Esa historia (y esa imagen) es una puerta de entrada excelente para descubrir el amor personalísimo de Dios por cada uno de nosotros, que llama a cada estrella por su nombre y a cada uno da un ángel que lo cuide y acompañe. Pero además, es una invitación a ser, a su vez, acompañante.
Creo que podemos experimentar una cosa y otra de un modo privilegiado en la eucaristía. En ese camino que es la celebración litúrgica, Jesús nos va compartiendo su vida y nos muestra que él está a cada paso del sendero, avivando la esperanza con el fuego de su Palabra. Y a su vez, al reunirnos todos a rezar, a celebrar, nos descubrimos compañeros y caminantes. No vamos solos en la penumbra... hay más presencias amigas de las que uno se imagina. Es cuestión de abrir los ojos de la fe para percibir al Acompañante, al viajero que va con nosotros hasta que lleguemos al hogar.
2 comentarios:
Que linda entrada!
Me hizo bien leer esto ahora,
¡Qué linda reflexión, Edu! Me encanta la mirada sobre la Misa.
¡Muy bueno! Un fuerte abrazo, ¡y más leña para ese fuego!
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