domingo, marzo 25, 2007

Yo tampoco te condeno

Recuerdo que mi profesor de Reconciliación me decía que muchas veces el problema de los penitentes era que Dios los perdonaba pero ellos no terminaban de perdonarse.

Cuando no nos perdonamos, cuando no terminamos de reconocer que nuestra existencia nace de la misericordia, alumbramos resentimiento y condena.

La condena nos detiene en un momento de nuestra historia, nos reduce a un hecho puntual. Por el contrario, el perdón sabe del pecado, pero lo transforma por el amor en la oportunidad de comenzar de nuevo, en un verdadero renacimiento. El perdón que hace brotar agua de la roca, cosmos del caos, vida de la muerte.

Ese mismo perdón que nos permite avanzar cada día un poco más.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Buenassss...interesante. No sé cuál será tu experiencia en el confesionario, yo hablo de lo que a mí me pasa y de cosas que veo en las generaciones jóvenes, adolescentes. Que, muchas, se formaron o deformaron en una seudocatequesis que presenta a Jesús como un amigo más, como un par, como un tipo con onda, "igual que vos"...Para eso, es mejor que no hayan tenido ninguna catequesis, a mí me tocó trabajar en grupos de adolescentes con pibes y pibas que venían "de la nada" en la fe, ni bautismo, ni creer en Dios, ni nada-nada, y en algún sentido era más sencillo que con los que tenían el discursito de que "con el Flaco está todo bien". En lo que a mí respecta, tengo una rapidez pasmosa para perdonarme, que se parece sospechosamente a la indiferencia frente a la falta de amor. Identifico en el retrato de los que tienen problemas para perdonarse a los creyentes que fueron formados en otra catequesis, en otro estilo eclesial, en otro modo de presentar a Dios. Hace 18 años coordino grupos católicos especialmente de adolescentes y jóvenes; rarísima vez escuché que les costara demasiado perdonarse; más bien costaba que tomaran conciencia, por momentos, de que efectivamente Dios y los demás podrían tener, quizás, a lo mejor, tal vez, alguuuuna cosa que perdonarles. Este año me tocó coordinar un grupo de gente de más de 40, con algunos mayores de 50, y ahí sí: es más frecuente la vivencia enganchada en la culpa estéril, el darse con un caño, etc...Pero en lo que a mí respecta, creo que me doy por perdonada demasiado rápido. Y no tiene nada que ver con desear ser una persona timorata, escrupulosa y agobiada por la culpa, lejos de mí semejante deseo. Pero me preocupa cuando no me duele faltar al amor. Y cuando no me duele, me perdono cada vez más rápido. Cuando me duele, tardo, porque la experiencia de recibir el perdón se acompasa, como un proceso vital, con el dolor de haber herido a Dios o a mis hermanos y la búsqueda de reparar el daño causado...un abrazo en Cristo.