sábado, septiembre 16, 2006

Una tonada pegadiza

Hace varios años que nuestra diócesis tiene una misión permanente en Cuba: a lo largo del tiempo, se suceden un par de sacerdotes en la diócesis de Holguín, por períodos más o menos largos que en general giran en torno a los tres años. Luego regresan a la diócesis para ser reemplazados por otros curas de San Isidro.

Uno de ellos regresó de visita y pasó a celebrar misa por el seminario. Me resultó muy simpático y llamativo el hecho de que hablara con una fuerte tonada cubana. No resultaba para nada forzada, sino que evidentemente se le había pegado en esos años de tarea misionera. Algo parecido he visto en mi familia: la estancia en Mendoza les va dando otro modo de hablar, de vivir y hasta de moverse.

Creo que esto tiene algo que ver con el amor. Él hace que "se nos pegue la tonada" del amado, de lo amado. Así vamos aprendiendo el idioma del otro, sus códigos, su estilo, casi sin pensarlo... es el amor el que produce esta ósmosis misteriosa.

Un amor que deja al amante inmutable, sin cambiar, sin transformación, sin asimilar al otro al menos en parte no pareciera un amor en serio. Carece de la permeabilidad que tiene el amor verdadero.

Es lo que ha hecho Dios: quiso aprender nuestro idioma, encerrarse en nuestra limitación para que el amor de la Trinidad tuviera gusto a tierra. Para que la Palabra se hiciera palabras, vida, cuerpo, caricia... Y así nosotros también pudiéramos ir balbuceando el idioma de Dios.

Cuando a alguien se le pega esa tonada... se le nota.

viernes, septiembre 15, 2006

Lo que nos hace volver

Todos nos perdemos en algún momento de la vida, del año, del día. No falta en la historia de nadie un paso en falso.

Pero afortunadamente, siempre está la posiblidad de que nos encontremos con algo o alguien que nos devuelve un atisbo de nuestro rostro original, que nos recuerda nuestra grandeza escondida o nos despierta el amor pora la belleza perdida. Y con el corazón un poco más entero, encontramos el camino de regreso hacia nuestro centro más profundo. Entonces se entiende porqué hay más alegría en el cielo por un pecador que se convierte que por cien justos. Es que el primer movimiento del alma al volver es el gozo y la primera palabra la canción.

lunes, septiembre 11, 2006

Dejarse amar IV

Encontré estos versos de Neruda leyendo Memorial de Isla Negra que ponen palabras a la experiencia del herido, de la dificultad para abrirse al amor después de las lastimaduras:

Quién no desea un alma dura?
Quién no se practicó en el alma un filo?
Cuando de a poco ver vimos el odio
y de empezar a andar nos tropezaron
y de querer amar nos desamaron
y sólo de tocar fuimos heridos,
quién no hizo algo por armar sus manos
y para subsistir hacerse duro
como el cuchillo, y devolver la herida?
El delicado pretendió aspereza,
el más tierno buscaba empuñadura,
el que sólo quería que lo amaran
con un tal vez, con la mitad de un beso,
pasó arrogante sin mirar a aquella
que lo esperaba abierta y desdichada:
no hubo nada que hacer: de calle en calle
se establecieron mercados de máscaras
y el mercader probaba a cada uno
un rostro de crepúsculo o de tigre,
de austero, de virtud, de antepasado,
hasta que terminó la luna llena
y en la noche sin luz fuimos iguales

Hay que tener mucho valor, o más díficil aún, más confianza para no sacar filo al alma después de la herida. Para que la bronca no nos gane la partida y el desengaño se vuelva nuestro traje cotidiano. Cuando el invierno llega al corazón, no siempre es una estación pasajera. A veces se instala en el alma.

Pero los que logran hacer el salto de confianza, los que se abren al amor, experimentan que la herida se vuelve serena (aunque no deje de ser herida), y que inclusive puede ser otro lugar más para que el amor se cuele más fácil o salga más fuerte del corazón. Pero es una batalla dura: pocos enemigos del corazón tan terribles como el resentimiento. Quizás sea especialmente ardua porque me parece que sólo se gana con ternura y acción de gracias, con gestos que nos hagan redescubrir que somos más que nuestra herida, que somos más que nuestra historia de lastimaduras. El que logra dar gracias por su vida a pesar de los dolores, va por buen camino a ganar esa pelea.

lunes, septiembre 04, 2006

El Santo y el Pobre

A lo largo del camino experimentamos que perdemos el centro, que de algún modo estamos desubicados, des-centrados, sin punto de apoyo en nuestro interior. En esos momentos brotan el desánimo, la búsqueda de compensaciones estériles, la queja, la depresión... pero, si uno, a pesar de estar en ese estado, sigue atento, esperando que algo nos devuelva a la fuente, tarde o temprano halla una vez más el camino al lugar del amor, a esa parte de nuestro corazón donde somos recreados y encontramos la fuerza para volver a amar.

Muchas veces el camino hasta allí se abrevia cuando nos encontramos con dos tipos de personas: el Santo y el Pobre.

Delante del Santo experimentamos ese deseo de una vida plena, íntegra, bella, cerca de Dios y solidaria de los hermanos. El amor del santo toca nuestro deseo de amar y lo enciende una vez más, nos devuelve el anhelo por una vida más intensa, más evangélica. Al ver al santo intuimos lo que Dios también quiere hacer con nosotros. Nuestro corazón se renueva.

El Pobre, por su parte, nos muestra una vez más que en medio del fárrago de preocupaciones y molestias se puede también encontrar lo esencial, porque el Pobre es aquel que vive de ello y no puede preocuparse por otra cosa. Él nos presenta el lugar donde sí o sí se hace presente la voz de Dios: el dolor ajeno.

Uno y otro nos ayudan a comenzar otra vez, a no perder el hilo de nuestra existencia, a que nuestro obrar se unifique en torno a lo fundamental.

Quizás por eso nadie tenga esa capacidad de llevarnos al corazón de la vida y de las cosas como Jesús, el que se hizo Pobre para enriquecernos con su pobreza (¡no con su riqueza, con su pobreza!) , el Santo de Dios. Quizás el Santo y el Pobre nos llevan también allí porque son quienes se identifican con Jesús más plenamente y con quienes Jesús ha decidido identificarse.

sábado, septiembre 02, 2006

Recordando a Borges

En su poema "Arte poética", el gran JLB escribe: "A veces en las tardes una cara/nos mira desde el fondo de un espejo/ el arte debe ser como ese espejo/ que nos refleja nuestra propia cara".
Tal vez sea por eso que gastamos tinta, tiempo y trabajo en escribir, pintar, cantar... porque esperamos en algún momento dar con la palabra, plasmar la imagen o encontrar la nota que nos revele el secreto de nuestra existencia. O quizás este sólo se descubra al final del camino, cuando, como también decía el maestro, toda la suma de nuestra obra tenga el contorno de nuestro rostro.

Y uno a veces tiene esa intuición sublime, de percibir (nunca del todo, nunca suficientemente) que algo de nuestra esencia se está encarnando en lo creado. Que una parte de nosotros ha emprendido un viaje hacia otros, disfrazada de arte.