jueves, junio 08, 2006

Un texto de Anselm Grün

"Mis manos fueron ungidas en mi ordenación sacerdotal. El óleo no es sólo un símbolo del Espíritu Santo, sino también de la ternura de Dios. Mis manos siempre me recuerdan que debo compartir el amor de Dios. No se trata de tenerlo todo siempre a punto, de organizar la parroquia estupendamente, sino de acercarse a los hombres con ternura y transmitirles que las manos de Dios son buenas manos. Dios ha escrito los nombres de los hombres en mis manos y mi nombre en las suyas.

A menudo siento que mis manos están vacías: no tengo nada que ofrecer. No entiendo el misterio de Dios, no me entiendo a mí mismo. Y, sin embargo, mis manos deben dar. Sólo pueden dar lo que reciben una y otra vez. Me consuela saber que incluso con mis manos vacías soy capaz de dar; sólo las manos vacías pueden recibir lo que Dios deposita en ellas sin descanso. No obstante, es doloroso no tener "nada" en las manos. Las palabras que predico en mis sermones no parecen reales; no las puedo repetir, pues suenan huecas. Lo que he aprendido, se me escapa entre los dedos. No cosecho éxito alguno en mi trabajo. La experiencia de muchos sacerdotes es dolorosa, porque a pesar de tener las manos cansadas de tanto bregar, la iglesia está cada vez más vacía. Yo creo que ser sacerdote significa presentar incesantemente a Dios la propia impotencia y alzar ante él las manos vacías. Con todo, creoque mis manos ungidas son un signo de esperanza, ya que transmiten la bendición de Dios aunque ellas no la experimenten, porque Él no es propiedad de mis manos."

El orden sacerdotal, pp. 51-52.

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