domingo, abril 27, 2008

Preguntas

Una buena pregunta para hacerse cada tanto es: ¿cuál es el nombre de mi esperanza? ¿Cuál es el deseo profundo, el cimiento donde descansan todos mis anhelos? ¿Dónde está el centro de mi laberinto?

Preguntar desbroza el camino para que el deseo verdadero aparezca entre las miles de pequeñas iniciativas que nos mezquinan el alma.

sábado, abril 26, 2008

Apuntes sueltos sobre el Evangelio de este Domingo (6° Domingo de Pascua, Ciclo A)

  • Jesús nos abre en el Evangelio de este domingo a la invocación y espera del Espíritu Santo. En el contexto del largo discurso de despedida que el Señor realiza en los capítulos 13-17, aparece ahora esta promesa del Espíritu, con un título particular, "Paráclito", palabra que se puede traducir de diversos modos: Abogado, Consolador, Valedor, Protector. Lo importante es que todas ellas sugieren una presencia nueva en la vida del discípulo. A la presencia de Jesús se suma ahora la de una nueva compañía, que sin embargo está directamente relacionada con el Señor, como el discurso luego irá explicitando: recordará lo de Jesús, dará testimonio de él, mostrará dónde está el pecado, el juicio y la justicia... Como dice de un modo elocuente San Juan Damasceno el Espíritu es "el enunciador del Verbo", es quien nos explica y nos introduce en el misterio de Jesús.
  • El Espíritu es entonces la cercanía misma de Jesús, la certeza de su presencia y su gracia actuando en nuestro corazón, revelándonos a Jesús vivo en medio nuestro. El mundo no puede recibirlo porque no tiene esa experiencia de Jesús, pero los discípulos sí.
  • El Espíritu Santo nos introduce en esa comunión misteriosa, íntima y profunda que existe en el corazón de Jesús: la comunión con el Padre. El vínculo entre Jesús y el Padre, así como es de hondo, es también de abierto: pareciera que cuanto más profundo es el amor, más desea abrirse a otros, donarse.
  • Por eso el discípulo sabe que nunca "se queda huérfano". Es curioso. En el libro-entrevista "Año 1000 - Año 2000: la huella de nuestros miedos" el historiador Georges Duby comentaba que el miedo a la soledad es algo muy propio de este tiempo que ha sido desconocido para épocas anteriores. Frente a un mundo que no conoce al Espíritu y por tanto, no sabe de vínculos y lazos profundos, el cristiano en cambio se siente sumergido en una comunión profunda que lo afianza, lo enriquece y también lo compromete.
  • La fragilidad de las relaciones contemporáneas es un tópico común de numerosos análisis, conversaciones y debates. Frente a este desafío de nuestro mundo, estamos llamados a anunciar la buena noticia de un Dios que da a nuestro amor una hondura inaudita, una capacidad de recibir y dar amor única. Por decirlo así, el Espíritu Santo le da a nuestro amor "un gusto a Trinidad", a esa comunión infinita que sin embargo, se revela como por destello y reflejo en nuestro amor cotidiano. "Donde ves el amor, allí está la Trinidad" decía San Agustín. Estamos invitados a darle al mundo este testimonio, el de un amor que se manifiesta antes que nada en una unidad profunda, verdadera, comprometida.
  • Estos días, entonces, nos abren a la espera y la invocación del Espíritu. Pidámosle al Paráclito que sea realmente esa presencia compañera. Que nos ayude a vivir como Jesús, amados por el Padre y entregados por amor a los demás. Que nos consuele frente a las heridas, los desgarrones y limitaciones del amor que todos experimentamos... para poder vivir en una comunión cada vez más profunda, para poder ser "otros paráclitos" frente a tantas personas que hoy se experimentan desvalidas, solitarias y abandonadas.
  • En la Eucaristía es donde este Evangelio se cumple de un modo único. El Espíritu nos da a Jesús, que a su vez nos hace entrar en comunión con el Padre y entre nosotros. De aquí salimos conscientes y renovados en ese amor. Llevemos a nuestras casas este deseo de "guardar" lo celebrado aquí, de ir imprimiendo en nuestras casas, en nuestro trabajo, en nuestro entorno, el sello amoroso de Dios, que viene a rescatarnos de la soledad por la acción del Espíritu Santo.


lunes, abril 21, 2008

Apostilla a las lecturas de este último domingo (5° Domingo de Pascua, Ciclo A, Jn 14 1-12)

1. Jesús viene a revelarnos quién es Dios, el verdadero rostro de Dios

  • Este es uno de los grandes temas del Evangelio de Juan. Nadie conoce a Dios, salvo Jesucristo, que es quien nos lo da a conocer. Jesús es el "exégeta" del Padre (quizás con el lenguaje de hoy diríamos que es el biógrafo autorizado). Dios es un Padre que nos quiere, que quiere darnos vida, ¡vida en serio!
  • Toda la vida de Jesús es un transparentar al Padre. Para entender quién es Dios y cómo es con nosotros, tenemos que ver la vida de Jesús. No sólo es importante saber que Jesús es Dios, sino también que Dios es Jesús, es decir, que en él descubrimos el corazón de Dios. Como decía Juliana de Norwich, donde Cristo es contemplado, la Trinidad es comprendida.

2. Acá venimos a encontrarnos con esa imagen de Dios.

  • Jesús va purificando de a poco nuestra imagen de Dios, depurándola de las experiencias negativas que a veces no nos permiten terminar de confiar. Ninguna experiencia de paternidad es perfecta, e inevitablemente la trasladamos a nuestra relación con Dios (con sus elementos positivos y negativos). El Pseudo Dionisio advertía del riesgo de los términos demasiado cercanos para aplicar el misterio de Dios (nadie pensaría que Dios es una Roca en serio, pero en cambio la aplicación de nuestra historia vincular a las categorías de Padre o Hijo pueden darse con más facilidad). Pero no se trata de desvincularse de la imagen del Padre (¡que es justamente lo que vino a revelarnos Jesús!) aunque sí de purificar y ampliar esa imagen. La contemplación de Jesús realiza esta tarea.

3. Hoy, es la Iglesia el lugar donde el Padre se va revelando

Estamos llamados a hacer esta experiencia profunda, para transparentar al mundo el amor del Padre. Eso es lo que atrae... Evangelizar es mostrarle al otro que es amado por Dios. Qué hermoso sería si uno pudiera decir “Yo salgo de la celebración sintiéndome amado”, sintiendo ese amor del Padre por el que Jesús dio la vida para que nosotros también vivamos como hijos suyos.

La Iglesia, como “comunidad de amor”,
está llamada a reflejar la gloria del amor de Dios
que es comunión, y así atraer a las personas y a los pueblos hacia Cristo.
En el ejercicio de la unidad querida por Jesús,
los hombres y mujeres de nuestro tiempo se sienten convocados
y recorren la hermosa aventura de la fe.
“Que también ellos vivan unidos a nosotros para que el mundo crea” (Jn 17, 21).
La Iglesia crece no por proselitismo sino “por ‘atracción’:
como Cristo ‘atrae todo a sí’ con la fuerza de su amor”.
La Iglesia “atrae” cuando vive en comunión, pues los discípulos de Jesús serán reconocidos
si se aman los unos a los otros como Él nos amó (cf. Rm 12, 4-13; Jn 13, 34).
(Documento de Aparecida, 159)

El abrazo



Sólo puedo ofrecerte
espacio abierto
el hueco de mis brazos
para que descanses
al menos por un rato

no tengo palabras
no tengo respuestas
no hacen falta tampoco

pero tal vez, apenas,
ese espacio vacío
sea lo que estás buscando
para que descanses
al menos por un rato

jueves, abril 17, 2008

A veces, de golpe, sin que nada lo prepare ni lo anticipe, me asalta la alegría, la emoción, el gusto... inclusive en algunos momentos de tristeza, de dolor o cansancio. Primero me sorprendo, pero después me sonrío y pienso "seguro que alguien acaba de rezar por mí".

lunes, abril 14, 2008

Contemplata aliis tradere


Y de tanto mirarte, nos salvemos.
El Contemplado, de Pedro Salinas



Tejer el corazón con hilos de Evangelio
escuchar tu historia hasta que sea nuestra
o mejor, hasta que nuestra historia
se lea calcada en tus relatos


Aguzar la mirada, para encontrar tu huella
aprender las inflexiones de tu alma
y el tono de tu vida

Hasta estallar de Palabra
en un parto constante
hasta hacer de todo el día
predicación silente

lunes, abril 07, 2008

Sin miedo al futuro

En una oportunidad, tuve la suerte de escuchar una excelente conferencia de un sacerdote hablando sobre la Iglesia y la transmisión de la fe. En un momento dijo algo que se quedó dándome vueltas en el corazón. Habló del miedo al futuro que suele aparecer en la Iglesia.

Momentos difíciles como este cambio de época que atraviesa nuestro mundo, pueden hacernos caer en la tentación de replegarnos y pensar que es el momento de cerrar filas frente al mundo. Pero eso es empezar a morir. Sobre todo, es una falta contra la esperanza, es pensar que el Señor de la Historia ha dejado de acompañarnos por el camino.

Si creemos en Jesús resucitado y vivo en medio nuestro, sabemos que todo tiempo y todo lugar está grávido de su presencia. Jesús está también hoy caminando junto a nosotros, mostrándonos a través de la Palabra el plan salvador de Dios.

El Espíritu Santo, que trae siempre consigo la novedad de Dios y la fidelidad al origen, nos irá mostrando el rostro de Jesús en este recodo de la vida y la historia. Él nos mostrará el modo de
encontrar a Jesús resucitado y nos permitirá a nosotros ponerle palabra y gestos a su amor.

Un amor manso y resucitado

El símbolo del Cordero me resulta cada vez más fascinante. ¡Ayuda tanto a descubrir cómo es el amor salvador de Dios!

Jesús es el Cordero degollado y resucitado, el que permanece de pie. Sólo él puede abrir el libro, es decir, sólo su amor manso y victorioso nos permite intuir la trama escondida de la historia, esa trama que sólo descubren los humildes y sencillos como él.

La imagen del Cordero tira por el suelo todas nuestras pretensiones de poder y triunfalismo, todas las ambiciones escondidas a veces detrás de los proyectos más nobles: no hay lugar sino para la ofrenda herida y vulnerable del amor. Sólo ese amor salva de verdad, esa ternura de Dios que transforma el dolor en ofrenda.


Uno relaciona fácilmente la imagen del Cordero con la serenidad y la pobreza del Señor en la cruz... pero el Resucitado no pierde esa pobreza. La presencia del Resucitado tiene la luz serena de la mañana, que no encandila sino que alumbra despacio, quitando el frío del alma y llenando de esperanza el corazón.

Amor pobre y callado, mansedumbre que salva... enseñanos a amar como vos.