lunes, enero 15, 2007

Historias de responsos

El "responso" es el nombre que popularmente se da a la celebración de las exequias, esto es, a la celebración que acompaña la muerte y el entierro de un cristiano.
Durante mi año pastoral (tiempo en el que los seminaristas vamos a vivir a una parroquia para hacer una experiencia fuerte de la vida en un comunidad determinada como parte de nuestra formación) viví a una cuadra del cementerio de San Fernando. Ubicado en una zona muy humilde, los responsos eran una parte importante del ministerio. A veces tenía tres o cuatro velatorios por día. Así que hice una buena experiencia en poco tiempo. Y también acumulé unas cuantas historias. Ésta es una.
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El verano pega fuerte en Virreyes. El sol rebota en el cemento, y por momentos pareciera que la brea quiere colarse también por la nariz y meterse en los pulmones. Desmotiva bastante para casi cualquier cosa.
Así que cuando en un día de esos suena el timbre uno atiende con el deseo de que el pedido no implique pasar mucho tiempo al sol... y con la certeza de que será así.
El timbre sonó, el pedido implicaba sol, y sol de cementerio. Sin mucha posibilidad de resguardo. Agarré el hisopo con agua bendita, la biblia y bajé. Me esperaban una chica joven con su hijito. Ya me habían tirado el dato que iban a pasar pidiendo un responso, así que sin mucho preámbulo no saludamos y rumbeamos para allá.
El muerto era el padre de su novio. Asesinato. Parecía mentira que faltara tan poco para Navidad, y en medio del clima festivo alguien tuviera que estar enterrando a su viejo por una muerte violenta.
Llegamos a la tumba. Estaba el muchacho solo. Un tipo con mirada serena y dolida. Charlamos un rato. Su papá había muerto por una bala perdida. Un tipo había pasado por el pasillo del barrio donde el vivía a los tiros y a él le había tocado ligar uno.
Del final fuimos avanzando hacia atrás. El hombre me contó que su padre los había dejado a él y a su madre cuando todavía era chico para irse con otra mujer. Pero siempre lo recibió en su casa y lo reconoció como su hijo.
Mientras me contaba la historia de su padre, se le iluminaba la cara. Había sido un gran asador. Así que después del responso iban a hacer una buena parrillada en su honor.
A lo lejos se acercaba una persona. Le pregunté quién era.
- Es la mujer de mi papá. Por eso quería que esperáramos. Me pareció que ella tenía que estar.
No pude evitar sentirme impresionado... este hombre estaba delante de la muerte absurda e injusta de su padre, con todos los motivos para estar enojado o resentido... y sin embargo, con todo el dolor que tenía, permanecía agradecido. Y sin rencores, sin broncas.
Una vez que la señora llegó a a la tumba, empecé con el responso. Convencido de que en realidad tendría que haber hablado él.

2 comentarios:

Alejandro Bertolini dijo...

en ese mismo cementerio, Edu, fui testigo de la escena más gráfica y expresiva del poder aniquilador de la muerte ( de la que tuve experiencia, claro está).

Llovía. Era junio. Veníamos de una sudestada, y las napas de agua estaban al tope. (Virreyes es una zona muy baja, con las napas al ras de la tierra). Estabamos enterrando a un bebe, muerto también por una bala perdida. Cajoncito blanco, gritos y llantos varios. Iba a tierra. Comenzamos a rezar el padre nuestro, y al término el cajoncito ya estaba cubierto totalmente de agua. Es que subía rapidísimo. Visualmente se lo había tragado la nada.
Ese día volví mojado, aturdido por los gritos de esa madre adolescente a quien la violencia absurda le había quitado la vida de su hijo - y el agua la última imagen de su lugar de descanso. El "abismo" había hecho que ese entorno de muerte fuera más sórdido todavía.

El "no somos nada" era tan evidente, que no hacía falta demasiadas consideraciones sobre la contigencia, la finitud, o la insoportable levedad del ser. Era nomás. Era. Ahí estaba, con toda su crudeza.

Esa noche no se hizo tan obvia la experiencia de estar, de estar vivo.


Que alguno cuente otra, que se me fue la calidez que se sentía por la historia de Edu!

Alex dijo...

Peri no puedo ayudarte. Las historias que conozco de todas soy partícipe y no hubo ni resignación ni agradecimiento, sólo llantos desgarradores, sensación de injusticia, enojo.
Pero hace bien, me hace bien que Edu cuente estas cosas.