Buscando entre los distintos estantes de la librería parroquial, se dio el reencuentro. Ella estaba igual de linda y vital que siempre, y aunque hubiera pensado que el tiempo habría amenguado los sentimientos, volver a escucharla fue sentir la emoción de alegría y frescura que se siente en la conversación con el amigo o la amiga, sobre todo cuando éstos tiene la capacidad de poner en palabras las propias búsquedas, los deseos, y a la vez, son capaces de interpelarlos y llevarlos más allá.
Así me sentí cuando entre esos estantes apareció La alegría de creer, de Madeleine Delbrêl, libro que regalé hace unos años y que no había podido encontrar... hasta ahora.
Madeleine fue una joven atea francesa convertida al cristianismo después de un largo proceso que comenzó con la entrada de su novio a los dominicos. La vida la llevó a un camino de inserción entre los obreros marxistas de su época, en un estilo muy parecido al de la familia religiosa de Charles de Foucauld (de quien ella y sus compañeras eran admiradoras).
Creo que Madeleine es una contemplativa de aquellas que han sabido encontrar una senda para el encuentro en nuestra ajetreada existencia contemporánea, y tiene además la gracia de poder decir las cosas con una sencilla belleza... sus palabras, como las del Hermano Roger, las de Jean Vanier, o las de la M. Teresa, tienen una cierta... digamos, sacramentalidad. Logran comunicar no sólo la luz de una intuición, sino la calidez de una experiencia. Son palabras que hacen gustar e invitan a entrar más hondamente en la espesura. Yo la recomiendo: algunos de sus libros, como éste que nombre o Las comunidades según el Evangelio, se pueden conseguir en castellano. Lo demás, supongo que en francés. Les dejo algo para que se tienten:
Así me sentí cuando entre esos estantes apareció La alegría de creer, de Madeleine Delbrêl, libro que regalé hace unos años y que no había podido encontrar... hasta ahora.
Madeleine fue una joven atea francesa convertida al cristianismo después de un largo proceso que comenzó con la entrada de su novio a los dominicos. La vida la llevó a un camino de inserción entre los obreros marxistas de su época, en un estilo muy parecido al de la familia religiosa de Charles de Foucauld (de quien ella y sus compañeras eran admiradoras).
Creo que Madeleine es una contemplativa de aquellas que han sabido encontrar una senda para el encuentro en nuestra ajetreada existencia contemporánea, y tiene además la gracia de poder decir las cosas con una sencilla belleza... sus palabras, como las del Hermano Roger, las de Jean Vanier, o las de la M. Teresa, tienen una cierta... digamos, sacramentalidad. Logran comunicar no sólo la luz de una intuición, sino la calidez de una experiencia. Son palabras que hacen gustar e invitan a entrar más hondamente en la espesura. Yo la recomiendo: algunos de sus libros, como éste que nombre o Las comunidades según el Evangelio, se pueden conseguir en castellano. Lo demás, supongo que en francés. Les dejo algo para que se tienten:
Bienaventurados los pobres de espíritu,
... porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Ser pobre no es interesante:
todos los pobres son de esta opinión.
Lo interesante es poseer el Reino de los Cielos,
pero sólo los pobres lo poseen.
Así que no piensen que nuestra alegría consiste
en pasar nuestros días vaciando nuestras manos,
nuestras cabezas, nuestros corazones...
Nuestra alegría consiste en pasar nuestros días
haciendo sitio en nuestras manos,
nuestras cabezas y nuestros corazones al Reino de los Cielos que pasa.
Pues es asombroso saberlo tan próximo,
saber que Dios está tan cerca de nosotros;
es prodigioso saber que su amor es posible
de tal manera en nosotros y sobre nosotros
y no abrirle la puerta,
única y simple,
de la pobreza de espíritu...
de Alegrías procedentes de la montaña