viernes, julio 31, 2009
Sobre la Iglesia (III)
Sobre la Iglesia (II)
Escuchando a Sonicflood
miércoles, julio 29, 2009
Sobre la Iglesia (I)
lunes, julio 27, 2009
Todo vínculo es un regalo, una ofrenda que tiene a Dios detrás, un misterio que nos deslumbra y al mismo tiempo nos hace sentir en casa, porque descubrimos en ese lazo que nos anuda a otros con un amor verdadero y profundo el sentido de la existencia.
Por eso cada tanto debiéramos recuperar nuestro asombro frente a la familia, los amigos, los compañeros de camino: ¿no es sorprendente que haya alguien y no nadie? ¿No es deslumbrante mirar hacia atrás y ver que sin darnos cuenta un entramado de abrazos, silencios y encuentros nos marca el paso?
Por eso debiéramos postrarnos en el santuario del alma para agradecer por todos aquellos que pasan por él y dejan en nosotros su huella. Sí, aún cuando esta huella nos haya lastimado: el grito de las heridas también nos recuerda que hemos sido hechos para el amor.
Al mismo tiempo, no podemos pretender abalanzarnos sobre nuestros lazos. Hacerlo sería destruirlos. Tal vez por eso decía un sabio que el primer movimiento del amor es bajar los brazos. Dejar al otro el espacio necesario, condición fundamental para el encuentro.
Y así, seguir caminando, de vínculo en vínculo, llevando en nuestro santuario un sinnúmero creciente de nombres y de historias que nos preparan para el Encuentro definitivo. Para ese lazo que se anticipa y se pregusta en cada amor del sendero.
Sobre el ministerio sacerdotal
Desde el principio, una certeza acompañó mis primeras (y limitadas) intuiciones sobre el sacerdocio, cuando todo era apenas un balbuceo y un empezar. Era la convicción de qu e el sacerdote era alguien profundamente comprometido con la unidad, que trabaja por ella y está a su servicio. No podría especificar de dónde venía esta certeza. Pero allí estaba.
Nada, sin embargo, podría haberme preparado para la experiencia de estos años, breves pero intensos. Descubro que mucho de mis alegrías y tristezas pasan por acá: por el servicio a la unidad, o mejor, a la comunión.
Si tuviera que decir hoy cuál es el hilo conductor del sacerdocio, el núcleo del cual nacen todas las iniciativas, tendría que decir que este: el generar lazos, el despertar a otros a la comunión. Pero no cualquier lazo, sino aquel que nace del corazón de Dios y a él lleva. Lazos profundos, de esos que sólo la artesanía del Espíritu puede crear.
Creo que entender el ministerio desde allí ayuda a integrar y realzar cada una de las múltiples iniciativas y actividades que el sacerdote debe realizar, porque brota del ser mismo de Dios y atraviesa el corazón del hombre, creado a imagen de la Trinidad.
miércoles, julio 22, 2009
El Ángel
A mi ángel de la guarda
Variaciones sobre la luz y la sal
Cada tanto la Palabra te muestra otra vez que es una fuente inagotable: esto en realidad no se da tanto ni tan sólo porque de ella uno extrae múltiples enseñanzas, sino sobre todo porque está imbuida del amor de Dios y el amor no cansa sino que renueva por su dinamismo interno.
Pero de todos modos viene bien cada tanto descubrir que hasta de las imágenes más sencillas uno no deja de sacar luces para el camino.
Por lo pronto, la imagen de la luz y la sal en este tiempo se me va haciendo cada vez más llamativa por la genialidad de Jesús para entrelazar dos realidades complementarias que brillan más todavía al combinarlas.
La luz y la sal son de por sí dos imágenes sumamente evocativas: hacen referencia a lo cotidiano, a lo que todo el mundo experimenta y al mismo tiempo están cargadas de simbolismo. Me gusta ver que Jesús no dice “sean sal” o “sean luz” sino “ustedes son la sal y la luz”. Quiere hacernos tomar conciencia de lo que ya somos, del don que hemos recibido.
Pero lo interesante es ver que su combinación permite profundizar en la dimensión paradojal, o si se quiere, en la tensión de cruz que tiene la vida del cristiano, nunca atrapada en una sola dimensión.
La sal y la luz hacen referencia a la dimensión oculta y pública de nuestra fe: el cristiano tiene que meterse en medio de las realidades, con un amor muchas veces escondido, pero también dar testimonio público con la parresía que corre de generación en generación por el corazón de la Iglesia.
También puede ayudarnos a entender la tensión Iglesia-mundo: la Iglesia no puede perder su sabor, su identidad, bajo riesgo de perder su sentido; pero no puede dejar de manifestarse y de buscar insertarse en la sociedad y la historia, sin temor a que su luz se diluya. Si pierde su gusto deja de ser Iglesia; si se esconde, se convierte en gueto o en secta (y de ambas tentaciones y ambas caídas conocemos).
La luz y la sal nos pueden servir para entender el amor de Jesús, que da un sabor distinto a la vida sin que a veces lo terminemos de percibir (hasta que nos falta o lo descuidamos) y que otorga un sentido nuevo a nuestra existencia, iluminando toda nuestra vida, toda nuestra casa.
Elogio de lo escondido
Nuestro tiempo cultiva un gusto morboso por la paranoia, las sociedades secretas y las mil conspiraciones que sucesivamente reciben la acusación de dirigir los destinos del mundo. Pareciera que el mal elige esconderse para perpetrar sus designios, para mantener arrinconada y amenazada la vida de mil maneras, a cada cual más sutil.
Sin embargo, el mal tarde o temprano muestra la hilacha. Como los villanos desenmascarados en las películas, la trama conspiratoria sale a la luz, la sangre se cuela por debajo de la puerta y el escándalo explota a medio día en un estallido de notoriedad. El mal puede servirse del ocultamiento; tarde o temprano, sin embargo, se manifiesta por su propio peso. El mal es ruidoso, molesto y atropellador. Por eso no puede esconderse para siempre, sea porque lo encuentran, sea porque él mismo quiere vanagloriarse de su tarea.
Por el contrario el bien parece elegir lo oculto como su modus operandi habitual (y algo de esto he podido ver en distintos momentos). Corriendo por las acequias escondidas del mundo están pasando mil gestos de amor desconocidos: esas pequeñas reconciliaciones que nadie conoce sino el que las celebra en su corazón; los “sí” que hacen que la historia siga adelante; los sacrificios de miles de personas; la oración de viejos y de chicos, simples y por eso mismo lanzadas directamente al corazón de Dios; los abrazos…
Cuesta entender la lógica del amor oculto (por lo menos a mí me cuesta). Pero cuando uno logra adentrarse en esa corriente secreta, cuando podemos por un momento olvidarnos de nosotros mismos e imitar la generosidad del sol, del aire, de los justos escondidos en los resquicios de la historia… se encuentra una alegría indescriptible, un gozo escondido como el tesoro enterrado de la parábola.
lunes, julio 20, 2009
Sobre la primera lectura de hoy (Lunes de la XVI semana del Tiempo Ordinario)
viernes, julio 17, 2009
PARA UNA VERSIÓN DEL I CHING
El porvenir es tan irrevocable como el rígido ayer.
No hay una cosa que no sea una letra silenciosa
de la eterna escritura indescifrable
cuyo libro es el tiempo. Quien se aleja
de su casa ya ha vuelto. Nuestra vida es la senda futura y recorrida.
Nada nos dice adiós. Nada nos deja.
No te rindas. La ergástula es oscura,
la firme trama de incesante hierro,
pero en algún recodo de tu encierro
puede haber una luz, una hendidura.
El camino es fatal como la flecha.
Pero en las grietas, está Dios que acecha.
miércoles, julio 15, 2009
En la fiesta de San Buenaventura
En un blog que tiene el fuego como leitmotiv, con un autor que admira y venera al Seráfico Doctor, no podía faltar la cita del Oficio de Lectura de hoy. Que Buenaventura interceda para que nunca falten en la Iglesia personas que busquen a Dios, de palabras encendidas que guían y al mismo tiempo dan calor. De las que hacen, como decía Guardini de San Agustín, que la verdad sea cálida y el valor sea lúcido.
Cristo es el camino y la puerta. Cristo es la escalera y el vehículo, él, que es el propiciatorio colocado sobre el arca de Dios y el misterio oculto desde los siglos. El que mira plenamente de cara este propiciatorio y lo contempla suspendido en la cruz, con fe, con esperanza y caridad, con devoción, admiración, alegría, reconocimiento, alabanza y júbilo, este tal realiza con él la pascua, esto es, el paso, ya que, sirviéndose del bastón de la cruz, atraviesa el mar Rojo, sale de Egipto y penetra en el desierto, donde saborea el maná escondido, y descansa con Cristo en el sepulcro, como muerto en lo exterior, pero sintiendo, en cuanto es posible en el presente estado de viadores, lo que dijo Cristo al ladrón que estaba crucificado a su lado: Hoy estarás conmigo en el paraíso.
Para que este paso sea perfecto, hay que abandonar toda especulación de orden intelectual y concentrar en Dios la totalidad de nuestras aspiraciones. Esto es algo misterioso y secretísimo, que sólo puede conocer aquel que lo recibe, y nadie lo recibe sino el que lo desea, y no lo desea sino aquel a quien inflama en lo más íntimo el fuego del Espíritu Santo, que Cristo envió a la tierra. Por esto dice el Apóstol que esta sabiduría misteriosa es revelada por el Espíritu Santo.
Si quieres saber cómo se realizan estas cosas, pregunta a la gracia, no al saber humano; pregunta al deseo, no al entendimiento; pregunta al gemido expresado en la oración, no al estudio y la .lectura; pregunta al Esposo, no al Maestro; pregunta a Dios, no al hombre; pregunta a la oscuridad, no a la claridad; no a la luz, sino al fuego que abrasa totalmente y que transporta hacia Dios con unción suavísima v ardentísimos afectos. Este fuego es Dios, cuyo horno, como dice el profeta, esta en Jerusalén, y Cristo es quien lo enciende con el fervor de su ardentísima pasión, fervor que sólo puede comprender el que es capaz de decir: Preferiría morir asfixiado, preferiría la muerte. El que de tal modo ama la muerte puede ver a Dios, ya que está fuera de duda aquella afirmación de la Escritura: Nadie puede ver mi rostro y seguir viviendo. Muramos, pues, y entremos en la oscuridad, impongamos silencio a nuestras preocupaciones, deseos e imaginaciones; pasemos con Cristo crucificado de este mundo al Padre, y así, una vez que nos haya mostrado. al Padre, podremos decir con Felipe: Eso nos basta; oigamos aquellas palabras dirigidas a Pablo: Te basta mi gracia; alegrémonos con David, diciendo: Se consumen mi corazón y mi carne por Dios, mi herencia eterna. Bendito el Señor por siempre, y todo el pueblo diga: «¡Amén!»
martes, julio 07, 2009
Una imagen de esperanza
Era día de Preparación, es decir, víspera de sábado. Por eso, al atardecer, José de Arimatea -miembro notable del Sanedrín, que también esperaba el Reino de Dios- tuvo la audacia de presentarse ante Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús.
Pilato se asombró de que ya hubiera muerto; hizo llamar al centurión y le preguntó si hacía mucho que había muerto. Informado por el centurión, entregó el cadáver a José. Este compró una sábana, bajó el cuerpo de Jesús, lo envolvió en ella y lo depositó en un sepulcro cavado en la roca. Después, hizo rodar una piedra a la entrada del sepulcro. (Mc 15, 42-46)
Hace un tiempo ya que al meditar la pasión me detengo en la figura de José de Arimatea, sobre todo en el contexto del Evangelio.
Todo el Evangelio de Marcos muestra la dificultad de los discípulos para entender y seguir a Jesús. El miedo se apodera de ellos fácilmente. En el momento de la pasión y la cruz se desbandan. ¡Es el fracaso total del discipulado, como quizás no lo muestre ningún otro Evangelio!
En ese momento de silencio vacío, de ausencia… aparece una figura hasta ahora desconocida, la de José. Cuando todos los nombres que hasta ahora recorrían el camino de Jesús se han desvanecido, alguien se hace presente para realizar un gesto de discípulo. En el peor de los momentos, cuando la muerte parece haber tenido la última palabra, alguien ha elegido el amor.
La audacia de José es quizás el primer signo de la resurrección. La fuerza transformadora de la Pascua manifiesta un primer fruto en este acto. No está todo perdido: alguien ha querido seguir adelante.
Podríamos pedirle a José que interceda entonces para que nosotros también podamos seguir amando en esos instantes de muerte, perplejidad y desazón.
Un tiempo favorable
Los griegos tenían dos palabras para describir el tiempo. Una es cronos, que es el tiempo normal, que transcurre de un momento a otro. La otra es kairós. Quiere decir “tiempo favorable”, “momento oportuno”. Cuando Dios se hace presente comienza un verdadero kairós. Se abre una oportunidad, una ventana que da al tiempo (y a todo lo que se vive en este tiempo) una densidad nueva, distinta y profunda.
Cada tanto uno percibe que está en un kairós. Como un destello en el horizonte, o un impulso de generosidad dentro de uno. Creo que sobre todo lo percibimos porque se mezcla dentro nuestro una rara combinación de miedo y audacia, de entusiasmos y perplejidad… pero supongo que así es siempre que el misterio irrumpe en nuestra vida.
Hay que estar atentos a esos espacios de kairós. Y no dejarlos pasar.