domingo, marzo 27, 2011

Páginas manchadas

Hace ya más o menos un año un amigo me regaló un cuaderno espectacular para escribir mis notas personales en él (tengo un afecto completamente desordenado a los artículos de librería, como buen nerd que soy).

Al principio lo usaba sólo para ideas especiales y momentos particulares. Con lo cual... no lo usaba prácticamente nunca. El miedo a que se pierda, se ensucie o simplemente se malgaste me hacía dejarlo encajonado en una existencia tan segura como insulsa.

Afortunadamente en un momento me di cuenta que el pobre cuaderno estaba para usarlo y ahora luce orgulloso borronazos, manchones de tinta y hasta alguna que otra miga suelta de un necesario tostado para alimentar el espíritu creativo. Heridas de guerra de una vida más insegura y más real. En el fondo... mi cuaderno soy yo.

¡Somos tan de manual! Nos cuesta mucho zambullirnos en la desprolijidad de la vida, porque las cosas siempre son más perfectas en la caja de cristal de nuestra mente.

Pero cuando nos animamos a dejar nuestra zona de confort, al mismo tiempo que empezamos a sufrir golpes, a ensuciarnos y rasgarnos, también nos abrimos a algo más profundo y más real. Descubrimos zonas inexploradas de nuestro yo y nuestro mundo. Y la vida se hace más vida, porque está más expuesta.

Porque se anima a mancharse, que es la única manera de dejar también al menos dos o tres líneas escritas que valgan la pena.


Enviado desde el Camino

martes, marzo 22, 2011

Sobre la transfiguración

La transfiguración de Jesús ocurre justo después del primer anuncio de la pasión que hace Jesús. Pedro ha proclamado que Jesús es el Mesías, y frente a esta confesión, Jesús ha dicho a los apóstoles que el camino tiene la cruz en el horizonte. Los discípulos entran en crisis. ¿Cómo puede ser que el camino que están siguiendo desemboque en el fracaso? Hace falta recrear la confianza, y no lo puede hacer Jesús, cuya figura está en crisis. Es necesario que alguien más dé testimonio por él. Por eso el Señor lleva a Pedro, Santiago y Juan a la montaña. En la Biblia, la montaña siempre es un lugar donde Dios se revela, porque la soledad y la altura permiten mirar las cosas con mayor amplitud y escuchar más fácilmente la voz de Dios. 

Y en la montaña, entonces, se da una manifestación nueva de Dios. La luz, la nube, la voz, que en el Antiguo Testamento siempre se manifestaban cuando Dios aparecía, ahora giran en torno a Jesús. En Jesús Dios se hace presente de modo pleno y patente. El Padre confirma el camino: “Este es mi Hijo Amado, escúchenlo”. 

Es como si, por un momento, los discípulos pudieran ver con plena claridad quién es Jesús. Ese hombre que les hablaba hace unos días de la pasión y la cruz... es el Señor, el Hijo del Padre al que hay que escuchar, el que nos muestra la fuerza del Reino. Es un momento de toma de conciencia que los fortalecerá para todo lo que vendrá después. Un chispazo de la resurrección en medio de la oscuridad que están atravesando. 

Nosotros también tenemos de esos “momentos de transfiguración”. Momentos de alegría, de fe, de esperanza, donde podemos ver un poco más hondo, amar más fuerte, creer más sólidamente... ¿recordás algún momento de esos, aunque haya sido sólo un destello, un chispazo? Vale la pena traerlo al corazón, para agradecerlo. Necesitamos momentos así, esos espacios donde las cosas cobran (o recobran) sentido, donde podemos ver el hilo de oro detrás de los acontecimientos, o la luz escondida detrás de esa situación o persona que nos cuesta. 

Además, el misterio de la transfiguración nos ilumina en un aspecto muy importante de nuestra fe. Así como la luz de Dios brilla en la humanidad tan real y concreta de Jesús, que ahora camina hacia la muerte, también somos invitados a descubrir la luz de Dios, su presencia, su amor, en nuestra realidad, en esta realidad que tenemos. Frente a la tentación de escaparnos de los desafíos que nos presenta nuestra vida, el camino de la transfiguración nos invita a mirar más profundamente, a través de la oración, nuestra vida y así poder comprometernos más de lleno con ella. 




En la oración, quizás lo mejor hoy sea simplemente pedirle al Señor poder vivir algo de esa fuerza cautivadora de la transfiguración, algo de esa luz que se irradió sobre los discípulos. Un salmo nos puede ayudar en ese propósito, que dice “Que el Señor haga brillar su rostro sobre nosotros”.

miércoles, marzo 09, 2011

Son cuarenta días para crecer en libertad. Es el tiempo de desierto, que necesitamos para aprender a escuchar mejor la voz de Dios y distinguirla de la voz del mal, de la voz del mundo... Y de la nuestra.

Es el espacio que se nos regala para ser más plenamente nosotros mismos, para misionar desde el amor y la verdad, para echar raíces más profundas en la vida.

Es volver al amor que nos moldea e impulsa, y dejar atrás las cisternas agrietadas que tan amargados nos dejan.
Enviado desde el Camino

Escuchando a The Weepies

En una de mis últimas incursiones vacacionales vi "Morning Glory", una linda película sobre uno de los típicos programas matutinos de la televisión norteamericana. Más allá de la historia, me quedé con la música, que realmente me gustó mucho, en particular un tema del grupo The Weepies, una banda indie-folk que vale la pena escuchar. Dejo aquí un link para quien quiera gustar un poco de música serena, dulce y cautivante:

martes, marzo 01, 2011

Vivir desde el centro del alma

Para Agus, que quiere existir desde el corazón

Hace poco una amiga artista me regaló un mandala dibujado por ella misma. Los mandalas son un tipo de símbolo que aparecen especialmente en las tradiciones hinduistas y budistas pero también se manifiestan en otras religiones y culturas (Jung los utilizaba mucho como una herramienta para la integración personal). Son  una ayuda para centrarse en la meditación, en el viaje espiritual al propio centro, del cual el mandala es un símbolo y a la vez un impulso en dirección al mismo.


Buscar el propio centro es la inquietud de todo ser humano. Hallar ese lugar desde donde todo se anuda, donde finalmente podemos hacer síntesis. Tarea nada fácil en este tiempo donde muchos prefieren vivir ausentes a sí mismos, donde hay tanto miedo a lo profundo del corazón. Pero vale la pena. No se trata de una excursión esóterica para unos pocos. Sino de vivir a fondo, pero no desde una angustiosa ansiedad , sino desde nuestro fondo más profundo, desde el lugar de la libertad que pervive en cada uno de nosotros y nos espera en todo momento. Ese espacio que todo mandala recrea y nos invita a descubrir como nuestro hogar verdadero, nuestra raíz, nuestro rostro original.