se escribe a boca de jarro y sin intentar agotar ni definir nada. Pero quizás algunas cosas que surgen en la reflexión sirven.

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Santo Tomás define a la soberbia como el vicio de alguien que, por su voluntad, aspira a algo que está sobre sus posibilidades (S.Th. II-II. Q. 162, a. 1... espero recordar bien cómo se citaba la Summa). Implica un no someterse: a la norma, a Dios...

Es todo un desafío encontrar hoy una manera de hablar de la soberbia que sea al mismo tiempo accesible a nuestro lenguaje y sensibilidad contemporáneos y fiel a nuestra tradición. Hoy estamos especialmente atentos a todo discurso que niegue nuestra vocación a la excelencia. Estamos siempre llamados a más. Y muchas veces se ha acusado a la religión (no siempre sin razón) de promover y moldear personalidades pusilánimes y quedadas.

Con todo, hay un núcleo de verdad profunda, humana, que yace en la percepción del riesgo de un afán de superación desmedido. El pretender no tener límites, que se manifiesta de mil maneras, desde las pequeñas mezquindades que revelan nuestro ego inflado hasta la pretendida omnipotencia destructora que arrasa con nuestro planeta y con los pueblos.

¿Cómo se puede evitar esto? Tal vez lo primero sea reconocer que esas tendencias están dentro de nosotros. El deseo de afirmarnos a toda costa, de ganar a cualquier precio, de no dejarnos conducir ni corregir. El sentirnos inmortales e infalibles. ¿Quién puede decir que nunca ha sentido al menos un poco de esto? Yo no puedo hacerlo.

Creo que un camino posible es el de cultivar un sentimiento profundo de interdependencia. Esa conciencia de necesitar de los demás, que en general brota a través y a partir de las crisis. Es una certeza que al mismo tiempo nos ayuda a darnos cuenta que nuestros actos tienen consecuencias, tanto para nosotros como para los demás.

Al mismo tiempo, y en una clave más espiritual, el agradecimiento y la alabanza son fuentes para una vida más humilde. El reconocimiento alegre de que todo lo recibido es un don, y la mirada alabadora a Dios nos ubican en nuestro lugar y lo hacen de la mejor manera. Sin llevarnos a la amargura o el desprecio de uno mismo (que también son formas de soberbia), sino conduciéndonos al otro (y al Otro).

Y si todo eso no funciona, siempre viene bien pegarse una patinada en el suelo o un tropezón. Cuanta más gente haya alrededor, mejor.

miércoles, octubre 17, 2012

Empezando por el Padrenuestro

Como saben los que tienen la deplorable costumbre de pasar por este blog, no soy muy afín a confesiones personales (en este espacio). Sin embargo, como pasara ya en otra oportunidad, una ausencia tan prolongada amerita una explicación.

El 2012 ha sido un año de lo más peculiar. Cambios, mudanzas, cierres de etapas e inicios de otras nuevas. Concluí mi licenciatura en teología (para lo cual tuve que correr con una tesis que defendí hace un mes y medio) y comencé los estudios para el doctorado en la misma carrera. Sin solución de continuidad, como diría alguien versado en términos legales.

El tema es que el doctorado trajo consigo varias implicaciones. La más importante de ellas es que me mudé por tercera vez en el año.

A Roma.

No es la vuelta de la esquina. Así que esta última mudanza ha implicado un profundo proceso personal que sigue en curso. Con numerosos aspectos fascinantes, otros dolorosos... todos constituyen lo que hoy se presenta como un verdadero tiempo favorable.

En el medio el pobre blog, como muchas otras realidades de mi vida, quedó postergado. Pero la vida ha continuado: rica, compleja, altibajante (me permito el neologismo porque me parece sumamente apropiado). Y no dejan de haber temas para escribir, ideas para compartir y pensamientos que es necesario volcar en alguna parte.

No les voy a mentir. Parte de la demora también se debió a mi autoexigencia, que me reclamaba alguna idea magistral (o al menos magistralmente ejecutada) para volver con gloria a las canchas. Pero quizás sea mejor simplemente empezar desde esta, la situación en la que me encuentro. Al fin y al cabo el único punto de partida que puedo tener es el lugar en el que estoy. Y como me dijo una vez un sabio monje y cura en torno a la oración: "Hay veces que uno profundiza en la oración y hay veces que hay que aprender de nuevo el Padrenuestro". Así que aquí estamos. Tratando de balbucear una vez más ideas como quien ensaya las primeras oraciones para encontrarse con Dios. Con la inseguridad que da tantear entre la oscuridad a ver si esta palabra que sólo atisbo con las manos es la que realmente me lleva a la luz. Y el gozo que da vivir esa incertidumbre como un juego en el que ganamos todos.

Empecemos entonces, como se empieza el Padrenuestro.

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

domingo, mayo 20, 2012

Ensayando el cielo (Ascensión del Señor, Ciclo B)


En Jesús, todo está cumplido. El plan de Dios se ha realizado plenamente.
Hay algo nuestro que ya está en el cielo.
Hay algo del cielo que ya está en nosotros.
Por eso, es una fiesta para contemplar y agradecer.
Para tomar conciencia de que estamos llamados a algo grande.
Y que eso ya se está obrando en nosotros.

Es lo que dice la segunda carta al bendecirnos:  “que él ilumine sus corazones, para que ustedes puedan valorar la esperanza a la que han sido llamados, los tesoros de gloria que encierra su herencia entre los santos, y la extraordinaria grandeza del poder con que él obra en nosotros, los creyentes, por la eficacia de su fuerza.” Es el poder de la resurrección, que nos va haciendo resucitar aquí y ahora. El amor de Dios que nos levanta y nos hace ascender.

Nuestra vida es nuestro camino de ascensión, nuestra oportunidad para abrirnos cada vez más a ese amor y hacer de nuestra tierra un cielo. Santa Catalina de Siena decía “El camino al cielo ya es el cielo, porque el cielo es Jesús y el dijo «yo soy el camino»”.

Esto nos cambia nuestra mirada sobre la vida. La vida no es examen para entrar al cielo, pura cruz y examen. En todo caso la vida es, como dice el sacerdote jesuita James Martin, ensayo del cielo. Ensayamos la resurrección cada día, tratando de dar más pasos hacia esa plenitud que Jesús nos ofrece y participa. No para ver si entramos en ella, sino para anticiparla aquí y ahora.

Entonces, quizás sea cuestión de estar atentos a los chispazos de eternidad que se aparecen en la vida, los anticipos de la plenitud. Esto no quiere decir que nos salgamos de la realidad, porque son esos momentos donde uno se da cuento en serio por dónde pasa la vida. Y ellos nos llevan a comprometernos más profundamente con la vida. Por eso no nos podemos quedar “mirando el cielo”. Somos invitados a zambullirnos en nuestra realidad, con la seguridad de que el Señor nos asiste y confirma, como dice el Evangelio. Y que volverá.

De todos modos, esta resurrección progresiva, esta ascensión, es sobre todo un don. Puro regalo. Porque es el Espíritu Santo quien la realiza. Es por eso que esta fiesta nos pone en tensión hacia la próxima: Pentecostés. El Espíritu es quien viene para resucitarnos, para elevarnos de nuestros lugares de muerte hacia la plenitud del Reino. Para hacernos testigos de una vida diferente, de un cielo que se empieza hacer posible aquí y ahora.

Que esta ascensión, entonces, nos llene de alegría y esperanza pero al mismo tiempo nos sacuda y despierte. Que nos dé hambre de plenitud y de Reino, para nosotros y para los demás. Busquemos los lugares de nuestra realidad y nuestra vida que necesitan más profundamente el soplo del Espíritu. Y dejemos que él nos ayude a seguir ensayando el cielo aquí en la tierra. Ese cielo que es Jesús y al cual hoy empezamos a ascender. 

domingo, mayo 13, 2012

Buscando permanecer

Quiero elegirte cada día más
Desmalezar el corazón
Dejar que
Me acorrales
Me habites
Me digas
Me nombres
Me lleves
Me perdones
Me alegres

Pero me da tanto miedo
Que tengo que pedirte
Hasta mi propio coraje
Aun mi sí más hondo
Es un regalo tuyo.


sábado, mayo 12, 2012

Permanecer en un amor verdadero (6° Domingo de Pascua, Ciclo B)


Jesús dijo a sus discípulos:
«Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto.
Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre.
No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo concederá.
Lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros.» 

Con el Evangelio de este domingo cerramos esta parte del discurso de despedida en el Evangelio de Juan referida a la Vid y los Sarmientos. El centro de este fragmento es la invitación a permanecer. Hoy aparece con más claridad cuál es el núcleo de esta permanencia: el amor de Jesús. Él ha confiado todo lo que recibió del Padre a sus discípulos, no se ha guardado nada. La intimidad de amor entre Jesús y su Abbá se abre generosa e incondicionalmente a los suyos. Pero es necesario permanecer en ese lazo de confianza, gratitud y entrega.
La permanencia se expresa, sobre todo, en el amor mutuo. Un amor que ya no tiene la medida del prójimo, sino la de Jesús. Asusta semejante profundidad. Pero los que saben de Biblia dicen que ese “como yo los amé” puede entenderse tanto de manera indicativa como causativa. El amor de Jesús es la medida, pero antes es el don, la fuente, la raíz.

Estamos tocando el centro de todo en este domingo: el amor, que es, lo sabemos, el corazón del cristianismo y de la vida. Sin embargo, nos hace bien entenderlo desde este evangelio. No es cualquier amor el que recibimos: es el amor de Jesús. Y no es cualquier amor el que somos invitados a entregar: es el amor de Jesús.
¿No es sorprendente darnos cuenta de esto? Somos destinatarios de un amor infinito, hecho de ofrenda en cruz. En el centro de nuestra existencia está siempre la Pascua de Jesús, ese amor hasta el extremo. Y esto nadie nos lo puede quitar. Tener en la misma raíz de nuestro ser la presencia de Jesús es lo que a su vez nos lleva a vivir de esa misma manera. Hay algo dentro de nosotros que no se sacia hasta que nos animamos a entregarnos a algo o alguien más grande que nosotros.

Entonces nos damos cuenta que este “permanecer en el amor” tendría que ser nuestro norte, nuestra brújula: buscar cada vez más abrirnos al amor, dejarnos querer. Buscar cada vez más entregarnos al amor. Y quizás acá es donde esté la cuestión más difícil.

Porque la realidad es que permanecer en el amor no parece tarea sencilla en estos tiempos. Tal vez porque vivir de esta manera (a la manera de Jesús, tan abierto y tan libre, tan vulnerable) nos expone demasiado. Como decía Borges: Es el amor. Tendré que ocultarme o que huir. Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz”. Es una apuesta definitiva a entender la vida desde lazos de ofrenda, desde un amor hecho de comunión, de entrega recíproca.

Y sin embargo, a esto se nos llama. A permanecer en un amor recibido. Abrirnos cada vez más al amor de Jesús, que nos va transformando lenta y progresivamente, si nos animamos a permanecer. Y desde ahí a permanecer en el amor recibido de los demás. Si no me puedo abrir al amor de los otros, difícil permanecer en el de Jesús. Con todo lo que esto implica: animarnos a pedir ayuda, a dejarnos querer, a aceptar ser vulnerables frente al otro. Dejar que el otro sea una presencia en nuestra vida, no tener miedo de esa llegada del otro, que siempre es un don y nunca una amenaza.

Permanecer en el amor implicará también amar a los otros al estilo de Jesús: con su compasión, su ternura, su libertad y apertura. Hacer de los vínculos el sentido de nuestra vida, imprimirle a todo rasgos de comunión. Para un cristiano, no se trata realmente de hacer mucho, sino de darle a todo una dimensión de encuentro: es el “si yo no tengo amor” de San Pablo, el “amor extraordinario” de Santa Teresita, el tomar conciencia de que el amor es “forma y raíz” de todo obrar cristiano, como decía Santo Tomás. Es un amor verdadero, con peso (ese amor que manifiesta la gloria, que en su acepción hebrea original tiene, justamente “peso”, densidad).

Este no es un servicio menor a nuestro tiempo. Ofrecer lo que da el amor verdadero: reconocimiento a los excluidos y anónimos; cercanía a quienes se sienten alejados; perdón a los que están enemistados y heridos… Sostener los lazos cuando tantos están tentados de aislamiento, reconocernos y acercarnos unos a otros… tal vez sea una forma actual del permanecer. Y esto no sólo en el campo de nuestras relaciones más íntimas. Al contrario: creo que uno de los desafíos es darnos cuenta que estamos llamados a plasmar esto en los ámbitos laborales, sociales, políticos… El amor puede ser universal, pero nunca impersonal. A veces confundimos una cosa con la otra. Si apostamos a este estilo de ser, de vivir, entonces podremos fracasar en emprendimientos, pero nunca dejaremos de ser fecundos, nunca dejaremos de dar fruto.

Desmitificar al amor y al mismo tiempo darle sus rasgos verdaderos, que son los de Jesús. Otra poeta, la cubana Dulce María Loynaz, lo dice de una manera inmejorable. Lo copio porque aunque es demasiado largo para leerlo en la homilía, no tiene desperdicio:

Amar la gracia delicada
del cisne azul y de la rosa rosa;
amar la luz del alba
y la de las estrellas que se abren
y la de las sonrisas que se alargan...
Amar la plenitud del árbol,
amar la música del agua
y la dulzura de la fruta
y la dulzura de las almas dulces....
Amar lo amable, no es amor:
Amor es ponerse de almohada
para el cansancio de cada día;
es ponerse de sol vivo
en el ansia de la semilla ciega
que perdió el rumbo de la luz,
aprisionada por su tierra,
vencida por su misma tierra...
Amor es desenredar marañas
de caminos en la tiniebla:
¡Amor es ser camino y ser escala!
Amor es este amar lo que nos duele,
lo que nos sangra bien adentro...
Es entrarse en la entraña de la noche
y adivinarle la estrella en germen...
¡La esperanza de la estrella!...
Amor es amar desde la raíz negra.
Amor es perdonar;
y lo que es más que perdonar,
es comprender...
Amor es apretarse a la cruz,
y clavarse a la cruz,
y morir y resucitar ...
¡Amor es resucitar!

En la eucaristía encontramos este misterio de permanencia. Somos llamados a recibir, a acercarnos como pobres, necesitados de este amor y al mismo tiempo ella es la que nos convierte en alimento para los demás. Amor que permanece de manera activa, saliendo al encuentro y transformando a quienes lo reciben. Amor de ofrenda que suscita ofrenda. 

viernes, mayo 11, 2012

¿En qué recodo del camino
alguien te cambió la mano abierta
por un puño
robándote la llave de la vida
tiñendo todo de desconfianza amarga?

No puedo darte una receta
que te haga salir de ese lugar
en el que te encerró la herida
yo mismo me voy abriendo paso entre mis miedos
no creo que sirviera, si la hubiera

pero a lo mejor, si me dejás
abrazarte
escucharte
al menos, acompañarte
quizás, podamos, entre los dos
encontrar un lugar
más hondo que tu pena
y tus heridas
ese espacio secreto
donde la fe aguarda
para ofrecerse una vez más.


jueves, mayo 10, 2012

Escuchando a Skrillex

Hay cosas que a uno no tendrían que gustarle, por sentido común o instinto básico de apreciación estética. Todos tenemos esos gustos guardados en el placard que nos da vergüencita mostrar. También en el ámbito de la música. 


A mí no me tendría que gustar este tema de Skrillex. Es puro ruido. Sin embargo, hace una semana que lo tengo pegado a mi cabeza y a los pies. "Bangarang" es el grito que daban los Niños perdidos en "Hook", de Spielberg. El video es un homenaje y una joyita. Tiene muchos guiños (los bigotes, el tatuaje y el garfio del vendedor de helados; los "niños perdidos" que lo protagonizan; la letra, que hace referencia a crecer y perder las canicas, como uno de los protagonistas) a la película y a la historia de Peter Pan. Para ver, aunque no les guste la electrónica. 

miércoles, mayo 09, 2012

Cuidar el corazón



Con todo cuidado vigila tu corazón, porque de él brotan las fuentes de la vida. (Proverbios 4, 23)

Hace poco le pedía a una amiga que me tirara alguna idea para el blog. Y ella me sugirió escribir algo sobre "el intento permanente de mantenerse con pensamientos positivos". 

Era una buena propuesta. Con sus riesgos, sin embargo. En la actualidad, a veces se entiende el pensamiento positivo en la clave de propuestas como las de "El Secreto". Allí el pensamiento transforma la realidad y logra que a uno le pasen cosas buenas. Tentador, pero falso. Tiene algo de omnipotencia escondida esa postura, y también de individualismo. Todo depende de uno. No hay lugar para la ayuda de los demás, no hay espacio para un otro que nos acompañe. 

Pero no es menos cierto que nuestro corazón es una madeja de sentimientos y pensamientos compleja y atravesada, donde conviven nuestros impulsos vitales y nuestros demonios internos, que desde las heridas nos gritan y nos pueden llevar a caminos destructivos, del propio yo y del ajeno. Desde allí se entiende la necesidad de una cierta disciplina mental. Los antiguos monjes cristianos del desierto la llamaban la "guarda del corazón". Prestar atención a los pensamientos ayudaba a ponerles nombre, a identificar las tentaciones y heridas. Eso posibilitaba encontrar el remedio, que en general se hallaba en algún ejercicio de oración o solidaridad (Evagrio Póntico, un espiritual de esa época, recomendaba por ejemplo como remedio para la ira el dar regalos... ¡y después dicen que los monjes son desencarnados!).

Entre las distintas disciplinas estaba el método antirrético: oponer al pensamiento negativo alguna frase del Evangelio que sanara aquella parte del corazón que se experimentaba especialmente frágil o tentada. No se trataba de un ejercicio de autosugestión, sino de curar ese pensamiento herido con una palabra de amor, una palabra de Dios. 

Ese ejercicio puede ser una manera de ejercitarse en un pensamiento positivo. Yo lo he adoptado en distintos momentos de mi vida. Frente a momentos de angustia, vuelvo una y otra vez a las palabras que Dios dice en el libro de Isaías: "Tú eres valioso a mis ojos, y yo te amo"; o las del bautismo de Jesús: "Tú eres mi Hijo amado". Cuando me asalta el miedo, o el futuro es incierto, repito "El Señor es mi pastor, nada me puede faltar". No tiene por qué ser una frase bíblica, pero a mi gusto, ayuda. La Palabra es realmente eficaz. 

Desarrollar este tipo de prácticas pide una cierta toma de conciencia de nuestra permeabilidad: estamos mucho más sujetos a influencias, mensajes y palabras de todo tipo en todo momento. De nuestra cultura, nuestro interior agitado y confuso, nuestro entorno más inmediato... ejercitarse en este arte es cultivar nuestra libertad, trabajar sobre nuestro espacio más preciado: el propio espíritu. 

Creo que muchas de nuestras dificultades brotan no del exterior, sino del corazón. Muchas veces lo descuidamos y queda privado de sus fuentes más íntimas y verdaderas. Este tipo de rituales lo sanan y le permiten estar más armonizado y abierto: a Dios, a los demás, al mundo. 

El conocido cuento de los dos lobos explica la importancia de este cuidado del interior de una manera sencilla y plástica. 


Un viejo cacique de una tribu estaba teniendo una charla con sus nietos acerca de la vida.

Él les dijo:  “¡Una gran pelea está ocurriendo dentro de mí!... ¡es entre dos lobos!
Uno de los lobos es la maldad, el temor, la ira, la envidia, el dolor, el rencor, la avaricia, la arrogancia, la culpa, el resentimiento, la inferioridad, las mentiras, el orgullo, la egolatría, la competencia.
El otro es Bondad, Alegría, Paz, Amor, Esperanza, Serenidad, Humildad, Dulzura, Generosidad, Benevolencia, Amistad, Empatía, Verdad, Compasión y Fe.
Esta misma pelea está ocurriendo dentro de ustedes y dentro de todos los seres de la tierra."

Los niños pensaron por un minuto y uno de ellos preguntó a su abuelo:
“¿Y cuál de los lobos crees que ganará?”

El viejo cacique respondió, simplemente: “el que alimentes.”

domingo, abril 22, 2012

Apuntes sueltos sobre el Evangelio de este domingo (3° de Pascua, Ciclo B)

Quizás una clave posible para recorrer el evangelio de este domingo sea a partir de la última frase de Jesús: “Ustedes son testigos de todo esto” 

El testimonio es una de las maneras de Lucas de hablar de la misión. Hablar de una experiencia personal, profunda de encuentro con Jesús. 

Jesús se presenta mostrando la continuidad entre su presencia de resucitado y su vida pre-pascual: "Soy yo en persona". El mismo que han conocido y amado por los caminos de Galilea. Este que tiene en sí mismo las heridas transfiguradas. No es un fantasma, es un resucitado. 

A partir de la invitación de Jesús a dar testimonio, podemos pensar algunas ideas. Jesús resucitado invita a los discípulos a salir de su situación presente, y eso nos puede ayudar a reflexionar sobre la nuestra: 

  • Salir del encierro: quizás lo primero sea contemplar la situación de encierro. Es notable el contraste entre la cerrazón de los discípulos y la capacidad de Jesús de llegar a ellos. Él ya no está atado por los límites del miedo. Su presencia es una invitación a superar el repliegue frente al mundo característico de muchos cristianos hoy 
  • Encontrar el sentido a las cosas: Jesús abre la inteligencia de los discípulos y muestra que hay un plan “Era necesario…”. El testimonio que damos no es el de una fe a prueba de balas que resiste todo argumento. Es la experiencia (sufrida muchas veces) de un sentido encontrado tanteando a través de luchas y crisis, que por eso mismo es profundo, verdadero. Da capacidad de entender la propia vida y también la ajena. Somos testigos de un plan, de una historia con un hilo. No vamos hacia la nada. 
  • Recuperar la alegría y animarse a encarar la vida con todo: Parece demasiado bueno para ser cierto. Y sin embargo la alegría brota cuando uno experimenta este sentido y esta apertura. Hay un gozo que brota y que puede convivir con el dolor y el sufrimiento. Una alegría que brota de la esperanza, de la certeza que todo va a terminar bien y mientras tanto, Alguien nos acompaña. 

Quizás el camino empiece conversando de estas cosas como lo hacen los discípulos de Emaús con la asustada comunidad de Jerusalén. Gergolet dice que Jesús resucitado se manifiesta en ese contexto, el de una conversación sobre el encuentro con Él. Tal vez tengamos que animarnos a compartir más claramente nuestra experiencia de Jesús, con menos pudor y miedo. Empezar a ser testigos “en casa” para mostrar, con la vida primero y las palabras después, nuestro testimonio a todos aquellos que se encuentran con nosotros. 

domingo, abril 15, 2012

Heridas que curan otras heridas (sobre el segundo domingo de Pascua)

Tengo que reconocer que hasta hace poco solía prejuzgar fácilmente al pobre Tomás, protagonista del Evangelio de este domingo. No cree a sus hermanos de comunidad, pide pruebas... pero con la ayuda del tiempo y de algunas lecturas, creo entenderlo un poco más.

¿Cómo creer en el anuncio del encuentro con el Resucitado a aquellos que, como él, habían abandonado a Jesús? Este Tomás que había dicho decididamente "vayamos también nosotros a morir con él" frente al miedo de los otros de enfrentar Jerusalén. El mismo que luego estaría bastante confundido cuando en la última cena preguntó "Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo vamos a conocer el camino?". Y que se habría sumido en la bronca y confusión al encontrarse con el fracaso del maestro, el abandono de los discípulos... y con su propia fragilidad. Lleno de desilusiones y desconfianza. No sé si a mí me hubiera salido alegremente confiar en el anuncio de la resurrección. Y menos por parte de aquellos que hace apenas dos días lo habían negado. 

Unos días después vuelve a irrumpir Jesús y se da la invitación a vivir un encuentro de heridas. Las llagas invisibles de Tomás se curan al tocar las transfiguradas de Jesús. "¡Señor mío y Dios mío!". Pocas confesiones de fe como esta en la Biblia. Y sin embargo, la bienaventuranza de hoy no es para Tomás. Es para aquellos que creen sin ver. 

Creo que el proceso de Tomás es similar al nuestro. Nuestra vida se construye en la confianza, en la certeza de muchísimas cosas que no vemos pero que dan sustento y forma a nuestro existir cotidiano. A pesar de la racionalidad que parece regir nuestra vida actual, lo cierto es que es la confianza, la fe en la firmeza de ciertas intuiciones la que nos mantiene vivos. Por eso cuando nuestra confianza se ve herida, es muy difícil caminar. Cuando estamos lastimados, cuando nos sentimos desilusionados, ¿dónde encontramos el impulso para volver a volver a abrir el corazón?

Tal vez la respuesta esté en el encuentro. Tomás puede volver a creer cuando se encuentra con Jesús, herido y viviente, tan humano - ¡más humano! - que nunca. Y sin embargo, transformado. Sus llagas ya no duelen. Están atravesadas por una vida nueva. Y conocer una vida, un amor más fuerte que sus dudas disipa las sombras que no le permiten entregarse a la fe. 

Hace poco hablaba con una chica que me contaba de sus dudas, sus celos, y como un nuevo noviazgo la estaba llevando por otro camino. La relación era escuela de confianza. Me decía: "Mi profe (por su novio) me está enseñando a confiar". Heridas de confianza, sólo con amor confiado se curan. 

Sólo el encuentro con un amor más grande que nuestras dudas, inseguridades y complejos puede llevar adelante esa larga pero necesaria tarea de sanación. La que nos permite encarar nuestra vida con un ánimo distinto. Ese amor que es el único digno de fe. 

Jesús es el maestro de esta confianza que transforma nuestra manera de vivir. Nos invita a entrar en ella, a vivir de esa certeza de amor. Lo aprendemos paso a paso, a través de las crisis y dolores de la vida, de las desilusiones y las pruebas que tantas veces nos sacuden, pero, si las vivimos con amor, nos permiten ser hombres y mujeres de fe.

Pero obviamente no podemos vivir siempre estos encuentros críticos y fundantes. El resto de la vida está llamado a construirse en este creer sin ver,  que es la confianza sencilla, el impulso del corazón que nos permite entregarnos sin tener la necesidad de tener todo claro ni resuelto. La fe que avanza un poco a tientas pero con una luz en el corazón, esa que a veces nos hace seguir aunque no sepamos cómo.

La eucaristía es un lugar donde podemos encontrar una fuente fundamental para esta certeza. Acá Jesús resucitado también se pone en medio nuestro y nos dice "¡La paz esté con ustedes!". Y nos regala su Espíritu, su don de perdón... y el regalo de salir a compartir con los demás lo que hemos recibido. 

jueves, marzo 22, 2012

"Si me olvido de ti, Jerusalén..." (Crónicas de Tierra Santa VIII)


"Junto a los canales de Babilonia nos sentamos a llorar, con nostalgia de Sión (otro nombre para Jerusalén)" dice uno de los salmos. El aeropuerto Ben Gurion de Tel Aviv está muy lejos de ser como esos canales... pero desde que dejé a los chicos en Jerusalén hasta que me bajé del minibus que me trajo hasta el aeropuerto lloré prácticamente todo el tiempo. De nostalgia, que ya empezaba a sentirse. De alegría.De emoción. De extrañar a mis compañeros peregrinos. Motivos sobraban. Pero me estoy adelantando.

Después de nuestras andanzas jerosolimitanas del día anterior, salimos caminando temprano de la casa de las salesianas hasta el Monte de los Olivos, donde están la Basílica de la Agonía (allí se recuerda la oración de Jesús en el Huerto). También se la conoce como la Iglesia De Todas Las Naciones porque muchos países colaboraron en su construcción. ¡Argentina tiene su cúpula muy cerca del altar!

Concelebramos misa con el P. Marcelo y el P. Pablo, otro cura argentino que trabaja en los territorios palestinos. Después recorrimos la gruta del prendimiento, el famoso huerto y de ahí nos subimos al auto y enfilamos para Belén. La primera parada era en la basílica ubicada justo en el lugar del nacimiento de Jesús.

La iglesia de la Natividad es un templo enorme pero un poco maltrecho, cargado de imágenes y faroles al estilo oriental. Tiene una particularidad. En tiempo de las invasiones persas la puerta se redujo a una abertura mínima para que no se pudiera entrar a caballo. De hecho sólo puede ingresarse agachándose. No deja de ser sugerente que uno tenga que hacerse chiquito para entrar al templo donde celebramos la pequeñez de Dios.

Una cola inmensa nos esperaba para llegar hasta el lugar donde venera el nacimiento. El efecto embudo hacía que por momentos estuviéramos al borde de la avalancha (o del ataque declaustrofobia). Pero una vez que uno llega a la estrella de plata que marca el lugar del nacimiento hay lugar adentro para quedarse rezando mientras el resto de la gente pasa.

 

 
Con los chicos y los dos sacerdotes leímos los relatos Navideños y el prólogo de Juan. Rezamos en silencio y realmente uno podía gustar un calorcito especial en esa mañana fría. Calorcito de pesebre.

Luego fuimos a una casa que las monjas del Verbo Encarnado tienen en Belén, donde reciben y cuidan a chicos especiales. Como la cultura local suele despreciar a los chicos discapacitados, ellos suelen quedar sumamente desprotegidos. Compartimos un rato con los chicos y después una mesade comida al estilo árabe, llena de risas. En una misma mesa un seminarista holandés y su hermana que estaban haciendo voluntariado; hermanas de Egipto, Arabia, Estados Unidos y España. Y nueve peregrinos que volvieron a vivir lo lindo que es ser Iglesia y tener un hogar en cualquier lugar del mundo.

Panza llena, corazón contento. La lluvia fue nuestra compañera en el pequeño viaje hasta Bet Sahur, el campo de los pastores que recibieron el anuncio de los ángeles, donde una capillita que imita las tiendas de los cuidadores de ovejas de esos tiempos nos ayudó a rezar. Cantamos juntos el Gloria y seguimos camino hacia Ortás. Ortás es un pueblito cerca de Belén donde hace ya más de un siglo las Hijas de Nuestra Señora del Huerto dan educación inicial y atención médica básica a la población. La población es completamente musulmana: un siglo después, las hermanas siguen siendo las únicas cristianas del lugar.
Rosa, la superiora, nos dio un testimonio espectacular sobre lo que significa evangelizar desde la presencia, el silencio y el respeto al otro. Una charla impresionante.

Faltaba todavía una parada: el inevitable shopping religioso. Gabriel, otro cura argentino del mismo instituto que el P. Pablo, nos llevó hasta un Gift Shop donde nos hicieron un muy buen descuento. Por la cantidad de cosas que compraron parecía que los chicos estaban con ganas de armar una versión religiosa de La Salada a la vuelta. Fue muy divertido.

Volvimos por la noche a Jerusalén y nos despedimos de Marcelo, uno de los grandes regalos de esta peregrinación. Pizza por medio, un poco más tarde, compartimos a la noche todo lo vivido.

La Ciudad Santa amaneció llovida. Pero emprendimos igual la marcha hacia Dominus Flevit, una iglesia bien arriba en el Monte de los Olivos. Dominus Flevit te quita el aliento, tanto por la vista de Jerusalén que tiene (allí se recuerda el llanto de Jesús por la ciudad antes de su entrada triunfal) como por lo empinado de la subida. Casi dejo la camiseta ahí.

 
Terminamos nuestra mañana en el Huerto de los Olivos y de ahí a un almuerzo rapidito y un último saludo de mi parte al Santo Sepulcro. Llevé rosarios y medallas (y una estola) al Calvario primero y al Sepulcro después. Y salí de allí alegre y dispuesto a emprender el viaje de regreso.

Un poco a las corridas hicimos nuestra última compartida. El corazón de todos estaba todavía demasiado movilizado: pero ya van despuntando algunos de los regalos que Jesús nos hizo a cada uno en esta peregrinación. Estaba terminando de compartir el último cuando nos avisaron que llegaba el transporte para mí. Llorando me subí a la camioneta y no paré hasta arribar al aeropuerto. 

Todavía tengo mucho para decantar y seguir rumiando, pero estoy seguro de dos cosas.

La primera es que lo antes que pueda vuelvo a Jerusalén.

La segunda es que me ha pasado como a todo peregrino. Vuelvo distinto. Feliz, bendecido y vulnerable, como uno suele quedar después de un encuentro con Dios.

¿Qué querrá decirme Jesús con tanto regalo?

Muchas cosas, seguramente. La certeza primera y fundamental es que Él está vivo. Resucitado. Y por eso mismo el futuro está siempre abierto a la esperanza. El mío. El de todos.

Y el de esta bendita y dolida Tierra Santa que en medio de tanta complejidad sigue siendo un sacramento, "el quinto evangelio", como la llaman los padres de la Iglesia. Amén. 




Pequeña pascua en Jerusalén (Crónicas de Tierra Santa VII)


La ciudad antigua de madrugada
Después de la experiencia de nuestro providencial encuentro con el Santo Sepulcro, sentía que Jesús me invitaba a redoblar la apuesta. A buscarlo un poco más de cerca en esos días. Era una oportunidad, un llamado, una pregunta. Estaba decidido a tratar de aprovechar esta ventana abierta que Jerusalén me ofrecía.

La madrugada siguiente a nuestra llegada a la Ciudad Santa salí del Citadel Hostel y caminé por las calles de la ciudad Antigua hasta llegar a la Basílica, que abre sus puertas a las cuatro de la mañana. A esa hora la ciudad parecía otra de la que habíamos encontrado el día anterior. Todos los negocios cerrados y ni un alma por la calle. Llegué a la puerta guiado por los cantos de los monjes coptos, que se escuchaban a lo lejos.

Es difícil describir de un trazo la Basílica del Santo Sepulcro. Pero quizás esto ayude a entender: se trata de un templo construido y destruido sucesivamente a lo largo de los siglos, donde hoy conviven la iglesia católica (aquí nos llaman “latinos”, por el idioma de nuestro rito litúrgico), la griega ortodoxa, la armenia, la copta y la etíope.


Estos dos datos ayudan a entender que si hay algo que el Santo Sepulcro no tiene… es prolijidad o limpieza. En él se mezclan los estilos arquitectónicos de distintas épocas y confesiones cristianas, por no hablar de los ritos que a veces se dan de manera casi simultánea. El status quo, un delicado equilibrio alcanzado hace décadas, hace que introducir reformas o cambios en el templo sea una tarea virtualmente imposible.
 Dentro del Santo Sepulcro están la roca del Calvario (donde Jesús fue crucificado) y la tumba donde fue sepultado y desde la cual resucitó (recuerden que por ser sábado Jesús fue enterrado cerca del lugar de su muerte). Subiendo por una escalera empinada a la derecha de la entrada está la capilla del Calvario, que en realidad son dos: una católica y otra ortodoxa, donde por un orificio uno puede meter la mano y tocar la piedra del Calvario. En el centro de la Basílica está el “Edículo” (“Pequeña casa” en latín). Éste contiene una reliquia de la piedra que se puso en su momento sobre la tumba y al sepulcro mismo. En torno a ella están las distintas capillas de las confesiones cristianas que despliegan, aluden o desarrollan el misterio de la Pascua contenido entre estos dos lugares.

Después de un buen rato de oración en silencio y soledad (no había prácticamente nadie salvo los religiosos que custodian el lugar) volví al Hostel a buscar a los chicos. Nos esperaba Ain Karem, a 6 km de la ciudad, donde la tradición ubica la casa de Isabel y Zacarías, es decir: el lugar de la Visitación y el nacimiento de Juan el Bautista. Un lugar lindísimo, de casas y edificios de piedra, con jardines que en esta temporada de lluvias se lucen especialmente. Celebramos misa en la basílica de la Visitación (¡el lugar de la primera visita misionera a una casa!), y le pedimos a María por nuestro apostolado.

De todos modos, y a pesar de la belleza del santuario, no creo equivocarme al decir que la mañana nos la hizo el encuentro con Fray Gottlieb (“Amadeo” en alemán), uno de los franciscanos que atiende la iglesia. Un austríaco simpático y luminoso como pocos. Nos preguntó por nuestra vida en Argentina y terminó pidiéndonos un canto a María. Obviamente, salió “Santa María de la Estrella” con traducción posterior al inglés. Al partir recibimos su bendición al mejor estilo franciscano y en un alemán que por primera vez en mi vida me sonaba dulce.  

Salimos volando del santuario para devolver los autos alquilados para el viaje. Liquidado el trámite nos dirigimos a Notre Dame, el hotel de los Legionarios de Cristo. Allí nos había citado Horacio Wamba, diplomático acreditado tanto frente a Israel como a los territorios palestinos. Compartimos un café y una charla interesantísima. Lo escuchamos hablar y preguntamos sobre la historia de la república de Israel, la situación de los estados palestinos y su visión sobre el tema. Una perspectiva lúcida, esperanzada, apasionada y apasionante.

Apareció también el P. Marcelo Gallardo (el sacerdote argentino que está ahora aquí como canciller del Patriarcado – es decir, el obispado – y con quien ya habíamos entrado en contacto), que compartió su experiencia sobre el tema como sacerdote en la zona. Los chicos y yo quedamos fascinados, y nos llevamos en el corazón una preocupación por la tensa y delicada realidad que nos rodeaba… y el compromiso de rezar y trabajar por la paz.

Un almuerzo a las apuradas en el barrio árabe nos dejó los minutos contados para hacer el Via Crucis con los franciscanos por la Ciudad Antigua. Es toda una experiencia tratar de rezar en medio de semejante barullo. Termina convirtiéndose en parte de la oración. ¿O acaso Jesús no llevó su cruz en medio de tanta gente que no entendía lo que estaba pasando? El recorrido terminaba en el Santo Sepulcro, y de ahí nos quedaba la última parada del día: el muro de los Lamentos.

El muro es lo único que queda del templo de Jerusalén. El lugar a donde miles de judíos piadosos van a orar, con la certeza de que “la divina presencia no abandona jamás el muro”. Traten de imaginarse a cientos de judíos ortodoxos (nosotros estábamos del lado de los varones), vestidos de negro casi todos, algunos con vestimentas más modernas, con su kipá, su talit (el gorrito y manto rituales), bailando, cantando, estudiando la Torah o meditándola al ritmo de un vaivén cadencioso. Una mezcla de fiesta, emoción y encuentro. En medio de ese enjambre fervoroso nos encontramos con un grupo de judíos argentinos. Fue una emoción charlar un rato y rezar por la paz. Dejé en el muro, escritas en un papelito como es costumbre, mis intenciones.

Había que dormir temprano, porque al día siguiente nos levantábamos a las 3:30 de la mañana. Volvíamos a la basílica del Santo Sepulcro, esta vez todos juntos. A las seis teníamos un horario reservado para celebrar misa en el edículo. Queríamos vivir antes una pequeña vigilia, para preparar el corazón como la ocasión ameritaba.

Juntos, en la capilla del Calvario leímos de nuevo los textos de la pasión, para entrar en clima de Pascua. Silencio, oración, muchas lágrimas y un ingreso callado en el misterio de amor y entrega del cual nacemos todos.

Pero no hay cruz sin resurrección. Y a las seis entramos (como sardinas, porque el espacio es mínimo, mínimo) en el edículo, donde pegados a la piedra de la resurrección, celebramos finalmente la eucaristía. Escuchamos una vez más el relato del encuentro de los discípulos con el sepulcro vacío. Antes de la misa habíamos anotado los nombres de las personas que queremos y los pusimos en el altar.

Los que me conocen saben que soy un tipo bastante reflexivo y cerebral. Sin embargo no saqué ninguna conclusión de este momento, no apareció ninguna intuición ni concepto. Simplemente una alegría inmensa, explosiva, que desbordaba por mis cuatro costados. Pura alegría pascual, gozo de muerte en vida, de tiniebla en luz, de pecado en gracia, de soledad en encuentro.



En el edículo no se puede cantar. Pero nosotros estábamos que reventábamos, así que apenas terminó la misa salimos de la basílica para ir un lugar con una muy buena vista de la ciudad y allí cantar todas las canciones sobre la resurrección que conocíamos. El clima era de fiesta. Había que celebrar con todo, así que después compartimos un riquísimo desayuno en el buffet de Notre Dame (los cocineros deben estar todavía sorprendidos de cómo 9 personas comen como 18… pero ésta es tierra de milagros).


El desayuno nos sirvió de impulso para caminar hacia el monte Sión, donde primero pasamos por la Iglesia de la Dormición, una abadía benedictina que recuerda la muerte de María.
De allí calle arriba a la iglesia de San Pedro in Gallicantu. Se llama así por ser el lugar donde se tuvo preso a Jesús y se lo sometió a interrogatorio por el Sanedrín… es también el lugar donde el gallo cantó después de las negaciones de Pedro. Y el Cenáculo, donde se realizó la última cena y descendió el Espíritu Santo en Pentecostés.
Gallicantu es un lugar donde uno puede acceder al misterio de la pasión de una manera sencilla y profunda. Estar en el pozo donde se tuvo a Jesús prisionero ayuda a hacer carne sus sentimientos. Leímos salmos y lecturas y continuamos hacia el Cenáculo. A diferencia de otros lugares santos no tiene ninguna capilla ni templo. Es parte de una segmento turístico más bien orientado al público judío y en posesión del estado de Israel.

Voy a serles muy sincero: no daba un peso por la experiencia. Al estar en un lugar de paso, la gente viene a raudales al Cenáculo camino a otros lugares turísticos, saca fotos y se va, haciendo muchísimo ruido. Pero aquí vino una enorme gracia para mí. Tomar conciencia de que este es el lugar de la eucaristía me ayudó a renovarme como nunca en mi compromiso sacerdotal. Y también a volver a dar gracias por la Iglesia, nacida en ese recinto por la eucaristía y el don del Espíritu. Volvimos enamorados una vez más de nuestra comunidad, y deseosos de caminar más cerca de los pasos de Jesús.

Unas pizzas en la calle del Patriarcado Latino al final de nuestra travesía fueron la excusa ideal para que el P. Marcelo se diera otra vuelta para encontrarse con nosotros. Los chicos lo ametrallaron a preguntas, y él nos dio otro regalo inmenso de esta peregrinación. Nos llevó a conocer el Patriarcado y le pidió a Fouad, el Patriarca, que nos saludara.

El Patriarca de Jerusalén es un obispo de lo más simpático y dado. Se tomó un buen rato para hablarnos de la situación aquí en Israel y de la Iglesia en Tierra Santa, pero también de él: de lo que descubre de Jesús en este momento de  su vida, de la importancia del apostolado en los jóvenes, y la necesidad de no desanimarse. Una calidez y un amor a Jesús deslumbrantes.

Volvimos a la casa muertos, pero felices. Nos tomamos un rato largo para compartir lo que habíamos vivido en este par de días. El final de nuestra peregrinación estaba cerca, pero antes nos quedaban unas cuantas visitas importantes. Al día siguiente habíamos arreglado para celebrar misa en Getsemaní y de allí, a Belén.

domingo, febrero 19, 2012

Escuchando a David J. Roch



Al final del último episodio de Being Human (serie que destaca por excelente musicalización), sonó un tema que me dejó con ganas de más. Buscando a su autor me encontré con David J. Roch, un joven cantante de Sheffield, en el Reino Unido. Temas desgarradores y dulces a la vez. No hay mucho todavía. Pero lo que escuché es alta, altamente recomendable. Dejo un tema a manera de muestra. Su página de Myspace tiene más, para el que quiera.



"Nuestros pies ya están pisando tus umbrales, Jerusalén": Nuestra llegada a la Ciudad Santa (Crónicas de Tierra Santa VI)

Lo primero es lo primero y hay que decirlo: si hubo un día en que estuve mal predispuesto y enfurruñado en toda la peregrinación, fue éste. Tenía un nivel importante de ansiedad por querer llegar lo antes posible a Jerusalén. El plan inicial había sido partir la noche que llegamos de Petra, pero el cansancio hacía imposible encarar un viaje de 3 horas en auto y encima de noche. El compromiso era salir a primera hora de Eilat para encontrar un buen lugar donde acomodarnos y poder luego aprovechar el día. Pero terminamos arrancando después de las once; el tramo era más largo de lo que hubiéramos esperado... y el tráfico de la ciudad sumado a nuestra desorientación hizo que el desembarco fuera recién bien entrada la tarde. Literalmente nos dimos contra la pared cuando al llegar a la Ciudad Antigua descubrimos que allí no se puede entrar con auto. Y ahí empezó otra serie de problemas. Pero antes, un poco de historia. 

Jerusalén es la capital de Israel (aunque no tiene reconocimiento internacional como tal), con más de 500.000 habitantes. Pero su corazón es lo que se llama la Ciudad Antigua, un centro amurallado en el Siglo XVI por el Sultán Solimán el Magnífico. 

Mapa del Siglo XVI que pone a Jerusalén en el centro del mundo
En menos de un kilómetro cuadrado dividido en cuatro barrios (Armenio, Cristiano, Judío y Árabe) al que se entra por alguna de sus puertas (cada una con un nombre especial) están contenidos la Mezquita de Al-Aqsa (la tercera más importante para el Islam); el Muro de los Lamentos, lo único que queda del Templo de Jerusalén y hoy lugar de peregrinación para miles de judíos piadosos... y la Basílica del Santo Sepulcro, que contiene dentro de sí el Calvario y la tumba de Jesús. Por esto es un lugar fundamental para las tres grandes religiones monoteístas del mundo. Una antigua tradición judía (que luego continuaron los Padres de la Iglesia) dice que Jerusalén es el omphalos, el ombligo del mundo. El Talmud afirma que Dios entregó al mundo diez medidas de belleza, ¡y siete fueron para Jerusalén! 

Entrando en la Ciudad Antigua por la Puerta de Damasco... ¡no entendíamos nada!
Tengo que decir, sin embargo, que nada de esto pasaba por mi cabeza mientras intentábamos discernir qué hacer. Decidimos dejar los autos y entrar en la Ciudad Antigua (sin mapa ni orientación alguna) para buscar algún alojamiento. La Puerta de Damasco nos dio paso por el barrio árabe, que es por lejos la parte más bulliciosa, desordenada y simpática de esta Jerusalén que no dejaba de cachetearnos cuanto más nos adentrábamos en ella. Un sinfín de puestos, callejuelas de esas que aparecen en las películas de suspenso y un enjambre de personas, mientras los altavoces llamaban a la oración. 

Detalle del Hostel.
Esta foto es de la página web.
¡No le crean!
Dimos unas cuantas vueltas y terminamos en The Citadel, un hostel en el barrio cristiano, tan pintoresco como incómodo (cuando le mandé una foto a mi familia del lugar donde dormía preguntaron si eso era el Santo Sepulcro). Para colmo, a poco de entrar en la ciudad había comenzado a llover con fuerza. Largas negociaciones con la pobre recepcionista (era su primer día) nos demoraron más todavía. Mojados, sin comer y por primera vez un poco fastidiados, salimos para tener un almuerzo tardío (ya eran las cuatro de la tarde y en una hora más se haría de noche) antes de buscar nuestras valijas, estacionadas en nuestros autos. El prospecto era de una caminata larga y molesta.

La lluvia recrudeció apenas dejamos el hostel y nos hizo empezar a correr sin ver a dónde íbamos. De golpe topamos con una explanada y una puerta abierta más grande de lo habitual. Los chicos ya habían entrado, sin saber qué era ese lugar. Yo, que venía más atrás, me quedé viendo la entrada, sorprendido por lo que estaba pasando. Entré despacito y los chicos, que se habían frenado apenas entraron, me preguntaron: "¿Qué es esto, Edu?". Emocionado y todavía un poco aturdido por este encontronazo, les dije: "Chicos... ¡esto es el Santo Sepulcro!". Habíamos entrado de pura carambola en el lugar más santo para nuestra fe.

Nuestro sorpresivo encuentro con la Basílica del Santo Sepulcro
Todos fuimos silenciándonos y empezamos a recorrer el lugar sin entender muy bien (en una próxima crónica daré más detalles de la Basílica). Peregrinos por todos lados de distintas iglesias cristianas, desde ortodoxos frotando sus pañuelos y derramando mirra o nardo en distintos lugares, pasando por protestantes que miraban todo con un cierto desconcierto (como cualquier con una sensibilidad occidental se siente frente al desborde de imágenes, olores y rincones del lugar) y católicos que se dirigían hacia un extremo del templo donde una puerta abierta dejaba salir humo de incienso y un coro potente de hombres cantando en gregoriano.
Atraídos por el canto, nos arrimamos y el turiferario (portador del incensario) nos invitó a pasar a la capilla. Era el cierre del Via Crucis que los franciscanos realizan todas las tardes por las calles de la ciudad. Ezequiel, un integrante de nuestro pequeño grupo se enteró que a continuación habría misa. Decidimos quedarnos y apenas terminó la adoración me arrimé a la sacristía para ver si me dejaban concelebrar.

Un fraile franciscano africano me recibió muy amablemente. Le pregunté si había misa y de ser así, si era posible concelebrar. En un inglés muy cerrado y mientras miraba su reloj respondió: "Iba a haber, pero el grupo no viene, parece". 

Se me vino el alma un poco abajo. ¡Ese día no pegábamos una! El fraile debe haber visto mi cara de velatorio, porque entonces me dijo "¿Usted viene con un grupo?". "Sí". "Bueno" me dijo, y sonrió, "parece que el otro grupo no va a venir. ¡Celebren ustedes!". Me quedé sin palabras. "¿¡En serio?!" "¡Claro! ¿En qué idioma habla?" Rápidamente me alcanzó los libros con los textos en español y me despachó para la capilla, donde tras cerrar las puertas quedaban dos o tres monjas, un par de viejitas de la ciudad y un señor armenio de importante tamaño que sería mi monaguillo... y nosotros nueve, que no terminábamos de entender lo que estaba pasando. 

Yo estaba a la vez embargado por la emoción y una cierta vergüenza. Había dado el día por perdido porque mis expectativas se habían frustrado. Y de golpe, ligábamos una misa de regalo en el lugar más santo del cristianismo. Todo en esa misa tenía gusto a Providencia, a este Jesús que, lo sabíamos, nos acompañaba, pero ahora prácticamente nos zamarreaba para grabar la certeza de su presencia en nuestra peregrinación. Cantar "Cinco panes y dos peces" y "Santa María de la Estrella", típicos de nuestro grupo y de cientos de retiros y misiones; escuchar una vez más el relato del encuentro con el sepulcro vacío; un abrazo de paz entre los nueve como pocas veces he vivido; compartir a Jesús tan vivo y entregado en la eucaristía... Y todo de regalo. No creo haber celebrado muchas veces con tanta devoción, y menos todavía habiendo llegado allí con el corazón y la cabeza completamente ofuscados. 

Después de esa misa el cambio de humor y de espíritu era impresionante: pasamos de la frustración a una alegría desbordante. En uno de los numerosos barcitos de la ciudad antigua compartimos un rico shawarma y un poco de la emoción del momento. Y mientras el resto de los chicos iban a los autos a buscar las valijas, con Santiago y Ezequiel enfilamos hacia el hotel para arreglar algunos temas por teléfono. 

En esas cuadras nos esperaba otro signo de la Providencia. Pero esto también requiere un poco de historia previa. 

En los días anteriores a nuestra partida a Tierra Santa, había establecido un breve, pero amistoso, contacto por e-mail con Marcelo Gallardo, un sacerdote argentino que hace ya varios años ejerce el ministerio allí y ahora es Canciller del Patriarcado de Jerusalén. Me había propuesto tratar de encontrarlo cuando llegáramos a Jerusalén. Nunca me hubiera imaginado que iba a ser muchísimo más fácil de lo que esperaba. 

Caminábamos por las callejuelas tratando de aprovechar los toldos para evitar los últimos ramalazos de la lluvia y un hombre que caminaba en sentido contrario se acercó a nosotros mientras conversábamos. Cuando lo teníamos cerca, lo miré y dije "¡Padre Marcelo!". Él había escuchado nuestra tonada argentina y eso lo había hecho arrimarse. Otro signo más de la providencia. Marcelo fue un verdadero San Rafael en esos días: compañero de camino e instrumento de algunas de las experiencias más lindas durante la estadía en Jerusalén. Charlamos un rato con él y nos llevó a una terraza del barrio judío donde hay una hermosa vista de la Ciudad Antigua. Quedamos en volver a vernos: terminaríamos encontrándonos todos los días.

Caminando por la Ciudad Antigua

El día llegaba a su fin. Una jornada que yo había dado por perdida terminó regalándome lo que percibí era la principal gracia para mí de este viaje. Una certeza simple y básica de nuestra fe ahora se me hacía patente y sólida: mi futuro está en manos de Alguien que me ama  y se ocupa de mí, no sólo dándome lo necesario, sino también signos de ternura desbordante. En este momento en el que tengo que partir en pocos meses a estudiar a otra tierra y donde tantas cosas están bajo el signo de la incertidumbre, era lo que mi corazón más necesitaba. Como dice justamente uno de los salmos de peregrinación:

"El Señor es tu guardián, es la sombra protectora a tu derecha:
de día, no te dañará el sol, ni la luna de noche.El Señor te protegerá de todo mal y cuidará tu vida.
El te protegerá en la partida y el regreso, ahora y para siempre." (Sal 121, 5-8)


A partir de este momento todo lo que vino después cobró una intensidad aún mayor que la de los días anteriores. Pero esta bienvenida de Jerusalén fue y será una de las gracias más grandes de mi vida: la experiencia palpable del amor de Dios, generoso hasta en los más pequeños detalles.