Me la regalaron hace tan poco... vino con la ordenación diaconal, sencilla y luminosa, con la simplicidad que necesitaba. El nombre vino rápido: "La Sufrida". Pobre bici, tenía que cargar con mis (en ese momento, ya bajé diez kg) 93 sin queja y sin resuello. Sin mucho uso, la dieta me hizo sacarla a tiempo y destiempo, y nos estábamos llevando bien.
El preludio del fin fue hace una semana. El pedal se cayó mientras subía el túnel de las cuatro barreras. La llevé a arreglar, seguro de la sonrisa del dueño de la bicicletería. ¿Cómo imaginar que diez días después se repetiría el episodio? Sin bicicleterías y con el tiempo justo, la dejé encadenada confiando en volver a la brevedad. La vorágine de la pastoral hizo que ese momento se demorara hasta un par de días. Entonces me topé con la aplastante realidad, o mejor, me topé con la nada, el vacío de bicicleta, y de candado. Tuve que salir a caminar un rato para sacerme la bronca.
¡Oh experiencia, linterna que iluminas hacia atrás, qué magro es tu consuelo! Ahora sólo me queda esperar, ahorrar, y ser más prudente la próxima vez.
2 comentarios:
Tampoco están más esas cuatro barreras...
¿Dos días la dejaste encadenada en la calle?
Ah, ese afecto por las cosas que forman parte de nuestro andar cotidiano !
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