Hace varios años que nuestra diócesis tiene una misión permanente en Cuba: a lo largo del tiempo, se suceden un par de sacerdotes en la diócesis de Holguín, por períodos más o menos largos que en general giran en torno a los tres años. Luego regresan a la diócesis para ser reemplazados por otros curas de San Isidro.
Uno de ellos regresó de visita y pasó a celebrar misa por el seminario. Me resultó muy simpático y llamativo el hecho de que hablara con una fuerte tonada cubana. No resultaba para nada forzada, sino que evidentemente se le había pegado en esos años de tarea misionera. Algo parecido he visto en mi familia: la estancia en Mendoza les va dando otro modo de hablar, de vivir y hasta de moverse.
Creo que esto tiene algo que ver con el amor. Él hace que "se nos pegue la tonada" del amado, de lo amado. Así vamos aprendiendo el idioma del otro, sus códigos, su estilo, casi sin pensarlo... es el amor el que produce esta ósmosis misteriosa.
Un amor que deja al amante inmutable, sin cambiar, sin transformación, sin asimilar al otro al menos en parte no pareciera un amor en serio. Carece de la permeabilidad que tiene el amor verdadero.
Es lo que ha hecho Dios: quiso aprender nuestro idioma, encerrarse en nuestra limitación para que el amor de la Trinidad tuviera gusto a tierra. Para que la Palabra se hiciera palabras, vida, cuerpo, caricia... Y así nosotros también pudiéramos ir balbuceando el idioma de Dios.
Cuando a alguien se le pega esa tonada... se le nota.
Uno de ellos regresó de visita y pasó a celebrar misa por el seminario. Me resultó muy simpático y llamativo el hecho de que hablara con una fuerte tonada cubana. No resultaba para nada forzada, sino que evidentemente se le había pegado en esos años de tarea misionera. Algo parecido he visto en mi familia: la estancia en Mendoza les va dando otro modo de hablar, de vivir y hasta de moverse.
Creo que esto tiene algo que ver con el amor. Él hace que "se nos pegue la tonada" del amado, de lo amado. Así vamos aprendiendo el idioma del otro, sus códigos, su estilo, casi sin pensarlo... es el amor el que produce esta ósmosis misteriosa.
Un amor que deja al amante inmutable, sin cambiar, sin transformación, sin asimilar al otro al menos en parte no pareciera un amor en serio. Carece de la permeabilidad que tiene el amor verdadero.
Es lo que ha hecho Dios: quiso aprender nuestro idioma, encerrarse en nuestra limitación para que el amor de la Trinidad tuviera gusto a tierra. Para que la Palabra se hiciera palabras, vida, cuerpo, caricia... Y así nosotros también pudiéramos ir balbuceando el idioma de Dios.
Cuando a alguien se le pega esa tonada... se le nota.