sábado, diciembre 30, 2006
Aprender la ternura
Y lo curioso es que los heridos son antes que nada los cercanos, los más vulnerables de todos.
Quizás sea porque la ternura hoy necesita ser aprendida, como un idioma difícil pero necesario, como un compromiso ineludible con tanta gente herida...
Leyendo a Alejandra Pizarnik
Poco sé de la noche
pero la noche parece saber de mí,
y más aún, me asiste como si me quisiera,
me cubre la conciencia con sus estrellas.
Tal vez la noche sea la vida y el sol la muerte.
Tal vez la noche es nada
y las conjeturas sobre ella nada
y los seres que la viven nada.
Tal vez las palabras sean lo único que existe
en el enorme vacío de los siglos
que nos arañan el alma con sus recuerdos.
Pero la noche ha de conocer la miseria
que bebe de nuestra sangre y de nuestras ideas.
Ella ha de arrojar odio a nuestras miradas
Sabiéndolas llenas de intereses, de desencuentros.
Pero sucede que oigo a la noche llorar en mis huesos.
Su lágrima inmensa delira
y grita que algo se fue para siempre.
miércoles, diciembre 27, 2006
Hombres con el corazón traspasado
Creo que por ahí va la clave. Por bajar las barreras, animarse a que las preguntas nos interpelen, las esperanzas nos contagien, las búsquedas nos pongan en movimiento... por dejar que el amor nos invite a entrar más hondamente en la espesura. Por dejar que el dolor nos ensanche un poco más el espacio del alma.
Ser hombres de compasión y compañía, que no tienen miedo de herirse en el camino porque saben que las llagas se transfiguran, que para el creyente la herida se puede volver surco de esperanza, posibilidad de vida.
El corazón de Jesús es el crisol, el lugar donde el dolor se transforma en esperanza... donde se vive la pascua, la transformación, el paso hacia lo nuevo que no niega lo anterior, al contrario: lo requiere, pero para llevarlo más allá, para transformarlo.
martes, diciembre 12, 2006
Leyendo a Hugo Mujica
No quiero decir que se entienda mejor lo que escribe (no creo que la cuestión sea cuestión simplemente de "entender"). Es como si la poesía llegara más lejos dentro del propio territorio, como si le diéramos el tiempo que ella necesita para encontrar esos rincones del propio corazón donde se da el encuentro, lugares al que a veces las apuradas y el ruido vedan el acceso.
Y creo que para poetas como Mujica esto es una condición casi indispensable. Escribe desde el silencio y pide silencio para ser escuchado... por suerte, creo también que su palabra nos lleva al silencio... sus versos traen dentro suyo el silencio que los ha engendrado para colarse dentro nuestro y hacernos tierra fértil... palabra honda, despojada, desnuda, la de los versos de Mujica.
es siempre atrás
como el umbral
de la despedida, el del adiós frente
a un camino nunca trazado
el del gesto inconcluso,
la mitad olvidada.
en el medio la terca torre:
el propio nombre
la estaca entre el deseo
y la nostalgia,
el puñado de humo
en el que aferramos el miedo a perder
lo que nunca tuvimos.
al final, el que nos llega,
queda la apuesta
del inicio, la gracia perdida:
queda perderlo todo.
Con la esperanza de los amigos
A veces nos quedamos ciegos a nuestra propia luz, y tampoco podemos tantear el hilo que nos conduce a la salida.
A veces desesperamos.
Pero por suerte, o porque la esperanza nos conoce, ella no sólo anida en nuestro corazón. También se reserva espacios en los amigos, en los compañeros. Y cuando no podemos encontrarla dentro nuestro, nos saluda desde un corazón hermano.
Será que en algunos momentos, cuando todo parece ser silencio y vacío, uno tiene que vivir de la canción de otros. Hasta que volvamos a aprender la melodía. O al menos, a tararear el estribillo.
Al servicio del fuego
Después entré al seminario y, como se acostumbra, elegí una frase del Evangelio que me acompañara a lo largo del año inicial. Elegí una poco usual, del Evangelio de Lucas: "He venido a traer fuego sobre la tierra" (Lc 12, 49). Sentía en ese momento que Jesús quería que yo fuera ese fuego... ese fuego que es, en realidad, el del Espíritu... uno se pone a disposición para recibirlo, guardarlo y transmitirlo.
Recientemente, leyendo el libro de Anselm Grün sobre el orden sagrado, él retomaba esta imagen "sacerdotal-arquetípica" para entender el ministerio". Y una cita en el libro "Ser sacerdote hoy", de Gisbert Greshake, también la toma: dejo el texto porque creo que revela un poco lo que late en el corazón del que opta por este camino, especialmente al pensar en el hoy tan cuestionado celibato.
El prender fuego es lo más importante de todo.
Prácticamente esto significa que debo mantener libres e indivisos mi tiempo, mi corazón y mi vida para la palabra reveladora y salvífica del Señor, a fin de que esta llegue hasta mí mismo, para que yo la viva personalmente,
la concrete, a fin de esclarecerla con mi presencia y así transmitirla...
que yo mantenga despierta la ardiente espera de una realidad que sobrepasa toda la felicidad que pueda experimentarse por lo de aquí abajo y provisional; con total disponibilidad para mis hermanos los hombres, a quienes yo tengo que acercar esa realidad, con los que yo debo compartirla. Yo no los conozco de antemano.
No sé hasta qué punto llega la red de relaciones del amor, esa red que yo he de tejer y lanzar; esa red que, desde luego, es ante todo o ha de ser mi comunidad,
pero que por su misma esencia no tiene limitaciones.
Heinrich Spaemann
lunes, diciembre 04, 2006
Apuntes sueltos sobre la esperanza
Desde el principio, Dios nos hace una promesa. El amor de Dios nos quiere para más, para la plenitud: nos invita a dar pasos hacia una felicidad que sólo él puede dar, que sólo él puede regalar. Desde el principio, Dios nos invita a la fecundidad y al amor.
Pero también desde el principio hay algo en nosotros que parece querer arreglárselas por sí mismo. Aprender a vivir no desde la promesa, sino desde uno mismo, desde las propias posibilidades y fuerzas. Como si esperar que nuestra vida nos viniera de otro fuera algo que en el fondo nos limita y empobrece.
Lo curioso es que cuando el hombre opta por decir que no a este plan de Dios, Dios redobla la apuesta y agranda la promesa. A partir del no a Dios nace la esperanza, cuando Dios nos dice que nos va a salvar del mal, que no está todo terminado ni cerrado, que siempre está la posibilidad de un paso más, de algo que nos puede sacar de la muerte, la tristeza y la esclavitud en la que a veces estamos metidos.
Toda la historia del Pueblo de Dios es la lucha entre la esperanza que Dios renueva constantemente cuando los invita a confiar en su promesa, y los ataques contra la esperanza de Israel. A veces venían de afuera, cuando situaciones que el pueblo no puede controlar ponen en peligro su destino y su vocación, pero también en numerosas oportunidades desde adentro, desde las ganas de querer confiar en las propias fuerzas, o del desaliento que da el sentir que ya no se puede seguir adelante.
El pueblo de Israel aprendió a esperar y confiar cada vez más a lo largo de las crisis y dificultades... su esperanza se fue agrandando cada vez más. Y justamente cuando más oprimidos estaban por fuera y por dentro, se dieron cuenta que su salvación podía venir sólo de Dios. Pero parecía no venir.
Con el tiempo, varios se fueron acomodando. Más que desesperarse, se fueron sacando la esperanza de encima como quien se saca una ropa incómoda. Algunos pensaban que la esperanza de Israel se iba a realizar cuando todo se arreglara mágicamente. Otro se imaginaban que Dios iba a darles de nuevo la fuerza para cambiar las cosas con poder. Y no faltó quien se imaginara que sólo algunos elegidos, puros, se iban salvar.
Cuando ya pocos esperaban, entonces, despacito, sin ruido, en el lugar menos esperado... aparece Jesús. Un salvador que no es al estilo que muchos esperaban y que ciertamente no tiene mucho que ver con la imagen que varios tenían, con la esperanza de la mayoría. Los que esperaban un Mesías castigador descubren en este tipo alguien casi libertino, cerca de los impuros y los pecadores. Los partidarios de la fuerza se desilusionaron de este hombre firme y con una palabra de fuego, pero pacífica.
Sólo algunos aprenden a descubrir que en Jesús puede estar el cumplimiento de lo que esperan, que Jesús puede ser la respuesta a su esperanza: los pobres, los enfermos y los pecadores. Descubren que él puede darles lo que están buscando. Justamente porque no viene a arreglar las cosas “desde arriba”, sino desde dentro. Jesús se deja afectar por lo que al otro le pasa. Se conmueve, comparte, se acerca.
Jesús viene a anunciar que Dios está viniendo, que su Reino está cerca. Que la esperanza es posible. Jesús tiene una esperanza: la de que la promesa de Dios, de venir a estar en medio de la gente, transformando su vida y uniendo a todos se cumpla... Y confiado en que todo depende de Dios se compromete con todo su ser en esa misión, siguiendo la promesa de su Padre, su Abbá, su papá. Porque se sabe amado con un amor infinito, sabe que siempre hay esperanza, que su vida está en manos de Dios. Y por esa misma experiencia, puede transmitir esperanza a los demás. Los que están tristes, enfermos y desesperanzados, encuentran en Jesús una posibilidad nueva, un sueño distinto, un camino que antes no hubieran recorrido.
Creo que por eso los evangelios le ponen a Jesús nombres que, en el fondo, son nombres de esperanza. Jesús es el pan, la resurrección, la luz, el rey, la salvación, el amor... las necesidades, los deseos más profundos del ser humano hechos gesto y palabra.
Jesús quiso compartirlo todo... y por eso mismo también vivió el quiebre de su proyecto... el sueño del Reino se rompió desde dentro por la traición y el desengaño. Jesús vio como todo lo que había hecho se caía abajo y que él mismo iba hacia la muerte. ¿Qué había pasado con la promesa de Dios? ¿Qué había pasado con la esperanza de Jesús?
Jesús no sabe qué va a pasar. Pero no deja de esperar. Confía. Y es, como Dios (porque es Dios), un hombre que apuesta al amor al extremo cuando todo parece oscurerse. La cruz lo encuentra gritando a Dios pero rezando, confiando.
El Padre responde resucitando a Jesús. La resurrección es la esperanza de Jesús y la de todos hecha cumplimiento. Allí hay algo que se le regala a Jesús, y en él, a todos nosotros, que ya no se puede romper. Jesús resucitado nos muestra que las heridas se pueden transformar en fuente de vida; que los proyectos rotos pueden renacer a algo mucho mayor; que nuestra vida es valiosa aunque todos digan lo contrario; que el amor entregado nunca se pierde.
En Jesús resucitado, que vino, que viene y va seguir viniendo, podemos encontrar una vez más nuestra esperanza renovada. No porque por creer en él se vayan a resolver nuestros problemas y dificultades. Sino porque creemos que él viene a transformar nuestra oscuridad en luz, nuestra tristeza en alegría... desde adentro, compartiéndola con nosotros. La certeza que nos da es la de su amor. Sólo el que se sabe amado puede esperar. Sólo puede dar esperanza quien regala amor gratuitamente: amor al estilo de Dios, que se abaja y extiende, que se inclina hacia el que sufre, que se anima a meterse en las tinieblas para hacer brillar en ellas la luz.