domingo, julio 24, 2005

Reflexiones trasnochadas para evitar la depresión post-vacaciones

Llegué esta mañana después de dos semanas de pura vida familiar junto a mis viejos y algunos de mis hermanos. Más allá de la típica bajoneada que viene con la despedida y separación hasta un próximo encuentro, volvía sobre este tiempo y pensaba en lo fundante de nuestras relaciones familiares. Qué paradójico que el lugar donde más fuerte palpamos en general las limitaciones del amor, las miserias del otro que forzosamente quedan expuestas por la cercanía de la convivencia, es también donde vivimos el amor incondicional, donde entremezcladas con estas pequeñas mezquindades que a veces nos lastiman tanto, vivimos una fidelidad que parece a prueba de todo.
Nuestra experiencia familiar nunca será perfecta, siempre estará recorrida por errores, palabras que no debiéramos haber dicho, gestos que tendrían que haber estado y no estuvieron. Pero es también donde vivimos una entrega que antecede a cualquier gesto posible nuestro. Es el primer lugar donde aprendemos el misterio del amor gratuito, porque sí, porque somos. Casi diría más: el amor que nos hace ser. Descubrimos que hemos sido queridos, antes de cualquier posible hecho que nos haga ganar el amor del otro.
Sé que son muchos los que no han hecho esta experiencia, que en la balanza tienen que poner más peso en las heridas que en las caricias. Creo que es entonces necesario destacar que si bien esta experiencia nos marca, nadie está determinado. Siempre somos libres, más grandes que nuestra historia. Pero no podemos negarla ni olvidarla, salvo que queramos repetirla o dejarnos ahogar por ella. Y, ¿quién sabe? Tal vez aún los más lastimados puedan encontrar un resquicio por donde se cuele la luz, para ver su vida con una mirada nueva y dar gracias.
Hoy siento ganas de eso: de dar gracias por mis viejos, por mis hermanos. Por esas personas maravillosas, increíblemente humanas, que me dieron todo.
Cuando empezaba mi segundo año de seminario, tenía un enorme escritorio en mi cuarto con un vidrio encima, debajo del cual empecé a poner fotos de amigos, familiares y lugares queridos. Cuando terminé, caí en cuenta de algo que no había hecho conscientemente. En el medio de todas las fotos, estaba una de mis papás bailando el vals el día de su casamiento.
No pude evitar pensar que todas las otras fotos, todas las experiencias de amor y vinculación, estaban atadas a ese primer encuentro entre ellos, a esa danza de la cual fuimos naciendo mis hermanos y yo. Cada día descubro con más fuerza como mi vida y mi entregada brotan de ese amor. Como decía León Gieco en Soy como un tren: "Yo por amor doy la vida/porque de amor mi vida un día nació".

viernes, julio 22, 2005

No es paranoia si en verdad te persiguen (o ¿por qué a todo el mundo le copan las conspiraciones?)


Los últimos años parecen proliferar en películas que develan la verdadera trama que mueve los oscuros acontecimientos del mundo en una dirección determinada. Casi siempre esta trama está impulsada por un grupo que se mantiene oculto del resto de la ignorante y feliz humanidad.
Hasta que alguien, por revelación, suerte o desventura, descubre las maquinaciones de este grupo (siempre malignas), y arremete contra ellas, perseguido muchas veces por aquellos a quienes intenta salvar, intentando desesperadamente liberarlos de su inconsciencia.
Saquen y pongan algunos elementos y aquí está la trama de una inmensa multitud de películas y libros más o menos recientes que la gente ha puesto en el podio de los best-sellers. ¿Algunos ejemplos? Matrix, Blade, El Código Da Vinci, Estigma, Hombres de Negro, Tomb Raider... y la lista continúa. La cantidad de literatura paranoide que circula tanto en las librerías como en la red denunciando complots y mafias es igual de inagotable.
¿Cuál es la idea? ¿Qué hay detrás de semejante éxito?
Sin ánimo de agotar la respuesta, pensaba en algunas posibilidades que quizás ayudan a entender el interés ligeramente morboso que este tipo de explicaciones de realidad suscita.
Vivimos en un mundo sumamente complejo, fragmentario y "fragmentante" (¡ya estoy poniendo neologismos! Voy camino a ser un teólogo de verdad), que nos hace vivir inseguros, faltos de fundamento y sentido. Saber que hay una inteligencia planeando todas las desgracias, aunque por un lado nos desconsuela, por otro lado, nos da la seguridad que siempre otorga el encontrar un por qué . Es el lado oscuro de lo que un creyente llamaría la divina providencia, quizás similar al genio maligno de Descartes.
Por otro lado, este sentido oculto no parece ser para todos, sino que sólo un selecto grupo está en posesión de él. Y a la seguridad del sentido, le agregamos la del "ser parte". O, dicho en criollo, "ser de los que tienen la papa". No es nada nuevo, los gnósticos vendían, con un sentido fuerte de marketing religioso, esta misma idea en la Antigüedad: conocimiento para unos pocos... que salva.
Ese sería el elemento definitivo: los que se salvan también, en general, este grupo selecto. Así, se reduce el mundo a una enorme arena donde la mayoría permanece ajena al conflicto que define la historia: la lucha de buenos contra malos. Habría que ver qué hacen los buenos si ganan.
Quizás, resulta más exasperante de esta mentalidad paranoide es el hecho de que es completamente compacta sin fisuras. No admite críticas, sino que se retroalimenta permanentemente. ganando en certezas. Siempre podrá poner al cuestionador del lado del enemigo.
En el fondo, me parece que la paranoia viene de una exacerbación de la razón, necesitada siempre de una causa, un motivo, un hueso más que le afile los dientes para morder el mundo. Por eso el perseguido siempre posee una lógica demoledora.
Para un creyente, la mirada sobre los acontecimientos nunca es ingenua. Sabemos que hay mal en el mundo, y que este puede llegar a tomar dimensiones estructurales en las culturas y las instituciones, tanto como en el corazón de las personas. Pero, desde el corazón, confiamos en un Dios que acompaña la historia desde adentro, dando a los hombres la capacidad de transfigurar aún los peores males y hacerlos fuente de esperanza.
Quizás haya un plan maligno para dominar a todos, o una "evil mastermind", como gustan de decir los cómics. Pero no es el primer plan. Ni el mejor.

miércoles, julio 20, 2005

Trigo y Cizaña


La lectura de este último domingo (Mateo 13, 24-43) viene repicando en mi cabeza desde hace tiempo. Escucharla una vez más en la misa me hizo sorprenderme por la profunda humanidad que tienen las palabras de Jesús. No pude reprimir las ganas de escrbir algunas notas sueltas, como para despuntar el vicio homilético antes de tiempo.

1. La primera realidad que plantea la parábola es la de la buena semilla: Muchas veces olvidamos que lo primero en nuestra vida, la realidad más profunda, el marco en el cual podemos entender la presencia del mal, de la cizaña, es lo bueno: el trigo que Dios pone en nuestro mundo, en nuestra Iglesia, en nuestro corazón. Lo primero (y lo más fuerte) será siempre la gracia, el regalo.
2. Toda realidad humana goza (o sufre) de una cierta ambigüedad: la parábola, a la vez, invita al realismo. No podemos condenar ni canonizar a nadie antes de tiempo. Lo mismo a la hora de evaluar nuestras acciones. En nuestros actos más generosos hay motivaciones no tan santas ni puras como a veces nos gustaría suponer; y quizás nuestros momentos menos brillantes tengan alguna riqueza oculta, o al menos ¡unos cuantos atenuantes!
3. Entre el Señor que deposita la buena semilla, y el enemigo (que trabaja de noche, esto es, en el ámbito donde no se puede ver, ni controlar, en aquellos lugares que están más allá de las capacidades humanas de orar o responder adecuadamente) que siembra cizaña, están los peones sorprendidos y atolondrados. ¡Es tan fácil encontrarnos reflejados en ellos! Por un lado, no pueden entender la presencia de la cizaña (¿y quién podría juzgarlos? Al fin y al cabo, nosotros reaccionamos del mismo modo cuando el misterio del mal, el mysterium iniquitatis del que hablan los teólogos, aparece abruptamente en nuestra existencia). A la vez, quieren responder a lo bruto, arrancando de raíz la cizaña, sin pensar que no pueden distinguir una semilla de la otra, todavía.
4. La siega, sin embargo, está reservada a otros (los segadores no parecen ser los mismos que los trabajadores en este texto). A nosotros nos toca ser pacientes, y aceptar los ritmos de un Dios que estás más reconciliado con las contradicciones internas de nuestra condición humana que nosotros mismos.

Y eso, y nada.