Una señora amiga de Tokyo me regaló hace unos años unas estampas de María "a la japonesa" y quedé perdidamente enamorado de ellas. Va una acá, para acompañar la reflexión. |
Es así: los que no tenemos facilidad para los arreglos florales (o cualquier cosa que pida un mínimo de coordinación psicomotriz, en mi caso), tenemos que encontrar otras maneras de arrimarle un gesto de cariño a la Virgen. Ramo improvisado (típico de hijo varón medio bestia), pero ojalá que sirva para estar un poco más cerca de María en este día muy suyo, y por eso, muy de la Iglesia también.
Estamos celebrando una fiesta de María en un contexto litúrgico particular, el del Adviento. Dios viene para intervenir en nuestra historia, para irrumpir en ella con lo nuevo, con la novedad de su amor que transforma nuestra historia.
Es en este tiempo que celebramos un aspecto del misterio de la Virgen. Celebramos que ha sido concebida sin pecado, que su vida ha sido preservada de eso que a todos nos lastima y nos hace lastimar. Por eso en María brilla algo de esta novedad de Dios. Con todo, si esta fiesta fuera para mirar a la Virgen en vitrina, sería algo triste. Decir algo sobre ella es decir algo que siempre se refiere a nosotros también. María nos hace de espejo, nos recuerda lo que somos y estamos llamados a ser. Esta plenitud que se da en María es también para sus hijos, para la Iglesia. Como a ella, Dios también se nos acerca con una promesa de alegría, de plenitud, de vida. Una vida que viene de abrirse a la presencia de Jesús, a su adviento, su venida.
Es interesante, entonces, ver que, frente a esta venida, al escuchar el anuncio, María se ve sacudida. La novedad de Dios la desconcierta. Se pregunta “¿cómo?”. El futuro se le presenta desbordante, la avasalla. Se anima a presentar su interrogante delante de Dios.
Este aspecto de la vida de María nos hace mucho bien. La Inmaculada es una mujer que no sabe todo, que no tiene todo claro, que se anima a poner una pregunta delante de Dios. Y es que la promesa de Dios llega en medio de la complejidad de la vida. El porvenir, aunque en teoría somos un pueblo de la esperanza, muchas veces nos inquieta. Creo que a los católicos nos cuesta demasiado conjugar el futuro. Los pretéritos nos salen con mayor facilidad.
María se pregunta. Se permite la perplejidad. Pero confía. No deja de buscar. No necesita tener todo claro para seguir avanzando, y quizás sea eso lo que le permite justamente ir hacia adelante. Este tiempo de Adviento quiere reavivar nuestra esperanza frente al futuro. Lo que vendrá también viene de Dios. No porque todo sea directamente de parte suya, sino porque su amor puede transformar nuestro futuro, puede hacer de nuestra historia una historia de promesa, de gracia, como lo hizo con la historia de María, atravesada también de dolor, de cruz, pero llena de promesa, de vida. Entonces quizás este adviento podemos animarnos a confiar. Poner nuestras preguntas delante de Dios. Nuestros "cómo puede ser", nuestra perplejidad. Pero no dejar de confiar. Dios es quien tiene nuestro futuro en sus manos. Eso nos permite entregarnos. Y cuando el corazón se abre a esa confianza, Dios puede hacer algo nuevo con nosotros
Estamos celebrando una fiesta de María en un contexto litúrgico particular, el del Adviento. Dios viene para intervenir en nuestra historia, para irrumpir en ella con lo nuevo, con la novedad de su amor que transforma nuestra historia.
Es en este tiempo que celebramos un aspecto del misterio de la Virgen. Celebramos que ha sido concebida sin pecado, que su vida ha sido preservada de eso que a todos nos lastima y nos hace lastimar. Por eso en María brilla algo de esta novedad de Dios. Con todo, si esta fiesta fuera para mirar a la Virgen en vitrina, sería algo triste. Decir algo sobre ella es decir algo que siempre se refiere a nosotros también. María nos hace de espejo, nos recuerda lo que somos y estamos llamados a ser. Esta plenitud que se da en María es también para sus hijos, para la Iglesia. Como a ella, Dios también se nos acerca con una promesa de alegría, de plenitud, de vida. Una vida que viene de abrirse a la presencia de Jesús, a su adviento, su venida.
Es interesante, entonces, ver que, frente a esta venida, al escuchar el anuncio, María se ve sacudida. La novedad de Dios la desconcierta. Se pregunta “¿cómo?”. El futuro se le presenta desbordante, la avasalla. Se anima a presentar su interrogante delante de Dios.
Este aspecto de la vida de María nos hace mucho bien. La Inmaculada es una mujer que no sabe todo, que no tiene todo claro, que se anima a poner una pregunta delante de Dios. Y es que la promesa de Dios llega en medio de la complejidad de la vida. El porvenir, aunque en teoría somos un pueblo de la esperanza, muchas veces nos inquieta. Creo que a los católicos nos cuesta demasiado conjugar el futuro. Los pretéritos nos salen con mayor facilidad.
María se pregunta. Se permite la perplejidad. Pero confía. No deja de buscar. No necesita tener todo claro para seguir avanzando, y quizás sea eso lo que le permite justamente ir hacia adelante. Este tiempo de Adviento quiere reavivar nuestra esperanza frente al futuro. Lo que vendrá también viene de Dios. No porque todo sea directamente de parte suya, sino porque su amor puede transformar nuestro futuro, puede hacer de nuestra historia una historia de promesa, de gracia, como lo hizo con la historia de María, atravesada también de dolor, de cruz, pero llena de promesa, de vida. Entonces quizás este adviento podemos animarnos a confiar. Poner nuestras preguntas delante de Dios. Nuestros "cómo puede ser", nuestra perplejidad. Pero no dejar de confiar. Dios es quien tiene nuestro futuro en sus manos. Eso nos permite entregarnos. Y cuando el corazón se abre a esa confianza, Dios puede hacer algo nuevo con nosotros
No hay comentarios.:
Publicar un comentario