No hago comentarios personales en mi blog, por lo menos en general. Pero en este caso la alegría era tanta y las ganas de contar un poco lo que se siente el paso de Dios por la vida que escribir sobre esto era una necesidad impostergable.
Este último viernes me ordenaron diácono al servicio de la Iglesia de San Isidro, junto con dos compañeros más. Todavía estoy decantando todo lo que viví. Pero la primera sensación es la de "llegar a casa", de estar donde quiero estar. En ese sentido, llegar a la ordenación y empezar a vivir el ministerio es empezar a vivir lo que siempre quise, para lo que me preparé en estos años de seminario y que, al menos en cierta medida, ya estaba viviendo. Pero por otro lado la novedad es total... porque es un regalo de Dios, y por eso siempre es gracia, siempre desborda, siempre sorprende. Más no puedo decir sobre esto, porque... ¿qué más se puede agregar?
Al preparar la celebración, elegimos el lema "Recibieron gratuitamente, den también gratuitamente" (Mt 10,8). El viernes comprobé una vez más que uno piensa que elige la Palabra, pero es la Palabra en realidad quien nos elige y "nos dice". En la misa se me hizo palpable todo lo recibido: todo el amor de Dios manifestado en una innumerable cantidad de personas que me han marcado con su cariño (desde mis papás hasta personas desconocidas que, sin embargo, han rezado por mí); todo lo que Él puso en mis manos sin condiciones ni advertencias, con una generosidad como sólo Dios puede tener; todo el misterio de la Iglesia que en ese momento está ahí rezando por los ordenandos. Sólo desde ese amor se puede entender la vocación; desde la gracia; desde el misterio de comunión por el cual no queda otra que entregarse. Como dice una canción de León Gieco, "yo por amor doy la vida/ porque de amor mi vida un día nació".
Ahora quiero seguir dando gracias, y pedirle a Dios que cada día me abra más a su don, para que pueda también ser más fecundo en mi entrega como servidor.