La misa había terminado tarrde y cuando salió al atrio había poca gente y el frío se llevaba a los últimos... algún que otro valiente se animaba a seguir conversando, y se prendió a charlar. Ni escuchó cuando de atrás se le acercó un grupo de gente. Cuando uno de los que estaba charlando con él miró por encima de su hombre se dio vuelta y encontró a dos mujeres y algunos chicos. Antes de escucharlos hablar ya sabía que eran peruanos, en el barrio había muchos.
- Padre tiene que venir a bendecir nuestra casa, dijo una de las mujeres, la más anciana.
- Claro, contestó él, perá que agarro la agenda y arreglamos, así...
- No, Padre, tiene que ser ahora, por favor... Antes que se haga muy de noche.
Los ojos mostraban una urgencia que no llegaba a la voz. Asintió, buscó rápido su Biblia y su hisopo con agua bendita y salieron.
Eran nuevos en el barriio y acababan de conseguir una casa, muy barata, muy buena y muy rápido. El tema era que el dueño anterior se había suicidado. Y algo no se sentía bien allí.
Él se puso un poco nervioso, sin saber por qué. Hasta ahora, casi siempre que tenía una bendición era por algo raro: "me hicieron un trabajo", "el dueño anterior era brujo", "me parece que alguien me quiere hacer daño". Pero acá había algo más, algo verdadero. O quizás era el frío, la noche en el barrio que hacía todo un poco más amenazador... Se repitió a sí mismo esto último y entró en la casa.
Adentro había más familiares, todos silenciosos y de pie. "Parece un responso sin muerto", pensó. No procuró sonreír ni siquiera saludar demasiado efusivamente. La atmósfera era... densa, no había otro modo de describirla.
Empezó a rezar y salpicó las paredes con agua bendita. Ya estaba guardando la Biblia cuando la mujer le dijo:
- Espere, Padre, tiene que venir al lugar donde él se suicidó. Por favor.
Salieron a un jardín maltrecho que tenía contra una de las medianeras un cobertizo grande. Entró, ella lo seguía.
La densidad aquí aumentó... algo lo hacía casi palpar el aire. Una presencia, como si el aire fuera viscoso e intentara ahogarlo... como si algo latiera aún, o murmurara desde algún recodo del lugar.
Le dijo a la mujer que rezaran por este hombre, por todos los de la casa. Dijo una oración por los difuntos y el agua bendita se derramó generosamente por el cobertizo.
Cruzó la puerta saludando apurado a cada uno, y caminó solo, desgranando un par de oraciones por esa gente, intentando olvidar.