miércoles, agosto 31, 2011

Fuentes para la esperanza


Great spirits now on earth are sojourning;
He of the cloud, the cataract, the lake, 
Who on Helvellyn's summit, wide awake, 
Catches his freshness from Archangel's wing: 
He of the rose, the violet, the spring, 
The social smile, the chain for Freedom's sake: 
And lo!--whose stedfastness would never take 
A meaner sound than Raphael's whispering. 
And other spirits there are standing apart 
Upon the forehead of the age to come; 
These, these will give the world another heart,
And other pulses. 
Hear ye not the hum 
Of mighty workings in the human mart? 
Listen awhile ye nations, and be dumb.

John Keats

Cada vez estoy más convencido que una de las dificultades de nuestro tiempo es la crisis de esperanza que atravesamos. No por la angustia o la incertidumbre de otras épocas, sino por el insidioso desánimo que uno descubre colándose por infinitos resquicios de nuestra cultura. Es difícil de constatar a primera vista pero la desesperanza esta allí, ahogando proyectos, achicando deseos, apagando sueños. 

¿Cómo combatir esta enfermedad mortal, doblemente peligrosa porque no se percibe a simple vista? Creo que uno de los caminos es encontrar y desarrollar posibilidades de una alternativa, dondequiera que uno esté. ¿Qué quiere decir esto? Mostrar que no es todo más de lo mismo, que no es "siempre igual". Proponer la diferencia, la posibilidad de un camino distinto que, al menos en lo cotidiano y sencillo, de manera personal o comunitaria, muestre que las cosas pueden ser diferentes. Abrirnos mutuamente las puertas de la esperanza ensayando una realidad nueva. 

No es verdad que "lo que siempre fue, lo mismo será", con todo mi respeto al Eclesiastés (y a Vox Dei). Es más: algo está cambiando ahora mismo. En este preciso momento, alguien decide romper con el sistema y ofrecer un gesto de solidaridad, de perdón, de justicia y comunión. Ya está pasando. Basta con abrir los ojos para empezar a ver. 

Y decidir ser parte de ese cambio.



lunes, agosto 29, 2011

Intento ser, de a ratos
ese que quiero ser
A veces soy otro
A veces soy, apenas y a gatas

Pero por un instante,
toco el fuego y
lo que me hacía irme
de mí mismo
se consume

Y cuando pongo mis manos en mi cara
descubro una vez más
los contornos de mi rostro

Hoy quiero ser un poco más
ese que el fuego revela
Seguir adivinando mis rasgos
hasta que sólo queden
las facciones que tenía
antes de nacer

Escuchando a los Fleet Foxes

Una nueva amiga me recomendó una nueva banda (nueva para mí, por supuesto). Una maravilla de armonías y arreglos. Altísimamente recomendables. Dejo acá, para que se tienten, un video de ellos que además es una joyita de animación:



Encontrar el tesoro

Aunque Calamaro cante que no se puede vivir del amor, lo cierto es que no podemos vivir sin amor. O mejor, sin amar a alguien y algo. Si no damos cauce a nuestra capacidad para amar, nos enfermamos (literalmente, creo yo) y tarde o temprano nos morimos. 

Es cierto, sin embargo, que no todos los amores nos hacen bien. A veces el corazón se confunde y elegimos amar cosas que achican nuestra capacidad para recibir y dar, para entrar en una reciprocidad creciente, fecunda, sana. También es real que nuestras heridas, si no se las atiende, pueden llevarnos a vivencias del amor que nos alienan y esclavizan, porque empezamos a amar desde ellas. 

Por es tan importante que encontremos y pongamos nombre a nuestro tesoro. A ese amor en torno al cual se puedan ordenar todos los demás. No como una competencia, sino como una armonía que nos ayude a encontrar el cauce necesario para el corazón y al mismo tiempo lo vaya haciendo crecer, lo desafíe a una entrega cada día mayor. Es necesario ir para adentro y preguntarse: ¿Qué es lo que hoy más amo? ¿Y qué quiero amar? Es fundamental hacerse estas preguntas, porque sino, alguien o algo toma esa decisión por nosotros.

Qué bueno, qué descanso, qué alegría cuando uno encuentra ese amor verdadero. Ese tesoro que hace que todo lo demás gravite en torno a él y de a poco ordena esa madeja enredada que es nuestro interior. El lazo en torno al cual se amarran todas nuestras búsqueda e inquietudes. Creo que por este lado iba a esa reflexión sencilla y genial del Padre Arrupe cuando decía:

¡Enamórate!
Nada puede importar más que encontrar a Dios.
Es decir, enamorarse de Él
de una manera definitiva y absoluta.
Aquello de lo que te enamoras atrapa tu imaginación,
y acaba por ir dejando su huella en todo.
Será lo que decida qué es
lo que te saca de la cama en la mañana,
qué haces con tus atardeceres,
en qué empleas tus fines de semana,
lo que lees, lo que conoces,
lo que rompe tu corazón,
y lo que te sobrecoge de alegría y gratitud.
¡Enamórate! ¡Permanece en el amor!
Todo será de otra manera.

jueves, agosto 25, 2011

Un gesto gratuito


Pensando en el gesto de Ernesto

Tenemos poco desarrollada nuestra capacidad para recibir un regalo, un signo de amor gratuito. Solemos mirar con desconfianza el don. Por eso cuando se nos sorprende con un acto de generosidad inesperado, solemos tener primero una reacción defensiva. ¿Qué habrá detrás? ¿Cuál es la intención de quien se acerca a nosotros de manera tan libre? ¡Estamos tan llenos de desconfianza!

Por suerte la vida es don permanente y los que están más cerca de ella no dejan de golpear a nuestra puerta con gestos de esos que nos maravillan, nos sacan de abajo de nuestros pies el felpudo de la mezquindad y nos permiten volver a tomar conciencia del regalo. Y entonces uno disfruta doblemente. Como ir a una comida espectacular y de golpe enterarte que alguien ya pagó todo por vos.
¡El testimonio visual del gesto! Los que estuvieron saben de qué hablo

viernes, agosto 19, 2011

Elegir imágenes

Desde que empezamos a ver, nuestro corazón se llena de imágenes. Vemos nuestro mundo, nuestra realidad, las personas y las cosas que nos rodean, y esas imágenes nos alimentan y nos conducen hacia distintos lugares. A veces algunas de ellas nos lastiman o nos confunden; muchas nos llenan de luz y nos muestran el camino para vivir de otra manera, para descubrir que es posible ser felices. Lo importante es elegir esas imágenes, recordarlas, grabarlas a fuego en el corazón para que sean ellas las que nos lleven a la meta hacia la cual caminamos. 

El guardián de mi nombre

Al vencedor, le daré de comer el maná escondido,
y también le daré una piedra blanca, 
en la que está escrito un nombre nuevo 
que nadie conoce fuera de aquel que lo recibe. 
(Apocalipsis 2, 17)

Lo que me salva
es saber que vos sos el guardián de mi nombre.
Si el misterio de mi historia,
atravesada por tantas tormentas
descansara en mí
¿cómo gustar mi verdad más profunda?

Pero vos sos el guardián de mi nombre.

Mi vida está en tu corazón
y por eso,
tengo un lugar al cual siempre volver
para encontrarme con vos y conmigo
para saber que sigo siendo amado
y sigo siendo, simplemente.

Y al final del camino
cuando llegue la hora
recibiré de tus manos
mi nombre, guardado por tu amor
el único lugar seguro.



miércoles, agosto 17, 2011

Caminos de acceso a la alegría

Parece difícil hablar de alegría frente a la complejidad del mundo y las distintas realidades de dolor y sufrimiento. Además, ciertas versiones de la alegría cristiana parecen brotar más de un voluntarismo que hace fuerza frente al dolor que de una experiencia profunda que nos permita atravesar las distintas dificultades de la vida con una actitud diferente.

Sin embargo, no deja de ser verdad que uno de las consecuencias más importantes de nuestra fe, una de las actitudes que aparece de manera más marcada cuando uno recorre el Evangelio, es la de la alegría. El nacimiento de Jesús es fuente de alegría; con alegría los discípulos anuncian a Jesús y vuelven de la misión; y el mismo Jesús se alegra y alaba al Padre porque el Reino llega a los pequeños y olvidados. 

Entonces quizás tengamos que desempolvar la alegría a partir de lo que nos propone el Evangelio, mirando sobre todo a Jesús, que es no sólo el modelo sino la fuente de toda alegría verdadera para nosotros. 

En el año 1975, Pablo VI, mientras él mismo estaba sumido en una fuerte depresión, escribe la exhortación Gaudete in Domino, Alégrense en el Señor, como una invitación durante el jubileo de ese año a vivir en la alegría. Allí describía de manera genial el secreto de la alegría de Jesús:

Aquí nos interesa destacar el secreto de la insondable alegría que Jesús lleva dentro de sí y que le es propia. Es sobre todo el evangelio de san Juan el que nos descorre el velo, descubriéndonos las palabras íntimas del Hijo de Dios hecho hombre. Si Jesús irradia esa paz, esa seguridad, esa alegría, esa disponibilidad, se debe al amor inefable con que se sabe amado por su Padre. Después de su bautismo a orillas del Jordán, este amor, presente desde el primer instante de su Encarnación, se hace manifiesto: «Tu eres mi hijo amado, mi predilecto» (Lc 3,22). Esta certeza es inseparable de la conciencia de Jesús. Es una presencia que nunca lo abandona (cf. Jn 16,32). Es un conocimiento íntimo el que lo colma: «El Padre me conoce y yo conozco al Padre» (Jn 10,15). Es un intercambio incesante y total: «Todo lo que es mío es tuyo, y todo lo que es tuyo es mío» (Jn 17,19). (GD 24)

Es desde esta certeza de saberse amado que Jesús puede vivir en la alegría, y es esa alegría la que quiere compartir con los discípulos. Porque es una certeza que brota de una lazo, de un vínculo que es puro regalo, entonces no tiene que ver con un bienestar externo, ni con una actividad. Por eso mismo puede convivir con el dolor y tiene la capacidad de transfigurarlo, de transformarlo sin negarlo ni escaparle. Es una alegría que brota del recibir un amor mayor que todos los temores y preocupaciones.

Pareciera que parte del secreto de la alegría de Jesús, entonces, pasa por recibir, por tener las manos abiertas a ese amor. El que no necesita o no sabe pedir no puede experimentar la alegría. Por eso quizás también en la Biblia la alegría es una experiencia profundamente relacionada con la pobreza. Sólo el que de alguna manera se siente pobre puede recibir ese gozo nuevo que trae Jesús. 

Por eso mismo la puerta privilegiada para entrar en esta alegría nueva del Reino parece pasar por la Pascua. La alegría brota del paso de la muerte a la vida, de haber estado perdidos y volver a encontrarnos, de tomar conciencia de un don. Así lo explica el mismo Jesús cuando utiliza la imagen del parto para explicar su Pascua:

Les aseguro que ustedes van a llorar y se van a lamentar;
el mundo, en cambio, se alegrará. 
Ustedes estarán tristes, pero esa tristeza se convertirá en gozo.
La mujer, cuando va a dar a luz, siente angustia porque le llegó la hora; 
pero cuando nace el niño, se olvida de su dolor,
por la alegría que siente al ver que ha venido un hombre al mundo.
También ustedes ahora están tristes, pero yo los volveré a ver, 
y tendrán una alegría que nadie les podrá quitar. (Jn 16, 21-23)

Esta experiencia es la que no sólo nos da una alegría nueva, sino que transforma todas nuestras alegrías cotidianas: no sólo las situaciones dolorosas se pueden vivir con alegría, sino que además todo lo que en nuestra vida diaria hay de encuentro, de comunión, de plenitud se potencia y se enriquece. Así lo explica también Pablo VI

Sería también necesario un esfuerzo paciente para aprender a gustar simplemente las múltiples alegrías humanas que el Creador pone en nuestro camino: la alegría exultante de la existencia y de la vida; la alegría del amor honesto y santificado; la alegría tranquilizadora de la naturaleza y del silencio; la alegría a veces austera del trabajo esmerado; la alegría y satisfacción del deber cumplido; la alegría transparente de la pureza, del servicio, del saber compartir; la alegría exigente del sacrificio. El cristiano podrá purificarlas, completarlas, sublimarlas: no puede despreciarlas. La alegría cristiana supone un hombre capaz de alegrías naturales. Frecuentemente, ha sido a partir de éstas como Cristo ha anunciado el Reino de los cielos. (GD 3)

Por esto último, la alegría está profundamente relacionada con la esperanza. No se trata de que todo esté bien, sino de la certeza de que un amor hoy nos llena y nos anima a seguir adelante. Vivimos un anticipo de plenitud aún en medio del dolor y lo incompleto de la vida. Tiene que ver con la comunión, con el estar unidos (a Dios, a los demás) y esperar una plenitud mayor todavía mientras dejamos que en lo cotidiano se vivan chispazos, anticipos del cielo. Eso es en clave cristiana la alegría nueva de Jesús. 

Un camino posible para trabajar la alegría (y también una buena manera de evaluar si ella está presente en nuestra vida) es desarrollar nuestra capacidad para festejar, para hacer fiesta. Al celebrar una fiesta nos tomamos un tiempo para frenar, para tomar conciencia de quiénes somos, de quién es el otro, de la historia recorrida y de la vida que se nos ha dado... y celebrarlo. La fiesta es lo más gratuito, por eso también es lo más importante. Es un regalo (por eso llega independientemente de nuestra situación personal: siempre hay cumpleaños, aniversarios, navidades, pascuas, etc.) que nos permite levantar la mirada hacia esa alegría profunda que nos permite seguir andando. 

Tal vez por eso cuando Jesús quiere hablar del encuentro definitivo con el Padre, nos habla de una fiesta y de que es necesario (¡las mismas palabras que va a usar para referirse a la Pascua, la cruz y la salvación!) que haya fiesta y alegría. Son parte del plan de Dios para cada uno de nosotros. Será necesario defenderla, como decía en su famosa poesía Mario Benedetti:
Defender la alegría como una trinchera
defenderla del escándalo y la rutina
de la miseria y los miserables
de las ausencias transitorias
y las definitivas
defender la alegría como un principio
defenderla del pasmo y las pesadillas
de los neutrales y de los neutrones
de las dulces infamias
y los graves diagnósticos
defender la alegría como una bandera
defenderla del rayo y la melancolía
de los ingenuos y de los canallas
de la retórica y los paros cardiacos
de las endemias y las academias
defender la alegría como un destino
defenderla del fuego y de los bomberos
de los suicidas y los homicidas
de las vacaciones y del agobio
de la obligación de estar alegres
defender la alegría como una certeza
defenderla del óxido y la roña
de la famosa pátina del tiempo
del relente y del oportunismo
de los proxenetas de la risa
defender la alegría como un derecho
defenderla de dios y del invierno
de las mayúsculas y de la muerte
de los apellidos y las lástimas
del azar
            y también de la alegría

viernes, agosto 12, 2011

Aprender a bendecir

Una de las cosas que más disfruto hacer como sacerdote es bendecir. Decir una palabra de amor, de ternura, de protección, de parte de Dios (y también de parte mía). En mi caso, es una bendición que además tiene un matiz de comunidad. Al sacerdote le compete la bendición de una manera particular como pastor, de ahí que su bendición tenga un rasgo especialmente sacramental que brota de su condición de ordenado. Pero todos podemos bendecir (y así está previsto en el Bendicional de la Iglesia Católica, el libro "oficial" de bendiciones). Se trata simplemente de abrir algo o alguien al amor de Dios, hacerlo entrar a través de una oración sencilla y sincera (y si se lo acompaña con algún gesto, mejor). Pensar en lo que esa persona o cosa necesita en ese momento de parte del Señor. Y unir nuestro amor a Su amor. Esto es muy importante: la bendición es un sacramental, no es ex opere operato, como los sacramentos (no funciona independientemente de la fe de quien lo da, por así decirlo en criollo). Es necesaria la confianza y el amor de quien otorga la bendición y de quien la recibe. 

A mí me gusta mucho bendecir en silencio a las personas cuando las abrazo. A veces uno una bendición a la absolución cuando se confiesan. Me gusta que me bendigan también. Siempre pido la bendición a algún sacerdote amigo y a amigos laicos antes de irme a misionar, por ejemplo, o antes de alguna situación importante. 

Creo que frente a tantas palabras que lastiman y hieren, aprender a bendecir puede ser un camino para sanar, construir lazos y hacer presente a Dios de una manera tan simple como puede ser una oración espontánea y un abrazo, una caricia, una mirada que la acompañen.

Hay una canción de Jim Brickman, cantada junto con el grupo Lady Antebellum, que es una verdadera bendición en forma musical. Me gusta escucharla y pensar que es Jesús quien me la dice. Y junto con él, todos los que me quieren, que son (aunque no lo sepan), el gesto que acompaña su bendición y su abrazo. La dejo acá para que quien quiera la escuche, y tal vez guste también algo de eso.


May the angels protect you, trouble neglect you
And heaven accept you when it's time to go home
May you always have plenty, the glass never empty
And know in your belly, you're never alone

Que los ángeles te protejan, los problemas se olviden de vos
y el cielo te reciba cuando sea la hora de ir a casa
Que siempre tengas abundancia, tu vaso nunca esté vacío
y sepas en tus entrañas, que nunca estás solo

May your tears come from laughing, you find friends worth having
As every year passes, they mean more than gold
May you win and stay humble, smile more than grumble
And know when you stumble, you're never alone

Que tus lágrimas vengan de reír, que encuentres amigos dignos de tener
Con cada año que pasa, valen más que el oro
Que puedas ganas y mantenerte humilde, sonreír más que refunfuñar
Y sepas, cuando tropieces, que nunca estás solo

Never alone, never alone
I'll be in every beat of your heart when you face the unknown
Wherever you fly this isn't goodbye
My love will follow you, stay with you, baby, you're never alone
Nunca estás solo, nunca estás solo
Yo estaré en cada latido de tu corazón cuando enfrentes lo desconocido
Dondequiera que vueles, esto no quiere decir adiós
Mi amor te seguirá, se quedará contigo, nunca estás solo

Well, I have to be honest as much as I wanted
I'm not gonna promise that cold winds won't blow
So when hard times have found you and your fears surround you
Wrap my love around you, you're never alone
Bueno, tengo que ser honesto, aunque lo quisiera,
no puedo prometerte que no soplarán vientos fríos
Así que cuando te encuentren los tiempos duros, y tus miedos te rodeen
Envuélvete en mi amor, nunca estás solo

jueves, agosto 11, 2011

El eco engañoso de lo que se guarda

Una certeza que me ha alcanzado después de numerosos cabezazos contra la pared es esta: a la hora de encarar un conflicto, solucionar un problema o tomar una decisión, suele ser peor la imaginación que la realidad, la amenaza anticipada, temida y sufrida interiormente que lo que de hecho se da cuando finalmente nos lanzamos a acometer lo propuesto. Eso que a veces postergamos tanto tiempo porque al imaginarnos la tarea parecía infranqueable, demasiado ardua, dolorosa o incoveniente.
¡Qué diferencia cuando saltamos el charco y nos damos cuenta que era sólo eso: saltar un charco y no cruzar a nado el Río de la Plata!

Creo que esto tiene que ver con la fuerza incrementada que tienen estos miedos y sospechas cuando permanecen en la irrealidad de nuestro interior. Allí tiene pasto de sobra para crecer y hacer un barullo que en realidad está beneficiado por el eco, por el encierro. En el momento en que confiamos estas inquietudes a otro, sus voces se debilitan. Y en cuanto empezamos a dar pasos concretos, se callan cada vez más. El eco pierde su fuerza. Y lo que parecía un alud que nos iba a llevar puestos, es apenas una piedra en el zapato.
Enviado desde el Camino

martes, agosto 09, 2011

Encontrarse con amigos...

... es necesario para darse cuenta

que lo más importante
no es hacer, sino estar.
Compartir lo que se tiene y se puede y también lo que no se puede.
Poder estar descalzo de pies
y de alma.
Reírse de uno mismo como un ejercicio imprescindible y con los otros para hacerlo con más facilidad.
Encontrar en una mesa sencilla el anticipo de la eterna.
Gustar lo sencillo, el verdadero envoltorio de lo sublime.
Y dar gracias por la presencia del Amigo entre los amigos.
Enviado desde el Camino

Frente a nuestras tormentas

Después que se sació la multitud, 
Jesús obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que Él a la otra orilla, 
mientras Él despedía a la multitud. 
Después, subió a la montaña para orar a solas. 
Y al atardecer, todavía estaba allí, solo. 
La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra. 
A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. 
«Es un fantasma», dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar. 
Pero Jesús les dijo: «Tranquilícense, soy Yo; no teman». 
Entonces Pedro le respondió: «Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua». 
 «Ven,» le dijo Jesús. 
Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a Él. 
Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: 
«Señor, sálvame». 
En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: 
«Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?» 
 En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en ella se postraron ante Él, diciendo: 
«Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios».

Señor, aquí estamos, una vez más… descubriendo que sales a nuestro encuentro, aún en medio de las tormentas. Caminando por encima de nuestras angustias, mostrándonos así que ni siquiera la peor de las situaciones es un obstáculo para que tu amor venga a buscarnos y nos llene de paz. 

A nosotros nos cuesta creerlo. ¿Es posible que ahora, cuando nos sentimos tan frágiles y expuestos, tan vulnerables frente a la tempestad que nos azota, justo ahora, tu presencia brille con más fuerza? Estamos tan acostumbrados a entregarte sólo los tiempos de calma, que nos resistimos a reconocerte en este, nuestro momento de mayor necesidad. No sabemos cómo darte nuestra pobreza, ni de que manera confiarte nuestra inquietud. Y así agregamos preocupación sobre preocupación. 

Sin embargo, tu amor se hace Palabras de paz y confianza. “Tranquilícense, soy yo… no teman”. Nos afirmás en la roca sólida de tu presencia, en la firme convicción de que especialmente en esta etapa de nuestra vida, vos estás más cerca que nunca, aunque a nosotros nos sea tan difícil percibirlo por momentos. 

Y así, nos animamos a salir a tu encuentro, guiados por tu voz, que no deja de llamarnos entre vientos y olas. Sabemos que tu abrazo nos espera aún en medio de la angustia y la tristeza, de la desorientación y la incertidumbre. 

Pero una cosa te pedimos: el no dejar nunca de tener la mirada fija en vos. Que podamos centrar nuestro corazón en tu amor, en tu fuerza, tu paz, para poder atravesar serenos la tormenta. Vos tenés siempre tus ojos sobre nosotros… danos la gracia de corresponder siempre a tu mirada, de contemplarte en pie sobre nuestros temores. 

Y si el temor nos hace dudar y nos quiere arrastrar hacia el fondo, si nos atemorizamos frente al vendaval y empezamos a hundirnos… que podamos, como Pedro, tener la humildad de pedir ayuda, de gritar, “¡Señor, salvame!”. Para que una vez más tu mano nos aferre y sostenga de inmediato. Y así podamos volver a la barca de nuestra vida con un conocimiento más seguro y profundo de quién sos vos: el Señor de nuestra historia, el Vencedor de todas las muertes y angustias, el Hijo de Dios que nos acerca en todo momento el cuidado amoroso del Padre…

viernes, agosto 05, 2011

Nuestra mayor batalla

Cada vez estoy más convencido que nuestra lucha decisiva, nuestro enfrentamiento definitivo es contra la desesperanza. Cuando se asoman nuestros enemigos, esos tan difíciles de reconocer porque se parecen tanto a nuestra propia voz; que nos dicen "No vas a poder", "no te ilusiones", "no te dan las fuerzas", "es imposible"; que nos hacen dudar de nosotros mismos, de los demás, de la luz al final del túnel... entonces es cuando más duro tenemos que pelear. 

Es allí donde tenemos que hacer gala de todos nuestros recursos: de la memoria, de nuestros sueños (esa reserva infinita de esperanza, donde está el anhelo que a veces no nos animamos a decirnos ni a nosotros mismos), de los amigos y amados, que ven a veces mejor que nosotros en nuestro propio corazón. Pero nunca, nunca rendirse. 

Luchar a pesar de todo, aunque la oscuridad esté muy cerca. No porque estemos apretando los dientes y negando la tiniebla. Sino porque sabemos que aún allí hay escondida una semilla de luz, que está esperando que el amor la haga renacer. En el fondo, se trata de mantener viva en el corazón la certeza del amor, que es la única fuente de verdadera esperanza. Porque sé que fui, soy, seré amado, mantengo viva la esperanza. Porque sé que soy merecedor de amor, porque sé que un amor me espera para entregarse y permitirme entregarme, avanzo... aún en medio de la noche. 

Un poema de Dylan Thomas me hace acordar a esa actitud de lucha frente a la desesperanza:


No entres dócil en esa dulce noche
No entres dócil en esa dulce noche:
debe arder la vejez y delirar al fin del día;
rabia, rabia contra la agonía de la luz.

Aunque sepa al morir que la tiniebla es justa,
porque sus palabras no relampaguearon el sabio
no entra dócil en esa dulce noche.

Tras la última ola el hombre honrado, clamando lo brillantes
que habrían bailado sus gestas pobres en las bahías verdes,
rabia, rabia contra la agonía de la luz.

El rebelde, que atrapó el sol cantándolo en su vuelo
pero aprende, tarde, que lloraba su paso,
no entra dócil en esa dulce noche.

El solemne, en su muerte, al ver con vista cegadora
que ojos ciegos podrían flamear como meteoros, alegres,
rabia, rabia contra la agonía de la luz.

Y tú, padre, allá en la altura triste,
con llanto feroz maldice, bendíceme ahora, te ruego.
No entres dócil en esa dulce noche.
Rabia, rabia contra la agonía de la luz.

Do not go gentle into that good night
Do not go gentle into that good night,
Old age should burn and rave at close of day;
Rage, rage against the dying of the light.

Though wise men at their end know dark is right,
Because their words had forked no lightning they
Do not go gentle into that good night.

Good men, the last wave by, crying how bright
Their frail deeds might have danced in a green bay,
Rage, rage against the dying of the light.

Wild men who caught and sang the sun in flight,
And learn, too late, they grieved it on its way,
Do not go gentle into that good night.

Grave men, near death, who see with blinding sight
Blind eyes could blaze like meteors and be gay,
Rage, rage against the dying of the light.

And you, my father, there on the sad height,
Curse, bless, me now with your fierce tears, I pray.
Do not go gentle into that good night.
Rage, rage against the dying of the light.

miércoles, agosto 03, 2011

Sobre los miedos III

Ayer, leyendo a Javier Garrido, uno de mis autores preferidos, encontré algo que me gustó mucho. Plantea que a la hora de conocerse a uno mismo, una de las tareas es desmontar los miedos, que paralizan. Esto en sí seguramente no es un gran novedad. Pero algo que explicaba me dio mucha luz: detrás de cada miedo, dice, hay una necesidad. Me gustó ese enfoque positivo. Si nos damos cuenta que tras un miedo hay un deseo, una necesidad, entonces podemos encarar ese temor desde otro lugar. Y al reconocer la necesidad crecemos en autoconocimiento... disipando así nuestros temores. Da qué pensar. 

martes, agosto 02, 2011

Nuestra vida no es una sucesión de eventos al azar, sin sentido ni hilo. Es una historia, es decir, un relato en el cual somos protagonistas y cuyo sentido vamos descubriendo con el paso del tiempo. Hay alguien que la ha pensado para nosotros y con nuestra libertad la vamos construyendo.

Para los que creemos en Jesús, es una historia de amor con él y con nuestros hermanos. Un camino que recorremos acompañados por Él y por su Palabra, que nos devela su presencia a cada paso.

Es verdad que no siempre es fácil tener esta mirada sobre la propia historia. Más de una vez los golpes de la vida, las heridas, las desilusiones y fracasos hacen que perdamos la percepción de que haya una mano que nos lleva y sostiene. Es la experiencia de los discípulos de Emaús, que cuentan toda la historia de Jesús (¡con la
resurrección incluida!) pero no pueden ver ella ninguna salida. Además, al estar tantas veces lejos de nuestro interior, no podemos conectarnos con lo más profundo nuestro y por eso vivimos una sucesión de instantes pero no logramos unirlos. Nos sentimos profundamente fragmentados. Esto aumenta nuestra angustia y malestar.

Por eso uno de los ejercicios más importantes de todo creyente es recordar, pero recordar con fe. Tratando de mirar más hondo (ayudados por la Palabra, por la compañía de otros hermanos, por tiempos de silencio, oración y compartida), empezamos a mirar nuestra historia con otros ojos: los de la fe, los de Jesús. Y quizás lleguemos a exclamar, como lo hizo un creyente en el Antiguo Testamento: “¡Verdaderamente el Señor estaba en este lugar y yo no lo sabía!” (Génesis 28, 16). Nuestra historia es uno de esos lugares donde Jesús está siempre presente. Simplemente necesitamos tomarnos el tiempo para darnos cuenta.

Cuando hacemos esta memoria creyente, nace también la esperanza. Memoria y esperanza van profundamente unidas. Cuanto más recuerdo tengo de mi vida como lugar de salvación y amor (que es más que recordar; es ver el pasado con fe y gratitud, algo que sólo se logra con tiempo y trabajo), más me doy cuenta que mi futuro no está sellado ni condenado al fracaso. Que la misma presencia que me acompañó y me sacó de los lugares oscuros de mi historia, la columna de fuego que me llevó en la tiniebla... es la misma mano que suave y firmemente me conduce hacia un destino feliz.

Esperando el abrazo

Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó.



Te propongo que, mirando la imagen, puedas ahora imaginarte, sentirte, meterte en ese abrazo... y escuchar al Padre, que con amor te habla y te dice:

¿Cómo podría explicarte la alegría que siento al verte acá? ¿Cómo hacerte entender lo mucho que te quiero? No hay palabras que alcancen para comunicar todo el amor que quiero compartir con vos. Por eso elegí el abrazo. Elegí buscarte, llorar con vos tus dolores y tus heridas, sentir en mi carne tus temblores y tus llantos, conmoverme con lo que te pasa… y abrazar todo eso, abrazarte a vos por completo. 

Por eso te busco, una y otra vez, y si te alejás, no hay momento en el que no esté mirando en el horizonte hasta que aparezca el más pequeño signo de tu regreso. Mi alegría, mi única alegría es que vos sepas que todo mi amor es para vos, que lo único que tengo para darte es amor, que no tengo ni una palabra de reproche, ni un reto… solamente amor. Solamente el abrazo. 

Sé que muchas veces no te es fácil dejarte abrazar. Que sentís que tenés que demostrarme algo, o que te cuesta mostrarte frágil, porque justamente en tu fragilidad es donde recordás muchas veces que te lastimaron, que te hicieron sentir que no merecés amor, que estás más allá de cualquier ayuda o salvación. Conozco perfectamente todas esas partes de tu corazón que gritan abandono, bronca y desesperación. Esos lugares donde sentís que vendiste tu vida junto con tu herencia y que te hacen dudar de que todavía alguien pueda quererte. 

Pero yo hoy quiero decirte que eso no es cierto. Que no me importa nada, sino que estés acá conmigo. Vos sos quien me hace bailar de alegría al estar conmigo. Tanto te quiero que tu nombre está grabado en las palmas de mis manos, en lo profundo de mi corazón. Te llevo siempre dentro mío como una mamá lleva a un bebé en su vientre, con ese mismo amor, ese mismo cuidado, esa misma ternura y preocupación. Te quiero cuidar como un padre va llevando con amor y fidelidad a su hijo más querido. 

Vení, dejame que te abrace, que te haga ver que todo eso que te asusta y te lleva hacia la oscuridad y la soledad no es cierto. Dejame que te abrace… Dejame abrazar tu historia, ese momento de dolor, de soledad, de dificultad… Ahí es donde especialmente quiero estar con vos, para que sepas que alguien te contiene, te entiende, te escucha, te ama. A pesar de todo, a través de todo, quiero que descubras que nada pueda borrar tu valor, tu dignidad. ¡Vos sos mucho más de lo que te das cuenta! Sos una persona profundamente valiosa, infinitamente amable… Sos lo más precioso para mí. 

No puedo ni quiero forzarte a recibir mi abrazo. Pero quisiera que hoy, esta noche, más que nunca, sepas que te espero y te busco. Que quiero invitarte a participar de mi fiesta, de mi alegría, de mi amor. Quiero enseñarte el secreto del amor y de la vida, ese amor te espera siempre, entre mis brazos. Ese amor que te salva y te rescata de toda oscuridad, de toda cadena, de todo dolor. 

No lo dudes ni un instante: nada puede alejarte de mi amor, nada puede hacerme dudar ni por un instante de lo que te quiero. 

Vení, dejame que te abrace…

lunes, agosto 01, 2011

Solamente cinco panes y dos pescados

Jesús se alejó en una barca a un lugar desierto para estar a solas. Apenas lo supo la gente, dejó las ciudades y lo siguió a pie. Cuando desembarcó, Jesús vio una gran muchedumbre y, compadeciéndose de ella, curó a los enfermos. Al atardecer, los discípulos se acercaron y le dijeron: “Este es un lugar desierto y ya se hace tarde; despide a la multitud para que vaya a las ciudades a comprarse alimentos.” Pero Jesús les dijo: “No es necesario que se vayan, denles de comer ustedes mismos. Ellos respondieron: “Aquí no tenemos mas que cinco panes y dos pescados.” “Tráiganlos aquí”, les dijo. Y después de ordenar a la multitud que se sentara sobre el pasto, tomó los cinco panes y los dos pescados, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes, los dio a sus discípulos, y ellos los distribuyeron entre la multitud. Todos comieron hasta saciarse y con los pedazos que sobraron se llenaron doce canastas. Los que comieron fueron unos cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños.

“Aquí no tenemos más que cinco panes y dos pescados” dicen los discípulos, frente al hambre, el dolor y la necesidad de la inmensa multitud que necesita que Jesús los sane y consuele. 

Así nos sentimos nosotros muchas veces. Desbordados por el sufrimiento y la inmensa cantidad de demandas de nuestra realidad, superados en nuestras fuerzas frente a tantos desafíos que tenemos delante. Nuestra pequeñez nos inquieta y asusta. Como ellos, queremos tomar distancia, dejar que otros se hagan cargo. 

Sin embargo, Jesús no tiene miedo de nuestra pequeñez. La mira con amor y nos invita a entregársela, con sencillez y confianza. “Tráiganmelos aquí”, dice Jesús al contemplar nuestros cinco panes y dos pescados. Él es quien se hace cargo de nuestra gente, de los que sufren, de nuestra realidad. Pero necesita que nosotros pongamos en sus manos lo que está a nuestro alcance. 

Quizás la clave esté en el misterio de la oración de Jesús al recibir ese don. Jesús agradece al Padre, lo bendice por esa pequeña ofrenda que tiene para hacer. Jesús agradece por esos pocos panes y pescados que tiene para distribuir. Y entonces ocurre el milagro. La gratitud del Señor hace que ese poco alcance y sobre para todos. Los corazones agradecidos hacen maravillas con lo que tienen para dar. 


Tal vez nosotros podamos ir por ese mismo camino. En vez de asustarnos o enojarnos con nuestra pequeña ofrenda, agradecer por aquello que tenemos para poner en manos de Jesús al servicio de los demás. Si así lo hacemos, ciertamente nos veremos renovados en la certeza de que en nuestra pobreza Dios obra maravillas, como lo hizo en esa multiplicación de panes y lo hace siempre a lo largo de nuestra historia de salvación.