Apenas empiezo a escribir me doy cuenta que un texto escrito por un
cura para el día de San Valentín es como si Kim Jong-Un diera una
conferencia sobre la democracia o la libertad de prensa. Con todo, la
verdad el día de hoy me parece de lo más simpático. Independientemente
de la furiosa comercialización sufrida por la jornada, me gusta que haya
un día para festejar el amor de pareja. No deja de ser cierto que, como
con prácticamente todas las festividades, el evento suscita
sentimientos encontrados. No todo el mundo tiene con quién celebrar.
Está toda la movida en contra de San Valentín que celebra la soltería y
la independencia, o quienes no quieren celebrar lo que llaman una
“fiesta Hallmark” (por la famosa marca de tarjetas). Pero la fiesta ahí,
nos guste o no, y es una oportunidad para tomar conciencia de alguna
que otra cosa.
Hace unos días vimos, con mis compañeros de casa, Her,
de Spike Jonze, con Joaquin Phoenix y Scarlett Johannson. Peliculón por
donde se lo mire, el film es una fábula contemporánea sobre las
relaciones amorosas (y en menor medida, sobre los vínculos en general).
El bueno de Theodore, protagonista principal, se debate entre el enorme
anhelo por entrar en relación con alguien y todos los temores que eso
suscita, sobre todo cuando hay una experiencia previa (como en su caso)
de fracaso. “A veces pienso que ya he sentido todo lo que voy a sentir. Y
de ahora en más, no voy a sentir nada más. Sólo versiones reducidas de
lo que ya sentí”. Un sistema operativo de inteligencia artificial,
Samantha, se vuelve la oportunidad para empezar a reconectarse (perdón
por el juego de palabras) consigo mismo, con la vida… y con otro, por
electrónico que este “otro” sea. Y empieza una vez más la montaña rusa
emocional de sentimientos, inquietudes, diálogos y decisiones que
constituyen el entramado de una relación.
No voy a entrar
en detalles para no develar la trama de la película. Solamente me quedo
con una idea que la película retrata tan bien: ¡es tan difícil entrar en
comunión, verdadera, sincera con otro! ¡Es tan difícil amar! Tal vez
por eso vivimos siempre oscilando entre el miedo a salir del cascarón y
el deseo de encontrar ese lazo que nos salve del anonimato y la soledad.
“Todos queremos ser alguien en el corazón de alguien”, nos decía un
profesor del seminario. Y es así. Todos necesitamos esa experiencia.
Quizás
hoy más que nunca, cuando estamos asaltados por el temor al anonimato.
En un mundo que crece cada vez más, la percepción de nuestra pequeñez se
puede volver aplastante. La experiencia de un vínculo significativo nos
saca de esa trampa y nos revela una verdad más profunda sobre nosotros
mismos.
¿Es difícil? Lo es. No hay aventura más grande. Ni menos
edulcorada. En cierto sentido, vivir el amor es lo menos romántico que
hay. “El amor hace salir el niño herido que todos llevamos dentro”,
afirma el psiquiatra Jack Dominian. Pero la alternativa es mucho peor:
es quedarse en un mundo ideal, donde no hay peligros pero tampoco
encuentro. Como dice el maestro, Timothy Radcliffe: “Aprender a amar es
un asunto difícil. No sabemos a dónde nos llevará. Nos encontraremos
nuestra vida vuelta del revés. Seguramente a veces nos haremos daño.
Sería más fácil tener corazones de piedra que corazones de carne, ¡pero
entonces estaríamos muertos!”.
Por eso, me gusta que
tengamos esta fiesta. Debajo de los corazoncitos, las tarjetas y los
chocolates, late una intuición profunda: vale la pena arriesgarse, vale
la pena salir al encuentro de otro y construir una historia común, con
todos los riesgos que esto conlleva.
Así que feliz día para todos
los enamorados, para todos los que, de una manera u otra, se animan a
decir que sí a construir un proyecto tomados de la mano. Es un gran
desafío, pero sobre todo es una fuente de esperanza. Cada vez que dos
personas se animan a quererse de verdad, algo de Dios se hace presente
en este mundo y eso nos permite a todos seguir caminando. ¡Feliz día de
San Valentín! Y para que la cosa no termine tan homilética, dejo un
texto muy apropiado para hoy, “Estar enamorado”, de Francisco Luis
Bernárdez:
Estar enamorado, amigos, es encontrar
el nombre justo a la vida.
Es dar al fin con las palabras que para hacer
frente a la muerte se precisa.
Es recobrar la llave oculta que abre la cárcel
en que el alma está cautiva.
Es levantarse de la tierra con una fuerza que
reclama desde arriba.
Es respirar el ancho viento que por encima de
la carne respira.
Es contemplar, desde la cumbre de la persona,
la razón de las heridas.
Es advertir en unos ojos una mirada verdadera
que nos mira.
Es escuchar en una boca la propia voz
profundamente repetida.
Es sorprender en unas manos ese calor de la
perfecta compañía.
Es sospechar que, para siempre, la soledad
de nuestra sombra está vencida.
Estar enamorado amigos, es descubrir dónde
se juntan cuerpo y alma.
Es percibir en el desierto la cristalina voz de
un río que nos llama.
Es ver el mar desde la torre donde ha quedado
prisionera nuestra infancia.
Es apoyar los ojos tristes en un paisaje de
cigüeñas y campanas.
Es ocupar un territorio donde conviven los
perfumes y las armas.
Es dar la ley a cada rosa y al mismo tiempo
recibirla de su espada.
Es confundir el sentimiento con una hoguera
que del pecho se levanta.
Es gobernar la luz del fuego y al mismo tiempo
ser esclavo de la llama.
Es entender la pensativa conversación del
corazón y la distancia.
Es encontrar el derrotero que lleva al reino de
la música sin tasa.
Estar enamorado, amigos, es adueñarse de
las noches y los días.
Es olvidar entre los dedos emocionados la
cabeza distraída.
Es recordar a Garcilaso cuando se siente la
canción de una herrería.
Es ir leyendo lo que escriben en el espacio las
primeras golondrinas.
Es ver la estrella de la tarde por la ventana de
una casa campesina.
Es contemplar un tren que pasa por la montaña
con las luces encendidas.
Es comprender perfectamente que no hay
fronteras entre el sueño y la vigilia.
Es ignorar en qué consiste la diferencia entre
la pena y la alegría.
Es escuchar a medianoche la vagabunda
confesión de la llovizna.
Es divisar en las tinieblas del corazón una
pequeña lucecita.
Estar enamorado, amigos, es padecer espacio
y tiempo con dulzura.
Es despertarse una mañana con el secreto de
las flores y las frutas.
Es libertarse de sí mismo y estar unido con
las otras criaturas.
Es no saber si son ajenas o son propias las
lejanas amarguras.
Es remontar hasta la fuente las aguas turbias
del torrente de la angustia.
Es compartir la luz del mundo y al mismo
tiempo compartir su noche obscura.
Es asombrarse y alegrarse de que la luna
todavía sea luna.
Es comprobar en cuerpo y alma que la tarea
de ser hombre es menos dura.
Es empezar a decir siempre, y en adelante no
volver a decir nunca.
Y es, además, amigos míos, estar seguro de
tener las manos puras.
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