domingo, febrero 20, 2011

No saber lo que nos pasa puede ser algo terrible. Como dice Antonio en las primeras líneas de "El Mercader de Venecia":

"No entiendo la causa de mi tristeza. A vosotros y a mi igualmente nos fatiga, pero no sé cuándo ni dónde ni de qué manera la adquirí, ni de qué origen mana. Tanto se ha apoderado de mis sentidos la tristeza, que ni aún acierto a conocerme a mi mismo."

Así andamos muchas veces, sumidos en angustia, tristeza o bronca... Y no sabemos por qué. Es cierto que tenemos que aceptar momentos de no saber, permitirnos primero sentir y dar tiempo al corazón para decantar.

Pero llega un momento donde debemos poner nombre a lo que sentimos. Y es en ese momento donde se empieza a hacer la luz. Un cura muy sabio me dijo una vez: "hay fantasmas que se disipan con sólo ponerle el nombre".

Darle nombre a algo es tener poder sobre lo nombrado, es descubrir que lo que nos aqueja no es una amenaza omnipresente, sino una parte apenas de nuestra vida.

Es empezar a dialogar con ese dolor o ese interrogante, que mal que nos pese también es una parte de nosotros mismos.

Se trata de tomar una vez más la vida en las propias manos y elegir vivirla a fondo, exponiéndonos a lo que nos pasa.

Enviado desde el Camino

2 comentarios:

Cris M dijo...

¡Absolutamente de acuerdo! Ponerle nombre a nuestros perros, deseos a nuestras lágrimas, razonamientos a nuestras tristezas nos pone en ventaja, serena el alma y abre caminos (a los quizas luego tengamos que abdicar, pero siempre la decisión es mejor si es tomada con información que de la nada).

Esto no nos garantiza menos sufrimiento, al contrario, en general lo aumenta y esa es una de las razones por las que quizás le escapamos a ponerle nombre...
-porque si encontramos que hay algo por hacer, tenemos una responsabilidad frente a ello;
-porque mirar para adentro puede hacernos ver heridas cicatrizadas pero que nos recuerdan lo que sufrimos o que ya fuimos lastimados;
-porque nos hace conscientes de nuestra fragilidad
... entre otras cosas...

Somos mejores personas si nos conocemos, porque sabemos de nuestras capacidades, de nuestras limitaciones y de las cosas que nos cuestan, y eso nos da zapatos de distintos números para poder ponernos en el lugar del otro.
Y esa empatia y humildad es la que nos hace capaces de acercarnos a los otros y pedirles ayuda.

Un abrazo,
Cris M

Anónimo dijo...

Muchas gracias Eduardo. Me ha hecho bien