Estamos en el umbral de la Pascua. La aparición de los griegos, de gente que viene de lejos para encontrarse con Dios, la cercanía de la fiesta de la liberación son un signo para que Jesús se de cuenta que llega la hora, el momento de que Dios manifieste su gloria, su amor salvador, su presencia.
Pero esta “hora de gloria” no viene como se la imagina la gente. La gloria, la manifestación de Dios, la manifestación del poder y el amor de Dios va a ser en la cruz. Dios no va estar nunca tan cerca del hombre; Dios no va estar nunca tan escondido para el que no tiene una mirada de fe, una mirada profunda.
Este modo de actuar de Dios, tal como nos lo presenta Jesús, rompe nuestros esquemas mentales sobre cómo es Dios. Dios no es una soledad que permanece ajena a nuestro dolor, a nuestra situación. Al contrario: Jesús va a ser ese grano de trigo que se entierra para dar fruto abundante. Jesús va a solidarizarse con nuestro dolor y nuestras búsquedas para que desde ahí nosotros tengamos vida. El modo de actuar de Dios pasa por la entrega, por darse, morir para que tengamos vida.
Hoy vivimos en un mundo que nos dice “da hasta acá”. Aunque hay abundancia de recursos, de posibilidades, pareciera por momentos que cada vez tenemos más miedo de una entrega de corazón, que todo lo que es darse por entero asusta, nos da miedo sentir que si nos entregamos nos destruimos, nos perdemos en esa entrega.
Jesús, en cambio, sabe que ésta, la hora de su muerte, es su hora. Está la angustia que uno siente siempre frente a estos momentos decisivos, pero él sabe que en este momento “guardarse” es quedarse solo. Porque eso es lo que le pasa al que no entra en la lógica del amor de Dios: se queda solo.
Y Jesús nos invita a hacer esta experiencia de donación, de entrega total. “El que quiera servirme que me siga”, es decir, el que quiera ser discípulo de Jesús tiene que vivir esta misma experiencia, entrar en este movimiento de entrega, que supera toda lógica.
De eso se trata la Pascua. A veces el riesgo con Semana Santa es que pensemos “vamos a ver qué le pasa a Jesús”. ¡Y no se trata de eso! Las celebraciones no están para “acompañar a Jesús”; son el camino para que Jesús nos acompañe a nosotros, para que descubramos una vez más que estamos llamados a morir y resucitar, para que él una vez más nos haga recorrer este camino, para descubrir que estamos llamados a entregarnos como él por los demás, para dar fruto.
Semana Santa no es que Jesús lo hace todo y nosotros nos quedamos sentados: es entrar en comunión con la pascua de Jesús para que nosotros podamos entregarnos también. Nosotros podemos hacerlo porque él lo hizo primero. Jesús es quien nos abre un espacio para que podamos darnos por entero, para que, recibiendo su amor, podamos entregarnos de corazón, sin miedo a perdernos ni destruirnos porque nuestro corazón está marcado por una alianza eterna, porque sabemos que estamos para siempre unidos al amor de Dios. Podemos entregarnos sólo porque somos atraídos por el amor de Dios manifestado en la cruz.
Hoy celebramos la comida de la nueva alianza, la fiesta de Jesús que entra en nuestros corazones para que nosotros también podamos entregarnos por los demás. Dejémonos atraer por él, para que, afianzados en su amor, podamos darnos por completo a los demás.