sábado, agosto 23, 2008

Guías para la adoración (III)

En este segundo encuentro, te proponemos seguir con el método que tuvimos ayer. Tomar un texto, profundizarlo a través de la meditación y la oración... y ver a dónde te lleva Jesús. Ayudate con la página del día anterior si querés recordar los momentos. ¡No te olvides de aprovechar para anotar al final! Es importante guardar registro de lo que Dios va haciendo en vos en el momento de la oración.

El texto que te proponemos hoy es del Evangelio de Juan, está en el capítulo 4, versículos 1 al 42. Es un texto largo, pero vale la pena ir leyéndolo despacio y sin apuro. Una pista para la lectura. Probá leerlo una vez. La segunda vez, lee solamente lo que dice la samaritana. La tercera, lo que dice Jesús.

Algunas pautas para la meditación

š Fijate como Jesús va llevando de a poco el diálogo. Sin forzar las cosas ni apurar tiempos, deja que la samaritana saque a la luz lo que tiene en el corazón. Su historia, sus preguntas, su sed de vida... todo va surgiendo a medida que conversa con Jesús.

š Y Jesús también se va mostrando de a poco, hasta que le revela que es el Mesías. No se apura a revelarse, sino que con sencillez y paciencia, le da tiempo a la samaritana.

š Por eso este es un buen texto parar descubrir el sentido de la misión. Igual que Jesús, nosotros nos tomamos tiempo para el anuncio: nos dejamos conocer, compartimos... hasta que llegamos de a poco al anuncio.

š También nos puede ayudar pensar cómo Jesús se fue acercando a nosotros... ¿qué caminos eligió, qué personas nos mostraron a Jesús? ¿Qué cosas nos fueron llevando al encuentro con el Señor?

š Dos palabras aparecen muchas veces en este relato: el agua y la sed. Es evidente que Jesús no está hablando de la sed de agua “material”... Se refiere a una sed más profunda... Una sed que sólo él puede calmar. La samaritana tenía esa sed de vida, de amor... pero no sabía que sólo Jesús podía saciarla. ¿Y vos? ¿De qué cosas “tenés sed ahora? ¿Cuáles son las cosas que te mueven el corazón, que necesitás especialmente? ¿Te animás a ponerles nombre?

Para la oración, además de contarle a Dios lo que nos pasa por el corazón al escucharlo, a veces es lindo pedirle a Dios que nos preste sus palabras. Por eso tenemos el libro de los Salmos, que es doble palabra de Dios, por que es la colección de oraciones del pueblo de Israel y que los cristianos también rezamos desde siempre. Es la respuesta a Dios que también ha terminado por volverse parte de su Palabra. Este es un salmo muy lindo que habla de la sed y del amor de Dios. Te hago una sugerencia: si encontrás alguna frase que te guste, tomala como jaculatoria para ir repitiéndola a lo largo del día, como una especie de “amarra” que te lleve a la oración.


Salmo 63

Señor, tú eres mi Dios,
yo te busco ardientemente;
mi alma tiene sed de ti,
por ti suspira mi carne
como tierra sedienta, reseca y sin agua.

Sí, yo te contemplé en el Santuario
para ver tu poder y tu gloria.
Porque tu amor vale más que la vida,
mis labios te alabarán.

Así te bendeciré mientras viva
y alzaré mis manos en tu Nombre.
Mi alma quedará saciada
como con un manjar delicioso,
y mi boca te alabará
con júbilo en los labios.

Mientras me acuerdo de ti en mi lecho
y en las horas de la noche medito en ti,
veo que has sido mi ayuda
y soy feliz a la sombra de tus alas.

Mi alma está unida a ti,
tu mano me sostiene.


viernes, agosto 15, 2008

Guías para la adoración (II)

Estos días de misión siempre son un tiempo fuerte de presencia de Jesús, y por eso mismo, de oración. La idea es que en este rato de oración puedas profundizar en ese encuentro con Jesús. Y para eso, nada mejor que disfrutar de su presencia en la Eucaristía y en su Palabra. Por eso te queremos invitar a que en este momento te dejes acompañar por el Evangelio.

Te propongo que estos ejercicios los dividas en tres momentos:

  1. š Meditación: Se trata de buscar relacionar lo que escuchamos en la lectura con nuestra vida, prestar atención... ¿qué me llamó más la atención, que me “pegó más? Para esto nos puede ayudar el siguiente ejercicio: leer el texto “en primera persona”.. es un buen método para descubrir que esta palabra de Dios es para vos...
  2. š Oración: Este es un tiempo distinto al anterior de meditación, necesitamos hacer algo que nos ayude a tomar conciencia que deseamos “encontrarnos” con Dios. La idea es que esto que vas rumiendo te lleve al diálogo con Jesús. Decile a Él lo que pensás y sentís… y tratá de escuchar lo que Él tiene para decirte.
  3. š Anotación: Trata de anotar algunas cosas que crees son importantes y te pueden ayudar ahora y después a entenderte y a convertir la vida en oración. Las anotaciones sirven como “testimonio” de lo pasa “hoy” en tu interior.

Disponete entonces a rezar. Pedile a Dios que te ilumine el corazón y la inteligencia para entender su Palabra. El texto que te proponemos hoy es Mc 1, 40-45.

Leelo despacio, una y otra vez. Estamos acostumbrados a leer a las apuradas, pero la Palabra pide un ritmo distinto, más sereno, más calmo, más lento.

Una vez que lo hayas leído (¡varias veces!), te dejo algunos puntos que te pueden ayudar en el momento de la meditación para “ubicarte mejor” en el paisaje de la lectura:

1. En la época de Jesús, los leprosos eran marginados. Impuros para la ley judía, se los consideraba incapaces de vivir con los demás y también con Dios. Además, como el mero contacto con uno de ellos dejaba impuro a quien los tocase, quedaban completamente aislados. Y a todo esto se lo veía como un castigo de Dios. “Si le había pasado esto, por algo sería”, era lo que pensaba la gente de su tiempo.

2. Por eso el gesto de Jesús tiene tanta fuerza: Jesús toca al leproso, y, en vez de quedar él impuro, su amor transforma la situación. La compasión de Jesús (sufre-con el otro) se transforma en un gesto de inclusión que saca al leproso de su aislamiento y su soledad. El amor de Jesús rompe las barreras de la enfermedad y el prejuicio.

3. Por eso este leproso se vuelve un símbolo de nuestras heridas y de las barreras que a veces ponemos entre nosotros y Jesús, entre nosotros y los demás. Puede ser que esta barrera nos la hayan impuesto otros... puede ser que nuestras heridas nos las hayamos infligidos nosotros mismos. No importa. Lo importante es que Jesús también quiere tocar esas zonas de nuestra vida que se encuentran heridas, aisladas, impuras. No hay lugar de nuestro corazón al que Jesús no quiera llegar.

Las preguntas nos pueden llevar un poco más hondo, y permitirnos profundizar:

š ¿Hay algún lugar de mi vida (puede ser una relación con alguien, un lugar, una actividad, un recuerdo) que esté necesitado de la sanación que sólo Jesús me puede dar?

š ¿Cuáles son esas cosas que me cuesta confiar, que me cuesta entregar a otros, abrir a otros (sea a Dios o a los demás)? ¿Por qué? ¿Dónde me experimento más cerrado, más desconfiado?

š ¿En algún momento experimenté que Jesús me sanaba, me curaba? ¿Cuándo? ¿Cómo fue?

En la oración, fijate si te animás a compartir algo de lo que fuiste meditando con Jesús. Quizás sientas que todavía no te animás a confiarle todo... pero al menos, pedirle más confianza para poder hacerlo en el futuro.

Guías para la adoración (I)

Para la misión que realizamos este invierno los chicos del grupo me pidieron que escribiera algunas guías para los tiempos de adoración eucarística (había una hora libre para adorar todos los días). Dejo entonces aquí las guías para que quien las necesite las pueda usar.

La eucaristía es el centro de la vida de la Iglesia, porque en ella hacemos presente el amor entregado de Jesús. El misterio pascual, su muerte y su resurrección, que es la fuente de nuestra fe, esperanza y caridad, se hace presente en la misa, cuando a través de gestos sencillos y humanos el Espíritu Santo nos hace entrar en comunión con Jesús resucitado.

En la Eucaristía Jesús nos une como hermanos en su amor, y nos transforma el corazón para que aprendamos a amar como él. Por eso toda la vida cristiana tiene que ser como una eucaristía prolongada: una ofrenda a nuestro Padre Dios y un servicio constante a los hermanos, que es lo que Jesús realiza en cada misa.

Esta “eucaristía prolongada” que tiene que ser nuestra vida se profundiza de distintas maneras: a través de los gestos de amor y servicio a los demás; en la búsqueda de una conversión cada vez más honda y sincera; y, especialmente, en una oración que prolongue en la intimidad del corazón el diálogo con Jesús.

Hay muchos modos de oración: un camino especial es la adoración a Jesús en la Eucaristía. La adoración es un modo de “estirar” en el encuentro orante con Jesús lo que celebramos en la misa.Cada vez que nos tomamos un tiempo para adorar al Señor aprendemos a amar, a creer, a esperar.

  • š La adoración nos hace crecer en la fe porque al verlo a Jesús en el Santísimo aprendemos a creer en su presencia, no sólo en la Eucaristía sino en todas las dimensiones de nuestra vida: en nuestra historia, en los hermanos, en nuestro corazón. Miramos a Jesús para que él abra nuestros ojos a una contemplación más profunda, para que él, como hizo con el ciego de nacimiento, ilumine nuestro corazón.
  • š Nos permite crecer en la esperanza, porque al rezar, experimentamos un poquito lo que será el cielo: estar con Jesús y con los demás, en comunión, unidos por el amor. La presencia de Jesús nos ayuda a descubrir que ya aquí y ahora empiezan a aparecer signos de su amor, de su Reino, de su vida surgiendo en lugares y personas, y en nuestro propio camino. Cuando nos encontramos con Jesús Él nos ayuda a levantar la mirada y ver un poco más allá.
  • š Nos ayuda a amar. No sólo porque Jesús nos fortalece para que podamos amar más hondamente: sino porque en la Eucaristía Jesús nos va enseñando a amar “a su estilo”. Jesús resucitado nos salva en la sencillez y humildad de la Eucaristía. ¡Pero no nos olvidemos que en esa sencillez está toda la plenitud del amor y la luz de Dios! Eso nos muestra que nuestro amor tiene que tener los rasgos de Jesús resucitado: amor extraordinario en gestos ordinarios y sencillos.


Puede ser que estés acá sentado y te digas a vos mismo que no sabés rezar. Si es así, ¡ya somos dos! Nadie “sabe” rezar, porque antes que nada, rezar no es una técnica sino una gracia, un regalo. Y nadie aprende a rezar, sino rezando. Es en el diálogo constante con Jesús donde experimentamos que él nos muestra el camino que debemos recorrer para alcanzar una oración constante y sólida.Sin embargo, sí vienen bien algunos “tips” que tal vez te despejen un poco el camino:

š

  • Siempre ayuda empezar pidiendo la gracia de la oración. Rezarle al Espíritu Santo (el “maestro interior”, como le decía San Agustín), a María (nuestra Madre y Maestra Espiritual) o a Jesús o al Padre mismo que nos lleven a la oración. Y también terminar agradeciendo: por más que no hayamos experimentado (aparentemente) nada en la oración, es un tiempo que hemos tenido para estar con Dios y amarlo. ¿No es algo para agradecer?

  • š La oración pide fe: confiemos en que Jesús está realmente presente, que él nos quiere, nos escucha y acompaña. Busquemos abrirnos a su presencia. Confiemos en que él está acá, con nosotros, en este rato de intimidad.
  • š La oración es trazar una historia de amistad con Dios. Y como toda amistad, requiere tiempo e intimidad. Si no le abrimos el juego a Jesús en la confianza, y si no nos tomamos tiempo para cultivar esa relación, será difícil que nuestra oración sea verdaderamente fecunda.
  • š No somos ángeles, somos carne y hueso... cuerpo y alma. Es importante que nuestra postura exprese y alimente la actitud de nuestro corazón. Busquemos entonces una postura que nos permite rezar cómodamente, pero también que muestre con el gesto corporal el deseo del espíritu.

jueves, agosto 14, 2008

Bajar al llano

Volver a lo cotidiano después de una experiencia no suele ser fácil. Lo diario parece carente de vida cuando venimos de la euforia, de lo extraordinario.

Y sin embargo, precisamos de lo ordinario, porque es justamente en la humildad del suelo de cada día donde la semilla de lo novedoso y fuera de lo común germina y crece.

Cuando el Evangelio de Mateo va llegando a su final, después de vivir la Pascua con Jesús, él dice que los discípulos tienen que ir a Galilea, que en ese evangelio es el lugar donde todo empezó.

Después de vivir algo que cala en nosotros, estamos invitados a volver a Galilea, pero lo fundamental no es que las cosas sigan cambiando. Sino que hemos cambiado nosotros, y eso nos permite vivir lo cotidiano de un modo nuevo.

El que no tiene esa chispa en el corazón, podrá vivir mil novedades, pero no servirán. Para el que la guarda y acrecienta, hasta el momento más gris puede estar lleno de eternidad.

martes, agosto 12, 2008

Un texto de Bernard Hahring

Los payasos que pueden reírse de sí mismos también se pueden reír de los demás. El humor, ese gran don de Dios, se manifiesta en su autenticidad en el hecho de que a la persona dotada de humor le gusta reírse de sus propias debilidades. El que ridiculiza a los demás sin reírse de sí mismo es una persona llena de malhumor que, de hecho, no tiene en absoluto la virtud del buen humor.
No sólo los curas que trabajan en los circos, sino también todos los demás curas deberían tener cualidades, capacidades y virtudes de los entrañables payasos.
Una Iglesia que no reconoce el don del humor y no lo cultiva intensamente no es una Iglesia seria.

En "¿Qué sacerdotes para hoy?", Madrid, PPC, p. 118

lunes, agosto 11, 2008

De Amicitia (sobre la amistad) (I)

Creo que son pocas las cosas que me resultan tan queridas como la amistad, y sin embargo, ¡qué difícil encontrar las palabras para hablar sobre ella! Quizás justamente por eso, porque cuanto más cerca del corazón está algo, más difícil es hallar la precisión, porque estamos más cerca del misterio y por eso, también más silenciosos. Pero a la vez, es necesario hablar de lo que nos llena el corazón...

La amistad requiere tiempo y trato, decía Aristóteles. Pide esfuerzo y dedicación, confianza, diálogo... pero a la vez, siempre es un don. Porque la libertad es un rasgo característico de la amistad, no puede vivirse sino en el contexto del don. Es cierto que a los amigos uno los elige... pero no es menos cierto que uno tiene que ser elegido por ellos.

Por eso, cada tanto es bueno volver a tomar conciencia del don de tener compañeros de camino. Descubrir que el amigo es una gracia. Que por un tramo del sendero, al menos, tendremos quien vaya junto a nosotros. Hasta que el misterio nos reclame quizás separarnos... pero seguros siempre de que algo nuestro se va con el otro, y que algo del amigo hace camino con nosotros.

viernes, agosto 08, 2008

A la vuelta de la misión...

... uno se queda rumiando todo lo vivido. La misión, junto con las peregrinaciones, los retiros y otro tipo de experiencias similares, son momentos donde uno puede vivir la vida "en concentrado", por así decirlo. Se nos regala la oportunidad de percibir con claridad los núcleos de nuestra existencia: compartir el camino con otros, estar al servicio, rezar y celebrar juntos... y sobre todo, salir al encuentro de los demás. Anunciar a otros aquellos que nos moviliza y enamora. Reconocer una vez más que la vida crece en la medida en que se entrega a los demás. A los que no lo hayan vivido, los invito a que prueben hacer la experiencia en algún momento... y si alguno sí pudo ir en algún momento de su vida, aunque haya sido hace muchos años... recuerde lo que recibió en esos días y que se pregunte... "¿y dónde ha quedado todo eso hoy?".
Tuve la oportunidad de descansar unos días en una quinta tras una semana intensa y fecunda de misión. Tiempo para leer, dormir y rezar a pata suelta...
El centro de la casa (y de esos días para detenerme) fue la chimenea, en torno a la cual pasé largos ratos.
Como el nombre del blog denota, el fuego me fascina, así que aproveché para dedicarme mucho tiempo a contemplarlo, encenderlo y mantenerlo vivo.
Recordaba que de chico, al ayudar a mi papá o mi abuelo a encender la chimenea o el fuego del asado, me fascinaban las llamas, con su vivacidad y su potencia.
En cambio ahora, me detenía en mirar las brasas, percibiendo en ellas, más discretas pero también más intensas y constantes, el secreto del fuego. En su concentrada incandescencia nacía la fuente de calor para toda la casa.

Creo que voy entendiendo que el secreto para permanecer al servicio del fuego no será, la mayoría de las veces, convertirse en llama... sino en esconderse entre las brasas, manteniendo vivo el ardor para que el calor no se pierda y sean muchos los que encuentren fuerza en torno al hogar.