La experiencia de celebrar la Eucaristía en una misión tiene siempre un sabor particular. Saber que el amor de Cristo, que quiere llegar a todos y tocar el corazón de cada ser humano, se hace presente en un lugar donde la Eucaristía no se celebra a menudo (a veces donde nunca se la ha celebrado antes o donde han pasado años desde la última celebración) le da a la misa una densidad única, una fuerza que ayuda a descubrir un poco más de este misterio. Percibir con más claridad que el amor de Jesús no sabe de fronteras y que nos lleva a a superar nuestras barreras y desencuentros, a salir al encuentro del otro. Descubrir que la Pascua atraviesa todas las historias y toda la Historia…
Quizás, sobre todo, entrar en la alabanza, en la acción de gracias de Jesús. Volver al asombro y la admiración por este don inmenso que es el centro de la vida del cristiano y del universo mismo. La ofrenda de Cristo es el núcleo escondido del mundo.
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