domingo, enero 25, 2009

Apuntes sueltos II

A pesar de todo, no desesperar de buscar la comunión.
Ir lo más pronto posible a lo esencial. Escuchar, siempre, intuir, aún detrás de un modo ácido o brusco, la verdad que se quiere proteger o presentar.
No dejar de buscar el encuentro. No rendirse frente a la dureza.
Siempre, siempre, purificar el corazón: despojarlo de toda manipulación, de todo deseo de victoria. Confiar en la fuerza de la verdad, que termina por abrirse paso.
Y saber que esta nunca puede ir separada del amor: pues para el que cree en una Verdad que también es Amor, y Amor-Persona, el modo en que se defiende el punto de vista y se escucha el del otro es tan importante como aquello que se presenta.

sábado, enero 24, 2009

Memento mori

Cuando viví en Virreyes, como he contado en otros posts, dediqué bastante tiempo a la celebración de las exequias (el "responso", como se lo conoce tradicionalmente). Cada uno de ellos fue dejando su huella, pero hay uno que caló en mí de modo particular.

Una tarde calurosa tuve que ir a rezar junto con una familia que había perdido a uno de sus hijos. Unos chicos habían querido robarle su motoneta, y frente a su resistencia, lo mataron de un balazo. Rezamos juntos, pidiendo paz y justicia.

A diferencia de otras veces, donde en general volvía rápido a la parroquia para seguir con las actividades del día, me quedé un rato. El chico tenía mi edad (en ese momento contaba con 23). Yo andaba en bici por el barrio y en ese tiempo no usaba todavía el hábito clerical. No pude evitar pensar que tranquilamente podría haber sido yo el destinatario de ese balazo en algún encuentro desafortunado. De repente, palpé mi propia fragilidad de un modo desconocido hasta entonces para mí. Esta experiencia se ha repetido,desde entonces, cuando la muerte ha pasado cerca a lo largo de mi historia.

Sin embargo, esto no ha sido algo negativo. Me ha hecho valorar más la vida, el peso de las decisiones que tengo y a la vez, lo pasajero que es todo. Tomar conciencia de la propia muerte no es necesariamente caer en un nihilismo o en una apología del dolor o el absurdo. También puede servir para aprovechar mejor el tiempo que uno tiene, para recordar eso que decía Gustav Thibon: "Todo lo que no es eternidad recuperada es tiempo perdido". Para descubrir el don. Ponerse delante de la propia muerte nos ubica y nos relativiza en el mejor de los sentidos. Nos hace más humildes.

Algo de razón tenían los antiguos cuando decían Memento mori: "Recuerda que has de morir". No para amargarse, no para despreciar esta vida... para vivirla mejor. Algo que también dice esa chacarera: "La vida me han prestado y tengo que devolverla/cuando el Creador me llame para la entrega/ Que mis huesos, piel y sal/ abonen mi suelo natal".

La fuente (Crónicas de Catamarca II)

Una de las particularidades que tuvo el viaje fue que no lo hice solo. Mi viejo me llevó hasta allá, dado que no manejo a menudo y menos en la ruta. Y como suele pasar con los viajes, el camino tuvo tanto de experiencia como la meta misma.

Cuanto más pasa al tiempo, más uno se descubre vinculado con su propia historia y más allá de ella a la vez. El paso de los años hace que uno perciba su singularidad que va tomando un contorno más definido. Pero junto con eso se acrecienta la percepción de brotar de algo y alguien más. La conciencia de haber nacido de un amor, frágil pero cierto, limitado pero auténtico, es una de las mayores alegrías que uno puede experimentar. Somos misterio, pero este misterio no es una célula aislada: es una comunión. De los lazos nace y busca generar nuevos encuentros, nuevos vínculos.

Viajar con mi padre me llevó una vez más a esta alegría, al asombro, a redescubrir mis raíces... y en ese asombro, percibir una vez más que todos estamos en camino, padres e hijos... y entre todos nos acompañamos, aprendiendo unos de otros, mientras el horizonte nos convoca.




La corriente secreta (Crónicas de Catamarca I)




Dentro de unos días partimos con un grupo de jóvenes a misionar a La Majada, un pueblo pequeño ubicado dentro de la parroquia que corresponde a la zona de Ancasti, en la provincia de Catamarca. Será toda una experiencia. Experiencia que empezamos a preparar desde Buenos Aires y para la cual viajé antes a fin de conocer el lugar, al párroco y a la gente que vive allí.

De ese encuentro, y del camino que ser realizó para llegar hasta él, brotaron muchas vivencias, de esas que uno guarda dentro porque intuye que en el relámpago de una imagen o una palabra puede haber una enorme riqueza. Me pareció que un buen modo de preparar la misión era sacar estas imágenes a la luz, para que las palabras desplieguen mejor esa fecundidad a veces escondida.

En el camino a la Majada, cuando estábamos llegando a Catamarca capital, en medio de un calor aplastante, casi de pasada, vi a una chiquita caminando, sola, con su guardapolvo y su mochila. Algo que uno ve todos los días en la ciudad. Pero en la soledad y el calor de ese rincón perdido del país, algo le daba un relieve especial al hecho, a ella, al gesto...

Que en medio de ese rincón semidesierto una chiquita estuviera caminando hacia la escuela me hizo pensar en la innumerable cantidad de actos anónimos de amor y esperanza que la gente realiza día a día. En que así como ella, muchos otros chicos estarían yendo ahora a clases. Pensé en que, así como es cierto que ocurren miles de cosas malas, en todo lo que nos llega a través de las noticias, y todo aquello que permanece oculto pero hiere, de un modo u otro, nuestro cansado mundo... también están estos fueguitos que se van encendiendo unos a otros, para mantener el amor andando, para que la esperanza no se pierda... para seguir dándonos motivos, unos a otros, para permanecer en el camino.

Recordé ese poema de Borges, Los Justos:

Un hombre que cultiva un jardín, como quería Voltaire.
El que agradece que en la tierra haya música.
El que descubre con placer una etimología.
Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez.
El ceramista que premedita un color y una forma.
Un tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada
Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto.
El que acaricia a un animal dormido.
El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho.
El que agradece que en la tierra haya Stevenson.
El que prefiere que los otros tengan razón.
Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo.

miércoles, enero 21, 2009

Apuntes sueltos

Uno de los misterios más grandes, ciertamente, es el de la comunión... esa intuición, profunda por momentos, oscura por otros, de estar unido a todos, a tantos... es el misterio del amor, que, como decía un sabio, hace que vayamos "el uno en el otro". Es saber que llevamos un poco del otro, y que el otro se lleva algo nuestro. Hay una trampa, igual. Si uno no se entrega, no hay comunión. La unión nace de la entrega, que paradójicamente, nos afirma más todavía en nuestra persona y nos hace crecer...