domingo, julio 30, 2006

Sacramentos: el abrazo

La palabra sacramento, para muchos, habla de velas, iglesias, liturgias cargadas e incomprensibles, exigencias burocráticas de las jerarquías religiosas para quedar bien con Dios. Nada más lejos, sin embargo, de la realidad.
Los sacramentos, para el creyente, son signos. Signos eficaces, es decir, gestos y palabras que comunican efectivamente aquello que quieren transmitir. No son teatro, ni tampoco ritualismo. Creemos que en ellos se nos ofrece el amor de Dios hecho gracia para una situación peculiar.Esta capacidad que tienen los sacramentos se ofrecen también, de un modo distinto, en distintas realidades de la vida. Hay signos eficaces de la vida. Ritos, gestos, palabras cotidianos (y no tanto) que comunican mucho con poco.


Para mí, pocos sacramentos de ese estilo como el abrazo. Hay distintos modos de abrazar; hay gente que no sabe hacerlo, o no puede; hay otros que abrazan mal, que lastiman o buscan retener al tomar a alguien en sus brazos. Pero cuando recibimos un abrazo bien dado... es el amor hecho cuerpo, hecho firmeza y suavidad, calor y manos. Y cuando uno puede estrechar a alguien en sus brazos, afirmarlo, hacer del cuerpo hueco y refugio... hacerse guardián del dolor o del cariño del otro, porque sólo en el abrazo se pueden soltar algunos sentimientos. El dolor, la alegría, el amor grande piden el abrazo como espacio de libertad.

El abrazo del reencuentro; del perdón; el de la amistad; el de la pasión; el del llanto y el triunfo... todos nos recuerdan que de un abrazo nacimos y hacia otro abrazo vamos...



Nosotros tenemos la alegría de nuestras alegrías, y también tenemos la alegría de nuestros dolores porque no nos interesa la vida indolora que la civilización del consumo vende en los supermercados, y estamos orgullosos del precio de tanto dolor que por tanto amor pagamos. Tenemos la alegría de nuestros errores, tropezones que prueban la pasión de andar y el amor al camino ; y tenemos la alegría de nuestras derrota, porque la lucha por la justicia y por la belleza vale la pena también cuando se pierde. Y sobre todo, sobre todo tenemos la alegría de nuestras esperanzas : en plena moda del desencanto, cuando el desencanto se ha convertido en artículo de consumo masivo y universal, seguimos creyendo en los asombrosos poderes del abrazo humano.

Eduardo Galeano

jueves, julio 27, 2006

Dejarse amar

No hay desafío mayor que dejarse amar. Aceptar que somos radicalmente receptivos, que lo primero ha sido siempre el regalo, el don (algo dije en un post anterior sobre esto). Hay una herida en el corazón que no termina de dejarse amar, una zona que siente amenazada por el amor. ¿Por qué tenemos tanto miedo de que nos quieran? Me acuerdo de se poema de Borges: "Es el amor. Tendré que ocultarme o o que huir". Quizás porque de golpe nos descubrimos vulnerables, porque alguien ha tocado una fibra de necesidad y de golpe ese puño que es muchas veces nuestra alma se abre despacio, esperando que alguien la aferre con ternura...
La mayor tentación es pensar que no somos dignos de amor, que esa parte de nosotros que nos dice que la oscuridad es mayor que la luz en nuestro corazón es la que dice la verdad de nuestro ser. El abismo puede a veces llamar con fuerza... Y en el fondo toda herida es algo que nos ha dicho que no meremos el amor, que estamos llamados a ganarlo, a hacer algún tipo de esfuerzo artificial para conseguir aquello que debe, por su misma esencia, ser regalado.

Por eso no hay acto de fe mayor que creer (sólo en el amor se puede creer, y sólo la fe nos lleva hacia el amor, sólo la confianza); por eso quien no se deja amar, quien no se siente digno de amor, desespera. Y quien se sepa amado sabrá siempre que a pesar de todas sus miserias en él brilla una luz inextinguible.

Para disfrutar de la vida



Una de mis hermanas está estudiando para sommelier. Me parece sensacional descubrir que el gustar de ciertas cosas, aún las más esenciales, como la comida y la bebida, pide una aprendizaje. Hace falta despertar del embotamiento en que a veces se encuentra sumida nuestra capacidad de gozar y disfrutar. Saborear las cosas pide entonces tiempo, paciencia y maestros.

Por eso pensaba... ¿y si largamos una escuela de sommeliers, pero para la vida? Pedirle a gente que nos ayude a captar los distintos matices, los tonos y colores, el cuerpo y el gusto de los acontecimientos cotidianos, que a veces sentimos insípidos pero sin embargo están esperando a que nuestros sentidos y nuestro corazón estén lo suficientemente aguzados como para realmente vivirlos a fondo.

Podríamos pensar en profesores que nos abran los ojos a las minucias que sólo el auténtico sommelier capta y aprecia. Otros nos ayudarían a que la degustación no sólo se haga bien, sino con estilo, con gracia (porque la vida es buena y verdadera, pero también bella)... y los últimos cursos serían para que nos enseñen a pasar los tragos amargos y fuertes, que son los más difíciles de pescarle el gusto... pero que también nos pueden dejar lo suyo.


Al fin y al cabo, "sabor" y "sabiduría" tienen la misma raíz, ¿no es cierto? Y para el creyente, se trata de "gustar y ver qué bueno es el Señor". La verdadera sabiduría es la del que tiene la experiencia que desde los sentidos llega al corazón y se retraduce en una capacidad de vivir bien, vivir a fondo...

¡Salud!



martes, julio 18, 2006

Una historia de los Padres del Desierto


El abad Lot vino a ver al abad José y le dijo: «Padre, me he hecho una pequeña regla según mis fuerzas. Un pequeño ayuno, una pequeña oración, una pequeña meditación y un pequeño descanso. Y me aplico según mis fuerzas a liberarme de mis pensamientos. ¿Qué más debo hacer?».
El anciano se puso en pie, levantó sus manos al cielo y sus dedos se convirtieron en diez lámparas de fuego. Y le dijo:

«Si quieres, puedes convertirte del todo en fuego».


domingo, julio 16, 2006

Un haiku (¡Gracias Alemama por la inspiración!)


Para el lejano
qué frías son las nieves
si no se pisan.

Saliendo con lo puesto - 15° domingo del tiempo durante el año, ciclo B

Marcos 6,7-13
En aquel tiempo, llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto. Y añadió: "Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa." Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.

Desde el principio de su misión, Jesús no estuvo solo. Los discípulos lo acompañaron. Sobre todo, hubo doce que él llamó de un modo especial para que estuvieran con él y para que luego salieran a predicar.

Estos doce vienen de tener hecho un camino con Jesús. Lo han visto predicar. Lo han visto curar. Y hace muy poco... lo han visto también fracasar. A estos doce Jesús ahora, como había planeado en un momento, los llama y los envía a predicar. Les comparte su poder, su capacidad de curar, de expulsar el mal. Los discípulos son enviados a ser, en medio de la gente, una transparencia de Jesús, una visita de Jesús en los distintos lugares a los que son enviados.


Por eso mismo, no son enviados así nomás. Hay una serie de rasgos que son interesantes para nuestra misión también hoy.

1. Lo importante es el mensaje. Jesús hace un énfasis especial en lo que no se debe llevar para la misión. Apenas algo para caminar más cómodos, es decir, para llegar bien a destino. Todo lo demás parece sobrar. Lo importante para Jesús es el mensaje. No hacen falta grandes medios y recursos, que inclusive, parece, pueden entorpecer nuestra misión. A veces nos puede pasar que pensemos que hacen falta muchas cosas para llevar adelante bien nuestra misión. Jesús nos recuerda que lo primero y principal, que el lugar donde nos tenemos que apoyar, es en nuestro vínculo con él. Lo importante es que compartimos su vida y su mensaje, y lo demás... sobra.

Nos podríamos preguntar... ¿no estamos esperando demasiadas cosas a la hora de anunciar a Jesús? ¿No pretendemos a veces demasiadas seguridades? Jesús nos invita a transmitir su Evangelio “con lo puesto”, con lo que tenemos y sabemos. Este envío no está hecho al final del Evangelio, sino en la mitad. Los doce aún tienen mucho por aprender, pero parte de ese aprendizaje va a a pasar por la misión.

2. Como Jesús, también nosotros. En el fondo, la cuestión es descubrir que estamos llamados a misionar “al estilo de Jesús”. Nuestra misión reside en vivir como él, que, con la sencillez de su vida y su palabra transmitía el reino. Para eso, como dice la segunda carta de un modo tan lindo, hemos sido elegidos: para que nuestra vida sea como una canción, una alabanza a Dios. Si arraigamos nuestra comunión con Jesús, desde ahí nos animamos a salir “con lo que tenemos”. Creo que en general el miedo y la dificultad para salir a anunciarlo a Jesús es no estar tan arraigados en él. Quizás nos falta que nuestra experiencia de Jesús sea un poco más profunda. Cuando las raíces no son profundas, sentimos la necesidad de agarrarnos de otro lado, de que nuestra seguridad y nuestra identidad pase más por cosas que por nuestro vínculo con él, por nuestro estar con Jesús.

3. Confiar que el Padre y Jesús nos acompañan. Cuando Jesús envía a los apóstoles, les dice también que va a haber gente que los va a recibir. Jesús sabe que, si bien la experiencia de la misión es difícil, y puede (y habrá) experiencias de rechazo, también habrá gente que nos recibirá. Al menos en una casa de todo el pueblo. Acá, me parece, en esta indicación, se oculta una certeza profunda: La misión la guía, antes que nada, Dios. Jesús, el mismo que nos envía, es también el que irá suscitando gente que nos reciba y acompañe. Saber que la misión es un camino realizado de la mano de Dios nos permite también ser más libres y despojados.

La eucaristía es donde una y otra vez, el Señor nos llama y nos reúne “para que estemos con él y para enviarnos a predicar”. Por eso todas las celebraciones terminan siempre con un envío. Porque no venimos acá simplemente a estar con Jesús. Sino también a encontrar las fuerzas y la certeza de que él nos guía y nos lleva al encuentro de los demás.

sábado, julio 08, 2006

Sorprendidos por el amor

Al fin y el cabo, el amor siempre nos sorprende, porque es regalo... porque es gracia, porque es don. ¿Quién podría alegrarse del todo de un amor "conseguido", o peor, comprado, adquirido? La paradoja es que queremos ser amados gratuitamente: aquello que más amamos es también aquello que no podemos buscar, sino esperar con manos abiertas. Y cuando el amor nos sorprende, tenemos esa extraña mezcla de sentimientos... la sorpresa, pero a la vez, la convicción profunda (que crece con el tiempo) de que todo, absolutamente todo nos ha llevado a ese momento. Como dice esa chacarera "cuando descubrí tu huella/ ya habitabas mi destino". Descubrimos cada vez más que el amor antes de ser desborde, ha sido un hilo de agua que serenamente ha guiado nuestra historia hasta la fuente. Y así, aún los momentos más oscuros se vuelven cauce para el encuentro de hoy.