En un momento me habían pedido una serie de posts sobre este tema y ayer por la mañana me levanté recordando una clase de Revelación donde la profesora nos habló del amor de la Trinidad. Subrayaba cómo todavía hoy no sacamos todas las consecuencias (para la vida) de creer en un Dios que es Padre, pero también es Hijo. El Hijo que vive en actitud de recepción, como bien dirá Von Balthasar. Él es quien hace que recibir amor también sea divino.
Es verdad que hay modos de buscar recibir amor enfermizos y hasta pecaminosos (¡algo que también se da en muchas maneras de querer dar amor!). Pero no es menos cierto que nuestro ser creaturas nos pone antes en actitud de recibir. Cuando reconocemos esta mendicidad del corazón podemos abrirnos más plenamente al don, y es este recibir más abiertamente el que nos convierte a sus vez en fuente para los demás. Como el Hijo, que todo lo recibe del Padre en el Espíritu y en ese mismo Espíritu no se guarda nada, sino que se entrega a los demás.