Me pidieron esta oración para un encuentro de jóvenes. ¡Espero que les guste!
Como elegidos de Dios, sus santos y amados, revístanse de sentimientos de profunda compasión. Practiquen la benevolencia, la humildad, la dulzura, la paciencia. Sopórtense los unos a los otros, y perdónense mutuamente siempre que alguien tenga motivo de queja contra otro. El Señor los ha perdonado: hagan ustedes lo mismo. Sobre todo, revístanse del amor, que es el vínculo de la perfección.
Que la paz de Cristo reine en sus corazones: esa paz a la que han sido llamados, porque formamos un solo Cuerpo. Y vivan en la acción de gracias. (Col 3, 12-15)
Jesús, una vez más nos reunimos para descubrirte presente entre nosotros, para dar gracias por el enorme regalo de tu presencia fiel y constante en nuestra comunidad. ¡Qué alegría enorme saber que nos elegís, que nos mirás con amor a cada uno de nosotros y decís nuestro nombre para llamarnos a compartir la vida con vos! En esa elección, en ese sí que pronunciás sobre nosotros está el secreto para perseverar. Sólo podemos elegirte porque vos nos elegís primero, porque tu sí es constante, firme como la roca sobre la cual podemos siempre apoyarnos. Sólo podemos construir nuestra perseverancia sobre tu amor, sobre su abrazo que siempre nos recibe y nos vuelve a confirmar.
Por eso queremos dejar en tus manos nuestros miedos frente al futuro, nuestras inquietudes, nuestras dudas… todo lo que hoy en nuestro corazón oscurece la esperanza y la alegría que nos da tenerte cerca. Todo lo que nos impide ver claro cuando queremos mirar hacia delante. Queremos que nos digas las palabras que siempre repetís cuando llamás a alguien: “No temas” y “Yo estaré contigo”.
Jesús, muchas cosas nos inquietan al pensar en el camino que nos proponés. El miedo a lo que dirán los demás; la sensación de soledad que a veces nos inunda; el saber que somos frágiles y pequeños, responsables de un regalo inmenso. Qué bien que nos hace entonces saber que nos llamás, pero además, que nos llamás junto a otros que comparten la misma vocación, el mismo llamado, el mismo don. Vos nunca invitás a vivir este camino en soledad: siempre es lado a lado con los que se descubren amados y sostenidos por vos. Sólo así podemos encarar el desafío de vivir tu amor y de anunciarlo a los demás.
Vos dijiste que en el amor mutuo entre hermanos estaría nuestro distintivo, nuestro rasgo más particular y único. Es lo que hace que en el mundo tu presencia se haga más clara y fuerte, lo que permite que la canción de tu Evangelio resuene en los corazones de la gente. Por eso queremos empezar por ahí: por cultivar el amor que vos nos regalaste, por crecer en el deseo de amar y ser amados.
Ayudanos a descubrir que tener hermanos que comparten la fe y la misión es un regalo; que podamos mirar al otro con asombro y agradecimiento, porque su mera presencia es un regalo para nosotros. Que podamos también tomar conciencia que nosotros tenemos algo único para aportar, algo para darle a los demás, a nuestra comunidad, que nadie más puede dar.
Jesús, cada vez que vos llamás a hermanos a compartir y vivir juntos en el amor, un poco del cielo se hace presente acá en la tierra. Que en nuestra comunidad, en nuestras casas, con nuestros amigos, al vivir el amor que vos nos regalás, podamos ir preparando ese cielo que vos soñás para todos. Que al ver cómo nos tratamos, nos queremos y valoramos, la gente pueda descubrir que se puede vivir de una manera distinta y que en este camino está el secreto para la felicidad.
María nos dijo en las Bodas de Caná “Hagan todo lo que Él les diga”. A ella le pedimos también que nos acompañe para que podamos dejarnos llevar por tu Palabra hacia el amor, la comunión y la perseverancia, para que podamos seguir avanzando juntos hacia vos.