miércoles, julio 20, 2005
Trigo y Cizaña
La lectura de este último domingo (Mateo 13, 24-43) viene repicando en mi cabeza desde hace tiempo. Escucharla una vez más en la misa me hizo sorprenderme por la profunda humanidad que tienen las palabras de Jesús. No pude reprimir las ganas de escrbir algunas notas sueltas, como para despuntar el vicio homilético antes de tiempo.
1. La primera realidad que plantea la parábola es la de la buena semilla: Muchas veces olvidamos que lo primero en nuestra vida, la realidad más profunda, el marco en el cual podemos entender la presencia del mal, de la cizaña, es lo bueno: el trigo que Dios pone en nuestro mundo, en nuestra Iglesia, en nuestro corazón. Lo primero (y lo más fuerte) será siempre la gracia, el regalo.
2. Toda realidad humana goza (o sufre) de una cierta ambigüedad: la parábola, a la vez, invita al realismo. No podemos condenar ni canonizar a nadie antes de tiempo. Lo mismo a la hora de evaluar nuestras acciones. En nuestros actos más generosos hay motivaciones no tan santas ni puras como a veces nos gustaría suponer; y quizás nuestros momentos menos brillantes tengan alguna riqueza oculta, o al menos ¡unos cuantos atenuantes!
3. Entre el Señor que deposita la buena semilla, y el enemigo (que trabaja de noche, esto es, en el ámbito donde no se puede ver, ni controlar, en aquellos lugares que están más allá de las capacidades humanas de orar o responder adecuadamente) que siembra cizaña, están los peones sorprendidos y atolondrados. ¡Es tan fácil encontrarnos reflejados en ellos! Por un lado, no pueden entender la presencia de la cizaña (¿y quién podría juzgarlos? Al fin y al cabo, nosotros reaccionamos del mismo modo cuando el misterio del mal, el mysterium iniquitatis del que hablan los teólogos, aparece abruptamente en nuestra existencia). A la vez, quieren responder a lo bruto, arrancando de raíz la cizaña, sin pensar que no pueden distinguir una semilla de la otra, todavía.
4. La siega, sin embargo, está reservada a otros (los segadores no parecen ser los mismos que los trabajadores en este texto). A nosotros nos toca ser pacientes, y aceptar los ritmos de un Dios que estás más reconciliado con las contradicciones internas de nuestra condición humana que nosotros mismos.
Y eso, y nada.
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