«Yo soy el pan vivo bajado del cielo.
El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo.» Los judíos discutían entre sí, diciendo: «¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?»
Jesús les respondió:
«Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre,
no tendrán Vida en ustedes.
El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna,
y yo lo resucitaré en el último día.
Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida.
Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.
Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre,
Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre,
de la misma manera, el que me come vivirá por mí.
Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron.
Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron.
El que coma de este pan vivirá eternamente.»
Jesús, estamos acá, delante de vos, para darte gracias una vez más por quedarte en medio nuestro. Tenemos hambre y sed: de vida, de amor, de verdad, de felicidad, de paz y de sentido para nuestras vidas. Buscamos y buscamos algo o alguien que nos sacie… ¡y tantas veces nos sentimos hartos de todo y llenos de nada! Por eso, hoy queremos volver a reconocer que sólo vos podés darnos eso que nuestro corazón desea tan ardientemente. Eso que buscamos a tientas a través de mil caminos y decisiones. Una vida más rica, más plena, más profunda y real. Vos sos el único que puede ofrecernos esa vida verdadera, vida que brota del amor del Padre, del don del Espíritu, de estar junto a vos y en vos. Cada vez que estamos cerca de vos, estamos cerca de la vida, la vida abundante que prometiste para todos. Creemos que en la Eucaristía te quedaste para que allí recibamos ese amor que sacia, sana y serena. Que en esa mesa sencilla y humilde, donde todos tenemos un lugar, podemos recibir el alimento necesario para cada día. El amor fiel y constante de nuestro Señor, muerto y resucitado para que nosotros no tengamos que vivir más en la muerte y la oscuridad. Al contemplarte presente en el Pan, tan simple y tan nuestro, te sabemos cercano y servicial. Por eso hoy queremos adorarte, para que podamos dejar espacio a tu amor en nuestro corazón, y así, vos puedas echar raíces profundas en nuestra vida. Para que se afiance en nosotros la certeza de que vos tenés Palabras de Vida eterna para todos, y alimento verdadero para nuestra hambre de algo distinto a tantas cosas que hoy nos dejan entristecidos y frustrados. Jesús, Pan de Vida, Bebida de Salvación, no dejes nunca de amarnos y acompañarnos.