… como Jacob el patriarca. Así salimos de cada encuentro con Dios. Con una certeza más arraigada de nuestra vocación y nuestra identidad, del amor que Él siente por nosotros. Salimos renacidos.
Pero al mismo tiempo, tenemos que atravesar la noche y la pelea. Dar golpes contra las sombras hasta que en un abrazo trabado encontremos al Señor. Es un combate que no podemos ganar, o mejor, que se gana al rendirse. Hay que tener valor para permanecer en esa brecha y decir “No te soltaré si antes no me bendices”.
Salimos entonces de ese round, más breve o más extenso, tambaleando. ¡Somos tan frágiles, y no nos habíamos dado cuenta! Pero ahora sí, nuestras rengueras se nos hacen más evidentes, nuestros moretones están a la vista de todos. En el fondo, como el encuentro con Dios nos hace más humanos, nuestra paradoja se revela con más intensidad después de estas experiencias: esa mezcla de barro y fuego, de bendición y combate, de flaqueza y gloria que es cada uno de nosotros.
1 comentario:
Gracias.
Publicar un comentario