sábado, abril 26, 2008

Apuntes sueltos sobre el Evangelio de este Domingo (6° Domingo de Pascua, Ciclo A)

  • Jesús nos abre en el Evangelio de este domingo a la invocación y espera del Espíritu Santo. En el contexto del largo discurso de despedida que el Señor realiza en los capítulos 13-17, aparece ahora esta promesa del Espíritu, con un título particular, "Paráclito", palabra que se puede traducir de diversos modos: Abogado, Consolador, Valedor, Protector. Lo importante es que todas ellas sugieren una presencia nueva en la vida del discípulo. A la presencia de Jesús se suma ahora la de una nueva compañía, que sin embargo está directamente relacionada con el Señor, como el discurso luego irá explicitando: recordará lo de Jesús, dará testimonio de él, mostrará dónde está el pecado, el juicio y la justicia... Como dice de un modo elocuente San Juan Damasceno el Espíritu es "el enunciador del Verbo", es quien nos explica y nos introduce en el misterio de Jesús.
  • El Espíritu es entonces la cercanía misma de Jesús, la certeza de su presencia y su gracia actuando en nuestro corazón, revelándonos a Jesús vivo en medio nuestro. El mundo no puede recibirlo porque no tiene esa experiencia de Jesús, pero los discípulos sí.
  • El Espíritu Santo nos introduce en esa comunión misteriosa, íntima y profunda que existe en el corazón de Jesús: la comunión con el Padre. El vínculo entre Jesús y el Padre, así como es de hondo, es también de abierto: pareciera que cuanto más profundo es el amor, más desea abrirse a otros, donarse.
  • Por eso el discípulo sabe que nunca "se queda huérfano". Es curioso. En el libro-entrevista "Año 1000 - Año 2000: la huella de nuestros miedos" el historiador Georges Duby comentaba que el miedo a la soledad es algo muy propio de este tiempo que ha sido desconocido para épocas anteriores. Frente a un mundo que no conoce al Espíritu y por tanto, no sabe de vínculos y lazos profundos, el cristiano en cambio se siente sumergido en una comunión profunda que lo afianza, lo enriquece y también lo compromete.
  • La fragilidad de las relaciones contemporáneas es un tópico común de numerosos análisis, conversaciones y debates. Frente a este desafío de nuestro mundo, estamos llamados a anunciar la buena noticia de un Dios que da a nuestro amor una hondura inaudita, una capacidad de recibir y dar amor única. Por decirlo así, el Espíritu Santo le da a nuestro amor "un gusto a Trinidad", a esa comunión infinita que sin embargo, se revela como por destello y reflejo en nuestro amor cotidiano. "Donde ves el amor, allí está la Trinidad" decía San Agustín. Estamos invitados a darle al mundo este testimonio, el de un amor que se manifiesta antes que nada en una unidad profunda, verdadera, comprometida.
  • Estos días, entonces, nos abren a la espera y la invocación del Espíritu. Pidámosle al Paráclito que sea realmente esa presencia compañera. Que nos ayude a vivir como Jesús, amados por el Padre y entregados por amor a los demás. Que nos consuele frente a las heridas, los desgarrones y limitaciones del amor que todos experimentamos... para poder vivir en una comunión cada vez más profunda, para poder ser "otros paráclitos" frente a tantas personas que hoy se experimentan desvalidas, solitarias y abandonadas.
  • En la Eucaristía es donde este Evangelio se cumple de un modo único. El Espíritu nos da a Jesús, que a su vez nos hace entrar en comunión con el Padre y entre nosotros. De aquí salimos conscientes y renovados en ese amor. Llevemos a nuestras casas este deseo de "guardar" lo celebrado aquí, de ir imprimiendo en nuestras casas, en nuestro trabajo, en nuestro entorno, el sello amoroso de Dios, que viene a rescatarnos de la soledad por la acción del Espíritu Santo.


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