Jesús, vos nos dijiste en tu Evangelio “Donde dos o más se reúnen en mi nombre, yo estoy en medio de ellos”. La certeza de tu presencia entre los hermanos es lo que nos impulsa a reunirnos. Sabemos que en cada uno de nosotros tu amor brilla con luz propia. Pero cuando nos encontramos para compartir la fe, para abrir el corazón, esa luz cobra una intensidad única e irrepetible.
Sabemos que muchas veces no es fácil encontrarnos y compartir. Hay muchos miedos en el corazón, muchas trabas que nos impiden ser auténticos, que nos privan de revelar tu presencia escondida dentro nuestro o reconocer la que late en el corazón del hermano.
Nuestros prejuicios, la preocupación por el qué dirán o la inquietud de querer responder antes de terminar de escuchar.
Sin embargo, queremos hoy repetir el milagro del encuentro que se dio por primera vez en aquel Cenáculo, donde tus discípulos se reunieron junto con María para orar. Queremos abrirnos a la presencia de tu Espíritu Santo. Él es el fuego que derrite nuestras muros; es el agua vive que disuelve nuestras dudas y máscaras. Es el lazo que nos une con ese amor que brota del corazón mismo de Dios.
Jesús, envianos ese Espíritu de compartida y encuentro, esa fuente de gracia que nos abre los ojos para que podamos descubrir el regalo de tener hermanos con quienes compartir nuestra fe, nuestro camino, nuestras búsquedas. Que podamos experimentar así este misterio de las realidades del corazón: que la alegría compartida se hace aún más grande y el dolor comunicado se hace aún más pequeño.
Que ese Espíritu nos abra los ojos y los oídos para contemplar y escuchar al otro como vos lo hacés: llenos de admiración y de aprecio, de amor y estima porque el otro es una historia sagrada que de golpe se me comparte, porque el otro es una herida que pide compasión y consuelo; el otro es el consejo que estaba esperando, la palabra que necesitaba para seguir mi camino.
Ayudanos a descubrir que somos aprendices y maestros los unos de los otros, porque en cada uno estás hablando vos, susurrando palabras de amor detrás de nuestras torpes palabras humanas.
Sólo entonces podremos vivir como hermanos, porque podremos compartir de corazón a corazón, y así crecer en ese misterio de unidad que es tu Iglesia, tu comunidad. Sabemos que esto no es poco. Que si vivimos en el amor de hermanos, ese amor mutuo que lleva tu sello inconfundible, el mundo sabrá que somos tuyos, que somos tus discípulos y misioneros.
Como en el día de la resurrección, te pedimos que te hagas presente en medio nuestro. Que podamos escuchar tus palabras de paz, de alegría y perdón. Y así como vos nos compartís tus palabras, nosotros podamos hacer lo mismo con los demás.
Confiamos en la intercesión de María, señora de la Escucha y la palabra, que supo escuchar y hablar, preguntar y alabar. Que ella, que te llevó a vos, Palabra de encuentro y vida, en su vientre, nos ayude ahora a llevar a los demás palabras de amor y a recibir las suyas para que así siga creyendo su comunidad, su Iglesia. Amén.
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