viernes, agosto 15, 2008

Guías para la adoración (I)

Para la misión que realizamos este invierno los chicos del grupo me pidieron que escribiera algunas guías para los tiempos de adoración eucarística (había una hora libre para adorar todos los días). Dejo entonces aquí las guías para que quien las necesite las pueda usar.

La eucaristía es el centro de la vida de la Iglesia, porque en ella hacemos presente el amor entregado de Jesús. El misterio pascual, su muerte y su resurrección, que es la fuente de nuestra fe, esperanza y caridad, se hace presente en la misa, cuando a través de gestos sencillos y humanos el Espíritu Santo nos hace entrar en comunión con Jesús resucitado.

En la Eucaristía Jesús nos une como hermanos en su amor, y nos transforma el corazón para que aprendamos a amar como él. Por eso toda la vida cristiana tiene que ser como una eucaristía prolongada: una ofrenda a nuestro Padre Dios y un servicio constante a los hermanos, que es lo que Jesús realiza en cada misa.

Esta “eucaristía prolongada” que tiene que ser nuestra vida se profundiza de distintas maneras: a través de los gestos de amor y servicio a los demás; en la búsqueda de una conversión cada vez más honda y sincera; y, especialmente, en una oración que prolongue en la intimidad del corazón el diálogo con Jesús.

Hay muchos modos de oración: un camino especial es la adoración a Jesús en la Eucaristía. La adoración es un modo de “estirar” en el encuentro orante con Jesús lo que celebramos en la misa.Cada vez que nos tomamos un tiempo para adorar al Señor aprendemos a amar, a creer, a esperar.

  • š La adoración nos hace crecer en la fe porque al verlo a Jesús en el Santísimo aprendemos a creer en su presencia, no sólo en la Eucaristía sino en todas las dimensiones de nuestra vida: en nuestra historia, en los hermanos, en nuestro corazón. Miramos a Jesús para que él abra nuestros ojos a una contemplación más profunda, para que él, como hizo con el ciego de nacimiento, ilumine nuestro corazón.
  • š Nos permite crecer en la esperanza, porque al rezar, experimentamos un poquito lo que será el cielo: estar con Jesús y con los demás, en comunión, unidos por el amor. La presencia de Jesús nos ayuda a descubrir que ya aquí y ahora empiezan a aparecer signos de su amor, de su Reino, de su vida surgiendo en lugares y personas, y en nuestro propio camino. Cuando nos encontramos con Jesús Él nos ayuda a levantar la mirada y ver un poco más allá.
  • š Nos ayuda a amar. No sólo porque Jesús nos fortalece para que podamos amar más hondamente: sino porque en la Eucaristía Jesús nos va enseñando a amar “a su estilo”. Jesús resucitado nos salva en la sencillez y humildad de la Eucaristía. ¡Pero no nos olvidemos que en esa sencillez está toda la plenitud del amor y la luz de Dios! Eso nos muestra que nuestro amor tiene que tener los rasgos de Jesús resucitado: amor extraordinario en gestos ordinarios y sencillos.


Puede ser que estés acá sentado y te digas a vos mismo que no sabés rezar. Si es así, ¡ya somos dos! Nadie “sabe” rezar, porque antes que nada, rezar no es una técnica sino una gracia, un regalo. Y nadie aprende a rezar, sino rezando. Es en el diálogo constante con Jesús donde experimentamos que él nos muestra el camino que debemos recorrer para alcanzar una oración constante y sólida.Sin embargo, sí vienen bien algunos “tips” que tal vez te despejen un poco el camino:

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  • Siempre ayuda empezar pidiendo la gracia de la oración. Rezarle al Espíritu Santo (el “maestro interior”, como le decía San Agustín), a María (nuestra Madre y Maestra Espiritual) o a Jesús o al Padre mismo que nos lleven a la oración. Y también terminar agradeciendo: por más que no hayamos experimentado (aparentemente) nada en la oración, es un tiempo que hemos tenido para estar con Dios y amarlo. ¿No es algo para agradecer?

  • š La oración pide fe: confiemos en que Jesús está realmente presente, que él nos quiere, nos escucha y acompaña. Busquemos abrirnos a su presencia. Confiemos en que él está acá, con nosotros, en este rato de intimidad.
  • š La oración es trazar una historia de amistad con Dios. Y como toda amistad, requiere tiempo e intimidad. Si no le abrimos el juego a Jesús en la confianza, y si no nos tomamos tiempo para cultivar esa relación, será difícil que nuestra oración sea verdaderamente fecunda.
  • š No somos ángeles, somos carne y hueso... cuerpo y alma. Es importante que nuestra postura exprese y alimente la actitud de nuestro corazón. Busquemos entonces una postura que nos permite rezar cómodamente, pero también que muestre con el gesto corporal el deseo del espíritu.

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