Jesús “no vino a ser servido sino a servir, y a dar su vida en rescate por una multitud” (Mc 10, 45). El camino de Jesús pasa por poner al otro en el centro: el plan del Padre y las necesidades de los hermanos; la voluntad de Dios y el dolor de los pobres. Toda la vida pública de Jesús es un gesto constante de servicio. Al leer las páginas del Evangelio nos encontramos con alguien que se vuelca totalmente y sin reservas hacia aquellos que lo requieren.
Y esto no se da de un modo genérico, indistinto. ¡Al contrario! En Jesús se combinan un amor apasionado y compasivo para con todos y una adaptación a las necesidades y situación de cada persona. Para cada uno, un gesto y una palabra distintos; para todos, un amor incondicional y sin límites.
Más aún: Jesús relaciona el servicio con su entrega pascual. El gesto de amor máximo es el que realiza en la cruz, donde todo se pone a disposición nuestra. Lava nuestros pies con el agua y la sangre de su costado. Toma sobre sí lo que nos pesa para cargarlo y liberarnos.
Al mismo tiempo, nosotros vivimos nuestra entrega pascual en el día a día del servicio. Es allí donde nos asimilamos a Cristo, donde él nos transfigura para hacernos un reflejo más fiel de su presencia. Es en el día a día del servicio donde hacemos la experiencia de la muerte y la resurrección: morir a nuestro egoísmo, a nuestras mil pequeñas mezquindades para resucitar a una existencia nueva, donde es el otro el que ocupa el foco de nuestras energías y preocupaciones. Jesús nos ha mostrado que el servicio es, para el discípulo, el camino de la plenitud: “Ustedes serán felices si, sabiendo estas cosas, las practican”.
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