"¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?" ¡Qué cruda la pregunta de Juan el Bautista! No tanto para Jesús, pero sí para él mismo. Hay que animarse a preguntar algo que puede romper con nuestras esperanzas y previsiones. Al decir esto se juega el todo por el todo.
A Juan le pasa lo que a varios de nosotros en distintos momentos de nuestra vida: hemos creído que Jesús es Dios, que es el Mesías, pero no terminamos de creer o de aceptar su manera de serlo. Tenemos que vivir una "segunda vuelta" de nuestra fe, que muchas veces la vivimos cuando un dolor o una crisis entra en nuestra vida. Más allá de las diferentes cosas que uno vive y escucha frente a la dimensión crítica de nuestro camino, hay algo que es cierto. Toda crisis implica una cierta desilusión. Una pretensión nuestra, una expectativa se quiebra, un sueño se esfuma. Pocas experiencias son tan dolorosas como esta, cuando algo que anhelábamos se nos deshace y nos deja con las manos vacías de futuro.
Pero en estas desilusiones está muchas veces la semilla de un camino nuevo, más profundo y real. Es ahora cuando podemos empezar a vivir desde la autenticidad, cuando el otro y yo mismo podemos mirarnos desde lo que somos y elegirnos desde nuestra verdad, y no a partir de nuestras fantásticas idealizaciones. En muchas de nuestras expectativas hay una omnipotencia y un narcisismo escondido que gracias a Dios quedan heridos de muerte al vivir estas crisis.
En mi primer año de seminario, uno de mis formadores me hablaba de esto, y me dijo algo que se grabó profundamente en mi memoria: "Cuando nos desilusionamos, no perdemos nada, porque simplemente se ha esfumado eso: una ilusión. No la realidad".
Juan el Bautista encontró en las palabras de Jesús los signos de un mesianismo diferente pero mucho más profundo y fiel a la Palabra de Dios que el que él se había imaginado. Su ilusión tenía que deshacerse para despertarse a algo más luminoso y grande que Dios le ofrecía. Tal vez tengamos que protestar menos cuando algún proyecto se nos cae de la manos, porque probablemente el Señor nos esté preparando algo mejor. O por lo menos, más real.