martes, febrero 01, 2011

Perseverancia y providencia

Para Mery L., que persevera en la distancia...




Que el Señor los encamine hacia el amor de Dios y les dé la perseverancia de Cristo. 2 Tes 3, 5




Me piden una reflexión sobre dos palabras enormes, que como todas las palabras grandes abren la puerta a miles de palabras más: Fidelidad, paciencia, confianza, amor, alianza...

La perseverancia es una de las actitudes fundamentales de cualquier que comienza un camino espiritual. Implica elegir integrar la vida y el corazón, elegirse a uno mismo a través de una constancia en actitudes, gestos y palabras. 

Por esto mismo la perseverancia está profundamente relacionada con el proceso de ser cada vez más uno mismo, de ser aquello que estamos llamados a ser y que busca ir consolidándose a lo largo de nuestra existencia. Es una actitud existencial antes que una cuestión de moral. De allí que no dependa simplemente de querer hacer las cosas bien, sino de querer hacerlas mías, de apropiarme una manera de vivir, o mejor, vivir de una manera que exprese lo propio, que brote cada vez más de nuestro centro. 

Vivir perseverantemente pide al mismo tiempo firmeza y conciencia de la gradualidad. Empezar y continuar "con determinada determinación", como decía Santa Teresa de Ávila. Pero parte de esa determinación es no desesperar frente a las inevitables caídas y retrocesos. Para levantarse rápidamente de las caídas es necesario no lamentarse de más ni sorprenderse por ellas. Son parte del proceso y a menudo ellas nos enseñan más de lo que hubiéramos imaginado. 

Pero por sobre todo, la perseverancia es un don de Dios (antes se escuchaba más pedir el don de la "perseverancia final", el llegar hasta la muerte unidos a Jesús). En este sentido, perseverar sólo es posible si se desarrolla un sentido profundo de la providencia de Dios. Puedo perseverar porque Dios me lo concede, porque él me dará todo lo necesario para que pueda hacerlo. Puede ser el "pan de cada día" que pedimos en el Padre Nuestro. Y en ese sentido creo que uno empieza a caminar con más rapidez cuando deja de preocuparse por cómo está andando y se concentra más en aquel que nos llama y nos cuida a lo largo del camino. Al final del día nos daremos cuenta que todo fue un regalo, como dice ese obispo y poeta:

Y llegaré, de noche
con el gozoso espanto
de ver,
por fin,
que anduve,
día a día,
sobre la misma palma de Tu mano. (Pedro Casaldáliga)

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