miércoles, agosto 31, 2005

Pensamientos sueltos

Volver al mismo surco,
pero hundiendo la reja del arado
cada vez más adentro.
Hasta la tierra viva
de donde brota el Reino
P. Casaldáliga
Buscar lo esencial, siempre. Procurar no perderlo de vista. Hacerlo carne.
Encontrar las palabras para decirlo: palabras sencillas, que sean un sacramento, un puente de corazón a corazón. Decirlas sin perder la valentía ni la lucidez. Al contrario: que descubrir lo esencial nos lleve cada vez más a enraizarnos en lo concreto.
Y una vez asentados allí, decir a Jesús, decir el hombre, decir la Iglesia. Decirle al pobre que Dios lo ama.

martes, agosto 30, 2005

Compasión

Vivimos en un mundo donde la gente sufre mucho. Aunque creo que lo más característico de nuestro tiempo no pasa tanto por esto (todos los tiempos han tenido heridas profundas), sino porque la gente parece estar más a la intemperie cuando pasa por experiencias dolorosas. El crecimiento de las comunicaciones no parece paliar la soledad. Las diferentes experiencias de diversión tampoco. Y menos aún la amplia gama de "estupidizantes" y adicciones que se le ofrece a todos hoy.
En este contexto, creo que una de las riquezas más grandes que el corazón humano hoy puede aportar es un renovado espíritu de compasión. Entendida en su sentido primordial y auténtico: sufrir con el otro, dejarse tocar por la miseria ajena en lo profundo del corazón. Implica aceptar el riesgo de perder nuestra preciada pero frágil estabilidad espiritual, para permitir que el otro entre con su mundo. Pero creo que el riesgo vale la pena.
Atreverse a ser compasivo implica abrirse para que una realidad nueva, rica y herida a la vez, ingrese en nuestro corazón y se vuelva parte de él. Pero si esto implica una "pérdida" - de serenidad, de "armonía"... de tiempo, ciertamente, para algunos - la "ganancia" es mucho mayor. Toda experiencia de compasión auténtica conlleva una revelación. Arroja nueva luz sobre el misterio de la vida, de las personas, de nosotros mismos y de Dios. Despierta en nosotros dones insospechados. Y, sobre todo, si es verdadera, se concreta en gestos sencillos pero sinceros. Alcanza al otro en su dolor. La compasión que no es efectiva no es verdadera compasión.
Cuentan que Santo Domingo guardaba a los sufrientes que encontraba en su caminar en "el más íntimo recinto de su compasión". Cada vez que permitimos que alguien ingrese a nuestra compasión, más grande, más receptiva y más activa se vuelve esta. Para todos, es la oportunidad de crecer en humanidad. Y, para el creyente, de ser, en la pequeñez de sus sentimientos y gestos, una reverberancia de la infinita compasión del corazón de Dios.

jueves, agosto 18, 2005

¡Gracias Hermano Roger!







Durante la oración vespertina de este último 16 de agosto, el hermano Roger, prior de la comunidad de Taizé, murió asesinado por una mujer mentalmente perturbada.

Roger Schutz fundó una comunidad de hermanos congregada por la palabra de Dios y un deseo ferviente de trabajar por la reconciliación en todas sus dimensiones. Taizé era y es un lugar de encuentro y acogida, donde miles de hombres y mujeres de todas las confesiones cristianas se encontraban; donde jóvenes de todo el mundo podían volcar sus inquietudes; donde cada uno podía beber del manantial de Dios para volver a su vida cotidiana, más reconciliado consigo mismo y comprometido con los demás.

¡Qué increíble que alguien que dedicó su vida a la reconciliación y la paz muera así, víctima del absurdo y la violencia! No podía evitar pensar en la muerte de Gandhi, de Martin Luther King y tantos otros.

Conocí Taizé y al hermano Roger a través de algunos escritos suyos que llegaron a la biblioteca del seminario. Fueron para mí una fuente en la que sigo abrevando. Roger me consoló con sus palabras y me encontré con que sus cartas y reflexiones "me decían", y decían muchas cosas para las que yo estaba buscando un canal de expresión.

Dejo este fragmento de su última carta, que, como todas, lo pinta de pies a cabeza:


Jesucristo ha venido a la tierra no para condenar a nadie, sino para abrir a los humanos caminos de comunión.

Después de dos mil años, Cristo permanece presente por el Espíritu Santo, y su misteriosa presencia se hace concreta en una comunión visible: ella reúne a mujeres, hombres, jóvenes, llamados a avanzar juntos sin separarse los unos de los otros.



Pero he aquí que, a lo largo de su historia, los cristianos han conocido múltiples sacudidas: surgieron separaciones entre aquellos que se referían, sin embargo, al mismo Dios de amor.
Hoy en día resulta urgente restablecer una comunión, no se puede dejar continuamente para más tarde, hasta el final de los tiempos. ¿Haremos todo lo posible para que los cristianos despierten al espíritu de comunión?


Existen cristianos que, sin tardar, viven ya en comunión los unos con los otros allí donde se encuentran, con toda humildad, con toda sencillez.
A través de su propia vida, quisieran hacer a Cristo presente para muchos otros. Saben que la Iglesia no existe para sí misma sino para el mundo, para depositar en él un fermento de paz.
«Comunión» es uno de los más hermosos nombres de la Iglesia: en ella, no puede haber severidades recíprocas, sino solamente limpidez, la bondad del corazón, la compasión… y llegan a abrirse las puertas de la santidad.



En el Evangelio, se nos ofrece descubrir esta realidad asombrosa: Dios no crea ni el miedo ni la inquietud, Dios no puede sino darnos su amor.


Por la presencia de su Espíritu Santo, Dios viene a transfigurar nuestros corazones.
Y en una oración muy sencilla, podemos presentir que nunca estamos solos: el Espíritu Santo sostiene en nosotros una comunión con Dios, no por un instante, sino hasta la vida que no termina.

miércoles, agosto 17, 2005

Animarse a entrar en conflicto

En este tiempo vengo reflexionando sobre la agresividad. Algo que me llama la atención es que si bien parece (enfatizo el "parece") que en algunos aspectos referidos a la sexualidad y el mundo de los sentimientos y afectos en general estamos un poco más libres, seguimos sin saber qué hacer con nuestra ira. Nos da culpa pelearnos, y pasamos fácilmente de la agresión reprimida a la agresión desatada. Estamos los que preferimos eludir el conflicto y tratar de frenar la bronca; están los que la descargan de modo indiscriminado sobre los demás. En ambas situaciones, nos lastimamos a nosotros mismos y perjudicamos a los demás.

Quizás tengamos que encarar la cuestión desde otro ángulo. El mejor modo de que la ira no nos domine no es reprimirla, ni tampoco liberarla indiscriminadamente. Sino darle un buen uso. Tal vez el primer paso sea darle una valoración más positiva. Nuestra agresividad no tiene que ver simplemente con el deseo de hacerle daño al otro. Hace a nuestra capacidad de acometer, de buscar lo arduo a pesar de las dificultades, de defendernos frente a los ataques. ¡Sin agresividad nos habríamos muerto hace rato! La cuestión está en ordenarla, saber encauzarla. Si nos dejamos controlar por ella, se diluye en fuegos de artificio que podrán asustar mucho pero no llegan a nada; si la reprimimos, la depresión y el resentimiento están a la vuelta de la esquina.

No puedo evitar sentir que estas palabras me quedan grandes. Entrar en conflicto y darle un buen uso a la bronca me cuesta tanto como a todo el mundo. Pero me animo a compartir algunas cosas que me han dicho y que he ido cosechando, no desde la meta, sino desde el camino.

1. Hay que perder la culpa que a veces nos suscita la bronca. Como decía un cura amigo: "los sentimientos no son buenos ni malos: son míos". Si empezamos por juzgar de un modo negativo la bronca, hacemos que ésta fermente en algo bastante más complejo. Aceptarla es el primer paso, sin culpas ni vueltas. El primer paso para vivir bien el conflicto es la verdad.

2. Desde ahí, encontrar el momento, el lugar y la persona con quién expresarla. Y no demorarlo demasiado. Yo he encontrado que ayuda y me ayuda no objetivar la situación ("estuviste mal") y decirlo desde la vivencia de uno ("me lastimó" o "me dolió esto que dijiste o hiciste").

3. Una vez que la bronca está afuera, se reubica y en general descubrimos que no era tan terrible como nos la imaginábamos. Obviamente cada uno se conoce: hay gente más y menos colérica.

En fin, son divagues, puntas de reflexión. Y tipo nada.

martes, agosto 09, 2005

Pedro y la tempestad



El Evangelio de este último domingo los presenta a los discípulos en una realidad de lo más desoladora. Lejos de la orilla, golpeados por las olas y atormentados por el viento, agotados por el esfuerzo de una larga noche remando, transitando la madrugada, cuando el frío y la oscuridad se hacen presentes con mayor intensidad.



Y sin embargo, Jesús viene caminando hacia ellos en medio de la tormenta. Es lógico que no puedan reconocerlo. ¿Puede Jesús salir a nuestro encuentro en las tempestades?

Pedro se anima a jugarse. Y se manda, animado por la voz de Jesús. Pero se empieza a hundir, y grita pidiendo ayuda. En seguida Jesús responde asiéndolo fuertemente de la mano, con un reproche que parece casi cariñoso.

Lo interesante es que Pedro empieza a hundirse no por falta de fuerza, sino por dejar de mirar a Jesús y empezar a ver la fuerza del temporal que amenaza con tragarlo. Por suerte el Maestro está ahí para sostenerlo y acompañarlo de vuelta a la barca, con los demás discípulos.

Es un lugar común pensar que los requisitos para el encuentro personal con Jesús son numerosos y exigentes. No pareciera que los momentos conflictivos o de crisis pueden ser un camino hacia Jesús, porque implican justamente no poder controlar los acontecimientos. Pero aquí el encuentro se da en un contexto de suma fragilidad: sin horizontes ni fuerzas, sin dominio de lo que sucede.

A veces, sin embargo, en medio de la tempestad reconocemos a lo lejos la figura de Jesús, y nos atrevemos a caminar sobre las aguas. Pero puede ocurrir que a mitad de camino nos concentremos más en las dificultades que en Jesús, y empecemos a ahogarnos como se ahogaron las semillas en medio de las espinas de la de parábola del sembrador. El desafío es animarnos a confiar y pedir ayuda. Para que la duda no sea motivo de ahogo, sino de crecimiento.

El relato termina con el reconocimiento de los discípulos de Jesús como Hijo de Dios. Si la tempestad sirve para encontrarnos con nuestra fragilidad, nos regala también una comprensión más profunda de Jesús, de su misterio y su presencia en nuestras vidas.

Ojalá podamos abrir la mirada y el oído para escucharlo por encima de los ruidos de la tormenta: "¡Confíen! Soy yo, dejen de temer".

¿Para qué sirven las despedidas?

Para recordar que estamos vivos y seguimos caminando.
Para descubrir que el dolor de la separación es también parte del afecto compartido.
Para hacer del encuentro recuerdo y acción de gracias.
Para agrandar el corazón a la medida del adiós.
Para habitar un poco en otras partes y otros recuerdos, que siguen más allá de nosotros.
Para ser habitados por los distantes, y llevar su presencia más allá de ellos mismos.
Para construir un nuevo hola, un nuevo abrazo, un sacramento cada vez más hondo
del reencuentro.