jueves, agosto 25, 2011

Un gesto gratuito


Pensando en el gesto de Ernesto

Tenemos poco desarrollada nuestra capacidad para recibir un regalo, un signo de amor gratuito. Solemos mirar con desconfianza el don. Por eso cuando se nos sorprende con un acto de generosidad inesperado, solemos tener primero una reacción defensiva. ¿Qué habrá detrás? ¿Cuál es la intención de quien se acerca a nosotros de manera tan libre? ¡Estamos tan llenos de desconfianza!

Por suerte la vida es don permanente y los que están más cerca de ella no dejan de golpear a nuestra puerta con gestos de esos que nos maravillan, nos sacan de abajo de nuestros pies el felpudo de la mezquindad y nos permiten volver a tomar conciencia del regalo. Y entonces uno disfruta doblemente. Como ir a una comida espectacular y de golpe enterarte que alguien ya pagó todo por vos.
¡El testimonio visual del gesto! Los que estuvieron saben de qué hablo

2 comentarios:

Cris M dijo...

Pensaba en las cosas que estos gestos dejan ver: que hay "otros" en los que se puede confiar, que la confianza es producto de la tolerancia, que entender que la "globalización" con el significado de reconocernos todos iguales sin importar de donde venimos (y no precisamente de que "mercado") es una palabra genial, que los vínculos se construyen como primera medida si uno camina por la vida con la intención de hacerlos, que quien ofrece algo -así sea un vaso de agua- está dando un gran mensaje, y fundamentalmente dejan ver que se puede vivir de otra manera.

Dice Fernando Savater:
El pellizco es la salvación momentánea, lo que nos rescata. En uno de sus majestuosos momentos inspirados dice Víctor Hugo que el tigre "lleva su piel marcada por la sombra de la jaula eterna". En esa jaula eterna estamos todos encerrados, fieras y humanos. De vez en cuando llega el pellizco, para que comprendamos por un instante que los barrotes son sólo sombras y que nuestro destino es abierto, como cuanto cubre el resplandor del sol.

Gracias Edu!
Un beso,
Cris M

Anónimo dijo...

Cuanta razón!

Estamos constantemente construyendo murallas entre aquello que se nos ofrece sin ser pedido, y que a la vez no pretende nada a cambio, y nosotros mismos. Nos aislamos, nos encapsulamos y nos convertimos en seres incapaces de adoptar la actitud de recibir simplemente agradeciendo a cambio en una cultura que todo lo compra y que tiene como frase de cabecera "cuanto te debo?" pero siempre con un tinte capitalista.

Tal vez haya tenido razón Milan Kundera al escribir "Es posible que no seamos capaces de amar precisamente porque deseamos ser amados, porque queremos que el otro nos de algo, en lugar de aproximarnos a él sin exigencias y querer solo su mera presencia"