Al final del último episodio de Being Human (serie que destaca por excelente musicalización), sonó un tema que me dejó con ganas de más. Buscando a su autor me encontré con David J. Roch, un joven cantante de Sheffield, en el Reino Unido. Temas desgarradores y dulces a la vez. No hay mucho todavía. Pero lo que escuché es alta, altamente recomendable. Dejo un tema a manera de muestra. Su página de Myspace tiene más, para el que quiera.
domingo, febrero 19, 2012
Escuchando a David J. Roch
Al final del último episodio de Being Human (serie que destaca por excelente musicalización), sonó un tema que me dejó con ganas de más. Buscando a su autor me encontré con David J. Roch, un joven cantante de Sheffield, en el Reino Unido. Temas desgarradores y dulces a la vez. No hay mucho todavía. Pero lo que escuché es alta, altamente recomendable. Dejo un tema a manera de muestra. Su página de Myspace tiene más, para el que quiera.
"Nuestros pies ya están pisando tus umbrales, Jerusalén": Nuestra llegada a la Ciudad Santa (Crónicas de Tierra Santa VI)
Lo primero es lo primero y hay que decirlo: si hubo un día en que estuve mal predispuesto y enfurruñado en toda la peregrinación, fue éste. Tenía un nivel importante de ansiedad por querer llegar lo antes posible a Jerusalén. El plan inicial había sido partir la noche que llegamos de Petra, pero el cansancio hacía imposible encarar un viaje de 3 horas en auto y encima de noche. El compromiso era salir a primera hora de Eilat para encontrar un buen lugar donde acomodarnos y poder luego aprovechar el día. Pero terminamos arrancando después de las once; el tramo era más largo de lo que hubiéramos esperado... y el tráfico de la ciudad sumado a nuestra desorientación hizo que el desembarco fuera recién bien entrada la tarde. Literalmente nos dimos contra la pared cuando al llegar a la Ciudad Antigua descubrimos que allí no se puede entrar con auto. Y ahí empezó otra serie de problemas. Pero antes, un poco de historia.
Jerusalén es la capital de Israel (aunque no tiene reconocimiento internacional como tal), con más de 500.000 habitantes. Pero su corazón es lo que se llama la Ciudad Antigua, un centro amurallado en el Siglo XVI por el Sultán Solimán el Magnífico.
Mapa del Siglo XVI que pone a Jerusalén en el centro del mundo |
En menos de un kilómetro cuadrado dividido en cuatro barrios (Armenio, Cristiano, Judío y Árabe) al que se entra por alguna de sus puertas (cada una con un nombre especial) están contenidos la Mezquita de Al-Aqsa (la tercera más importante para el Islam); el Muro de los Lamentos, lo único que queda del Templo de Jerusalén y hoy lugar de peregrinación para miles de judíos piadosos... y la Basílica del Santo Sepulcro, que contiene dentro de sí el Calvario y la tumba de Jesús. Por esto es un lugar fundamental para las tres grandes religiones monoteístas del mundo. Una antigua tradición judía (que luego continuaron los Padres de la Iglesia) dice que Jerusalén es el omphalos, el ombligo del mundo. El Talmud afirma que Dios entregó al mundo diez medidas de belleza, ¡y siete fueron para Jerusalén!
Entrando en la Ciudad Antigua por la Puerta de Damasco... ¡no entendíamos nada! |
Tengo que decir, sin embargo, que nada de esto pasaba por mi cabeza mientras intentábamos discernir qué hacer. Decidimos dejar los autos y entrar en la Ciudad Antigua (sin mapa ni orientación alguna) para buscar algún alojamiento. La Puerta de Damasco nos dio paso por el barrio árabe, que es por lejos la parte más bulliciosa, desordenada y simpática de esta Jerusalén que no dejaba de cachetearnos cuanto más nos adentrábamos en ella. Un sinfín de puestos, callejuelas de esas que aparecen en las películas de suspenso y un enjambre de personas, mientras los altavoces llamaban a la oración.
Detalle del Hostel. Esta foto es de la página web. ¡No le crean! |
Dimos unas cuantas vueltas y terminamos en The Citadel, un hostel en el barrio cristiano, tan pintoresco como incómodo (cuando le mandé una foto a mi familia del lugar donde dormía preguntaron si eso era el Santo Sepulcro). Para colmo, a poco de entrar en la ciudad había comenzado a llover con fuerza. Largas negociaciones con la pobre recepcionista (era su primer día) nos demoraron más todavía. Mojados, sin comer y por primera vez un poco fastidiados, salimos para tener un almuerzo tardío (ya eran las cuatro de la tarde y en una hora más se haría de noche) antes de buscar nuestras valijas, estacionadas en nuestros autos. El prospecto era de una caminata larga y molesta.
La lluvia recrudeció apenas dejamos el hostel y nos hizo empezar a correr sin ver a dónde íbamos. De golpe topamos con una explanada y una puerta abierta más grande de lo habitual. Los chicos ya habían entrado, sin saber qué era ese lugar. Yo, que venía más atrás, me quedé viendo la entrada, sorprendido por lo que estaba pasando. Entré despacito y los chicos, que se habían frenado apenas entraron, me preguntaron: "¿Qué es esto, Edu?". Emocionado y todavía un poco aturdido por este encontronazo, les dije: "Chicos... ¡esto es el Santo Sepulcro!". Habíamos entrado de pura carambola en el lugar más santo para nuestra fe.
Nuestro sorpresivo encuentro con la Basílica del Santo Sepulcro |
Todos fuimos silenciándonos y empezamos a recorrer el lugar sin entender muy bien (en una próxima crónica daré más detalles de la Basílica). Peregrinos por todos lados de distintas iglesias cristianas, desde ortodoxos frotando sus pañuelos y derramando mirra o nardo en distintos lugares, pasando por protestantes que miraban todo con un cierto desconcierto (como cualquier con una sensibilidad occidental se siente frente al desborde de imágenes, olores y rincones del lugar) y católicos que se dirigían hacia un extremo del templo donde una puerta abierta dejaba salir humo de incienso y un coro potente de hombres cantando en gregoriano.
Atraídos por el canto, nos arrimamos y el turiferario (portador del incensario) nos invitó a pasar a la capilla. Era el cierre del Via Crucis que los franciscanos realizan todas las tardes por las calles de la ciudad. Ezequiel, un integrante de nuestro pequeño grupo se enteró que a continuación habría misa. Decidimos quedarnos y apenas terminó la adoración me arrimé a la sacristía para ver si me dejaban concelebrar.
Un fraile franciscano africano me recibió muy amablemente. Le pregunté si había misa y de ser así, si era posible concelebrar. En un inglés muy cerrado y mientras miraba su reloj respondió: "Iba a haber, pero el grupo no viene, parece".
Se me vino el alma un poco abajo. ¡Ese día no pegábamos una! El fraile debe haber visto mi cara de velatorio, porque entonces me dijo "¿Usted viene con un grupo?". "Sí". "Bueno" me dijo, y sonrió, "parece que el otro grupo no va a venir. ¡Celebren ustedes!". Me quedé sin palabras. "¿¡En serio?!" "¡Claro! ¿En qué idioma habla?" Rápidamente me alcanzó los libros con los textos en español y me despachó para la capilla, donde tras cerrar las puertas quedaban dos o tres monjas, un par de viejitas de la ciudad y un señor armenio de importante tamaño que sería mi monaguillo... y nosotros nueve, que no terminábamos de entender lo que estaba pasando.
Yo estaba a la vez embargado por la emoción y una cierta vergüenza. Había dado el día por perdido porque mis expectativas se habían frustrado. Y de golpe, ligábamos una misa de regalo en el lugar más santo del cristianismo. Todo en esa misa tenía gusto a Providencia, a este Jesús que, lo sabíamos, nos acompañaba, pero ahora prácticamente nos zamarreaba para grabar la certeza de su presencia en nuestra peregrinación. Cantar "Cinco panes y dos peces" y "Santa María de la Estrella", típicos de nuestro grupo y de cientos de retiros y misiones; escuchar una vez más el relato del encuentro con el sepulcro vacío; un abrazo de paz entre los nueve como pocas veces he vivido; compartir a Jesús tan vivo y entregado en la eucaristía... Y todo de regalo. No creo haber celebrado muchas veces con tanta devoción, y menos todavía habiendo llegado allí con el corazón y la cabeza completamente ofuscados.
Después de esa misa el cambio de humor y de espíritu era impresionante: pasamos de la frustración a una alegría desbordante. En uno de los numerosos barcitos de la ciudad antigua compartimos un rico shawarma y un poco de la emoción del momento. Y mientras el resto de los chicos iban a los autos a buscar las valijas, con Santiago y Ezequiel enfilamos hacia el hotel para arreglar algunos temas por teléfono.
En esas cuadras nos esperaba otro signo de la Providencia. Pero esto también requiere un poco de historia previa.
En los días anteriores a nuestra partida a Tierra Santa, había establecido un breve, pero amistoso, contacto por e-mail con Marcelo Gallardo, un sacerdote argentino que hace ya varios años ejerce el ministerio allí y ahora es Canciller del Patriarcado de Jerusalén. Me había propuesto tratar de encontrarlo cuando llegáramos a Jerusalén. Nunca me hubiera imaginado que iba a ser muchísimo más fácil de lo que esperaba.
Caminábamos por las callejuelas tratando de aprovechar los toldos para evitar los últimos ramalazos de la lluvia y un hombre que caminaba en sentido contrario se acercó a nosotros mientras conversábamos. Cuando lo teníamos cerca, lo miré y dije "¡Padre Marcelo!". Él había escuchado nuestra tonada argentina y eso lo había hecho arrimarse. Otro signo más de la providencia. Marcelo fue un verdadero San Rafael en esos días: compañero de camino e instrumento de algunas de las experiencias más lindas durante la estadía en Jerusalén. Charlamos un rato con él y nos llevó a una terraza del barrio judío donde hay una hermosa vista de la Ciudad Antigua. Quedamos en volver a vernos: terminaríamos encontrándonos todos los días.
Caminando por la Ciudad Antigua |
El día llegaba a su fin. Una jornada que yo había dado por perdida terminó regalándome lo que percibí era la principal gracia para mí de este viaje. Una certeza simple y básica de nuestra fe ahora se me hacía patente y sólida: mi futuro está en manos de Alguien que me ama y se ocupa de mí, no sólo dándome lo necesario, sino también signos de ternura desbordante. En este momento en el que tengo que partir en pocos meses a estudiar a otra tierra y donde tantas cosas están bajo el signo de la incertidumbre, era lo que mi corazón más necesitaba. Como dice justamente uno de los salmos de peregrinación:
de día, no te dañará el sol, ni la luna de noche.El Señor te protegerá de todo mal y cuidará tu vida.
El te protegerá en la partida y el regreso, ahora y para siempre." (Sal 121, 5-8)
A partir de este momento todo lo que vino después cobró una intensidad aún mayor que la de los días anteriores. Pero esta bienvenida de Jerusalén fue y será una de las gracias más grandes de mi vida: la experiencia palpable del amor de Dios, generoso hasta en los más pequeños detalles.
viernes, febrero 17, 2012
Ruinas por aquí, ruinas por allá: Massada, Petra... y Jerusalén en el horizonte (Crónicas de Tierra Santa V)
Nuestra zambullida en el Mar Muerto abrió la etapa más "turística" de la peregrinación. Ese mismo día, tras un atracón en el McDonald's de Arad, en el punto más bajo de la tierra, con los últimos rayos de sol llegamos al Hostel (que en realidad es un hotel sencillo pero con todas las de la ley) a los pies de Massada.
Massada está en el sur de Israel donde, al final de una empinada subida llamada "el camino de las serpientes", se encuentran los restos de una antigua fortaleza construida por Herodes el Grande y las ruinas de otras construcciones realizadas en el mismo espacio. Es un lugar especialmente notorio por haber sido el último bastión de resistencia de los judíos en la primer guerra contra los romanos, allá por los años 70's (del siglo I). El sitio a esta fortaleza duró muchísimo tiempo, pero cuando los resistentes asediados comprobaron la imposibilidad de triunfar se suicidaron en masa, dejando un espectáculo que sorprendió y a la vez admiró a los soldados romanos. En tiempos de Bizancio se construirían allí celdas para monjes y una iglesia.
Hoy a los que llegan al hostel se les recomienda hacer la "experiencia de Massada" subiendo a pie de madrugada el "camino de las serpientes" para llegar a las ruinas y desde allí ver el amanecer. Una vista impresionante tras una ardua subida... que yo no hice porque me conozco y estaba seguro de que si lo intentaba el último tramo de Jerusalén lo iba a vivir con un tubo de oxígeno en la mano y subido a una silla de ruedas. Así que dejé a los chicos salir temprano y yo subí más tarde en el teleférico que tienen para los gorditos pachorra como yo.
La siguiente parada en nuestro viaje era Eilat, una ciudad balneario muy bonita ubicada junto al Mar Rojo. El tiempo acompañaba. A pesar de ser invierno, el sol permitió que nos animáramos a hacer playa e inclusive darnos un chapuzón. Todavía nos quedó un poco de luz para estirarnos hasta el mirador de la triple frontera, desde donde se puede contemplar Egipto, Arabia Saudita y Jordania.
Dejamos las valijas en el Hotel Dahlia y salimos a recorrer las calles, llenas de vitalidad aún en plena temporada baja. La noche no estuvo desprovista de aventuras: nos animamos al Fireball, un juego que sólo puede describirse como la experiencia de ser la piedra en una gomera. Uno entra en una esfera hecha por barras de metal que es arrojada a toda velocidad a unos 20 metros de altura. Sólo para valientes.
Al día siguiente madrugaríamos una vez más para cruzar la frontera con Jordania y dirigirnos hacia las ruinas de Petra, a dos horas de viaje en auto. No deja de ser impresionante la diferencia que se experimenta con sólo cruzar las barreras: de idioma, de cultura, de sociedad. Mezquitas por todos lados en un terreno desértico y considerablemente más humilde que la moderna Eilat dejada atrás. Los taxistas, muy amables, nos contaban, según sus diversas posibilidades, distintos aspectos de la vida allí, bastante sufrida y difícil. Cuando nos quisimos dar cuenta, ya estábamos a las puertas de las ruinas.
Un moderno catálogo de las siete maravillas del mundo las tiene en su haber. Y al caminar por allí uno no puede dejar de aprobar que Petra y sus ruinas hayan encontrado lugar en esa lista. Antigua ciudad de los nabateos, al estar ubicada en una ruta comercial, Petra floreció y se vio influida por diversas culturas que produjeron una maravilla arquitectónica, de la cual hoy aún sus restos impactan. Uno camina por desfiladeros de roca rojiza y se encuentra repentinamente con enormes edificios que salen de la misma piedra.
Allí habitantes de la zona (muchos de ellos son auténticos beduinos) venden mil chucherías y ofrecen paseos en caballo, camello o carro. Tuvimos un encuentro de lo más simpático cuando uno nos invitó a compartir una tortilla de pan y unas sardinas. Al preguntarnos de dónde éramos y escuchar "Argentina" la respuesta fue la misma que ya habíamos escuchado antes en nuestro viaje: "¿Argentina? ¡MESSI!". Pero a la exclamación esta vez la siguió la aparición de una pelota de fútbol y un picadito improvisado entre esas ruinas milenarias. Cuando terminamos el encuentro nos saludamos amistosamente y un diálogo me hizo entender porque me habían detenido tanto tiempo en el chequeo de seguridad. Uno de los jugadores del lado local me sonrió y mientras estrechaba mi mano me dijo: "My friend, your face... 100% Jordan!" (Mi amigo, su cara... ¡100% jordana!). Ahí me cerró todo.
Volvimos muertos a Eilat, pero contentos por haber vivido en un día intenso y concentrado, el encuentro con otra cultura y otra historia, tan diferente a la nuestra. Y todos empezábamos a sentir un hormigueo y unos nervios comprensibles. Porque la próxima estación de nuestro itinerario... era Jerusalén.
Creo que todos presentíamos que la ciudad santa no iba a dejarnos igual. ¿Cómo nos recibiría la ciudad de David, del nacimiento de la Iglesia, de tanta sangre derramada y tanta paz perseguida? Ni siquiera lo vivido hasta el momento nos preparó para lo que nos esperaba allí. Qué difícil fue dormir esa noche...
Dejamos las valijas en el Hotel Dahlia y salimos a recorrer las calles, llenas de vitalidad aún en plena temporada baja. La noche no estuvo desprovista de aventuras: nos animamos al Fireball, un juego que sólo puede describirse como la experiencia de ser la piedra en una gomera. Uno entra en una esfera hecha por barras de metal que es arrojada a toda velocidad a unos 20 metros de altura. Sólo para valientes.
Al día siguiente madrugaríamos una vez más para cruzar la frontera con Jordania y dirigirnos hacia las ruinas de Petra, a dos horas de viaje en auto. No deja de ser impresionante la diferencia que se experimenta con sólo cruzar las barreras: de idioma, de cultura, de sociedad. Mezquitas por todos lados en un terreno desértico y considerablemente más humilde que la moderna Eilat dejada atrás. Los taxistas, muy amables, nos contaban, según sus diversas posibilidades, distintos aspectos de la vida allí, bastante sufrida y difícil. Cuando nos quisimos dar cuenta, ya estábamos a las puertas de las ruinas.
Un moderno catálogo de las siete maravillas del mundo las tiene en su haber. Y al caminar por allí uno no puede dejar de aprobar que Petra y sus ruinas hayan encontrado lugar en esa lista. Antigua ciudad de los nabateos, al estar ubicada en una ruta comercial, Petra floreció y se vio influida por diversas culturas que produjeron una maravilla arquitectónica, de la cual hoy aún sus restos impactan. Uno camina por desfiladeros de roca rojiza y se encuentra repentinamente con enormes edificios que salen de la misma piedra.
Allí habitantes de la zona (muchos de ellos son auténticos beduinos) venden mil chucherías y ofrecen paseos en caballo, camello o carro. Tuvimos un encuentro de lo más simpático cuando uno nos invitó a compartir una tortilla de pan y unas sardinas. Al preguntarnos de dónde éramos y escuchar "Argentina" la respuesta fue la misma que ya habíamos escuchado antes en nuestro viaje: "¿Argentina? ¡MESSI!". Pero a la exclamación esta vez la siguió la aparición de una pelota de fútbol y un picadito improvisado entre esas ruinas milenarias. Cuando terminamos el encuentro nos saludamos amistosamente y un diálogo me hizo entender porque me habían detenido tanto tiempo en el chequeo de seguridad. Uno de los jugadores del lado local me sonrió y mientras estrechaba mi mano me dijo: "My friend, your face... 100% Jordan!" (Mi amigo, su cara... ¡100% jordana!). Ahí me cerró todo.
Creo que todos presentíamos que la ciudad santa no iba a dejarnos igual. ¿Cómo nos recibiría la ciudad de David, del nacimiento de la Iglesia, de tanta sangre derramada y tanta paz perseguida? Ni siquiera lo vivido hasta el momento nos preparó para lo que nos esperaba allí. Qué difícil fue dormir esa noche...
miércoles, febrero 15, 2012
Nuestra herencia está a nuestro alrededor
Un recuerdo patente de mis años de secundario es de mis clases de inglés. En uno de esos típicos libros de texto contemporáneos que intentan hacer canchera la ardua tarea de aprender un idioma, había un recuadro sobre Sir Cristopher Wren. Arquitecto renombrado, fue responsable de la construcción de numerosos edificios emblemáticos de Londres después del gran incendio que asolara la ciudad en 1666. Pero lo que más me llamó la atención sobre este hombre longevo (vivió hasta los 90 años en una época donde la expectativa de vida era bastante más baja que la actual) fue el relato sobre su tumba. Enterrado en la Catedral de Saint Paul, una simple losa negra que después de indicar su nombre y su edad dice "LECTOR SI MONUMENTUM REQUIRIS CIRCUMSPICE", es decir "Lector, si buscas su monumento, mira alrededor tuyo". Me gustó mucho el concepto. El mejor homenaje que este hombre podía recibir estaba ya contenido en su propia obra. No hacía falta agregar nada más.
La losa de Wren me hizo pensar que a menudo buscamos reconocimiento, "monumentos" de una manera u otra... pero en realidad, lo más gratificante es descubrir que el "premio" está al interior mismo del trabajo que realizamos. No estoy hablando de una actitud estoica que niegue el gusto o el placer de un logro; sino de tener la libertad que permite encontrar la alegría en ese esfuerzo y no en la necesidad de aplausos o medallas. Al final de nuestra vida, nuestra recompensa está en el amor sembrado y en lo que hemos dejado de nosotros mismos al entregarnos a nuestra misión: nuestros lazos, nuestra obra... en ellos vive nuestro espíritu, si hemos aprendido a regalarlo por el camino. Mucho mejor que cualquier estatua o monumento será descubrir nuestro rostro reflejado en aquellos y aquello por lo que hayamos dado el corazón.
domingo, febrero 12, 2012
También hay Agua Santa en Israel: el Lago de Tiberíades, el Jordán y el Mar Muerto (Crónicas de Tierra Santa IV)
Creo que este día de nuestra peregrinación fue el que menos preparamos (lo cual de por sí es mucho decir). Y tal vez por eso fue de los más divertidos y sorprendentes a la vez.
El firme propósito de ese día era conseguir un barco para dar una vuelta por el Mar de Galilea o Lago de Tiberíades. Pero sinceramente no teníamos mucho más que eso: un propósito. Así que salimos a recorrer las orillas de la ciudad en búsqueda de un lugar que permitiera el alquiler de barcos. Tras un par de esfuerzos infructuosos (un barco casi nos deja salir con un grupo de canadienses que estaban peregrinando y con los que nos habíamos cruzado antes.. y que volveríamos a ver hasta el final de nuestro viaje) dimos con el Old Boat Museum, donde además de conseguir una ovejita de peluche para mi sobrina logramos finalmente el ansiado viaje.
A bordo del King David (una barcaza de madera muy simpática) recorrimos todos los textos del Evangelio que tienen al lago como contexto geográfico (¡eran unos cuantos!). La tempestad calmada; el caminar de Pedro por las aguas; las pescas milagrosas: todos esos episodios y algunos más desfilaron mientras el sol de Galilea nos ayudaba a lograr una quietud necesaria para rezar. Por suerte no tuvimos ninguna tormenta ni viento fuerte, a pesar de que seguramente hubieran sido poderosas ayudas visuales para la contemplación.
El marketing religioso también apareció acá. Nos preguntaron por nuestro idioma y cuando dijimos que era español en un santiamén "Pescador de Hombres" sonaba a todo volumen (en una versión bastante edulcorada, la verdad) por los parlantes del barco. Por suerte traíamos nuestro propio material y después de algunos temas más "a la argentina" para la meditación volvimos al silencio placentero del lago.
Entendí porque Jesús se tomaba esos viajes, más allá de la utilidad del transporte para llegar a la otra orilla con mayor velocidad... la barca se presta para una experiencia comunitaria intensa, donde no hay lugar para el aislamiento ni tampoco posibilidad de escapar a otro lado. No queda otra que compartir, escuchar al Maestro, colaborar en el viaje o al menos sentarse y pensar. ¡No por nada la barca hoy es imagen de la Iglesia! O llegamos todos juntos o nos hundimos solos... como Pedro aprendería de la manera más difícil.
Al atardecer de ese mismo día, les dijo: "Crucemos a la otra orilla".
Ellos, dejando a la multitud, lo llevaron a la barca, así como estaba. Había otras barcas junto a la suya.
Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua.
Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal.
Lo despertaron y le dijeron: "¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?". Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: "¡Silencio! ¡Cállate!". El viento se aplacó y sobrevino una gran calma.
Después les dijo: "¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?".
Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros: "¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?".
La segunda mitad de la jornada nos llevaba hacia el sur de Israel. La meta: llegar al lugar del Jordán donde se conmemora el bautismo de Jesús para renovar el nuestro (Santi, uno de los peregrinos, tenía además toda la intención de zambullirse en el río). La mayoría de los peregrinos van a Yardenit, un sitio sumamente organizado donde uno puede bautizarse, comprar túnicas a tal efecto, sacarse fotos y demás. Pasamos por allí, y sacamos algunas fotos divertidas. Pero a decir verdad, Yardenit no nos dijo mucho. Demasiado comercial, aunque suene raro para un espacio de Tierra Santa.
Sabíamos, sin embargo, que había otro lugar, donde hasta hace pocos meses sólo podía accederse una vez al año, para la fiesta del Bautismo de Jesús (al estar en la frontera con Jordania el resto del tiempo la zona está sumamente militarizada). Andrei, el joven que atendía la Casa Nova de Tiberíades, nos había dado un dato clave: hace pocos meses el lugar volvía a estar habilitado para los peregrinos en todo momento.
Nos fuimos adentrando en una zona mucho más desértica (tanto por la árida como por lo despoblada). Y acá sí era fácil transportarse al tiempo de Jesús.No dejaba de imaginarme a Juan el Bautista en medio de esa soledad arenosa, asediado por los cientos de personas que se arrimaban al Jordán a escuchar a ese hombre con voz de trueno y pasión de profeta.
El "Baptismal site" (sitio bautismal) estaba en las antípodas de Yardenit. Apenas un kiosquito, unos baños, unas escaleras hacia el río y un altar de piedra resguardado por una garita de cemento... y muchos soldados. Peregrinos, sólo nosotros.
Enseguida trabamos amistad con Elías y Adiba, un chico y una chica de 21 y 19 años que estaban haciendo allí su servicio militar. Era realmente chocante encontrarse con adolescentes (de lo primero que hablamos con Elías era del fanatismo compartido entre él y varios de los que integrábamos el grupo por el Call Of Duty, juego adictivo de la Playstation si los hay) que llevan chaleco antibalas y manejan con toda soltura su M-16. Sobre todo cuando los escuchaba hablar y los veía sonreír: a pesar de todo su entrenamiento, eran chicos... más chicos inclusive que mis compañeros de viaje.
Preguntamos si podíamos pasar y nos dijeron alegremente "¡Por supuesto!". Y mientras mirábamos el río uno de los chicos sugirió "¿y si celebramos misa acá?". Preguntamos si era posible rezar allí (explicar que era celebrar misa iba a ser demasiado complicado). Ante la respuesta afirmativa me empecé a revestir, pensando en el viejo adagio que aprendí en el seminario: "es mejor pedir perdón que pedir permiso". Pero nadie nos detuvo.
Improvisamos un mantel con un pañuelo de Delfi (la médica residente de nuestro grupo de peregrinos y responsable de que yo pudiera participar del viaje... le debo más de lo que ella va a saber jamás), pusimos el crucifijo y en una ronda renovamos la ofrenda de Jesús junto al lugar donde se reveló al mismo tiempo el amor del Padre, la acción del Espíritu y la misión y el ser del Hijo (que son al fin y al cabo la misma cosa):
En aquellos días, Jesús llegó desde Nazaret de Galilea
y fue bautizado por Juan en el Jordán.
Y al salir del agua, vio que los cielos se abrían
y que el Espíritu Santo descendía sobre él como una paloma;
y una voz desde el cielo dijo:
"Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección".
No hubo homilía esta vez. ¿Podía decirse algo? Pero en el momento de la predicación escuchamos una meditación de Henri Nouwen que nos ayudó a entrar en el misterio del Bautismo de Jesús:
“… Oigo en lo más íntimo de mí mismo palabras que me dicen: «Desde el principio te he llamado por tu nombre. Eres mío y yo soy tuyo. Eres mi amado y en ti me complazco. Te he formado en las entrañas de la tierra y entretejido en el vientre de tu madre. Te he llevado en las palmas de mis manos, y amparado en la sombra de mi abrazo. Te he mirado con infinita ternura y cuidado más íntimamente que una madre lo hace con su hijo. He contado todos los cabellos de tu cabeza, y te he guiado en todos tus pasos. Adonde quiera que vayas, yo estoy contigo, y vigilo siempre tu descanso. Te daré un alimento que sacie totalmente tu hambre, y una bebida que apague tu sed. Nunca te ocultaré mi rostro. Me conoces como propiedad tuya, y te conozco como propiedad mía. Me perteneces. Yo soy tu padre, tu madre, tu hermano, tu hermana, tu amante y tu esposo. Hasta tu hijo. Seré todo lo que seas tú. Nada nos separará. Somos uno»."
Al final de la misa renovamos nuestras promesas bautismales a través de las renuncias y la profesión de fe. Y con un poco de agua bendecida del río fuimos recibiendo el signo de la cruz en nuestra frente con una bendición. Al final todos los chicos me bendijeron juntos rezando sobre mí. Un momento sumamente conmovedor (lamenté después no tener la valentía para llorar que después por suerte llegaría como otro regalo de Tierra Santa).
Apenas terminamos la celebración llegaron dos contingentes de peregrinos: un grupo de griegos ortodoxos que se zambullieron ¡vestidos! en el Jordán... y un grupo judío donde nos esperaba otro de nuestros cireneos: Tsuri, un guía que en perfecto español nos hizo una serie de recomendaciones excelentes para aprovechar el tramo del viaje que teníamos delante (el más turístico).
Orientados por sus consejos, salimos para terminar el día en el Mar Muerto. Fue una experiencia de lo mas divertida. Como ustedes saben, esta a 500 metros bajo el nivel del mar y tiene un porcentaje de salinidad del 33,7%. Con lo cual su densidad hace que sea imposible hundirse. Uno flota en uno de los cuerpos de agua más salados del mundo, de un verde transparente muy lindo. Nos sacamos mil fotos (y cumplimos con la obligatoria que es leer algo en el Mar Muerto) y terminamos el día en el albergue de Massada, un albergue a los pies de la fortaleza del mismo nombre, un antiguo reducto construido por Herodes el Grande que luego albergó al ultimo bastión de resistencia judía contra los romanos a fines del siglo I.
La siguiente etapa de nuestra peregrinación tendría un tono más ligero, que aprovecharíamos para recorrer y conocer lugares lindísimos de Israel y alrededores. No dejó de ser un momento espectacular de este viaje que (ahora lo sabíamos con certeza) Jesús iba organizando para nosotros. Caía la noche en Massada y la expectativa de lo que vendría nos llenaba de entusiasmo...
viernes, febrero 10, 2012
Donde la luz se manifiesta y donde se esconde (Crónicas de Tierra Santa III)
Después de nuestra primera jornada galilea hicimos noche en Tiberíades, hermosa ciudad pegada a la costa del Lago. Paramos por primera vez en una de las numerosas Casas Nova que los franciscanos tienen en el país. Andrei, un joven checo perteneciente a la comunidad religiosa que atiende la "sucursal" del lugar nos recibió con calidez y nos ayudó con numerosas aclaraciones para pulir y afinar nuestro itinerario. Después de una caminata por la ciudad y una rica pizza Kosher (como atestiguaban el certificado y la foto del rabino en la puerta del negocio) nos fuimos a descansar.
La mañana nos encontró saliendo muy temprano al Monte Tabor, a unos 30 km de allí, donde Jesús se transfiguró en presencia de Santiago, Pedro y Juan. La iglesia está en la cima del monte y es uno de los templos más lindos que he visto en mi vida. Diseñada por Antonio Barluzzi, un laico terciario franciscano responsable de la la mayoría de los santuarios católicos de Tierra Santa, tiene una estructura trinitaria (todo está dividido en tres) que rescata lo que quedó de una iglesia construida por los cruzados en el siglo XII en ese mismo lugar.
Reinaba un silencio impresionante: fuimos los primeros en llegar. Nos recibió Ángel, un hermano franciscano de Ecuador, que nos pidió un poco de prisa (se venía un día con numerosa afluencia de visitantes para ellos, aunque una vez más nos las arreglamos para tener bastante intimidad allí). Aunque al principio me dio las indicaciones referidas al tiempo escaso que teníamos para la misa y la velocidad obligatoria para celebrar, evidentemente bastante comunes allí (¿serán más largueros los curas en Tierra Santa?) creo que después nos lo compramos. Como luego constataría, nosotros éramos una especie de rara avis (¡y en un lugar que junta tantos personajes como Tierra Santa eso no es poco decir!). Uno ve gente de todo el mundo allí... pero jóvenes pocos. Muy pocos. Y ver jóvenes con ganas de vivir una experiencia así siempre conmueve el corazón. Sé que a mí me pasa siempre, aún cuando gracias a Dios tengo la oportunidad de constantemente ver jóvenes que viven su fe con intensidad.
En ese mismo clima de silencio celebramos la misa, acompañados apenas un instante por dos peregrinos más que se sumaron por unos instantes a la celebración. La misa, obviamente, era la de la transfiguración... y allí hoy, dos mil años después del episodio, se respiraba una vez más una presencia, una luz, una alegría...
Fresco de la Transfiguración en el ábside central de la Basílica |
Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante.
Y dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que aparecían revestidos de gloria y hablaban de la partida de Jesús, que iba a cumplirse en Jerusalén.
Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño, pero permanecieron despiertos, y vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que estaban con él. Mientras estos se alejaban, Pedro dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.» El no sabía lo que decía.
Mientras hablaba, una nube los cubrió con su sombra
y al entrar en ella, los discípulos se llenaron de temor.
Desde la nube se oyó entonces una voz que decía:
«Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo.» Y cuando se oyó la voz, Jesús estaba solo.
Los discípulos callaron y durante todo ese tiempo no dijeron a nadie lo que habían visto.
Los discípulos callaron y durante todo ese tiempo no dijeron a nadie lo que habían visto.
Nos tomamos un rato para volver sobre el texto en una meditación más personal y nos fuimos a rezar cada uno por su lado. Ahí en el monte uno siente que el corazón se agrande y se extiende tanto como la mirada te lo permite. Rezamos largo y tendido y después nos juntamos a compartir lo que habiamos reflexionado. No deja de sorprender como un mismo Evangelio puede suscitar tantas reflexiones y emociones cuantas personas hay. Pero creo que había un hilo común. La transfiguración se nos presentó a todos como revelación de amor, chispazo de luz frente al dolor y la dificultad de la vida, que nos permite encarar lo cotidiano (la obligatoria bajada al monte) pero con la mirada de la montaña, que siempre ve más allá. Como decía Santi, uno de los peregrinos, al contemplar la vista desde el monte Tabor uno se da cuenta que el horizonte no tiene límites... como el amor de Dios.
Paramos a almorzar en el pueblito abajo del monte y de ahí partimos a Nazareth, donde no habíamos visto demasiado el viernes. Hubo un previo paso por Caná donde no pudimos entrar en la Iglesia de las Bodas porque justo habían estado de fiesta patronal y se habían ido todos a comer a un pequeño restaurante cerca del templo (ni nuestra mejor cara de pena logró que las monjas se levantaran para abrirnos el templo). Nos dimos al menos el gusto de pasar por una pequeña capillita dedicada a San Natanael, o Bartolomé, santo nativo del lugar, según nos cuenta el Evangelio de Juan (1, 47). Y entonces sí, al pueblo de María y José, lugar de la vida oculta del Señor.
Nazareth es más humilde que Tiberíades y los otros lugares que visitaríamos luego, con mucha población árabe. Allí están la basílica de la Anunciación y la Iglesia de San José, todas en un mismo predio sobre lo que hoy las excavaciones muestran que serían las casas de María y José, respectivamente (en esa época Nazareth era un pueblito de tres cuadras por dos).
La basílica de la Anunciación es un templo imponente y de factura muy moderna, terminado en 1974 , cargado de simbolismo - al punto por momentos de ser un poco recargado - y lleno de imágenes de María de los cuatro rincones del globo (¡nos extrañó no encontrarnos con nuestra querida Virgen de Luján!). Fue uno de los momentos más formativos del viaje. La catequesis visual que proponen su fachada y su interior nos ayudó a recorrer la historia de la Salvación y a meditar sobre el misterio de la Palabra hecha carne, iniciado en ese mismo lugar.
Como la basílica estaba al momento de nuestra llegada repleta de peregrinos enfilamos hacia la Iglesia de San José. Allí vimos la Iglesia cruzada sobre la cual se construyó el templo actual y también el baptisterio (de los primeros siglos del cristianismo) que las excavaciones hoy permiten conocer. Un lugar así invitaba a rezar por nuestras familias. Cada uno tenía una foto de ella que habíamos llevado para ese momento y una pequeña carta que algún integrante para sentirnos acompañados por los nuestros en la peregrinación. Así pudimos rezar por primera vez (¡aunque ciertamente no la última) en Tierra Santa por nuestras familias, en el mismo espacio donde Jesús vivía con la suya.
La tarde empezaba a caer y el flujo de visitantes a declinar. Mientras esperábamos que terminara una misa en la gruta de la basílica, donde un altar marca el lugar del anuncio del ángel con un impactante "Aquí el Verbo se hizo carne", nos sentamos afuera de la iglesia junto a una imagen sencilla de la Virgen. Ella nos fue llevando despacito a la compartida primero y al canto después. Fue la mejor entrada en calor para tener luego un rato en oración silenciosa junto a la gruta (tratamos de cantar pero se nos recordó que ese es un espacio para la oración personal... ¡ups!).
Dos lugares tan aparentemente distintos en un mismo día nos pusieron delante de los diversos matices del misterio de Dios. Pero si uno se pone a pensarlo un poco, se da cuenta que tanto el Tabor como Nazareth son lugares de luz. La única diferencia está en la intensidad con la que ella se deja percibir. Pero hace bien darse cuenta que en ambos espacios nos encontramos con el mismo Jesús. El Señor de gloria que resplandece en el Tabor es el niño humilde, el carpintero y vecino de pueblo, hijo de María y José. Una misma vida, un mismo propósito, una misma misión. Porque la luz esté más escondida en los primeros años de Jesús no deja de ser tal. Y sin ese tiempo de vida oculta... ¿cuánto valor tendría la vida pública y los milagros de Cristo? Encontrar este hilo de unión entre dos momentos tan distintos de la vida de Jesús fue, valga la redundancia, sumamente iluminador.
La vuelta a Tiberíades nos dejaba con una cierta incógnita. El día por venir estaba poco pautado, sin demasiada idea de qué hacer ni esperar. Tal vez por eso, allí recibiríamos uno de los regalos más lindos de nuestra peregrinación...
miércoles, febrero 08, 2012
Siguiendo la sombra del Galileo (Crónicas de Tierra Santa II)
Después de la noche en Nazareth y un flor de desayuno, estábamos listos para empezar nuestro primer día "oficial" de peregrinación. La etapa inicial de este viaje iba a girar en torno a Galilea, tierra de origen y lugar privilegiado del ministerio de Jesús (es decir, los espacios donde se dieron de manera más extensa la "vida oculta" y la "vida pública" del Señor).
La primera parada era la Iglesia del Primado de Pedro, cerca de Tagbah, junto al Mar de Galilea o Lago de Tiberíades. Es un templo pequeño y muy bonito, que alberga dentro de sí una de las llamadas "Mensa Christi" (una roca donde Jesús partió el pan con sus discípulos; hay otras más en distintos lugares de Tierra Santa), pegado al lago y que tiene a su alrededor algunos altares donde se puede celebrar al aire libre, mirando el mar. En esta iglesia se conmemora el diálogo entre Pedro y Jesús mencionado en Juan 21 ("¿Me amas? Apacienta a mis ovejas").
Por percances con el GPS llegamos 20 minutos tarde y el monje benedictino que cuidaba la iglesia casi no nos deja celebrar. Pero gracias a un poco de persistencia, de cara de pollito mojado (que la lluvia favorecía) y al factor de unión de que el monje era justo un argentino de Palermo, pudimos tener misa allí. Celebramos la misa en un pequeño altarcito junto al lago. Después nos tomamos un buen rato para rezar cada uno por su lado mirando el lago, con mucho silencio (como es invierno y por la lluvia no había tantos peregrinos).
El episodio narrado en el final del Evangelio de Juan nos dio el marco necesario para empezar a entrar en el diálogo con Jesús que sostendríamos a lo largo de todo nuestro itinerario. Personalmente, me volvían una y otra el momento en que Jesús dice a Pedro: "Te aseguro que cuando eras joven, tú mismo te vestías e ibas a donde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará y te llevará a donde no quieras". La vida en este momento me va llevando por esa dirección. Pero la certeza de que Jesús acompaña también ese paso me da mucha paz.
Y en una ronda lindísima entre las rocas compartimos con mucha emoción cómo estaba cada uno. Lágrimas, alegría, y el saber queJesús ya nos estaba encendiendo el corazón a todos. Terminamos el momento rezando juntos y escuchando una canción de Sertres cuya letra podría ser tranquilamente lo que Pedro meditaba después de esa triple respuesta de amor:
Qué historia larga juntos recorrimos,
qué viaje misterioso emprendimos
,
Amigo mío
.
Viví los años más hermosos de mi vida
y hoy la confianza llega a tal punto
Que te di todo, y espero lo mismo
Te veo, imponente como el sol del horizonte,
que a veces se me acerca y a veces se me esconde
.
Pero creo que ya es la hora de avanzar de pie
con fuerza hacia la aurora
Amigo, Compañero,
me enseñaste a andar haciendo el sendero.
Amigo, Compañero,
Tú lo sabes todo; Tú sabes que te quiero.
De allí fuimos a Tagbah, donde Jesús multiplicó los panes y peces. Es una iglesia lindísima atendida por monjas benedictinas, de claro estilo monástico y con un piso hecho de mosaicos que aún se conservan de un templo anterior del siglo V. Tratamos de tomar conciencia de los dones que Dios nos da para compartir con los demás y alimentar a los que tenemos cerca. No deja de ser llamativo que frente al hambre de la multitud lo primero que hace Jesús es ayudar a los discípulos a descubrir lo que tienen ("¿Cuántos panes tienen? Vayan y vean"). Y esos panes y peces son motivo de gratitud al Padre para Jesús. Este Jesús siempre sorprendente que en vez de agradecer por lo que recibe, bendice a su Abbá por tener algo para dar y compartir.
Almorzamos luego en el restaurant "San Pedro". Es muy divertido -y a veces chocante- ver cómo se combinan acá lo religioso y el turismo: tanto que uno puede encontrar cosas como una imagen clásica del pobre santo pescador con un estridente logo de Pepsi Max al lado en el cartel de restaurant. Comimos una rica comida típica de allá (un pollo especiado, dátiles y café turco para los valientes y unas más familiares papas fritas) y salimos para Cafarnaúm, donde Jesús realizó numerosos signos y predicaciones. Sobre lo que las excavaciones presentan hoy como la casa de San Pedro hay una moderna iglesia en la que pudimos resguardarnos del frío y rezar juntos. Leímos el día que Jesús pasa en este lugar narrado en Mc 1-2, recitando cada uno un versículo.
El último tramo de la tarde fue para la Iglesia de las Bienaventuranzas, un templo lindísimo situado en el monte donde Jesús dio el Sermón de la Montaña: el anuncio de una felicidad y un estilo de vida a la medida del Reino.
En ese hermoso lugar cada uno tomó una de las bienaventuranzas y las fuimos meditando. Ya se hacía de noche (y las carmelitas que se ocupan del lugar nos iban a encerrar ahí) así que partimos a Tiberíades, donde hicimos noche en la "Casa Nova" de los franciscanos (los frailes tienen la custodia de la mayoría de los grandes santuarios aquí, donde manejan además varios alojamientos para peregrinos llamados de esta forma). Recorrimos un poco la ciudad, que empieza a despertarse por la noche a medida que termina el Sabbat y se abren todos los barcitos. El impacto cultural se hizo sentir una vez más cuando vimos una parejita de novios muy simpática: él era un soldado que caminaba feliz de la mano con ella... y llevaba una ametralladora en la otra.
La tarde nos encontró cansados pero contentos. Parecía mentira que sólo teníamos un día de peregrinación encima. Ya estábamos experimentado esta realidad típica de las vivencias fuertes: el tiempo se hace más denso, concentrado. Por usar una diferenciación que aparece en el Nuevo Testamento, no vivíamos simplemente un kronos (el tiempo normal, que transcurre momento a momento) sino un verdadero kairós (un tiempo favorable, donde Dios actúa... un momento sacramental).
Al día siguiente nos esperaban el Monte Tabor, lugar de la transfiguración, y la revancha de Nazareth, donde no habíamos podido ver nada la noche anterior. Había que descansar y preparar el corazón para lo que venía...
domingo, febrero 05, 2012
Peregrinos hacia la fuente del Fuego (Crónicas de Tierra Santa I)
Estoy recién llegado a la parroquia después de haber vivido una de las experiencias más lindas, profundas e intensas que he me han tocado en suerte (o mejor, en Providencia): con ocho amigos compañeros de misión hemos compartido una peregrinación a Tierra Santa.
Han sido días de una gracia enorme. Y como toda gracia, no puede guardarse. Tiene que convertirse en vida y en palabra. Por eso nacen estos apuntes, a manera de pobre balbuceo sobre lo mucho que Jesús nos regaló durante el tiempo que caminamos por sus pagos.
Lo primero que quizás haya que aclarar (y la primera enseñanza que nos dejó Tierra Santa) es que nuestro deseo fue el de vivir ese viaje como lo que era: una peregrinación. Esto implicaba un compromiso fuerte de nuestra parte: asumir una cierta inseguridad. No la que uno experimenta frente al peligro (que gracias a Dios no hubo ninguno), sino la que brota de tener el corazón abierto y dispuesto a dejarse a afectar por su entorno. Vivir el tiempo que teníamos como una ventana abierta para Dios y los demás. Aceptar lo diferente, lo novedoso, lo imprevisto como parte del camino... y ver qué es lo que suscitaba dentro nuestro.
Evidentemente el cuerpo, la mente y el corazón se rebelan un poco o mucho frente a situaciones como ésta (el dolor palpitante que me provocó mi muela del juicio - en general está muy tranquila - en los días previos al viaje es una prueba contundente). Pero eso mismo es lo que hace también que uno sepa que va por buen camino. El sacudón y la incertidumbre vienen de saber que uno está jugándose algo en este paso.
De hecho, no tardaríamos mucho en darnos cuenta que íbamos a estar en manos de la Providencia más de lo que imaginábamos. Porque en nuestro primer día en Tierra Santa... no pudimos visitar absolutamente nada. Llegamos tarde a Nazareth después de largas negociaciones para conseguir un buen precio en el alquiler de autos. Y una vez en la ciudad donde vivieron muchos años María, José y Jesús... nos perdimos. Después de encontrar finalmente un hotel, caminamos en búsqueda de un lugar para comer algo.
Por suerte al haber bastante población árabe en Nazareth, no todos los negocios habían cerrado (llegamos en viernes, vísperas de sábado... ¡el aeropuerto estaba virtualmente vacío!) y pudimos compartir unos sandwiches de shawarma. Marco, un amigo nuestro, que junto con otros había peregrinado a Tierra Santa un par de años atrás, nos escribió una carta que escuchamos con atención. Nos compartió su experiencia y nos invitó a vivir a fondo nuestro viaje. Escuchar su testimonio nos ayudó a tomar conciencia del lugar en donde estábamos, de la oportunidad que nos había concedido... del regalo de estar allí.
Y aquí se hizo palpable la segunda enseñanza de la peregrinación, que se haría más sólida con el paso de los días: sólo es posible peregrinar con otros. Tanto los compañeros de peregrinación, como los que ya habían hecho la experiencia y nos alentaron con palabras y oración... y los innumerables habitantes de Tierra Santa (cristianos, judíos, religiosos y laicos) que nos dieron una mano - uno de los integrantes de nuestro grupo los nombró acertadamente "cireneos" - fueron una parte fundamental de lo que viviríamos. En este caso, las palabras de Marco fueron el puntapié inicial que necesitábamos para entrar en clima y empezar a vivir lo que sería para todos una verdadera Pascua, es decir: un paso transformador de Dios por nuestras vidas. ¡Y esto recién empezaba!
Suscribirse a:
Entradas (Atom)