martes, junio 28, 2011

Meditación en torno a la fiesta del Cuerpo y la Sangre del Señor

Jesús dijo a los judíos:
«Yo soy el pan vivo bajado del cielo. 
El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo.» Los judíos discutían entre sí, diciendo: «¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?»

Jesús les respondió: 
«Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, 
no tendrán Vida en ustedes. 
El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, 
y yo lo resucitaré en el último día.
Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. 
El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.
Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, 
de la misma manera, el que me come vivirá por mí.
Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. 
El que coma de este pan vivirá eternamente.»

Jesús, estamos acá, delante de vos, para darte gracias una vez más por quedarte en medio nuestro. Tenemos hambre y sed: de vida, de amor, de verdad, de felicidad, de paz y de sentido para nuestras vidas. Buscamos y buscamos algo o alguien que nos sacie… ¡y tantas veces nos sentimos hartos de todo y llenos de nada! Por eso, hoy queremos volver a reconocer que sólo vos podés darnos eso que nuestro corazón desea tan ardientemente. Eso que buscamos a tientas a través de mil caminos y decisiones. Una vida más rica, más plena, más profunda y real. Vos sos el único que puede ofrecernos esa vida verdadera, vida que brota del amor del Padre, del don del Espíritu, de estar junto a vos y en vos. Cada vez que estamos cerca de vos, estamos cerca de la vida, la vida abundante que prometiste para todos. Creemos que en la Eucaristía te quedaste para que allí recibamos ese amor que sacia, sana y serena. Que en esa mesa sencilla y humilde, donde todos tenemos un lugar, podemos recibir el alimento necesario para cada día. El amor fiel y constante de nuestro Señor, muerto y resucitado para que nosotros no tengamos que vivir más en la muerte y la oscuridad. Al contemplarte presente en el Pan, tan simple y tan nuestro, te sabemos cercano y servicial. Por eso hoy queremos adorarte, para que podamos dejar espacio a tu amor en nuestro corazón, y así, vos puedas echar raíces profundas en nuestra vida. Para que se afiance en nosotros la certeza de que vos tenés Palabras de Vida eterna para todos, y alimento verdadero para nuestra hambre de algo distinto a tantas cosas que hoy nos dejan entristecidos y frustrados. Jesús, Pan de Vida, Bebida de Salvación, no dejes nunca de amarnos y acompañarnos.

martes, junio 14, 2011

Un nuevo proyecto

Vale la pena difundir un esfuerzo por una comunicación original y positiva. 




A todos los que se pregunten cómo hacer para esparcir un mensaje diferente, los invito a que pasen por la página de Proyecto Calco. Creo que es el inicio de algo espectacular. Pueden encontrarlos también en Facebook. ¡No dejen de visitarlos!

viernes, junio 10, 2011

"Yo hago nuevas todas las cosas"

Esa frase del Apocalipsis es retomada por el P. Raniero Cantalamessa para decir que el Espíritu no hace cosas nuevas sino nuevas todas las cosas. Me gusta ese juego de palabras. Me parece que el juego del Paráclito es, justamente, ser un artesano desde lo humilde, desde el barro de nuestra humanidad tan ambigua y desesperante por momentos. Desde la periferia de los lugares y personas a donde nadie quiere ir, desde las fronteras tan temidas por aquellos que prefieren la seguridad de las normas y los muros. Aparece colándose por las grietas de tantas historias que parecen marchar hacia la nada. Y desde el vacío mismo del lugar de los muertos, donde nadie alaba a Dios, donde no hay lugar para la esperanza ni el amor. Especialmente alli, en esos lugares, en esas personas, en esas historias, sopla el Espíritu para hacer las cosas nuevas. 

Pero si no nos encontramos o estamos cerca de esas realidades, ¿cómo podremos recibir ese soplo nuevo? Sólo por gracia misma del Espíritu. Y tal vez el primer don sea el de salir hacia esos lugares donde nos sentimos inseguros. El viento sólo canta en la intemperie. 


Preparando el Evangelio del domingo que viene (Pentecostés - I)

¿Qué le pido al Espíritu? Un rayo de luz. Apenas eso. Hay muchísimo en la liturgia de hoy, pero sólo quisiera quedarme con un destello, algo sobre lo cual podamos dar vueltas y seguir meditando ¿Qué rayo de luz le pedimos esta vez? ¡Son tantos los que brillan en Pentecostés! Me gustaría que nos quedemos con la novedad, con esta renovación profunda que Jesús obra en nosotros en este día a través de su Espíritu. Dice el Evangelio que el Señor sopló sobre los discípulos. Es un gesto creador, que anticipaba aquel primero soplo del Padre sobre el barro que sería el hombre. Esta naciendo algo nuevo de la Pascua en este instante de encuentro entre Jesús y sus amigos.

Jesús quiere hacer con nosotros algo nuevo a través del Espíritu de la Novedad. Frente al cansancio del mundo por el pecado, frente al agotamiento de la Iglesia, el Espíritu trae consigo la permanente novedad, que es la presencia de la Pascua en el aquí y ahora de los discípulos. ¿No está la Pascua en el pasado? Sin embargo, ella es la novedad permanente, porque el amor es siempre nuevo y renovador, por eso siempre sorprende. Es el que corta la repetición incesante de la violencia y el poder, el que da vuelta la historia. Por eso en realidad la Pascua siempre es futuro. La presencia del mundo venidero en la carne concreta de nuestro aquí y ahora.


jueves, junio 02, 2011

Una ausencia salvadora (Ascensión del Señor - I)

Hablando con un amigo cura empezamos a dar vueltas en torno a la fiesta de la Ascensión. Aparecieron algunas ideas:

- Una ausencia que hace crecer: La fiesta de la Ascensión parece tener una dimensión paradójica. ¿Celebramos una ausencia? ¿Nos alegramos por la partida del Señor? En realidad no es así, sino que damos gracias porque en este misterio hay una invitación a la esperanza: Jesús ya está en el cielo y abre el camino para todos. Pero en esta misma ausencia hay una gracia.

 - Los discípulos tienen que seguir caminando, abiertos a la promesa del Espíritu que va a traer una fe nueva, más interior, una presencia de Jesús menos palpable y al mismo tiempo más profunda. Pero para eso tienen que dejar ir la etapa anterior, aceptar el fin de un ciclo en su relación con Jesús y el inicio de una etapa nueva. Mirar al cielo no sirve de nada. 
- Esto va de la mano con el inicio del testimonio y la misión, que se viven amparados por esa presencia nueva de Jesús que al mismo tiempo impulsa a la madurez. Empieza una etapa de mayor compromiso. A partir de ahora la presencia "física" de Jesús está dada por la comunidad. ¿Cómo vivimos nuestros cierres de etapas? ¿Sabemos dar gracias y dejar partir una etapa, una responsabilidad, una persona, un lugar? 
- Podemos tomar este misterio de ausencia en clave salvífica. Parece mentira, pero no estar también puede ser un gesto de amor. Dar el espacio para que otros crezcan, confiando en que lo sembrado en ellos va a dar sus frutos. Jesús confía en esto y en la obra del Espíritu, que irá interiorizando la Palabra y la Vida de Jesús en los corazones de los discípulos. Jesús sabe que si se va, viene el Espíritu. 
- Si Dios sabe correrse y hacer espacio a otros, tal vez podamos aprender de esto. Amar también es saber irse y dejar que los demás crezcan. La realidad es que llega un momento en el que lo mejor que podemos hacer por los otros... es dejarlos. La muerte es la constatación más fuerte de esta realidad, pero la vida nos pone delante de pequeñas Pascuas que nos pueden servir para aprender esta, una de las lecciones más duras y necesarias del amor. No para abandonarlos (Jesús prometió el domingo pasado no dejarnos huérfanos), sino para abrirnos a un vivencia del vínculo diferente, que se sabe resistente a la ausencia porque está enraizado en el corazón del otro.

martes, mayo 31, 2011

De cimientos y andamios

Una distinción muy importante a la hora de hacer nuestro camino espiritual es que no hay itinerario verdadero sin disciplina, es decir, sin una serie de hábitos que nos ayuden a crecer en libertad interior. Una vida de oración constante; un espacio de pertenencia comunitario y fraterno; algún tipo de servicio a los demás y un trabajo sincero por el autoconocimiento y la integración-superación personal en el plano de lo afectivo y moral son dimensiones insoslayables de cualquier recorrido hacia la plenitud. La palabra disciplina hoy no goza de buena prensa, pero quizás sea porque no logramos distinguirla de la estructura. No es lo mismo una persona disciplinada que una estructurada. 

La disciplina nos exige, pero tiene sentido de la gradualidad y del contexto. Brota del interior y lleva a su vez a una vida "interiorizada", que por eso mismo se hace más espontánea y con el tiempo más sencilla. Por eso mismo la disciplina engendra libertad. Encauza energías y potencia capacidades. Necesita un marco, costumbres y ritos, pero estos están al servicio de quien los realiza, y así deben entenderse. Por eso la disciplina subsiste a lo largo de la vida y se convierte en una parte del corazón.
La estructura, por el contrario, se impone desde fuera y la persona tiene que adaptarse a ella a costa de sí misma. Está construida por ideales que se deben alcanzar a cualquier precio, y en general no se preocupa por el proceso interno de quienes las aceptan para sus vidas. Se trata de asimilar su propuesta sin una verdadera apropiación personal. Por eso mismo en general frente a los cambios y las crisis se viene abajo. No hay un núcleo íntimo que la sostenga.

Una buena manera para entender esta distinción (hasta ahora bastante teórica) es la que existe entre los cimientos y los andamios. Un cimiento sostiene por debajo, de manera invisible pero fundamental. Es el sustrato imprescindible para cualquier construcción sólida. 

Por el contrario, un andamio es algo que sostiene desde fuera algo que por sí solo se vendría abajo. Pero no fortalece el interior. Simplemente aguanta y protege de un exterior que de todas maneras puede derrumbar todo con un descuido.

Frente a una realidad tan compleja como la de hoy, muchas personas hoy manifiestan una sed de espiritualidad sincera y profunda. Uno de los desafíos, sin embargo, es que para muchos esa sed está teñida de un anhelo por una estructura protectora de este mundo tan desbordante. No es fácil sostenerse en la perplejidad. Muchos optan, entonces, por caminos espirituales que resuelvan todo sin matices ni procesos. Si bien es cierto que todo inicio adolece de una cierta rigidez, el problema es cuando ésta no es un momento del viaje sino el hilo conductor de este camino. Esto se manifiesta en la inquietud frente a las preguntas, la dificultad para dialogar, el miedo a las personas y la obsesión con las normas y el cumplimiento, entre otras cosas. 

Parece mentira, pero a despecho de tantos que profetizaban el fin de la religión, el inicio del nuevo milenio nos pone delante de los nuevos fundamentalismos, tanto en los nuevos movimientos espirituales como al interior de las grandes religiones tradicionales.

El riesgo es irse para el otro lado y negar la necesidad de marcos, hábitos y normas. Pero si estos se viven al interior de un proceso (con todo lo que esto implica: darle primacía a la persona, interioridad, autenticidad existencial, matices, etc.), entonces podemos hablar de una disciplina liberadora. Y de creyentes que construyen sobre cimientos sólidos.


domingo, mayo 29, 2011

Preparando el Evangelio del domingo que viene (6° Domingo de Pascua - III)

No digo que sea la versión final, pero...



A quién le puedo preguntar
Qué vine a hacer en este mundo?
Por qué me muevo sin querer,
Por qué no puedo estar inmóvil?
Por qué voy rodando sin ruedas,
Volando sin alas ni plumas,
Y qué me dio por transmigrar

si son de Chile mis huesos?


Pablo Neruda, El libro de las preguntas, XXXI




Todos tenemos anhelo de verdad, de sentido. Queremos tener luz sobre nosotros: ¿hacia dónde vamos? ¿qué va a ser de mí? ¿Dónde está Dios en esto que me está pasando? Le tenemos miedo a las preguntas porque incomodan. Sacan de lo habitual. Despiertan. Sin embargo, cuando algo nos sacude, cuando aparece un cambio, las preguntas surgen. Es lo que les pasa a los discípulos. Jesús se está por ir, y  vienen las preguntas, y el no entender. ¿Qué va a pasar?

Frente a estas preguntas, Jesús nos promete la venida del Espíritu. Un Espíritu “de la Verdad” que nos lleva a un conocimiento más profundo del mundo, del Pecado y del mismo Jesús. Donde el Espíritu llega, trae consigo una capacidad nueva para conocer, para encontrar, por la fe, el sentido real de la historia, las personas, la Iglesia…

Nos hace bien descubrir que nuestras preguntas, nuestras inquietudes más acuciantes, son parte de nuestro camino de fe. Es más, muchas veces son la condición necesaria para dar un salto, porque abren el camino a la búsqueda de verdades más profundas (y acá no hablo de afirmaciones abstractas, sino de los interrogantes que todos tenemos en cuanto a nuestra vida, nuestro amor, nuestras pérdidas y heridas, nuestra misión y nuestro futuro).  En general nadie llega a estas intuiciones y claridades de la noche a la mañana. Brotan de las crisis y lleva su tiempo que la luz que está en el interior de estas oscuridades aflore.
Esta puede ser una buena clave para llegar a Pentecostés: ¿cuáles son mis preguntas hoy? ¿Qué me inquieta, qué me hace sentir en búsqueda, incompleto, en tensión? No hay que tenerle miedo a esa pregunta. Puede ser el espacio abierto donde el Espíritu se manifieste… el caos y la confusión previos a una creación nueva, a una nueva luz donde, desde la experiencia de la pregunta y la búsqueda lleguemos a certezas profundas. De esas que son escasas porque con ellas solas alcanza para seguir caminando y buscando.

martes, mayo 24, 2011

Preparando el Evangelio del domingo que viene (6° Domingo de Pascua - II)

Para seguir pensando. El Espíritu aparece acá con el atributo "de la Verdad". Es el que nos permite conocer la verdad con respecto a Jesús y con respecto al mundo, el que revela el pecado y también el juicio. Es interesante ver que este conocimiento de la verdad parece ser algo progresivo. Nos lleva tiempo que el Espíritu nos vaya revelando el sentido de las cosas.

En esto también hay una sabiduría de Jesús: no podemos saberlo todo de una vez ni al mismo tiempo. Vivir la Pascua con Jesús es también aceptar que vamos ingresando de a poco en la luz verdadera de las cosas. Tenemos interrogantes profundos y a veces angustiantes con respecto a nuestra vida: ¿por qué me pasó esto? ¿qué va a ser de mí? Nos cuesta tener luz verdadera sobre nuestra historia, sobre el sentido de ciertas heridas y reveses que tenemos que atravesar. Comprender esto lleva su tiempo.

Rolheiser en "En búsqueda de espiritualidad" nos ayuda a descubrir que podemos vivir nuestros procesos personales en clave pascual, y que justamente hasta llegar a nuestro pentecostés tenemos que antes hacer un camino. Encontrar la verdad sobre las realidades decisivas de nuestras vidas no se da de la noche a la mañana. Necesitamos muchas veces vivir la cruz de nuestras incertidumbres, de renunciar a certezas que a veces nos han acompañado durante mucho tiempo para recibir eso nuevo que viene del Espíritu de Dios. Es importante entonces recordar también que el Espíritu no es simplemente quien nos espera al final del camino para introducirnos en la verdad de lo que estamos buscando sino también el Paráclito, el consuelo, la compañía y fortaleza para atravesar el proceso.

Por eso lo primero es reconocer que estamos anhelantes de esa verdad y que estamos también trabados para salir a buscarla. Porque para que el Espíritu venga, lo que necesita es un espacio de deseo, un lugar de nuestro corazón que necesite que este se manifiesta. Por eso siempre que se le reza al Espíritu el lenguaje es el de la invocación. Se lo llama, y se lo llama además con conciencia profunda de necesidad: ¡Ven! ¿Dónde estamos hoy más luz, más verdad? ¿Y dónde necesitamos una compañía para encarar un proceso de crecimiento? Sobre esas oscuridades invocamos el Espíritu, para que, como al principio de la creación, nos lleve del caos a la luz de un sentido nuevo y más profundo sobre nosotros y nuestras vidas.

lunes, mayo 23, 2011

Preparando el Evangelio del domingo que viene (6° Domingo de Pascua - I)

Un cura amigo me dijo de ir escribiendo cosas para adelantarnos en la preparación de la prédica dominical. Mando por acá lo primero que se me ocurrió con respecto a este domingo. ¡Veremos qué sigue suscitando la Palabra de lo largo de la semana!

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:
«Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Ustedes, en cambio, lo conocen, porque él permanece con ustedes y estará en ustedes.
No los dejaré huérfanos, volveré a ustedes. Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero ustedes sí me verán, porque yo vivo y también ustedes vivirán. Aquel día comprenderán que yo estoy en mi Padre, y que ustedes están en mí y yo en ustedes.
El que recibe mis mandamientos y los cumple, ese es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él.»


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Vamos acercándonos a la plenitud de la Pascua. No es que la Pascua llega a su fin, sino a su cumplimiento. ¿Qué va a pasar con tanto recibido en este tiempo? Tiene que hacerse más profundo, más real, más encarnado en nuestro corazón. 

Esta era la inquietud de los discípulos. Jesús se va, no va a estar más físicamente presente. ¿Y entonces? ¿Vivimos de recuerdos y de ausencias? Al contrario. Jesús no nos deja huérfanos. Promete una presencia nueva, un nuevo don: el Paráclito, que podemos traducir como “el abogado”, pero más apropiadamente como “el que está a nuestro lado”. 

¿Qué viene a hacer el Espíritu? El Espíritu viene para hacer interior la presencia de Jesús en nuestros corazones, a hacerla más encarnada y real todavía que antes. Puede parecer un concepto raro, pero en realidad, es una ley de la vida que cuanto más profundo es el amor, más interior se hace y en ese sentido necesita menos de la presencia física. El Espíritu quiere llevarnos a esa madurez del amor, a que el vínculo con Jesús se haga más hondo. 

Esto se expresa en una visión: “ustedes me verán”. Ver a Jesús es uno de los dones que el Espíritu nos otorga. Este es uno de los rasgos principales de la madurez en la fe: la de poder verlo a Jesús en las personas, los acontecimientos, en uno mismo. 

Es ser “místicos de ojos abiertos”, como expresa tan bien en su libro “Ver o Perecer” Benjamín González Buelta. 

“¿Está Dios vivo? ¿Tiene Dios algo que hacer en este mundo? ¿Le falta a Dios la imaginación para crear nuevas posibilidades, la sabiduría para abrirse paso a través de la “puerta pequeña” y el “callejón estrecho” de tantas vidas honestas que en todas partes lo buscan de todo corazón? […] Necesitamos crear una sensibilidad nueva para poder percibir cómo Dios llega hoy hasta nosotros en la discreción de los brotes incontables que crecen por todas partes y anuncian el futuro [ ] No se trata sólo de creer en Dios, sino de ver cómo trabaja, de saborear el gusto de esforzarnos juntamente con él por el futuro más humano que él alienta, de abrazar lo nuevo que llega desde él, de besarlo con unción en las sonrisas y también en los cruces de tantos hijos e hijas suyos"

Una apostilla al Evangelio de este domingo

Dándole vueltas al Evangelio de este domingo recordé un episodio de mi último año en el seminario. 
Durante los fines de semana iba a una parroquia en Virreyes, San Pablo y me dedicaba sobre todo a acompañar la vida de la capilla San Roque, ubicada en el barrio del mismo nombre. Era una comunidad integrada en su mayoría por paraguayos que habían llegado acá como tantos otros buscando probar suerte. 

Un domingo a la mañana, después de la misa, me fui a visitar a Mirta, una chica apenas un poco más grande que yo con tres hijos que participaba de la catequesis de primera comunión. Vivía en una de las casillas más pequeñas del barrio. Compartíamos una gaseosa y un vaso entre los cuatro mientras charlábamos de la catequesis y de la vida en el barrio y en Paraguay. 

En eso, pasó por la puerta una chica que saludó a Mirta y siguió su camino. Le pregunté quién era y me dijo: 

- ¡Ah! Es una amiga, estuvo viviendo acá hasta la semana pasada.

Me asombré mucho, por supuesto, y le pregunté:

- ¿Acá en tu casa? ¿Y cómo hicieron?

- Y, nos acomodamos. ¿Sabe qué pasa, padre? Cuando yo llegué acá, no tenía nada ni a nadie. Estaba sola con mis tres chicos. Y Margarita me recibió en su casa hasta que yo me pude acomodar.

Margarita era una señora del barrio con diez hijos y muy presente en el barrio y la capilla. No pude dejar de conmoverme. Mirta continuó:

- Ella me hizo un lugar. ¿Cómo no iba a hacer lo mismo yo?

sábado, mayo 21, 2011

Un lugar en el mundo (Sobre el 5° Domingo de Pascua)

Pensando en el Evangelio de este domingo, me quedé sobre todo con esta parte:

"En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, se lo habría dicho a ustedes. Yo voy a prepararles un lugar. Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes."

Una de las certezas que más llenan el alma es la de tener un lugar. Un lugar al que podamos llamar nuestro espacio, nuestro rincón. Donde nos sintamos seguros, reconocidos, esperados y amados. Si tenemos suerte, se nos van varios de estos rincones dando a lo largo de nuestro camino (yo tengo muy presentes los míos).

Pero en realidad lo que esos lugares representan es el espacio que otras personas hacen para nosotros en su corazón. Saber que otros nos dejan entrar en su intimidad y nos permiten estar a gusto en su vida y a su vez que nosotros les compartamos la nuestra. Ser alguien en el corazón de alguien. 

¿Cómo no conmoverse, entonces, cuando es Jesús quien nos dice que tenemos un lugar asegurado en la casa del Padre (es decir, en su amor, en la comunión de la Trinidad)? Y más cuando ese lugar no es simplemente ofrecido sino preparado y además al cual somos acompañados por él. No sé si podemos llegar solos al Padre. Creo que es imposible si él no nos lleva. Él es el Camino. 

Por eso todo cristiano sabe que, aun cuando esté y se sienta profundamente solo, aún en la hora de abandono más dura, siempre tiene un lugar en Dios. Siempre está en el Padre, así como el Padre habita en él. Tenemos un lugar donde se nos llama por nuestro nombre y se nos aguarda con amor infinito.

Esto no deja de ser a la vez un enorme desafío para reproducir en nuestra vida. ¿Podemos ofrecer algo así a quienes tenemos cerca? ¿Dejar que caigan las barreras que tantas veces el espíritu de competición, de individualismo y aislamiento crea dentro de nosotros? Ser personas con un enorme espacio interno, donde los demás puedan encontrar el refugio y la compasión que necesitan. No hace falta tener mucho. Es más, creo que tener demasiado puede hacer que quienes se acercan se sientan incómodos. Cuanto menos, mejor, para que puedan entrar más personas. Hay una canción de Pedro Guerra que me hace pensar en ese tipo de personas, tan imprescindibles, y me lleva a desear que haya más de ellas:


Aquí hace menos frío
que en la calle,
hay leña para un fuego,
no mucha pero, bueno,
un poco de calor
no viene mal.

Aquí hay una canción
que nos descansa,
un hueco para el alma,
sentirse como en casa,
un alto en el camino
nada más.

Pasa, entra
y siente que hay quien duda como tú
y no se descubre nada, nada de las cosas
que ha escuchado y desespera.
Pasa, entra
y siente que hay quien duda como tú
pero se abraza a lo que tiene
y se levanta con la fuerza que le queda.
Pasa, entra
y siente que hay quien duda como tú
pero no tiene más canción
que la que sabe y la cantó
y si no la sabe tararea.

Aquí hace menos frío
que en la calle,
los labios para un beso,
oídos para un sueño,
la brisa que precisa
tu dolor.

Pasa, entra
y siente que hay quien duda como tú
y no se descubre nada, nada de las cosas
que ha escuchado y desespera.
Pasa, entra
y siente que hay quien duda como tú
pero se abraza a lo que tiene
y se levanta con la fuerza que le queda.
Pasa, entra
y siente que hay quien duda como tú
pero no tiene más canción
que la que sabe y la cantó
y si no la sabe tararea.
Pasa, entra
no importa lo que fue porque será
lo que será y alguna forma encontrarás
para pasar por esa puerta.
pasa, entra
después de algún traspiés algún color
dibujará lo que hace falta
para estar de nuevo en pie
y no perder fuerza.
Pasa, entra
y siente que hay quien duda como tú
pero no tiene más canción
que la que sabe y la cantó
y si no la sabe tararea.

viernes, mayo 13, 2011

En el último instante

Dicen los que saben de oración que el Señor te visita muchas veces en los últimos cinco minutos. Por eso siempre hay que perseverar en el tiempo que uno se ha propuesto de antemano a pesar de la aridez a veces experimentada. A través de desolaciones y consuelos inesperados Dios nos recuerda que la oración es un don que él nos hace; somos llamados a dejarnos conducir y guiar tanto en ella como en la vida. Por eso ayuda vivir cada tanto esas gracias que llegan "en el minuto cuarenta y cinco", por usar una imagen futbolística. Es una certeza que se afirmó en mi en un retiro que realicé hace pocos meses.



Eran literalmente los últimos instantes de esos días de oración y silencio, ricos en paz, en luchas, en intuiciones y nuevas preguntas. En el lugar donde estaba todos los viernes por la tarde se realiza una adoración a la cruz. El crucifijo, en un estilo entre románico y moderno a la vez, pinta a Jesús crucificado con una oveja en los hombros y debajo de sus brazos la frase de la parábola: "Encontré la oveja que había perdido". 

Cuando la adoración iba llegando a su fin se invitó, como de costumbre allí, a que cada uno se acercara a a la cruz para adorarla en la manera que pareciera más conveniente. Cada uno lo fue haciendo a su modo, reflejando en la sencillez de la postura el estado de su corazón. Al llegar ante la cruz, contento pero sin esperar nada, me arrodillé e incliné mi cabeza contra el costado herido de Jesús. 

Y entonces, me arrebató una paz y un gozo enormes, una alegría de esas que hacen que te duela un poco el corazón porque se derriten tantas durezas y barreras de golpe... y pude sentir con claridad que Jesús me hacía saber lo que me quería decir, y que evidentemente había guardado como un regalo para ese último abrazo: "Te encontré".

jueves, mayo 12, 2011

La hora de la luz

A veces pienso que estoy en este mundo sólo para un instante. Para dar la palabra precisa, el gesto necesario, el amor indispensable en un momento que toque (o roce apenas) una vida y permita que la música del universo continúe. El truco es que yo no sé cuál es ese instante. Si puedo vivir cada uno de ellos con la certeza de que en alguno está la oportunidad de tener ese chispazo de gloria... entonces hasta el segundo más insignificante se vuelve la promesa de algo grande.

martes, mayo 10, 2011

Sobre el camino de Emaús

Aquel día, el primero de la semana, 
dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo 
llamado Emaús, 
situado a unos diez kilómetros de Jerusalén. 
En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido.

Así vamos todos por la vida, caminando y discutiendo, con la vista nublada por el peso de lo cotidiano. Y al lado nuestro hay alguien caminando. Una Presencia intuida pero no reconocida. 

El camino de Emaús es un relato que sintetiza de manera perfecta el encuentro con Jesús resucitado, la manera que él tiene de acercarse a cada uno de nosotros respetando nuestros tiempos, nuestro andar. No se impone ni avasalla: al contrario, da lugar para que uno pueda volcar lo que pesa en el corazón, para que suelte toda su historia desesperanzada (“nosotros esperábamos... pero...”). 

El sinsentido de la vida es recibido por Jesús, y sólo entonces comienza a hablar. Las cosas tienen un sentido, tienen un plan. Aún cuando nosotros no podamos terminar de percibirlo, hay un designio, un hilo de oro que recorre la Historia del cual nosotros también somos parte. No vamos hacia la nada ni estamos sometidos al azar. Somos cuidados por el amor de un Padre que a través de su gracia nos saca del pecado y nos invita a vivir en la fe y la caridad, en un amor expresado en gestos concretos. 

Pero para esto es necesario descubrirlo a Jesús. Todo habla de Él, de su centralidad en nuestras vidas, su amor de Amigo, Maestro y Señor. Su mirada y su Palabra encienden el corazón y de a poco nos devuelven la esperanza. Es preciso crecer en oración, animarse a pedirle que se quede con nosotros y encontrarlo en la Eucaristía para que se abran nuestros ojos a su presencia viva y real en medio nuestro.

Entonces entendemos: Él siempre estuvo, manteniendo viva la llama del corazón que nos trajo hasta este encuentro. Es necesario ponerse en marcha, volver a los hermanos, a la Iglesia, como apóstoles de su Evangelio de vida y amor. 

Emaús es entonces el lugar del encuentro con el Resucitado, el momento del envío, de la gracia. Es un camino que arranca en tristeza y termina en alegría, que uno comienza perdido y desorientado y termina con la certeza de una misión, de una propuesta. 

Es hacer historia de salvación, o mejor, descubrir progresivamente que nuestra historia es una historia de salvación.

miércoles, mayo 04, 2011

El Espíritu y la Esperanza

“¿Hijo de hombre, podrán revivir estos huesos?” Así le preguntaba Dios al profeta Ezequiel cuando frente a una multitud de huesos secos la sensación era la de la desesperanza total. Por eso hace falta invocar al Espíritu: Él es la fuerza de Dios, la novedad permanente, la presencia viva del amor en medio de la muerte, que puede superar todo obstáculo, derribando barreras y suscitando vida nueva por donde quiera que pasa.

Por eso cuando la vida se reseca, invocamos al Espíritu; cuando las palabras se acaban, invocamos al Espíritu; cuando los sepulcros se tapan y las puertas se cierran… invocamos al Espíritu. “Y la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado.” (Rm 5, 25)

El Espíritu es la fuente de la esperanza porque él trae la novedad de Dios. El mismo Espíritu que aleteaba al principio de la creación, cuando todo era caos y confusión; ese Espíritu que transformó las tinieblas en luz, es el que quiere soplar una esperanza nueva en los corazones de todos.

Esta esperanza nace del amor. Sólo el amor puede suscitar esperanza, porque es el que abre caminos nuevos donde el odio, la violencia y el pecado parecen tener la última palabra. El amor ofrecido, inocente y vulnerable. Por eso para los cristianos esa esperanza nueva nace de la Pascua de Jesús, que celebramos en estos últimos días. Jesús muere y se entrega “en el Espíritu” (Hb 9), y al resucitar, sopla sobre sus discípulos el Espíritu Santo, repitiendo en ellos el milagro de la creación. Él es quien hace de los temerosos que habían huido en la noche de la pasión testigos convencidos de Jesús; es quien convierte a ese grupo de hombres y mujeres en una comunidad, una Iglesia.

Hoy Jesús quiere derramar sobre nosotros el don de su Espíritu una vez más. Quiere que  nos abramos a la posibilidad de una vida nueva, a un don de amor que nos permita mirar hacia delante confiados y sin miedo. Con la certeza de que Él nos irá acompañando a cada paso del  camino, suscitando los dones y carismas necesarios para que podamos seguir adelante.

Como antes, ¡más que antes! Invoquemos a aquel que puede darnos esa esperanza cierta, el anticipo del cielo en nuestra tierra, la luz necesaria para seguir avanzando en el camino de Jesús.

domingo, abril 24, 2011

Vayan a Galilea

“Vayan a Galilea”, dijo Jesús resucitado en el Evangelio de la Vigilia. Ir a Galilea, donde todo empezó. Los discípulos tienen que entender que el Señor Resucitado es el maestro humilde y pacífico que los llamó junto al lago y los invitó a ser pescadores de hombres. No es otro. Entonces ellos podrán darse cuenta que todo lo vivido a lo largo de ese camino tenía un sentido. ¡No era una locura! El que los convoca ahora es el mismo Jesús, ese que pasó haciendo el bien y curando, que anduvo entre pecadores y enfermos… ¡El mismo Jesús! El camino recorrido, las palabras, los gestos, tienen valor, valen la pena. La luz de la Pascua da una mirada nueva sobre la historia transitada. 

Pascua quiere decir que el mal no tiene la última palabra. Que se puede seguir amando en medio de la muerte y el mal. Que podemos animarnos a vivir de una manera diferente porque Jesús, que pasó haciendo el bien, está vivo. Este es el sentido de Galilea. Nos podemos animar a hacer una opción por el Evangelio porque la Pascua nos asegura que el amor entregado nunca es amor perdido. Y que lo cotidiano, aún en sus costados más opacos y arduos se puede convertir en fuente de luz.

miércoles, abril 20, 2011

A veces una patinada pequeña nos viene bien para evitar un tropezón más dañino. Si bien esos pequeños pifies a veces nos hacen daño y nos desaniman pueden ser el puntal para crecer en humildad y, sobre todo, para volver a darnos cuenta que seguimos en camino.
Enviado desde el Camino

viernes, abril 08, 2011

Encontrar la propia voz

Aprender a ser lo que Dios sueña para nosotros, ser plenamente nosotros mismos es un proceso arduo, continuo y lleno de incertidumbres y retrocesos. Se trata de encontrar la propia voz, esa que sólo podemos encontrar a fuerza de animarnos a desafinar infinidad de veces. Sin embargo, sólo de esa manera se consolida nuestro estilo personal. Si no nos arriesgamos a ser repetidores o peor aún, podemos terminar convirtiéndonos en silentes resentidos.

El camino para encontrar nuestra verdadera voz reside en gran parte en vivir "en estado de discernimiento". Saber cribar aquello que en realidad no nos pertenece y que muchas veces proviene de miedos, presiones, de nuestro falso yo controlador, ansioso y con pretensiones de omnipotencia. Para esto es necesario desarrollar una capacidad de atención a lo que nos pasa, una escucha sincera y confiada de nuestro corazón que se traduzca en canto, aún cuando a nosotros nos suene a balbuceos confusos. Tarde o temprano el tarareo incoherente se convierte en música. 

Una ayuda fundamental es encontrar con quienes compartir esa búsqueda. Los ensayos de otros alientan a continuar con los propios. Y si uno tiene suerte, se encuentra con un maestro, de esos que nos dan el espacio y la confianza necesarios para que nuestra voz empiece a resonar con más claridad. 

Para los creyentes, se trata de encontrar la voz de Dios en nosotros. Sólo él tiene el secreto de nuestra canción. Me hace bien saber que él guarda mi secreto. ¡Si sólo dependiera de mí, podría perderlo! Pero él me va ayudando a descubrirlo. Y sólo cuando puedo distinguir su voz me doy cuenta que en esa melodía está mi propio canto, tan mío y al mismo tiempo puro don, puro regalo. 

jueves, abril 07, 2011

Yendo hacia la luz

De la riquísima liturgia de la Palabra del último domingo (¡hay veces en que es difícil encontrar una piedra de toque y otras, como esta, donde uno no sabe qué elegir!), me quedó resonando una frase maravillosa de Efesios: "Todo lo que se pone de manifiesto es luz".

Cada vez que algo se expone, se airea, se hace luz. La oscuridad de tantas cosas que tapamos no viene de ellas mismas, sino del manto de miedo que ponemos sobre ellas, de tantos prejuicios y pudores falsos que nos impiden compartir y revelarnos ("quitar del velo") tal cual somos. No digo que haya que caer en ese exhibicionismo emocional en el que algunos parecen regodearse. Se trata simplemente de constatar una vez que más que lo que se comparte pierde su tiniebla y se convierte en brillo de vida no sólo para nosotros, sino también para los que nos rodean, porque la verdad nunca puede ser oscura, aunque a veces sea dolorosa. Siempre termina iluminando.

domingo, marzo 27, 2011

Páginas manchadas

Hace ya más o menos un año un amigo me regaló un cuaderno espectacular para escribir mis notas personales en él (tengo un afecto completamente desordenado a los artículos de librería, como buen nerd que soy).

Al principio lo usaba sólo para ideas especiales y momentos particulares. Con lo cual... no lo usaba prácticamente nunca. El miedo a que se pierda, se ensucie o simplemente se malgaste me hacía dejarlo encajonado en una existencia tan segura como insulsa.

Afortunadamente en un momento me di cuenta que el pobre cuaderno estaba para usarlo y ahora luce orgulloso borronazos, manchones de tinta y hasta alguna que otra miga suelta de un necesario tostado para alimentar el espíritu creativo. Heridas de guerra de una vida más insegura y más real. En el fondo... mi cuaderno soy yo.

¡Somos tan de manual! Nos cuesta mucho zambullirnos en la desprolijidad de la vida, porque las cosas siempre son más perfectas en la caja de cristal de nuestra mente.

Pero cuando nos animamos a dejar nuestra zona de confort, al mismo tiempo que empezamos a sufrir golpes, a ensuciarnos y rasgarnos, también nos abrimos a algo más profundo y más real. Descubrimos zonas inexploradas de nuestro yo y nuestro mundo. Y la vida se hace más vida, porque está más expuesta.

Porque se anima a mancharse, que es la única manera de dejar también al menos dos o tres líneas escritas que valgan la pena.


Enviado desde el Camino