El Evangelio de este último domingo resaltaba dos rasgos del corazón de Jesús: la humildad y la paciencia... ¿por qué estos, entre tantas virtudes y aspectos interesantes del misterio? La verdad es que hay rasgos de la personalidad más vistosos si uno se pone a pensar en Jesús. Pero en estos dos se ocultan riquezas insospechadas.
La paciencia no implica resignación ni desesperanza. Al contrario, sólo puede ser paciente quien tiene una confianza profunda en la realidad honda de las cosas, quien reconoce que no tiene el control de las cosas pero sabe a la vez que Dios está guiando el hilo de la historia. En el fondo, la paciencia se relaciona mucho con la humildad. Pues sólo quien se planta con realismo y aceptación en su propio suelo puede aprender a respetar tiempos, procesos, espacios...
Y la humildad será siempre ese "andar en verdad" del que hablaba Teresa. Ni tirarse abajo, ni creerse poca cosa, sino habitar la propia tierra con la serenidad del que se conoce pequeño y amado a la vez. Como Jesús, que sabía pedirle al Padre cada día que se haga su voluntad y se entregó confiado en sus brazos, sabiendo que él no dejaría que la entrega en la cruz cayera en tierra estéril.
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