En este segundo encuentro, te proponemos seguir con el método que tuvimos ayer. Tomar un texto, profundizarlo a través de la meditación y la oración... y ver a dónde te lleva Jesús. Ayudate con la página del día anterior si querés recordar los momentos. ¡No te olvides de aprovechar para anotar al final! Es importante guardar registro de lo que Dios va haciendo en vos en el momento de la oración.
El texto que te proponemos hoy es del Evangelio de Juan, está en el capítulo 4, versículos 1 al 42. Es un texto largo, pero vale la pena ir leyéndolo despacio y sin apuro. Una pista para la lectura. Probá leerlo una vez. La segunda vez, lee solamente lo que dice la samaritana. La tercera, lo que dice Jesús.
Algunas pautas para la meditación
Fijate como Jesús va llevando de a poco el diálogo. Sin forzar las cosas ni apurar tiempos, deja que la samaritana saque a la luz lo que tiene en el corazón. Su historia, sus preguntas, su sed de vida... todo va surgiendo a medida que conversa con Jesús.
Y Jesús también se va mostrando de a poco, hasta que le revela que es el Mesías. No se apura a revelarse, sino que con sencillez y paciencia, le da tiempo a la samaritana.
Por eso este es un buen texto parar descubrir el sentido de la misión. Igual que Jesús, nosotros nos tomamos tiempo para el anuncio: nos dejamos conocer, compartimos... hasta que llegamos de a poco al anuncio.
También nos puede ayudar pensar cómo Jesús se fue acercando a nosotros... ¿qué caminos eligió, qué personas nos mostraron a Jesús? ¿Qué cosas nos fueron llevando al encuentro con el Señor?
Dos palabras aparecen muchas veces en este relato: el agua y la sed. Es evidente que Jesús no está hablando de la sed de agua “material”... Se refiere a una sed más profunda... Una sed que sólo él puede calmar. La samaritana tenía esa sed de vida, de amor... pero no sabía que sólo Jesús podía saciarla. ¿Y vos? ¿De qué cosas “tenés sed ahora? ¿Cuáles son las cosas que te mueven el corazón, que necesitás especialmente? ¿Te animás a ponerles nombre?
Para la oración, además de contarle a Dios lo que nos pasa por el corazón al escucharlo, a veces es lindo pedirle a Dios que nos preste sus palabras. Por eso tenemos el libro de los Salmos, que es doble palabra de Dios, por que es la colección de oraciones del pueblo de Israel y que los cristianos también rezamos desde siempre. Es la respuesta a Dios que también ha terminado por volverse parte de su Palabra. Este es un salmo muy lindo que habla de la sed y del amor de Dios. Te hago una sugerencia: si encontrás alguna frase que te guste, tomala como jaculatoria para ir repitiéndola a lo largo del día, como una especie de “amarra” que te lleve a la oración.
Salmo 63
Señor, tú eres mi Dios,
yo te busco ardientemente;
mi alma tiene sed de ti,
por ti suspira mi carne
como tierra sedienta, reseca y sin agua.
Sí, yo te contemplé en el Santuario
para ver tu poder y tu gloria.
Porque tu amor vale más que la vida,
mis labios te alabarán.
Así te bendeciré mientras viva
y alzaré mis manos en tu Nombre.
Mi alma quedará saciada
como con un manjar delicioso,
y mi boca te alabará
con júbilo en los labios.
Mientras me acuerdo de ti en mi lecho
y en las horas de la noche medito en ti,
veo que has sido mi ayuda
y soy feliz a la sombra de tus alas.
Mi alma está unida a ti,
tu mano me sostiene.