Durante mucho tiempo no entendí el sentido del bocado que Jesús le ofrece a Judas durante la última cena. Recientemente, leyendo un comentario del P. Maloney al Evangelio de Juan, se me hizo claro. Es un gesto de comunión.
Aún en el borde de la pasión, cuando la traición es evidente y el rechazo manifiesto para Jesús, su único gesto es ofrecer amor.
Realmente, esto es amor hasta el extremo. Amor loco, como decía Catalina de Siena. Necedad y debilidad de Dios, en palabras de Pablo.
Pero acá es donde se juega todo. Este es el amor que sostiene al mundo, el que se revela pobre y humilde en un pan ofrecido. Es la fuerza de unidad que permite que nuestras divisiones no destruyan todo.
Ahora entiendo un poco mejor porque el documento de Aparecida, con una inspiración genial, dice que la Eucaristía es el centro vital del universo. Sólo un amor así puede salvarnos. Sólo el amor vulnerable puede generar lazos de unidad. A pesar de todo. La eucaristía es ese pan ofrecido, como el que Jesús dio a Judas. La comunión regalada a todos.
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